'La ciencia avanza en la vacuna, pero el sentido de estar confinados, no es algo que pueda responder'

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Carlos Miguel Gómez. Foto: Amaranta Gómez

Carlos Miguel Gómez, de la U. del Rosario, habla de la relación entre ciencia y religión, más allá del fanatismo que las muestra como antagónicas.

 

En un momento en que la ciencia está tratando de cerrarle el paso al coronavirus, las reacciones de muchas personas creyentes, que confían en que Dios será la cura, revive la idea de que la ciencia y la religión son antagónicas.

Pero la relación entre ciencia y religión es mucho más compleja y tiene más matices de lo que las posiciones fanáticas dejan ver.

En un momento de crisis como el que estamos viviendo a nivel global por cuenta del coronavirus, en el que es natural que las personas se cuestionen sobre el sentido de su vida y la supervivencia de la humanidad, La Silla Académica entrevistó a Carlos Miguel Gómez Rincón, sobre el diálogo que ha habido siempre entre estos dos campos.

Gómez es director del Centro de Estudios Teológicos y de las Religiones de la Universidad del Rosario, algunos de cuyos proyectos sobre el diálogo entre ciencia y religión han sido financiados por el Ian Ramsey Centre for Science and Religion de la Universidad de Oxford. Es autor, entre muchos otros artículos, de “Modernidad, ciencia y ateísmo” y “El problema del sentido en el diálogo entre ciencia y religión”.

Dice que en algún momento de su vida fue ateo, después estuvo cerca del hinduismo y de tradiciones indígenas, y hoy se reconoce como una especie de cristiano pluralista.

La Silla Académica: Cree que lo que es propio de las sociedades seculares, que es centrar el sentido de la vida, en la vida misma ¿se pone a prueba en situaciones como la que estamos viviendo hoy?

Carlos Miguel Gómez: Uno de los rasgos propios de la secularización, según el filósofo canadiense, Charles Taylor, es el cambio en la forma como nos pensamos a nosotros mismos y este cambio tiene que ver con que las metas últimas de la vida, lo que hace que una vida valga la pena de ser vivida, se puede pensar sin ninguna referencia a lo divino o trascendente: podemos ser felices aquí y ahora, poderosos, o cualquier otra cosa que nos propongamos, sin buscar nada más allá de la vida misma. Esto es lo que se conoce como humanismo autosuficiente.

Para saber si la crisis mundial a raíz del coronavirus lo va a poner a prueba, habría que desplazarse hacia el futuro y ver los efectos que va a tener en nuestra auto-comprensión y en nuestras prácticas, sus impactos culturales y sociales.

Es una pregunta que apunta hacia nosotros mismos, en la medida en que esta situación cuestione nuestra forma de vivir, lo que hemos sido y lo que queremos ser.

LSA: Usted dice en su artículo que la búsqueda de lo divino y la pregunta por Dios son tan actuales hoy como siempre. ¿El coronavirus nos recuerda esto?

C.G.: No solo la situación del coronavirus. La secularidad se basó en la idea que a mayor modernidad, menor religión, pero sociólogos y filósofos como Peter L. Berger y Habermas, por ejemplo, se sorprendieron de que no fue así y empezaron a hablar desde finales del siglo pasado de la desecularización o post secularización, respectivamente, como una nueva fase de las sociedades modernas en las que lo religioso no ha perdido su influencia, sino que se ha transformado. Y no estaban mirando al Medio Oriente, sino a países como Estados Unidos donde la religión es muy importante y en los cuales ni la política ni la sociedad funcionan sin ella.

No hay tal cosa como la muerte de lo religioso

Carlos Gómez

No hay tal cosa como la muerte de lo religioso.

LSA: ¿Por qué lo dice?

C.G.: Estadísticamente, según el último estudio que conozco que hizo el Pew Research Center en 2015, para determinar a nivel mundial si la gente se consideraba a sí misma como creyente o no, el 84 por ciento dijo sentirse identificada con una de las grandes tradiciones del mundo.

