Tras las dos masacres ocurridas la semana pasada en el Norte del Cauca, los indígenas rechazan el llamado del Gobierno a coordinarse con el Ejército. Mónica Espinosa, profesora de Uniandes, explica las razones y lo que puede venir.
‘El llamado del Gobierno a coordinar con la Guardia Indígena desvirtúa su naturaleza’
El Norte del Cauca fue escenario la semana pasada de dos masacres de guardias y autoridades indígenas, así como, de cuatro ingenieros. Los indígenas han sido agredidos por disidencias, bacrim, carteles y hasta por el Ejército en casos aún no esclarecidos, algunos de los cuales como el asesinato del comunero Flower Trompeta dieron lugar a la renuncia del ex ministro de defensa Botero esta semana.
El llamado del Gobierno y de algunos sectores de la opinión pública ha sido a que haya una mayor coordinación entre las Fuerzas Armadas y la Guardia indígena, a lo que ellos se han negado en múltiples oportunidades.
Para entender las razones de esa negativa, que además da cuenta de la desconexión del presidente Duque con la realidad de las comunidades indígenas -algo que en todo caso no es exclusivo de este Gobierno- y analizar lo que podría significar una escalada de la violencia, La Silla Académica habló con Mónica Espinosa, profesora del Departamento de Antropología de la Universidad de Los Andes.
Espinosa es autora de “Memoria cultural y el continuo del genocidio: lo indígena en Colombia” y La civilización montés. La visión india y el trasegar de Manuel Quintín Lame en Colombia y está próxima a publicar “Democracy against the grain: indigenous politics in twentieth century colombia, the case of southwestern andes”.
La Silla Académica: Usted dice que desde los 80, los indígenas rechazaron su involucramiento en el conflicto armado … ahora hay un llamado del Gobierno a coordinar acciones con la Fuerza Pública, algo que se niegan hacer ¿cómo debe protegerlos el Gobierno?
Mónica Espinosa: El Gobierno actual ha planteado como estrategia para enfrentar la expansión de los grupos ilegales, que la Guardia Indígena coopere con el Ejército, algo que desvirtúa su naturaleza y abre la puerta a lo que ha sido uno de los mayores problemas de Colombia que es el paraestado.
El llamado del Gobierno a coordinar con la Guardia Indígena desvirtúa su naturaleza
La Guardia está conformada por personas que no están armadas, que salen a defender su territorio, a ejercer su autonomía, con base en un mandato colectivo de paz. Por eso no es viable para ellos una coalición con la Fuerza Pública, si tenemos además en cuenta la historia de involucramiento de las Fuerzas Armadas en los conflictos de violencia política en Colombia.
LSA: Los indígenas han sugerido la posibilidad de que haya cierta connivencia entre algunos miembros del Ejército y las economías ilegales, de hecho una de las últimas masacres, la de Tacueyó, ocurrió cerca a una base militar...
M.E.: Hay conexiones complejas no siempre aclaradas entre Fuerza Pública y grupos ilegales. Los indígenas han señalado que estos grupos se siguen fortaleciendo pese a la presencia de siete batallones en el territorio.
Se trata además de un Ejército que se transformó. Hay una gran diferencia entre los generales que acompañaron a Santos durante el proceso de paz y la cúpula que hay actualmente, en medio de la desgobernanza del presidente Duque, que es un proxy de otros poderes.
LSA: ¿Qué debería hacer el Gobierno?
M.E.: Inteligencia del Ejército sabe cómo se están moviendo los carteles en el Pacífico, de hecho en muchos casos es información compartida con agencias internacionales. Por supuesto, no desconozco que el narcotráfico es un problema muy complejo y además global.
El conflicto actual en el Norte del Cauca tiene que ver con los cultivos ilícitos y la sustitución, y ahí los indígenas se enfrentan con pequeñas bandas criminales que utilizan la cubierta de los carteles. Pero el problema grande está en los puertos donde éstos operan y se mueve el grueso de la plata y la acción del Estado debería concentrarse ahí, en cerrar las vías de comercialización hacia la Costa.
Los indígenas, por su parte, están haciendo procesos de control al interior de las comunidades, que no son fáciles, para lograr la sustitución y de hecho masacres como la de Tacueyó ocurren porque los indígenas llegan a liberar a “dos” secuestrados y los grupos criminales piden más refuerzos.
