La capital inmóvil del Caribe

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A diferencia del resto de capitales del Caribe, Sincelejo no pasa por su mejor momento. Riohacha (otra rezagada) acaba de ser declarada distrito especial, la vecina Montería brilla con luz propia por su transformación y Santa Marta construye vías, centros de salud y parques a un ritmo que no se veía allí en años.

 

Una de las pocas postales bonitas de Sincelejo es la de la Iglesia San Francisco de Asís. Desde su campanario se aprecia la arquitectura republicana y colonial de las construcciones alrededor del Parque Santander. Fotografía: José Iriarte.

 

A diferencia del resto de capitales del Caribe, Sincelejo pasa por un mal momento. A Riohacha (otra rezagada) el Senado le votó unánimente, el semestre pasado, el proyecto de ley que la declara distrito especial; la vecina Montería brilla con luz propia por su transformación, Santa Marta construye vías, centros de salud y parques a un ritmo que no se veía allí en años, Valledupar vive su propio boom comercial, mientras que Barranquilla volvió a despegar hace una década.

En Sincelejo, en cambio, lo que hay es desesperanza. La ciudad batalla por salir adelante con sus 140 mil habitantes desplazados, la mitad del total de su población, tiene el mayor índice de informalidad laboral de la región y la ONG Transparencia por Colombia le dio a su Alcaldía en la medición de este año la calificación de alto  riesgo de corrupción: de las 41 administraciones evaluadas, la de esta capital ocupó el puesto 39.

Sincelejo también batalla con la falta de agua. Hay un 20% de sus habitantes que no tiene acceso al acueducto y los que están conectados no gozan del líquido las 24 horas porque ese privilegio solo lo tienen 63 de los 212 barrios.

Fue justo por la escasez del líquido que hace 13 años Postobón cerró su planta de producción de gaseosas en esta ciudad. En aquel entonces, el servicio estaba en manos de la empresa oficial Empas y era “pésimo”, informó El Tiempo. Hoy lo presta la concesión Aguas de la Sabana, pero aún los sincelejanos no están completamente satisfechos.

De las casi 4.400 empresas que están matriculadas en Sincelejo, menos del 10% son grandes y medianas. El resto son pequeñas, la mayoría dedicadas al comercio. De allí que la vinculación con el sector público sea tan clave porque la Alcaldía y la Gobernación se convierten en los grandes generadores de empleo. 

La situación es tan crítica que a Sincelejo no llegan suficientes inversionistas privados, con los que pueda poner en marcha los exitosos modelos de alianza público-privada de Barranquilla y Montería, ni tiene un músculo industrial sólido para aportar más del uno por ciento al PIB de la región Caribe (hoy no llega al 0,80). 

A esto se suma que la ciudad tiene un déficil de 20 mil viviendas (aunque la construcción comenzó a repuntar desde 2012, especialmente el sector de interés social), que al 31 de agosto pasado los homicidios habían aumentado un 37% y que según un estudio del Departamento de Planeación Nacional, de sus 374 kilómetros de longitud vial, solo el 22% tiene algún tipo de pavimentación. 

“Aquí no hay nada”. “El que diga que Sincelejo es una ciudad está diciendo mentiras porque esto es un pueblo grande”. “Aquí lo que hay son motos y calles pequeñas”. Las afirmaciones pronunciadas con vehemencia por una periodista, un taxista y un mototaxista reflejan el pesimismo y la resignación reinantes en una capital que sigue sin beneficiarse de las grandes inyecciones de plata del Gobierno Nacional y que desconfía cada vez más de su clase política, tras décadas de desgreño administrativo.

Desde hace dos años, esa clase política está enfrascada en una fuerte disputa por el poder: por un lado está el exrepresentante Yahir Acuña, quien mueve a la mayoría de los concejales, y por el otro, el senador liberal Mario Fernández, dueño de la Alcaldía a través de su tío Jairo Fernández Quessep.

Los Fernández y Yahir ganaron unidos la Alcaldía en 2011, pero terminaron separados por problemas de plata y burocracia. Desde el 2013, el exrepresentante comenzó a bloquearles a sus exsocios políticos las iniciativas desde el Concejo, algunas de las cuales incluían proyectos de vías y alcantarillado que podrían haber mejorado la calidad de vida en los barrios pobres. 