El 16 por ciento restante se divide entre ateos, agnósticos -que no se sienten ni a favor ni en contra de la existencia de Dios- y un grupo mayoritario, que además está creciendo, que está en una búsqueda espiritual por fuera de una religión específica.

Hay preguntas sobre el sentido de la vida que claramente en situaciones como la que estamos viviendo actualmente se reactivan (aunque siempre han estado) y que no necesariamente tenemos que responder apelando a la trascendencia. Podemos hacerlo de una manera estrictamente materialista.

Lo importante es reconocer y valorar el sentido de esa búsqueda y no juzgarlo como algo fanático, premoderno, o como una forma de ignorancia.

LSA: En la concepción religiosa del mundo, el diablo o el demonio juegan un papel central ¿El hecho de que haya personas que explican el coronavirus desde esa perspectiva, la negativa o tardanza de algunas iglesias a cerrar pese a la pandemia o el ofrecimiento de ungüentos sagrados para salvarse, no muestra lo problemática que es la religión?

C.G.: Cuando alguien dice que ese virus fue enviado por un agente maligno, uno podría pensar que lo que está haciendo es darle sentido a la enfermedad, vinculándola seguramente con el comportamiento humano pasado y presente: que la está viendo como un castigo divino, o como una oportunidad de aprendizaje. Esto en sí mismo no es problemático.

Lo problemático es que algunos crean que la explicación religiosa reemplaza, tiene prioridad, es mejor, que la explicación científica, pues sería una creencia patológica en la medida que no distingue el ámbito de lo religioso y de lo científico.

Además, podría tener consecuencias catastróficas en la coyuntura actual, como que la gente crea que no tiene que guardar los protocolos de autocuidado, de higiene personal y aislamiento.

Algo que podría incluso ser ilegal: el Fiscal recientemente habló de las consecuencias penales que tiene no cumplir con lo ordenado por las autoridades de salud.

LSA: ¿No es inevitable el choque entre ambas visiones?

C.G.: El conflicto no es inevitable. Hay relaciones de complementariedad. En Colombia y otras partes del mundo, hay una gran cantidad de científicos creyentes y no es contradictorio estar buscando la explicación científica del fenómeno y las soluciones y, al mismo tiempo, ser un creyente: habrá cientos de casos de científicos que estén orando para encontrar pronto la solución científica y están confiados en que Dios les dará, a través de los procedimientos científicos, la solución a estos problemas.

LSA: ¿Por qué cree, en todo caso, que son estas formas de religiosidad “patológica”, como las que uno encuentra en muchos memes en redes sociales, las que tienen más impacto en la idea que tenemos de la religión hoy?

C.G.: Es importante entender que hay diferentes maneras de ser religioso, de tener fe y llevar una vida espiritual. Y que es muy difícil generalizar.

Incluso, en un grupo que uno podría usar como ejemplo de prácticas religiosas que conforme a los relatos modernos van en contra del libre pensamiento, que son dogmáticas, fanáticas, conservadoras, moralistas, puede haber dos personas que individualmente interpretan o deciden de manera distinta.

Es una de las consecuencias de la privatización de la religión en la modernidad, en el que, cada vez más, la tarea de dar sentido a la vida se vuelve más individual.

Pensemos en una persona que fue a un colegio religioso: seguro recibió versiones diferentes dependiendo de con quién hablaba: si con el cura, la monja o el profesor. Y entre uno y los demás compañeros, podía haber también diferencias.

Hay una tendencia hacia la diversificación y por eso uno ve que de un mismo grupo salen otros y así sucesivamente.

LSA: Si es tan diverso ¿por qué tenemos esa idea generalizada de la religión?

C.G.: Sí, es cierto que hay tendencias en varios grupos religiosos a centralizar la doctrina, a tratar de atrapar lo divino, a convertirlo en un ídolo. A creer que la institución o el líder religioso lo puede dominar. Es una tendencia que, psicológicamente, puede responder a la necesidad humana de seguridad y control o a fines políticos como mantener unido un grupo. El problema es reducir la religión a eso.