Algunos colegas extranjeros que han leído noticias sobre el Cauca, me han preguntado si aquí pasa lo mismo que en México donde hay un Estado tomado por el narcotráfico y recientemente en Sinaloa se vio una especie de enfrentamiento entre dos “Estados” cuando la Policía trató de capturar al hijo del Chapo Guzmán.
No se si son comparables pero es impresionante que el Estado colombiano no pueda garantizar el derecho a la vida de las personas en varios lugares del país; que haya grupos armados que se desplazan por los pueblos, con trajes incluso de colores específicos, amedrentando la gente y no haya nadie que los pare y les pregunte: ‘ustedes qué hacen por aquí’.
A esto se suma hechos graves y confusos como el presunto secuestro y posterior asesinato, por parte del Ejército, de Flower Trompeta, miembro de un movimiento de reserva campesina del Cauca y que el ex Ministro de Defensa presentó como un disidente de las Farc muerto en combate. Eso hace que se siga perdiendo la confianza y se intensifique la fragilidad de las relaciones entre las comunidades locales y el Estado.
LSA: Se ha enfatizado en la necesidad de crear confianza entre el Estado y los indígenas en el Cauca, ¿por qué está tan rota esa confianza?
M.E.: Para entender lo que está pasando es necesario conocer la historia. Una historia que como dicen los indígenas está llena de promesas incumpidas.
La Constitución de 1991 reconoció la diversidad étnica y cultural y profundizó en la descentralización. Y, previo a ello, el expresidente Barco hizo un reconocimiento masivo de resguardos amazónicos.
Sin embargo, siguiendo la línea de tatas como Lorenzo Muelas (Constituyente y senador indígena), lo que vino después fue un movimiento de “contra Constitución”, para echar por tierra la voluntad política de apertura democrática y reconfiguración del territorio que se había expresado en la Asamblea Constituyente.
LSA: ¿De qué forma?
M.E.: El Congreso y los gobiernos posteriores no han hecho de forma decidida las reglamentaciones que se requieren para fortalecer la autonomía de los indígenas. Casi 30 años después no se ha expedido la ley para hacer realidad las entidades territoriales indígenas, más allá de que se han logrado avances con la ley de transferencias, por ejemplo.
Tras la Constitución, la idea también era que se dieran procesos de saneamiento de los resguardos. Su configuración, especialmente, en el suroccidente del país desde el siglo XIX ha sido un lío, las políticas han sido disolver, disolver, disolver; hay problemas relacionados con los linderos y la titularidad de las tierras y los resguardos se han reducido sistemáticamente.
El símbolo de la lucha de Quintín Lame fue justamente la reconstitución del Gran Resguardo de Ortega y Chaparral, algo que aparentemente logró en 1937, pero después las élites regionales, apoyadas en las autoridades locales, remataron el territorio indígena por el no pago del predial.
Y el problema persiste. En 2015 los indígenas Nasa iniciaron un movimiento por la “liberación de la madre tierra” para recuperar terrenos de sus ancestros que consideran que les han sido arrebatados por los ingenios azucareros. Su presencia se ha reducido a lo alto de las montañas donde los terrenos no se pueden cultivar y están sobreviviendo en condiciones extremas, como lo cuenta el documental Sangre y Tierra.
Ya en 2010, la Organización Nacional de Indígenas de Colombia -Onic- lanzó una campaña ante el riesgo de extinción de 34 grupos indígenas. El 63 por ciento de los indígenas son pobres y de estos, casi el 48 por ciento están por debajo de la línea de la miseria, según información de esa organización y del Pnud, algo que ha dado lugar también al desplazamiento masivo a las ciudades.
LSA: ¿Es posible restablecer la confianza con un Gobierno que se ha mostrado reticente a negociar con ellos?
M.E.: Este Gobierno se ha nutrido de criticar al Gobierno Santos, de argumentar que durante el proceso de paz se permitió que los cultivos ilícitos crecieran y que las bandas criminales se fortalecieran, luego la situación actual es culpa del desorden que trajo consigo el Acuerdo y la tarea de este Gobierno es “poner orden” a través de la presencia militar y que los demás se sometan.
Entre un Estado dominante y con poca voluntad de implementar el Acuerdo, por un lado, y unas comunidades que tienen un mandato claro de defensa de su territorio, se abre paso un río revuelto donde pescan los criminales.
Duque no ha tenido voluntad de negociación sino a fuerza de los eventos recientes, frente a lo cual anunció después de mucho tiempo que va a fortalecer “el paquete de programas sociales”, a inyectarle plata y a acelerar el Pnis y el Pdet del Cauca que es el más grande del país, ojalá sea una realidad.