“El canibalismo político ha sido uno de los grandes problemas”, le explica a La Silla el exgobernador y columnista de El Meridiano de Sucre Roberto Samur, sobre esa pugna de pesos pesados que tanta prensa local ha mojado.

Son esas mismas fuerzas las que tienen en estas regionales altas posibilidades de ganarse la Alcaldía y mandar los próximos cuatro años a través de los candidatos Carlos Vergara (Opción Ciudadana de Acuña) o Jacobo Quessep (Liberal de Mario Fernández).

Ambos protagonizan una contienda inundada de ríos de plata y sin ideas novedosas, que entre la mayoría de sincelejanos no genera grandes expectativas de progreso a mediano plazo.

Sincelejo ejecuta hoy un paquete de obras viales que hacen parte del programa Ciudades Amables, firmado en 2010 entre los gobiernos local y nacional. Cinco años después siguen sin estar listas. Junto a otras 11 capitales del país de menos de 600 mil habitantes, Sincelejo fue escogida por el Gobierno central para que mejorara su malla vial y le diera paso a la implementación de un sistema estratégico de transporte público, cuya fase siguiente es la llegada en noviembre de 85 busetas.

Pese a esas obras, a la construcción del segundo centro comercial y a un ambicioso plan para garantizar el servicio de agua las 24 horas, la sensación generalizada en Sincelejo es que todavía están lejos los vientos de transformación que soplan desde hace rato en Montería y Barranquilla.

Esta imagen captada en la calle 20, en pleno corazón del Centro, evidencia que el servicio de agua las 24 horas no siempre funciona ininterrumpidamente como esperan los sincelejanos. Tener agua en sus casas sigue siendo un dolor de cabeza para la mayoría de ellos. Fotografía: Tatiana Velásquez

 

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La primera fotografía que se obtiene al recorrer Sincelejo es la de una población pequeña, de vías angostas sin mucha estética, atiborradas de motos, de pocos edificios y con un solo centro comercial.

Son a los mototaxistas a los primeros que se les ve tan pronto se sale de la terminal de transporte en busca de un taxi. Luego, durante el recorrido, zigzaguean temerarios e intimidan al que no esté acostumbrado a compartir la vía con ellos. Detenidos ante el rojo de un semáforo asemejan un enjambre.

La imagen de las motocicletas, por la que esta capital suele ser reconocida por el resto de colombianos, se repite en casi todas sus calles. No hay cifras exactas de cuántas circulan, pero según los cálculos locales oscilan entre las 25 mil y 40 mil, y representan el 60% de los viajes que hacen a diario los sincelejanos para transportarse dentro de su ciudad. 

Fue por el mototaxismo que el transporte legal perdió pasajeros y de 520 busetas que rodaban hace 15 años, cubriendo 15 rutas, Sincelejo pasó a tener menos de 100 vehículos.  

Esta es la postal con la que suele retratarse y ser reconocida Sincelejo a nivel nacional. Por sus calles circulan entre 25 mil y 40 mil motos que terminan imponiéndose sobre el resto de vehículos en la vía. Fotografía: Tatiana Velásquez

Pero si no fuera por las motos, las casi 80 mil personas que viven en los barrios periféricos del norte y del sur no tendrían cómo transportarse porque a muchas de las destapadas calles de El Mirador, Villa Juana, Villa Mady, Puerto Arturo y Gran Colombia difícilmente ingresa un taxi o un bus.

“Para allá no subamos porque están las ollas de droga”. “Por aquí no saques el celular”. “No mires a ese grupo que está en esa esquina”. Las advertencias del mototaxista son similares a las que un homólogo suyo haría en las zonas deprimidas de Barranquilla, Cartagena o Santa Marta si llevara a alguien foráneo de parrillero.