Uno de los factores centrales en la pérdida de creencia, y sobre esto hay muchos estudios, no ha sido el avance de la ciencia, sino más bien el comportamiento de ciertos clérigos; no sólo inmoral, como el relacionado con la pederastia, eso también por supuesto, sino sobre todo el comportamiento dogmático, la mente cerrada sobre lo divino y la pérdida de la trascendencia de quienes se dicen representarla.

El riesgo en esos casos es no poder discernir, como dice el dicho: se bota el niño de la bañera junto con el agua sucia.

El punto no es ser creyentes sino cuál es la manera de creer, porque los seres humanos somos criaturas creyentes, que no es lo mismo que decir que somos criaturas religiosas, aunque sí se acerca mucho.

Y así como hay patologías personales, hay sociales y culturales: el fanatismo, el dogmatismo, que aplican para todo: también hay un fanatismo ateo, que se comporta igual que el fanatismo religioso. El indicador para mí de una creencia sana es una creencia abierta, que no niega otras posibilidades.

LSA: Usted habla de los “nuevos ateos”, que después del 11 de septiembre han deformado la relación entre religión y ciencia ¿Quiénes son?

C.G.: Los nuevos ateos son un grupo de filósofos y científicos conformado por Richard Dawkins, Sam Harris, Daniel Dennett, y Christopher Hitchens (que ya murió), que usan su ateísmo de forma militante para negar la existencia de Dios, con base muchas veces en una comprensión muy pobre del cristianismo y en un uso indebido de la ciencia.

LSA: ¿A qué se refiere con un uso indebido de la ciencia?

C.G.: Afirmar que la ciencia ha demostrado que no hay nada divino pone a la ciencia a decir algo que no dice ni puede decir. No hay una teoría absoluta del mundo que se soporte en la ciencia.

Afirmar que la ciencia ha demostrado que no hay nada divino pone a la ciencia a decir algo que no dice ni puede decir. 

Carlos Gómez

Las teorías científicas no están orientadas a crear visiones del mundo, de qué es lo que existe y qué es lo que no existe, sino a dar explicaciones de lo que ocurre, que muchas veces son provisionales porque luego son reemplazadas por unas explicaciones mejores en la medida que la ciencia avanza.

Stephen Hawking, en el “Gran Diseño”, dice, por ejemplo, que no es necesario pensar que hay un creador del universo porque el origen del universo fue la explosión del big bang, pero la creencia en que el mundo fue creado no se opone a la idea de un inicio del mundo en un momento dado.

LSA: ¿En qué forma no se opone?

C.G.: La idea teológica de la creación es mucho más compleja: todo lo que es podría no haber sido, tenga la forma que tenga y se rija por las leyes que se rija.

Alguien podría decir que preguntarse por esto es innecesario y que deberíamos tomar la existencia como algo bruto: somos y ya, en un universo físico regido por leyes físicas. Pero es una cuestión de tipos de sensibilidad y de la sed de algunos de cuestionar lo más básico: el hecho mismo que el mundo sea ordenado y se pueda conocer, no puede ser explicado por las teorías científicas sino que es el punto del que parten.

De hecho, algunos historiadores de la ciencia han mostrado que la idea de que el mundo fue creado fue uno de los presupuestos de la ciencia moderna.

Mirar el mundo con ojos religiosos o con ojos ateos, no depende de la ciencia ni de la argumentación racional. Prácticas espirituales como la meditación o la oración están diseñadas para desarrollar ciertas experiencias.

Mirar el mundo con ojos religiosos o con ojos ateos, no depende de la ciencia ni de la argumentación racional

Carlos Gómez

Algo parecido a lo que ocurre con la sensibilidad artística: uno puede tener cero oído musical al comienzo y con el tiempo aprender a valorar y escuchar cierto tipo de música. Hay gente a la que no le gusta el jazz y gradualmente comienza a entenderlo, por poner un ejemplo. El sentido espiritual también se desarrolla y se trabaja.

