Lo que no delega Santos (un vistazo al interior del Gobierno)

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Juan Manuel Santos toma decisiones importantes todos los días. Desde temprano. E importantes. No le gusta meterse con las pequeñeces. Eso es lo que mejor sabe, delegar. Le desespera que lo inquieten con lo micro: el subsidio, el trámite, la forma, el centavo. A él lo que le interesa es lo grande, los temas de fondo.

Juan Manuel Santos toma decisiones importantes todos los días. Desde temprano e importantes. No le gusta meterse con las pequeñeces. Eso es lo que mejor sabe, delegar. Le desespera que lo inquieten con lo micro: el subsidio, el trámite, la forma, el centavo. A él lo que le interesa es lo grande, los temas de fondo.

Lo primero que hace cuando se levanta por las mañanas es hacer deporte, en una trotadora. Desde ahí manda, si toca. Nunca es muy temprano para llamar a un ministro que esté en crisis y lo hace incluso mientras corre, suda y jadea. Pero eso no pasa todos los días.

Durante los cuatro años de su primer mandato, el cual culmina el próximo 7 de agosto para dar paso a su segundo periodo presidencial, Santos ha recibido el reporte de prensa y de orden público a las seis de la mañana, y lo recibe de manos de uno de los cuatro edecanes que lo atienden 24 horas, “sus babysitters”. Son tres mujeres y un hombre, los mejores de las escuelas de la Armada, Fuerza Aérea, Ejército y Policía. Ya sabe lo que tendrá la agenda del día, porque la recibió desde la noche anterior.

A las 9 de la mañana comienza la agenda presidencial. Después de él, el primero en entrar a su despacho es su jefe de prensa, John Jairo Ocampo (y, en su momento, Otto Gutiérrez). “Quiubo, qué pasó, qué están diciendo”, pregunta el presidente. Siempre está informado de todo, como si fuera el gran hermano, pero sólo reacciona cuando es algo realmente importante. “No es un freak del control”, dice un ex alto funcionario.

Todo lo contrario. Si por algo se diferencia Santos de sus antecesores es que parece el CEO de una multinacional. Delega, respeta las jerarquías, escucha los argumentos antes de tomar decisiones y no se salta a nadie. Sin embargo, la decisión final está en sus manos. Siempre. Y nadie sabe qué hará. Para Juan Manuel Santos no hay sorpresas, él es quién las da.

El día de las sorpresas suele ser el lunes, el mismo día en que semanalmente se reúne el consejo de ministros (por lo general, aunque a veces hasta en eso no hay certeza, aunque como contó La Silla, después del llamado "a la Unidad" de Santos en marzo del 2013, una de las promesas fue hacer los consejos una vez a la semana).

La razón es que Santos toma la mayoría de sus decisiones por fuera del horario de oficina: los domingos en las tardes cuando se sienta con sus más cercanos asesores en el apartamento de Palacio o muy tarde en la noche cuando recibe la última llamada que puede cambiarlo todo.

“Ahí se cocinan el grueso de sus veredictos sin que nadie se entere”, le dijo a la Silla una persona que trabajó en Palacio.

Quienes intervienen en ese proceso son paradójicamente los que menos aparecen en la escena pública: su “llavero”, como él mismo lo llama. Ese es el círculo íntimo de poder de Santos. Los que le hablan al oído: el ex ministro Gabriel Silva, el experto en comunicaciones Miguel Silva, su asesor estratégico Juan Mesa, el dueño de Semana Felipe López y uno o dos asesores externos que pocos conocen. Y por supuesto, su esposa, María Clemencia y sus hijos. “Es que ellos no tienen más interés que ayudarle”, le contó una persona que lo conoce de cerca a La Silla.

Además de ellos, están los funcionarios cercanos que nunca se quedaron por fuera: Juan Mesa cuando era Alto Consejero para las Comunicaciones, Juan Carlos Pinzón y Catalina Crane cuando estaban en Palacio, y María Lorena Gutiérrez, su actual secretaria de Presidencia.

