Primo 1: “Si las FARC participa en política, tienen que soltar al Gordo García. No puede ser esos tipos en el Congreso y el Gordo en la cárcel.”
Prima 1: “¿Cuánto fue que le metieron?”
Primo 1: “40 años.” (repite): “40 años.”
Primo 1: “Si las FARC participa en política, tienen que soltar al Gordo García. No puede ser esos tipos en el Congreso y el Gordo en la cárcel.”
Prima 1: “¿Cuánto fue que le metieron?”
Primo 1: “40 años.” (repite): “40 años.”
Las vacaciones de los estudiantes son para muchos profesores la época en que más se aprende, porque son semanas de lectura y escritura sin las exigencias y distracciones de las clases. En mi caso son también un curso en la Costa que dejé hace tantos años, cuando apenas empezaba el dominio cultural y militar de los paramilitares. Y aunque en mi familia inmediata las conversaciones de política están prohibidas, la moratoria no cobija vecinos, amigos y familia extendida, de manera que aun así me enfrento al abismo que me separa de sus mundos. Aquí va una muestra:
Primo 1: “Si las FARC participa en política, tienen que soltar al Gordo García. No puede ser esos tipos en el Congreso y el Gordo en la cárcel.”
Prima 1: “¿Cuánto fue que le metieron?”
Primo 1: “40 años.” (repite): “40 años.”
Pausa.
Primo 2. “Por la masacre de Macapeyó.” (con sorna): “Y otras cositas.”
Prima 1: “40 años. Pobre Gordo. Y los otros en La Habana.”
Prima 2: “Les va tocar soltar a los parapolíticos.”
Todos asienten. Yo me miro la uñas, y hay otra pausa.
Primo 1: “Santos no gana en la Costa. Ni por nada.”
Prima 1 “Traicionó a Uribe. Uribe tenía razón: con esos tipos si no entregan las armas, nada. ”
Primo 1: “Santos no gana en la Costa…¿Sí han visto ese consejo de ministros? Puro cachaco. Pura gente de corbata. Aquí nadie va a votar por esa gente.”
Prima 2: (indignada) “¡Claro que no!”
El que yo piense distinto no es mucha gracia. No me tocaron los desmanes de la guerrilla, ni su insistencia en destruir a bala a los ganaderos y comerciantes en las zonas que entraron a dominar en los ochenta. Tampoco me tocó vivir la toma paramilitar, ni su dominio. Lo que he visto, año tras año en vacaciones, es que, como dice Stathis Kalyvas en “La lógica de la violencia en la guerra civil,” el mayor predictor de las lealtades de una población es quién tiene el control armado. Así, que, me imagino que en la zonas de control de las FARC, como en la Costa, las certezas y las lealtades antes que pasar por la razón, también tendrán bando.
Lo cierto es que en casi toda la Costa Atlántica el control lo tuvieron, y en muchos sitios lo siguen teniendo, los paramilitares. Y mientras allá vivieron la pesadilla de la guerra, yo he vivido 25 años en una Bogotá controlada por el Estado constitucional y sus instituciones democráticas. En las reuniones allá me quedo callada, porque sé que si pienso distinto, no es cuestión de formación o carácter: es cuestión del lugar donde uno pasa la vida, donde va encaneciendo y le pasan, inclementes, los años