Las teorías científicas son susceptibles de ser leídas tanto para apoyar el teísmo como para negarlo

Carlos Gómez

Las teorías científicas son susceptibles de ser leídas tanto para apoyar el teísmo como para negarlo, dice John Hick, un filósofo de las religiones.

LSA: ¿En qué sentido?

C.G.: Volviendo a los nuevos ateos, ellos suelen recurrir a la teoría de la evolución de Darwin para tratar de mostrar que no hay Dios.

Darwin mismo era agnóstico. Es decir, no estaba ni a favor ni en contra de la existencia de lo divino, pero no como resultado de su teoría científica, que creía que podía ser usada a favor del teísmo, sino de que pensaba que era inmoral la idea de la condenación perpetua, de que un pecador tendría que sufrir eternamente en el infierno: su padre era librepensador y era una buena persona y le parecía el colmo que pudiera tener esa suerte por no ser creyente.

Además de eso, la muerte de su hija de 10 años, tras sufrir una enfermedad larga, en otras palabras, la evidencia del mal en el mundo, lo hizo alejarse del cristianismo. Es decir, lo que determina que una teoría científica o un hecho sea usado a favor o en contra de, por ejemplo, la creencia en Dios, no es la teoría misma, sino algo anterior, otro tipo de experiencias en la vida de las personas.

LSA: ¿Por qué usan entonces la Teoría de la Evolución en contra de las creencias religiosas?

C.G.: La teoría darwinista muestra que el mundo como lo conocemos, la forma que tienen los seres vivos, no es la de hace un par de siglos, ni milenios, ni millones de años, sino que ha ido evolucionando. Esto es usado para negar la existencia de Dios porque va en contra de la idea de que Dios creó el mundo tal y como es.

En realidad, lo único que refuta es una lectura literal de las escrituras -la de los creacionistas- según la cual la creación se agotó cuando Dios hizo las personas, los animales y las cosas, a partir de muñequitos de barro, algo que me parece problemático incluso desde el punto de vista bíblico.

Pero hay muchos teólogos y filósofos de la religión que repiensan la creencia religiosa de cara a la ciencia, que es lo que me parece que ha caracterizado a lo largo de la historia su relación, más que el conflicto.

En ese sentido, una teoría evolucionista es compatible con la doctrina de la creación en la medida que se asuma que el mundo está en proceso: Dios sigue creando el mundo con la participación de las creaturas para enriquecer la creación.

Esta es una visión que permite incorporar la historicidad a la teología. Hay otros ejemplos como éste.

LSA: Dígame otro

C.G.: Otro caso en que la teoría de la evolución ha sido puesta en contradicción de la existencia de Dios tiene que ver con que en la Inglaterra del siglo XVIII, a partir de Newton, se impone la idea de que hay unas leyes universales y surge con fuerza la metáfora de que el mundo funciona como un gran reloj, al estilo del reloj astronómico de la catedral de Estrasburgo; entonces, si el mundo es como un reloj, Dios es como un relojero.

Lo que torna innecesaria una creencia básica del cristianismo: si Dios diseñó un sistema mecánico perfecto, no se necesita su intervención constante. Y no tiene sentido, por ende, que la gente tenga que pedirle ayuda ni que ocurran milagros.

¿Por qué tendría que violar las leyes de la naturaleza que él mismo dictó para salvar a un niño que se está ahogando o para librarnos del coronavirus?

En todo caso, la cuestión es que la creación del mundo se comenzó a pensar con la metáfora del diseño. Dios sería el gran diseñador de la máquina del universo.

Y esto es justamente lo que el Darwinismo niega: las estructuras complejas que encontramos en la naturaleza se deben a procesos de adaptación de los seres vivos en el tiempo con independencia de cualquier propósito.

Esto demostraría, por ende, que no hay un Dios. Pero realmente lo que demuestra es que hay una mejor explicación para las estructuras complejas que la del diseñador, y que si hay un Dios no es ni un relojero ni un diseñador, no que no hay Dios en absoluto.