Dentro del gabinete también hay jerarquías. Los alumnos favoritos de Santos han sido sus Ministros de Hacienda Juan Carlos Echeverry y Mauricio Cárdenas, y el actual jefe de Defensa y ex secretario privado, Juan Carlos Pinzón. “Todo lo que ellos dicen es interesante para el Presidente, así no sea de sus temas, y todo se los consulta”, dice un ex alto funcionario del Gobierno a La Silla. Muchos coincidieron en esa impresión. Santos los escucha atentamente mientras hace girar la argolla de matrimonio en su dedo.

A pesar de que le gusta consultar, por lo menos en la mayor parte de los casos el presidente llega al consejo de ministros con una decisión ya tomada. Ya se ha reunido en privado en su casa, en secreto, y además antes del consejo con los funcionarios claves de Palacio y con sus ministros favoritos, y con ellos es que Santos decide. Por eso en la mayoría de asuntos el consejo es más informativo que de debate, y lo que logran los Ministros al incidir en la agenda del día no es tanto debatir un tema sino que Santos les tire línea.

La cita puede tomarse toda una tarde mientras se discute una agenda que durante mucho tiempo en este gobierno, la puso el ministro que lograra conquistar a la ex secretaria Privada, Cristina Plazas. Era un tire y afloje en el que el lobby y la amabilidad podían poner las cartas a favor de cualquiera en un ambiente donde todos quieren lucirse y hablar de su buena gestión.

Pero desde que entró María Lorena Gutiérrez al Gobierno como la Alta Consejera de la Presidencia en 2011, no todo es color de rosa. Con sus famosos “semáforos”, que entraron a funcionar en el 2011 y que miden el desempeño de los ministros, el ambiente se pone tenso. “Es como pasar al tablero y cuando tu color está en rojo, no hay nada que hacer”, dice un ex ministro.

Las explicaciones son lo de menos y como el orden de presentación es alfabético, al primero que le toca padecer es al de Agricultura, un Ministerio que no tuvo grandes resultados en estos cuatro años. En cambio, al Ministerio de Vivienda pocas veces le alcanza el turno para hablar de sus avances.

El tiempo es corto y si hay algo que le molesta al Presidente es que le cambien de tema. No lo disimula: baja la cabeza y luego mira a los ojos. Esa es la señal de desespero.

Lo otro que lo impacienta es que le den largas a un asunto. Con él, las cosas tienen que ser directas y al grano, sin rodeos. El problema es que todos quieren hablar y en el Salón de Ministros de Palacio por lo general tienen asiento más de 30 personas (entre los 16 ministros, los directores de las entidades importantes y los altos consejeros del gobierno).

Por eso, el papel de María Lorena también se ha vuelto un respiro. Ella se ha convertido en el puente que comunica a los ministros con el Presidente y es gracias a ella que la mitad del gabinete que no tiene ni el teléfono ni el chat de Santos, logran acercarse a él.

La queja permanente es que conseguir una cita con presiente es casi imposible. Con todos menos con los Ministros de Hacienda, Defensa y a veces, en ese selecto grupo cabe la actual ministra de Transporte, Cecilia Álvarez-Correa y el de Interior, Aurelio Iragorri. Al resto le toca llegar a través de María Lorena, que controla el “llavero” técnico del presidente.

Esas diferencias en el gabinete también se reflejan en que muchos ministros a la larga participan poco de las grandes decisiones y tienen que esperar a que los atienda. Aunque viajen solos con él en el avión presidencial, ese tiempo tampoco suele convertirse en el chance esperado. Santos prefiere usar el tiempo de vuelo para cambiar de chip, dejar de ser el presidente por un momento y tomarse el tiempo para oír su música y leer su libro. Mientras tanto, el ministro se queda viendo un chispero.

La gente que lo conoce dice que le encanta dividir la información en muchas personas. Puede poner a varios a hacer un mismo discurso, por ejemplo, pero a final, él decide cuál usar. Así, todos se sienten que han hecho parte de la decisión y que están siendo consultados pero al final es el propio presidente el que elige lo que le conviene. Por eso es tan difícil saber la decisión que va a tomar.

En el gobierno de Santos, quien haga la última llamada es quién tiene más poder. Y nadie sabe con exactitud quién será el último. 

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