Duque no ha tenido voluntad de negociación con los indígenas
LSA: En redes ha estado circulando la posibilidad de que se de un nuevo Quintín Lame frente a la situación actual. Usted estudió al líder en que se inspiraron ¿Quiénes eran y cómo se disolvieron?
M.E.: El movimiento armado Quintín Lame fue una especie de autodefensas conformadas por un grupo pequeño de indígenas Paeces (Nasa) -aunque también había afros, por ejemplo-, inspirados en el líder indígena Quintín Lame, que murió en 1967, y en sus ideas políticas plasmadas en el libro “Los pensamientos del indio que se educó dentro de las selvas colombianas” . Existió entre los años 80 y el 91, e hizo parte del gran movimiento de recuperación de tierras en el Norte del Cauca.
Se dice que fueron la primera guerrilla indígena de Latinoamérica.
Aunque la opción de las armas fue minoritaria, al momento de desmovilizarse, fue clara la voluntad política de las comunidades indígenas de abandonar ese camino y así quedó consignado en la Declaración de Vitoncó (1985) y en la Resolución de Jambaló (1999). El Centro de Memoria Histórica dice que ha sido la reintegración más exitosa del país.
LSA: ¿Por qué cree que se desarmaron? usted habla de unas prácticas de resistencia de los indígenas relacionadas con el chamanismo...
M.E.: Los indígenas usan mucho los términos equilibrio/desequilibrio, armonía/desarmonía.
Detrás del desarme me parece que hubo un proyecto chamánico de recuperación del equilibrio roto por las historias de violencia internas y por los efectos del reclutamiento forzoso de sus niños y jóvenes que alimentaron las filas de los grupos armados de un lado y del otro, incluso durante la violencia partidista: algunos hicieron parte de los Pájaros y otros de Los Limpios en el sur del Tolima, por ejemplo, y terminaron matando a su propia gente.
La violencia en las comunidades indígenas se trata como un problema de contaminación, en palabras de los indígenas amazónicos ‘cuando destapas la olla, las consecuencias son impredecibles’. Entre sus prácticas está usar el tabaco y la coca, como el frío y lo dulce, para aplacar la fuerza fratricida de la violencia.
LSA: La guardia indígena es una fuerza sin armas, dado que no tienen interlocutores dispuestos a hablar como lo fueron en su momento las Farc y sí enemigos armados hasta los dientes y sanguinarios ¿Cree que es factible un rearme de los indígenas?
M.E.: Para los indígenas, el renacimiento de una guerrilla sería muy costoso en términos políticos y no creo posible que haya un mandato colectivo en esa dirección. Seguramente habrá jóvenes al interior de las comunidades que se pregunten: ‘qué vamos a hacer’, pero hasta ahora han cerrado la puerta a esa alternativa.
Para los indígenas, el renacimiento de una guerrilla sería muy costoso
Por el contrario, desde 2015 los indígenas se han mostrado dispuestos a la sustitución de los cultivos ilícitos, algo que no es sencillo pues en los resguardos coexisten familias que han basado su economía en la siembra de la coca y de la marihuana.
Los indígenas están armados con sus bastones de mando. La Guardia indígena es un organismo de paz. Como ha dicho la Onic: “con nosotros cuenten siempre para la paz, nunca para la guerra” y uno lee y lee noticias y pareciera que desde el Gobierno, pasando por los medios de comunicación y la opinión pública, hacen caso omiso de eso que es lo que los identifica.
LSA: Una de las típicas reacciones a las matanzas en el Cauca es pedir que se militarice la zona. Usted dice que sociedades como la nuestra están atrapadas en el lenguaje del terror… ¿a qué se refiere?
M.E.: Somos un país que idolatra la fuerza, como diría la filósofa francesa Simone Weil. Hay cierto placer perverso en la idea de llamar más violencia y es algo que sigue muy presente en nuestro discurso político, más allá de la realidad de que hay grupos armados ilegales en muchas zonas del país.
Somos un país que idolatra la fuerza
Es propio también de las sociedades que están en posconflicto, un fenómeno que ha sido estudiado por los psicoanalistas de las ciencias sociales.
Pero, independientemente de lo que les cueste, la contrahistoria de esto es la consolidación de una propuesta indígena de paz, que se ha mantenido por lo menos durante las últimas tres décadas en medio de la guerra.
Si queremos reconciliarnos tenemos que dejar de ser ciegos a las luchas políticas de los indígenas y dejar de ser sordos a sus palabras.