Esto pasa en general con los ateísmos, que son locales, en el sentido que niegan una idea particular de Dios, pero de ahí no se puede sacar que no haya Dios.

LSA: Usted dice que rara vez la pérdida de la creencia ha estado asociada al avance de la ciencia...

C.G.: Hay una idea común de que lo que lleva al ateísmo es la ciencia y no es así.

Además de los comportamientos de algunos clérigos que mencioné en otra pregunta, lo que han mostrado los historiadores es que la pérdida de la creencia ha tenido que ver con factores políticos y sociales.

LSA: ¿Cómo cuáles?

C.G.: Dado que la religión a veces ha servido para justificar ciertas estructuras sociales y políticas percibidas como injustas, se ha visto necesario alejarse de lo religioso para poder generar una transformación social. Esto se ha pensado como una forma de ateísmo.

Otro factor tiene que ver con la crítica de los textos sagrados. Anteriormente se pensaba que habían sido dictados de principio a fin por Dios y que no estaban localizados históricamente.

Con el surgimiento de la historia como ciencia y con el estudio de las lenguas clásicas, se cuestiona la imagen de las escrituras como la palabra de Dios al mostrar que tienen unos autores situados en unos contextos sociales y culturales y corresponden al lenguaje y los valores de un pueblo específico.

De nuevo, como pasa con la teoría Darwinista, para algunos esto es un escándalo y un motivo para perder la fe, pero lo que pierden es una particular imagen del texto sagrado.

La historicidad de las escrituras, de los seres humanos y de la vida, en general, es compatible tanto con la creencia, como con el ateísmo. Pueden seguir teniendo valor en tanto son testimonios de la forma como ciertas comunidades han experimentado su relación con Dios; tienen el potencial de mostrarnos o enseñarnos algo de lo divino actualmente.

Cuando los creyentes usan los desarrollos científicos para pensar aquello en lo que creen surgen interpretaciones teológicas más sofisticadas, interesantes y contemporáneas

Carlos Gómez

Cuando los creyentes usan los desarrollos científicos para pensar aquello en lo que creen surgen interpretaciones teológicas más sofisticadas, interesantes y contemporáneas.

LSA: En esta coyuntura del coronavirus, los científicos generalmente hacen la salvedad de que hablan ‘con base en la información que hay hasta el momento’. ¿Cierta incompletitud del conocimiento científico puede contribuir al diálogo entre la ciencia y la religión?

C.G.: Heráclito decía que a la naturaleza le gusta esconderse y esto ha ido de la mano con el desarrollo científico. Nuestro conocimiento es limitado. No podemos aspirar a un conocimiento absoluto, hay gente que aspira, pero es más una motivación para avanzar, que una posibilidad.

Hay dos sentidos en que las posibilidades del conocimiento son limitadas. Con el coronavirus hemos visto un límite provisional. Surge un problema, una crisis, hay algo que no sabemos, pero que esperamos llegar a saber y en principio estamos en capacidad de lograrlo. La ciencia está avanzando para diseñar la vacuna, encontrar medicamentos y ha avanzado en entender cómo se comporta el virus. En ese sentido, la metáfora de mover fronteras es propia de la investigación científica.

Pero hay otro sentido del límite, y es que hay cosas que escapan del dominio de la ciencia, no es que tenga una falla, sino que la ciencia no es para eso y ahí justamente tiene valor el diálogo entre ciencia y religión.

Sacar un sentido de la situación, por ejemplo, de estar todo el mundo ahora confinado en su casa, no es algo que la ciencia pueda responder.

Sacar un sentido de la situación, por ejemplo, de estar todo el mundo ahora confinado en su casa, no es algo que la ciencia pueda responder

Carlos Gómez

Preguntas que surgen en medio del aislamiento como: ‘de todas las cosas que tengo y podría perder, ¿Qué es aquello sin lo cual no quisiera vivir?, si tuviera que escoger algo ¿Qué escogería? ¿Quién soy? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Es esto en lo que consiste la vida, ir a trabajar todos los días, producir plata, hacer que la economía siga? ¿Para qué hago todo lo que hago?’.

