El poder por dentro del Festival Vallenato

Imagen

El excandidato de Cambio Radical Jaime González, el exalcalde Fredys Socarrás, el expresidente César Gaviria (de espaldas) y el candidato a Fiscal Yesid Reyes, en el Festival Vallenato. Foto: cortesía Jacobo Solano.

A punta de acordeón, se ha levantado todo un departamento, locales han hecho fundamentales relaciones con las élites de Bogotá y se han cocinado nombres de ministros, magistrados, embajadores y congresistas.

Hace 68 años, Gabriel García Márquez escribió: “No sé qué tiene el acordeón de comunicativo que cuando lo oímos se nos arruga el sentimiento”. Aunque mucho menos sublimes, hay también otros poderes que la historia le atribuye con justicia a ese fuelle nostálgico. Al ritmo de sus notas, se ha levantado todo un departamento, locales han hecho fundamentales relaciones con las élites de Bogotá y se han cocinado nombres de ministros, magistrados, embajadores y congresistas. Todo en el marco de un festival determinante para que una música antes considerada de monte y gente excluida hoy sea uno de los símbolos más universales y queridos del país.

 

“A punta de acordeón hemos hecho de todo”, dice el maestro Tomás Darío Gutiérrez -abogado, filósofo, historiador, compositor y escritor-, una de las autoridades culturales más respetadas del Cesar.

Gutiérrez es justamente uno de los fundadores de la entidad privada que desde 1986 organiza ese potente festival, el acontecimiento más importante del año, todos los abril en Valledupar: la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata, que impulsó hasta su asesinato en 2001 la exministra de Cultura Consuelo Araújo Noguera ‘La Cacica’.

Como el evento, que nació antes, en el 68, apenas meses después de la creación del Cesar y de la mano del influyente cachaco Alfonso López Michelsen (quien entonces no había sido Presidente, pero ya era hijo de expresidente), fue desde el comienzo un escenario de confluencia del poder central, manejar la Fundación que lo estructura año tras año no es un asunto menor.

Eso lo hacen Edgardo José Maya Araújo, Rodolfo Molina Araújo y Diana Carolina Molina Carvajal, hijos y nieta de La Cacica, que ha sido la mujer más importante del vallenato. El primero, fruto de su matrimonio con el hoy contralor Edgardo Maya Villazón, y el segundo del hogar que había tenido antes con el hacendado Hernando Molina Céspedes.

Aunque en la junta directiva de la Fundación hay 11 miembros más de distintos apellidos, y la entidad no quiere ser vista como cosa de una familia, ellos tres son los que toman las decisiones importantes. Así nos lo contaron por separado 10 de las 13 personas que consultamos para esta historia, entre ellas cinco que lo han visto. De hecho, la última firma la pone Rodolfo Molina, quien funge como presidente.

Edgardo José Maya Araújo es el encargado de buscar y concretar a los artistas, con fama en el país e internacionales, que se presentan como gran show del Festival, aunque en muchos casos no tengan nada que ver con vallenato. Por ejemplo, este año de afuera vino el grupo mexicano de pop rock Maná con un concierto cuyas boletas iban desde 70 mil pesos hasta palcos de nueve millones de pesos (para unas nueve personas).

Su sobrina Diana Carolina Molina, quien además desde este año dirige la promotora pública del municipio ProValledupar, tiene a cargo la logística y entre otras cosas la autorización de las acreditaciones de más de 200 periodistas que llegan a cubrir y de muchos invitados y colados. Ella ‘heredó’ esa labor de su padre, el exgobernador Hernando Molina Araújo, a quien en 2010 la justicia encontró culpable de haberse aliado con los paramilitares y en 2015 la Fiscalía llamó a juicio por la muerte de un profesor indígena.

Esas tareas y, sobre todo, el estatus por capitanear la organización privada que es la cara de un festejo que en cuatro días mueve unos 40 mil millones de pesos en la economía del Cesar, les da a estos tres parientes el poder de unas envidiables relaciones públicas y manejo de recursos.

Relaciones, primero, con las élites locales de la cultura y la política. En su objetivo de defensa y promoción del vallenato, la Fundación elige todos los años a unos artistas o personajes destacados del folclor para homenajear (este año fue la recia y admirable dinastía de los Zuleta, a quienes García Márquez invitó a recibir su Nobel).