LSA: Lorenzo Muelas, constituyente y exsenador indígena, que usted ha seguido, hablaba de la fuerza de la gente ¿cómo nos podemos imaginar que sería la “montonera” de la que habla Acin o los 100 ó 200 indígenas que saldrían a responderles a los que los están masacrando de los que habla el Cric?
M.E.: Me lo imagino como otra caminata de las que hemos visto, en la que los indígenas nos van a volver a dar una lección sobre su forma de trabajo organizada: saldrán, se harán visibles y retornarán a sus territorios donde seguirán ejerciendo sus labores de defensa, su acción cotidiana de poder.
Los indígenas no quieren la autodeterminación completa, es decir, no han dado señales de querer emprender una lucha de secesión de sus territorios, han luchado por una autonomía pero dentro del Estado por la posibilidad de reformar el Estado desde adentro.
LSA: Si nos quedamos callados nos matan y si hablamos también, entonces hablamos…¿cómo entender esta frase del Cric?
M.E.: Hay que pensar en estas posturas de una forma similar a como se han analizado otras donde gente no armada se ha enfrentado a gente armada. Procesos de no violencia como la que tuvo lugar en EE.UU con las marchas lideradas por Martin Luther King, sin nada más que la voluntad de la gente, o en la India con Gandhi.
No hemos reconocido el valor de la propuesta política pacífica de los indígenas, que requiere una valentía tremenda. En Colombia hay una ceguera frente a esa propuesta y podríamos estar sentados dialogando para avanzar a partir de lo que ya declaró la Constitución del 91, pero la minga fue hace poco y el Gobierno se negó a sentarse en la mesa.
LSA: Citando al filósofo norteamericano Wolin, usted dice que la democracia es efímera y no un sistema establecido ¿es la minga indígena un ejemplo de esto?
M.E.: La forma de organización de los indígenas en Colombia no tiene parangón. Las mingas, las marchas, el cierre de vías, requiere un trabajo colectivo tenaz, no sólo de hombres, sino de mujeres, viejos, niños.
La forma de organización de los indígenas no tiene parangón
Hay que garantizar la comida, velar por la seguridad de la minga para que no la infiltren, por ejemplo, y eso requiere comités, la activación de cuerpos voluntarios, además de los mecanismos de participación ordinarios.
los indígenas del suroccidente andino han dado claras muestras de ser un grupo social con una gran capacidad de acción colectiva. Si ponen a la gran mayoría de colombianos a actuar colectivamente no sabemos cómo hacerlo.
Esas movilizaciones por dentro están soportadas en procesos participativos amplios, no es simple romanticismo. Para tomar decisiones colectivas hay que garantizar espacios de participación, construir mecanismos para tomar decisiones en asambleas y que después lleguen a instancias superiores para convertirse en mandato, definir cuáles son los principios de autoridad. La gente además tiene que sacrificar tiempo, esfuerzo, recursos: si quiere participar, nadie le paga por eso.
Creemos que los sistemas democráticos se establecen y una vez establecidos la democracia se da por hecho. Pero la democracia tiene que ver más con la colectivización de intereses que llevan a un entrenamiento ciudadano, a darnos cuenta que no somos los únicos que tenemos un problema y que podemos hacer una defensa conjunta en medio de las diferencias.
LSA: ¿Usted está de acuerdo con quienes creen que los indígenas fueron orgullosos y testarudos al no querer moverse 100 metros a donde les pidió el Presidente durante la minga por razones de seguridad?
M.E.: Justamente por los procedimientos colectivos que acabo de mencionar, para ellos era muy importante que Duque se sentara a hablar con toda la gente presente y no hacerlo a puerta cerrada con una minoría.
Habían estado además defendiendo todo el tiempo la minga de infiltraciones de grupos armados, por lo que para ellos era claro que en esa plaza no debía haber riesgos, los indígenas hicieron una valoración de la situación de seguridad. Después de semejante esfuerzo, lo mínimo que pretendían es que de Jefe de Estado a autoridades indígenas se pudieran sentar en pie de igualdad frente a su asamblea, su “constituency”.
LSA: Usted dice que paradójicamente la Constitución del 91 significó el punto de partida de la intensificación de la guerra ¿A qué se refiere?
M.E.: La intensificación de la guerra se dio como una nueva fase expansiva de la economía ilegal del narcotráfico y del desarrollo de grandes proyectos extractivos.