Esta es una situación límite que nos toca a todos, por primera vez, globalmente. Todos estamos avocados a los mismos riesgos e incertidumbres, pero además a estar confinados y ese es el momento de mirar para adentro.

Estas preguntas de las que se ocupa la filosofía, son también las de las tradiciones religiosas. Y las respuestas y la forma de buscarlas es lo que varía.

LSA: ¿En qué sentido?

C.G.: Para las tradiciones religiosas, la respuesta no se la puede dar uno solo a partir de la sola razón científica ni filosófica, porque ambas tienen unos límites.

La espiritualidad, no en el sentido dogmático ni de las patologías como el fanatismo religioso, sino en el sentido de búsqueda, tiene que ver con la idea de un otro fuerte -Dios, en el caso de las religiones teístas- con quien estamos en relación, a quien podemos preguntar y escuchar, con quien podemos dialogar. Y para lo que es necesario estar abiertos. Algo que se contrapone a la idea de que puedo responder todos los interrogantes por la fuerza de mi propia creatividad.

Por eso creo que no hay una apertura mayor que la de una vida espiritual bien entendida y sana, de cara a Dios y a lo trascendente. Y en el caso de religiones que no tienen Dios y no son teístas, también hay algo que va más allá del yo, que puede ser experimentado.

La trascendencia es una crítica profunda a nuestras seguridades y comodidades básicas, es movimiento hacia algo que está más allá, más allá, que no podemos poseer, agotar, colonizar, ni controlar, pero nos llama. Quienes afirman que no existen nada, también se basan en interpretaciones, como lo son las religiosas.

LSA: Usted aboga por una postura intermedia que sitúa a los seres humanos como cocreadores del mundo. ¿Esa idea ayudaría a contrarrestar los efectos negativos que puede tener la confianza en que ‘se haga la voluntad divina’ que tienen algunos creyentes frente a los cuidados que cada persona tiene que tener frente al coronavirus?

C.G.: La mayoría de personas en Colombia somos religiosos, es decir, la gente tiene fe. Y la fe no es tanto una afirmación de creencias: ‘yo creo esto o aquello’. Uno puede no estar seguro de muchas cosas, no saber nada de ciencia ni de teología y, sin embargo, tener fe, lo que implica sobre todo una actitud de confianza. De confianza, en el caso del cristianismo, en la bondad de Dios, de ahí las metáforas como padre-madre.

Esa metáfora no implica pensar que no me va a pasar nada, sino que páseme lo que me pase, Dios sabrá, será para bien. Uno no tiene el control de nada, uno no es el dueño de uno mismo ni de la vida, se entrega confiadamente a otro que sabe más que uno.

El coronavirus implica algo interesante: que las manos de Dios en las que estoy también son mis manos y yo soy las manos de Dios para otros. Dios está siempre actuando a través nuestro. Hay un compromiso de solidaridad.

Si una persona dice: ‘no me voy a cuidar porque estoy absolutamente entregado a Dios’ esa persona debería revisar su actitud porque está convirtiéndose en un factor de riesgo, la confianza no puede ser nunca un motivo de irresponsabilidad.

La idea de que somos cocreadores implica asumir que la creación no ha terminado y que participamos de ella

Carlos Gómez

La idea de que somos cocreadores implica asumir que la creación no ha terminado y que participamos de ella.

LSA: Duque encomendó esta semana al país a la virgen de Chiquinquirá. ¿Ese tipo de aproximaciones a lo religioso pueden ser contraproducentes frente a un diálogo más productivo entre religión y ciencia?

C.G.: Debe haber un límite claro a manifestaciones de ese tipo cuando pretendan volverse obligatorias para todos.

En casos como éste, uno encuentra más bien que a un gobernante le queda difícil interpretar el mundo y las situaciones completamente desligado de sus creencias religiosas, algo que quienes no son creyentes o para quienes la virgen, por ejemplo, no es tan importante, pueden resentir por no verse representados en ese símbolo.