¿Cómo se convirtió Sincelejo en la capital del país con más desplazados? La respuesta se remonta a 1998, cuando muchos campesinos fueron expulsados de sus parcelas por la violencia paramilitar, que cambió para siempre la vida en regiones como los Montes de María y el Urabá antioqueño, le dice a La Silla, desde una de las oficinas de la Alcaldía sincelejana, Ómar Sánchez. Él trabaja como enlace municipal de desplazados. Es quien los asiste en sus dudas diarias sobre vivienda, educación y salud.

Ese horror de la guerra también marcó un antes y un después para Sincelejo. En 2001, la ciudad ya era una gran receptora de desarraigados y su infraestructura comenzaba a no dar abasto porque había sido diseñada para menos de 150 mil habitantes.

El alcalde de la época Jorge Ospina Vergara, hoy en prisión por Farcpolítica, alertaba de que el municipio no tenía plata para garantizarles a los 30 mil desplazados de entonces ni servicios públicos ni vías.

A medida que las masacres sucedían una tras otra, los desplazados llegaban. Hoy representan la mitad de la población y demandan la atención constante del Estado. 

En los barrios del norte y del sur de Sincelejo viven mayoritariamente personas que llegaron desplazadas por la violencia. Con el paso de los años, el municipio les ha mejorado sus condiciones de vida, aunque todavía faltan más pavimentaciones de calles. Fotografía: Tatiana Velásquez

 

La de estas barriadas es también la historia de cómo se hace política en Sucre y de una ciudad poco planificada.

Barrios como Villa Juana y Villa Mady se edificaron por retazos con los lotes que los más pobres recibían de políticos a cambio de votos. Es así como Juana debe su nombre a Juana Montes Hernández, la madre del exconcejal y hoy candidato a la Alcaldía Carlos Vergara, y Mady, a la exrepresentante Mary Romero, madre del exsenador condenado por la masacre de Macayepo, Álvaro el ‘Gordo’ García.

A esa clase política es a la que los sincelejanos, y los sucreños en general, culpan de sus desgracias. A veces lo hacen en medio de risas cuando cuentan que un hotel en el Centro se construyó con plata que debía invertirse en La Mojana o que el exmandatario X levantó una mansión en Nueva Venecia, el barrio de las familias pudientes, tan pronto dejó la Alcaldía. 

Lo cuentan tan resignados que en parte eso expica por qué son casi nulas las voces críticas desde el empresariado y pocas las veedurías ciudadanías que exigen con vehemencia un cambio.

Uno de los casos de corrupción más sonados de Sincelejo ha sido el de la laguna de oxidación.

Desde 2004 se construye en el predio Río de Janeiro, corregimiento Las Palmas, para que el sistema de alcantarillado de la ciudad deje de contaminar los afluentes del Arroyo Grande de Corozal. Once años después y con más de 14 mil millones de pesos invertidos, sigue sin ser entregada y amenaza con convertirse en otro elefante blanco de la región Caribe. 

Por irregularidades en la compra del predio, la Justicia determinó la semana pasada que el exalcalde Jaime Merlano debe pagarle a la Nación $833 millones. Siendo mandatario Merlano, el municipio pagó mil millones de pesos por unas hectáreas que no costaban más de $185 millones.

Merlano, miembro de un clan político que por casi 20 años mandó en Sincelejo, inició esa construcción gracias a la modificación del POT que logró con el respaldo de concejales amigos. Además de los Merlano, en Sincelejo también han mandado el exsenador Álvaro el 'Gordo' García y los Fernández (la misma familia del actual senador liberal y el alcalde).

Este es solo un ejemplo de un cúmulo de malos manejos, durante las últimas décadas, que hicieron que el municipio sumara 170 mil millones de pesos en deudas y que entrara en ley de reestructuración de pasivos hace tres años, lo que algunos sectores allí han calificado como acierto de la actual administración de Jairo Fernández Quessep porque es un primer paso para que Sincelejo reorganice sus maltrechas finanzas.

A los sucreños les han prometido tanto que, cuando se habla con ellos, se les escucha atados a su clase política y hasta resignados a vivir con lo poco que ésta hace por su calidad de vida.  

Con tanques de almacenamiento como este, Sincelejo le apuesta a mejorar la prestación del servivio del agua a través del Plan 90/24: llevarle agua las 24 horas al 90% de la población. Fotografía: Tatiana Velásquez
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