En un sentido más figurado, el enfoque diferencial ha producido resultados positivos y ha contribuido al fortalecimiento de la apuesta de paz de los indígenas, pero al mismo tiempo quienes dominan la política todavía no perciben a los indígenas como iguales y la sociedad, en general, tampoco.
Quienes dominan la política todavía no perciben a los indígenas como iguales
Ha habido un incremento del racismo frente a ellos.
Su representación mediática es la de unos tipos que se oponen a todo y nadie entiende para qué o por qué: ‘¿para qué quieren tierra si no la ponen a producir?, ‘¿por qué obstruyen vías?’.
Se reciclan ideas de los indígenas como gente ignorante, que no sabe lo que quiere, que está cooptada por grupos armados (como sucedió en la minga), o por grupos políticos, y no se reconocen como sujetos políticos en sí mismos, pese a que sus luchas y sus posturas están claramente planteadas en sus comunicados.
LSA: ¿Cuál cree que sea la razón?
M.E.: Es producto de la mezcla entre una clase media que se opone -y ciertamente está harta- de que le sigan aumentando los impuestos, en parte, para ampliar la política de subsidios.
Como lo muestran las cifras recientes, esa clase media-baja tiene pocas probabilidades de movilidad y ascenso social: los pobres se mantienen hasta por tres generaciones, el crecimiento de la economía del país es cerca de un 3 por ciento cuando debería ser del 7 por ciento para que hubiera un cambio.
Una clase media cercada, aunada a un grupo político hegemónico que es intolerante a expresiones políticas populares y subalternas -aunque ciertamente las últimas elecciones mostraron un cambio-, es el caldo de cultivo para que los indígenas y otras minorías sean fácilmente criminalizadas, y con ello la protesta popular rápidamente estigmatizada, demonizada.
Sólo hasta ahora se ha empezado a tener una mirada más benigna de los indígenas por el problema del cambio climático y el hecho de que son ellos quienes han tenido unas prácticas sintonizadas con la protección del medio ambiente.
Es algo similar a lo que pasó recientemente en EE.UU. Una clase media baja que eligió a Trump, que tiene menos posibilidades que las que tuvieron sus padres y rodeados de políticas diferenciales para los hispanos, para los afro y se preguntan: ‘¿y mis derechos de de gente blanca, de “white”?’
En el liberalismo hay una tensión grande entre los derechos individuales y los derechos colectivos, que el multiculturalismo no ha resuelto. Hay que dejar de esencializar las identidades, de entender las culturas como un conjunto de tradiciones fijas porque eso termina degenerando en un mercado de lo étnico o en un esencialismo estratégico. La diferencia, sin importar su sustento, debería tener cabida en una verdadera democracia.
LSA: Los indígenas dicen que su gran problema es que son incómodos para el modelo extractivista en que está montado el Estado colombiano. ¿Siendo algo tan estructural, están los indígenas llamados a desaparecer?
M.E.: He estudiado procesos donde se entiende que una cultura casi se extinguió. Con el boom de las caucherías en el Amazonas a finales del siglo XIX, principios del siglo XX, hubo grupos como los Andoques que estuvieron en riesgo de desaparecer prácticamente y hoy subsisten.
No creo que los indígenas se vayan a acabar, lo que sí creo es que no solo su existencia sino la nuestra está en riesgo. De hecho, gracias a su forma de relación con el territorio es que hemos extendido nuestra expectativa de vida por décadas. Como dicen los de la Sierra Nevada: “en esta hundida no solo nos hundimos nosotros sino todos”.
Cuando pensamos en lo que viene nos ha sido difícil salirnos de las narrativas clásicas de las catástrofes, las guerras por los recursos, por el agua, la lucha inevitable de todos contra todos por lo poco que queda: “Mad Max” desencadenado; nuestra imaginación política ha sido limitada para imaginar otras posibilidades.
Los indígenas por lo menos tendrán la satisfacción de que se han unido para defender el estilo de vida que ellos consideran es el adecuado, y cuyo valor ha sido probado por sus beneficios para todos los seres humanos.
Para citar:
Espinosa, M. (2007). Memoria Cultural y El Continuo del Genocidio: Lo Indígena en Colombia. Antípoda, n° 5, p. 53-73
Espinosa, M. (2007). Ese indiscreto asunto de la violencia: modernidad, colonialidad y genocidio en Colombia. En El giro decolonial: Re?exiones para una diversidad epistémica más allá del capitalismo global. Siglo del Hombre Editores
Espinosa, M. (2009). La civilización montés. La visión india y el trasegar de Manuel Quintín Lame en Colombia. Editorial Uniandes.
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