Tú traes un Ministro, le das whiskey, lo atiendes, y cuando está en temple le dices: ‘Vea, no me vaya a dejar de ayudar con tal cosa’

Congresista, sobre el poder en el Festival

También decide qué grupos regionales se presentan en sus eventos. Y recibe las inscripciones de centenares (802 este año) de participantes para los concursos de acordeón, canción inédita y piloneras (que originalmente fueron el corazón y la razón de ser del Festival de la Leyenda y hoy reciben menos atención mediática que los conciertos con artistas internacionales). Eso la convierte en una suerte de órgano rector que ninguna entidad pública dedicada a lo cultural supera en el Cesar y en una interlocutora importante para cualquier Alcalde y Gobernador.

Asimismo, relaciones e interlocución con el Gobierno Nacional porque, desde López Michelsen, existe la tradición de que sin falta el Presidente de turno llegue al valle a inaugurar el Festival. (Aunque, en los dos últimos años el presidente Juan Manuel Santos no ha asistido en medio de rumores de que lo iban a rechiflar). Eso le aumenta el peso mediático a la celebración, por la que se pasan periodistas influyentes como los de la W.

Y manejo de recursos porque buena parte de la plata que se mueve en la economía cesarense estos días llega a las arcas de la Fundación, sin mayores controles públicos. Eso debido a que sus directivos han afirmado que por ser entidad privada no tienen que rendir cuentas (a pesar de que en varias ocasiones la Alcaldía y la Gobernación y, siempre, el Ministerio de Cultura les ha dado dineros del erario como aporte al Festival).

La economía local se mueve por cuenta de los 3.150 empleos, entre directos e indirectos, que se generan temporalmente entre otros a comerciantes, músicos y vendedores ambulantes. Por los restaurantes, los hoteles, las casas alquiladas informalmente, los taxistas, entre otros, todos fortalecidos en demanda los cuatro días del evento.

Pero también, porque la Fundación ofrece tres días de conciertos en un parque llamado de la Leyenda Vallenata al que le caben unas 20 mil personas, que este año pagaron entradas individuales más o menos de entre 80 mil pesos y un millón de pesos. Sin contar la plata que le dan los patrocinadores (Bavaria, por ejemplo, ha estado desde siempre apoyándolos).

Como la asistencia a los concursos, que se realizan en su mayoría en la tradicional Plaza central Alfonso López, es gratuita y es obvio que la inversión en la celebración no es poca cosa, intentamos hablar varias veces con Rodolfo y Diana Carolina Molina. Queríamos preguntarles -entre otras cosas- cuánto gastan y cuánto les queda por organizar la principal fiesta de un género recientemente declarado por la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en necesidad de salvaguardia urgente. Sin embargo, fue imposible.

Al respecto, en Valledupar hay versiones encontradas. Una persona muy cercana a los Molina nos aseguró que la inversión es de unos 10 mil millones y no queda un peso de utilidad (de hecho, la Fundación es “sin ánimo de lucro”). Mientras, dos fuentes que conocen por dentro esa organización coincidieron por aparte en que sí quedan ganancias, pero es muy difícil precisarlas porque “cuando se trata de plata, sólo hablan Diana Carolina (Molina), Rodolfo (Molina) y Edgardo (Maya Araújo) y a puerta cerrada, y a la junta le presentan cualquier papel”, como nos dijo una de ellas. Ninguna de las dos teorías las pudimos confirmar del todo.

Sobre lo que sí hay certeza es acerca de los líos que ha tenido que enfrentar esta Fundación, bajo su circunstancia particular de tenerle timón privado a un evento que nació y claramente es considerado público.

Uno de los más sonados es la acción popular que en 2011 presentó el procurador Alejandro Ordóñez para que el parque de la Leyenda Vallenata, construido con dineros públicos pero hoy en manos de la Fundación, sea regresado a Valledupar.

El lote en el que está la construcción fue entregado a esa entidad en 2000 vía un “convenio de aporte” autorizado por el Concejo al entonces alcalde Johny Pérez. Pero el Procurador considera que debe devolverse al municipio por tratarse de un bien de uso público que “ha sido usufructuado por parte de la Fundación, a la que además el municipio le ha exonerado del pago de impuestos por su explotación comercial”, como afirmó en aquel momento la Procuraduría.

La acción, motivada por una denuncia pública del abogado y excandidato del Partido Verde Evelio Daza, fue fallada en 2012 en contra de los intereses de la Fundación por el Tribunal Administrativo del Cesar, que ordenó devolver el parque. Desde entonces está en manos del Consejo de Estado, que ya lleva cuatro años resolviéndola en segunda y definitiva instancia.