Lo que pasa es que no es tan fácil dividir entre la persona, que es el funcionario público, y el creyente religioso. En la práctica, sus decisiones y acciones están orientadas muchas veces por los principios y valores de su tradición.

Lo que creo que puede ser más productivo es que cuando un gobernante apele a sus creencias religiosas en un espacio público pluralista, lo haga con la conciencia de que es una postura entre muchas otras y así lo refleje en sus palabras de forma que otros que piensan distinto puedan verse ahí reconocidos.

No me parece que la solución sea negar los propios compromisos, sino reconocerlos en público, pero con la conciencia de la diversidad y de cómo modulo mis propias creencias frente a las de los demás.

LSA: Usted plantea la pregunta sobre el futuro del ateísmo luego de la crisis de la modernidad ¿en qué consiste esa crisis de la modernidad?

C.G.: La crisis de la modernidad, e incluso del mundo occidental, es algo sobre lo que empiezan a reflexionar algunas personas desde finales del siglo XIX.

Pero la Primera Guerra Mundial es como el primer campanazo de alerta: y ¿a esto nos ha conducido el control técnico del mundo?. Y se hace indiscutible en la Segunda Guerra Mundial con la bomba atómica: y ¿a esto nos ha conducido la razón? ¿esta era la promesa de la ciencia?

 

La propuesta del control y el dominio enteramente racional de la naturaleza e incluso de la vida humana, de la sociedad, como el único faro, se viene abajo al constatar que la razón tiene patologías, que la razón sola puede ser usada para una cosa o para otra.

No solo estamos en la etapa en que hemos exterminado una gran cantidad de especies, sino que además de eso, hemos desarrollo el potencial para aniquilar la vida con las armas de destrucción masiva, con el armamento nuclear que se ha diseñado a partir de la ciencia, porque no ha sido a través de otra cosa.

La ciencia nos ha permitido grandes desarrollos, pero tiene su contraparte problemática evidente. Responde a intereses y necesidades que muchas veces han estado orientados por quienes tienen la plata para financiarla.

Dado que el ateísmo, como lo conocemos, actualmente está hecho a la medida de la modernidad, en tanto implica pensar a Dios como un objeto que puede ser probado o refutado a través de la sola razón, tendrá la misma suerte que la modernidad: pasará como cualquier otro proyecto histórico, y se transformará en otra cosa.

LSA: ¿Cómo resuena la coyuntura del coronavirus con esa crisis de la modernidad?

C.G.: Una forma evidente en que resonaría con la crisis de la modernidad es que se comprobaran las especulaciones de que el coronavirus fue creado, diseñado, que es un producto humano, porque demostraría que la ciencia puede ser utilizada para cualquier cosa.

Pero una forma más interesante de verlo tiene que ver con cómo las personas asumen lo que está pasando.

Y el coronavirus, en palabras de Karl Jaspers, el psiquiatra y filósofo alemán, es una suerte de situación límite como las que a veces experimentamos en nuestras vidas.

El coronavirus hace evidente la interconexión total a través del fluído del otro. Se pone de presente la ética del cuidado. Algo que nos puede poner en sintonía de aprendizaje

Carlos Gómez

Suele pasar que estamos muy ocupados, estresados y con mucho trabajo y, de repente, sufrimos una enfermedad que nos hace ver la vida de una manera diferente. Quedarnos quietos, en una cama, sin poder hacer las cosas que creíamos que eran muy importantes y en las que estábamos invirtiendo toda la energía. Los proyectos quedan suspendidos por algo que está fuera de nuestro control y dominio, pese a que creíamos que éramos dueños de la vida.

La experiencia del coronavirus, que es dramática, también es interesante como fenómeno social por la capacidad de detener el planeta, por su potencial de hacer colapsar la economía y tornar incierto todo.

