El pasado 14 de marzo los verdes ganaron perdiendo. Y me explico. Regálenme un minuto. En contra de lo que pensaban muchos –y me incluyo- los verdes lograron pasar el umbral y obtuvieron cuatro o tal vez cinco senadores (no sabemos todavía por cuenta de la eficiente labor del Registrador, pero da igual).
Esto le dio oxigeno a la difunta campaña del candidato verde, Antanas Mockus y liquidó de paso a Fajardo, cuya Selección Colombia, lleva el premonitorio nombre nuestra ilustre selección de fútbol la cual suele quedarse estancada en las eliminatorias. Además, venido mayo, ¿por qué habría alguien de votar por el Mockus de mentiras cuando puede votar por el de verdad?
Sin embargo cuatro, o cinco, senadores no significan nada. No solamente son la penúltima minoría del Congreso sino que no van a jugar un papel estratégico en el funcionamiento del mismo. Decir que son una fuerza moral de cambio o lo que quieran suena muy bonito y nos hincha el pecho de orgullo pero la verdad es que no tienen mayor importancia práctica.
De hecho, muy a diferencia del Congreso elegido en 2006 y de todos los anteriores este tendrá una dinámica única. Por primera vez desde el acto legislativo No. 1 de 2003, el cual cambio profundamente la estructura legislativa colombiana, será relativamente fácil armar una mayoría absoluta.
No ocurrió lo mismo hace cuatro años donde, a pesar del triunfo del uribismo, la atomización partidista persistente le impidió al gobierno contar con mayorías sólidas lo cual le obligo a transar gobernabilidad con partiduchos del calibre de Convergencia, Colombia Viva y Apertura Liberal.
Actualmente basta con la incorporación de dos colectividades relativamente homogéneas para lograr una sólida coalición de gobierno. Como quedaron las cosas con el Partido de la U y con el conservatismo se tendrían más de la mitad de los votos tanto en Senado como en Cámara para legislar sin problemas y si a estos se les suman las curules de Cambio Radical la mayoría sería todavía más holgada.
Dicho lo anterior vale la pena plantear la hipótesis sobre qué pasaría si el próximo presidente no perteneciera a cualquiera de estos tres partidos y por lo tanto no pudiera o no quisiera armar una mayoría legislativa que lo acompañara. Mejor dicho, qué pasaría si el presidente fuera Pardo, Mockus o Petro o sí Juan Manuel, Noemí o Germán Vargas no lograran armar una coalición de gobierno (algo bastante improbable).
La respuesta es sencilla: sería una presidencia fracasada. Y es que armar mayorías no es un ejercicio de academicismos o de buenas intenciones o de esoterías mockusianas. Es un ejercicio de compartir el poder político. Dirán algunos que esa película ya la vieron cuando las alcaldías de los hoy verdes gobernaron a Bogotá de espaldas al Concejo de la ciudad. Eso es cierto, pero es que el Concejo de Bogotá, una entidad eunuca, no es el Congreso de la República.
Un Congreso no cooperante o lo que sería peor, un Congreso hostil, pondría en serios aprietos al ejecutivo. Sería un gobierno con un presidente sub judice, con unos ministros precarios ante la moción de censura, con un presupuesto bloqueado (y posiblemente sin iniciativa de gasto) y con la agenda legislativa empantanada. Mejor dicho un presidente sin poder. Y un presidente sin poder es un presidente fracasado.