Al abogado Daza todo ese tiempo transcurrido le genera suspicacias porque considera que “no es normal”. Su gran frustración -advierte- es que no hayan fallado aún. “Si lo hacen, recuperamos el parque”, nos dijo.

La Fundación del Festival también ha enfrentado acciones por el no pago de impuestos a la Alcaldía -que ya no los exonera- y de derechos de autor a Sayco. “Me enfrenté al órgano rector del vallenato porque ellos tenían el concepto de que, como hacían promoción a la música, no podía venir una entidad a cobrarles derechos de autor. Eso se fue a litigio y se logró el pago. Yo he defendido al folclor”, nos contó el compositor y gestor cultural Beto Murgas, quien por casi 20 años fue el coordinador de Sayco en el Cesar y ahora está dedicado a su destacable iniciativa personal de montar el Museo del Acordeón.

El alcalde vallenato Tuto Uhía, por su parte, nos dijo informalmente que cree que la Fundación pagó dos años que debía en impuestos y le faltan los últimos dos. Nos pidió solicitarle el dato exacto a su Secretario de Hacienda y, en pleno Festival, éste no nos contestó los mensajes.

Pero hubo un tiempo en el que ninguno de estos ruidos u otros sonaban sobre los organizadores de la fiesta de los herederos de Francisco el Hombre.

La mujer que mandaba a los presidentes

Fue el tiempo en que en el vallenato mandaba La Cacica. Y el Festival era sencillamente un evento silvestre y feliz, en el que todos cabían bajo el palo de mango de la democrática Plaza Alfonso López, testigo del nacimiento de cada rey del acordeón.

Escenario desde siempre de convergencia del poder local y cachaco, manejar el festejo concedía el privilegio de las relaciones públicas y políticas que de tanto en tanto se convertían en altos puestos en Bogotá. Pero no había parque de la Leyenda ni boletas y, sobre todo al principio, los juglares tocaban en las parrandas a cambio de sancocho y trago.

Esas altas relaciones se cocinaron, en buena parte, en inolvidables parrandas en el patio de la casona que Consuelo Araújo compartió con su primer esposo, Hernando Molina, en plena Plaza. Y también hubo otras muy famosas en la cercana casa de su hermano Álvaro Araújo Noguera, a quien Alfonso López nombró ministro de Agricultura cuando llegó a la Casa de Nariño en los 70.

A ritmo de paseo, merengue, puya y son, congresistas, ministros, embajadores y presidentes de la época se sacudían del frío capitalino y del acartonamiento para entregarse al goce y complacer a sus anfitriones con algunos favores.

No fueron pocos los que vieron, por ejemplo, al entonces presidente César Gaviria sirviendo el trago, invitando a bailar y atreviéndose a tocar la caja.

También es sabido que fue en el marco de un Festival que La Cacica gestionó con ese mandatario la ayuda para convertir a su segundo esposo, el hoy contralor Edgardo Maya, en magistrado del Consejo Superior de la Judicatura. Era 1992 y, apoyado en un artículo transitorio de la Constitución del 91, Gaviria tenía la facultad de nombrar por una única vez a los miembros de la sala disciplinaria. Maya estuvo entre ellos y por esa vía comenzó su carrera pública en Bogotá.

Una persona que se sabe bien la historia de estas parrandas, recuerda asimismo que durante otra de ellas el maestro Rafael Escalona logró supuestamente asegurar con el presidente Andrés Pastrana una notaría para un hijo suyo.

Antes, en el 75, según esa misma persona, se había concretado el puesto de Contralor General para el abogado cesarense Aníbal Martínez Zuleta en una parranda a la que asistieron unos representantes a la Cámara.

Ese año, el Festival era todavía un muchachito de apenas siete años, que vio la luz gracias a sus tres padres hoy fallecidos: La Cacica, Escalona y López Michelsen.

Este último acababa de ser nombrado primer gobernador del recién nacido departamento del Cesar (67) cuando le propuso a Araújo Noguera y a Escalona idearse algún evento que llamara gente hacia la tierra cesarense. No fue difícil pensar en el vallenato porque -aunque prohibido entre la ‘gente bien’ del valle- ya el género se había tomado los salones de los ricos en Bogotá, gracias a la difusión informal de unos nostálgicos estudiantes provincianos a los que llamaban ‘Los Magdalenos’ (por haber nacido en el Magdalena Grande). Entre ellos, estaba el primer esposo de Consuelo, Hernando Molina, cuyo chofer era nada menos que Nicolás Elías ‘Colacho’ Mendoza. Ese histórico acordeonero que llegó a ser después primer rey de reyes.