Edna Rueda, una escritora, hacía en estos días una reflexión: cómo es que algo como la saliva, algo que se transmite con un beso, un abrazo, con la proximidad, es lo que puede poner en jaque el sistema que se cree tan sólido e inmune incluso a la guerra, a las armas. Una gota de saliva puede derrumbar todo. La imagen es bella y diciente de la situación.

El coronavirus hace evidente la interconexión total a través del fluído del otro. Para cuidar al otro me tengo que cuidar yo mismo y, a la vez, la única forma de cuidarme a mi es cuidar a los otros. Se pone de presente la ética del cuidado. Esto es algo que nos puede poner en cierta sintonía de aprendizaje.

LSA: ¿De qué forma pueden asumir las personas creyentes o no lo que está pasando?

C.G.: Sería bueno preguntarnos no solamente cuándo va a salir la vacuna, cuándo vamos a volver a trabajar, o cuándo van a volver las cosas a la normalidad, sino también interrogarnos por si esto me dice algo o no me dice nada, ¿hay algo que pueda aprender de esto o no hay nada?

La sensación antes del coronavirus es que nada podía parar el sistema. Cada vez que encontramos una salida, el sistema la coloniza y la mercantiliza

Carlos Gómez

La sensación antes del coronavirus es que nada podía parar el sistema. Estamos metidos en una máquina de la cual no podemos salir. Cada vez que encontramos una salida, el sistema la coloniza y la mercantiliza. Si usted busca irse a vivir en una ecoaldea, el sistema comienza a vender tours de fin de semana a la ecoaldea.

Una cosa como el coronavirus que pone en jaque el sistema, que no entendemos todavía cómo ni hacia dónde nos va a llevar, puede ser vivido como una oportunidad de transformación profunda.

Se puede caer enteramente la economía, podemos perderlo todo, podemos quedar todos sin los trabajos que tenemos actualmente, y con esto pueden cambiar las dinámicas sociales de una forma que no podemos predecir.

Una cosa como el coronavirus que pone en jaque el sistema, puede ser vivido como una oportunidad de transformación profunda

Carlos Gómez

Y la pregunta es: ¿cómo quisiéramos que fuera? debería ser simplemente lo mismo o ¿no?.

Se me sale ahí también mi interpretación religiosa de qué especie de jalón de orejas es éste. Qué grandes cambios estamos llamados a hacer.

La metáfora de las crisis personales es global por primera vez en la historia de la humanidad, estamos unos países tratando de aprender de los otros: ‘por favor quédense en la casa, no comentan los mismos errores que nosotros cometimos’ se lee en algunos mensajes de personas en Europa, por ejemplo.

Puede ser también la oportunidad para que todas las fichas de la geopolítica global cambien y todo siga funcionando igual, y no se puede ser ingenuo ante eso, pero eso no puede tener la última palabra, no puede ser lo definitivo.

Con cada persona dejándose interpelar por la situación, hay la opción de algo más.

La metáfora de las crisis personales es global por primera vez en la historia de la humanidad

Carlos Gómez

Volviendo a la relación con las tradiciones espirituales, lo que estamos viviendo es como un retiro espiritual que se caracteriza porque uno está con los otros y al mismo tiempo está solo. El coronavirus es un retiro espiritual obligatorio de buena parte de la humanidad, en el que como en todas las experiencias de tiempo y encuentro con uno mismo, le salen al comienzo todos sus fantasmas, miedos, desbalances, pero en el que también se puede encontrar conciencia o luz interior.

Para citar:

Gómez, Carlos Miguel. 2017. "Modernidad, ciencia y ateísmo". En Diccionario Interdisciplinar Austral, editado por Claudia E. Vanney, Ignacio Silva y Juan F. Franck. URL=http://dia.austral.edu.ar/Modernidad,_ciencia_y_ateísmo Gómez, Carlos Miguel. “El problema del sentido en el diálogo entre ciencia y religión”. Theologica Xaveriana, 69(187) (2019): 1-23. doi: https://doi.org/10.11144/javeriana.tx69-187.psdcr

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