Heredero de una gran fortuna familiar, Molina de hecho ayudó a financiar los primeros festivales vallenatos. Estos fueron organizados desde el 69 por la oficina de turismo departamental, cuya primera directora fue La Cacica, hasta entonces reina y alma de todo.

Columnista, investigadora y gestora autodidacta, recordada por su personalidad huracanada y arrolladora, tuvo unos alcances altos: “Nunca salgo del asombro de su inteligencia. Hasta que no se demuestre lo contrario, diré que llegó a ser de las mujeres más poderosas. Le daba órdenes hasta al presidente de la República. La recuerdo diciéndole a alguno por teléfono: ‘Bueno, Presidente, ya sabe, cuidado me va a fallar al Festival porque no se lo perdono’. Y el Presidente se derretía”, nos contó el maestro Tomás Darío Gutiérrez.

Recuerda Gutiérrez que fue por una decisión de Consuelo que en el 83 no se impulsó la creación de un instituto de cultura municipal para manejar el evento. Por el contrario, se comenzó a estructurar en lo privado la Fundación de la Leyenda que vio la luz en el 86 y, desde su muerte en 2001 (asesinada por las Farc que la secuestraron), lideran sus hijos con menos peso en el zapato que ella.

El poder ya no es exclusivo

Paradójicamente, al tiempo que los eventos pagos del parque de La Leyenda les cierran las puertas de una parte del Festival a quienes simplemente no tienen para entrar, esa privatización les ha abierto espacio a otras fuerzas políticas distintas a los Araújo para también hacer relaciones en tiempos de parranda.

“Ya no dependemos de ellos para traer a una persona al Festival, antes había que rendirles hasta pleitesía porque eran como los dueños de todo. Ahora, si yo tengo, pago nueve millones en un palco y entro a mi gente, políticos amigos, ministros. Probablemente a ellos (los que manejan el Festival) eso les sale gratis. Yo pago, pero estamos parejos”, nos relató un congresista local con la condición de no ser citado.

En tiempos distintos, otro congresista y dos fuentes parranderas más cuentan que ya no es tan fácil concretar un alto nombramiento en medio del festejo. Sin embargo, se siguen cocinando relaciones políticas y de negocios.

“Tú traes un Ministro, le das whiskey, lo atiendes, y cuando está en temple le dices: ‘Vea, no me vaya a dejar de ayudar con tal cosa’. Y ¿que si te ayuda? ¡Claro que te ayuda! A mí me preguntan: ‘¿Tú estás rumbeando en Festival?’ y yo digo: ‘¡No, yo lo que estoy es trabajando!’”, dijo ese segundo congresista que también habló fuera de micrófonos.

Además de las atenciones en los conciertos del parque, de un tiempo para acá están las megafiestas privadas que ofrecen en el marco del Festival otros políticos y grandes empresas como Bavaria, el Éxito y Chevrolet.

Una de las más famosas y apetecidas es la que organiza la poderosa familia Gnecco, rival histórica de los Araújo, en su hacienda Las Marías, como lo contamos en un cubrimiento el año pasado.

De la mano de dos gobernadores de su cuerda, el clan Gnecco ha tratado varias veces de hacer despegar un Festival Vallenato paralelo gratuito, en clara muestra de competencia política. Por ahora, no terminan de arrancar con eso.

Sin embargo, sigue creciendo el número de eventos alternos a los oficiales contenidos en la programación de la Fundación, lo que desconcentra aún más la movida del poder (el año pasado fueron unos 9 y este año se hicieron 19).

Por varios de los más importantes pasaron estos días ministros como David Luna, Yesid Reyes, Juan Fernando Cristo y Natalia Abello, congresistas como David Barguil, y expresidentes como Ernesto Samper (que asiste sin falta cada año) y César Gaviria.

Un desfile de personalidades en jornadas exclusivas que contrasta con la sencillez de los juglares hacedores de este folclor y evidencia que, al tiempo en que nos arruga el sentimiento, el acordeón sigue moviendo a muchos poderosos.

Compartir
0