A San Pablo lo dejaron vestido y alborotado

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Esta es una de las calles de San Pablo que conduce al puerto de las chalupas.

San Pablo, un municipio del Sur de Bolívar en el que 28 mil de sus 35 mil habitantes están en el registro de víctimas, empezó a sonar como zona concentración de las Farc desde febrero. La Silla lo visitó tras el acuerdo del fin del conflicto.

 

San Pablo es caliente, muy caliente. Tanto que el que no es de allá se cansa sentado.

Y es aún más caliente por su historia, que está escrita en la memoria de sus calles con las letras de un conflicto que ha dejado miles de víctimas en todos sus rincones.

“Aquí sí sabemos a qué sabe la guerra”, dijo una sanpablense mientras hablaba de los horrores de su pasado, en un salón de la Alcaldía.

Más adelante completó la frase: “Aquí siempre viene gente así como usted a preguntarnos los sueños y las expectativas, y luego se van y no vuelven nunca”. 

Tras la firma del punto del fin del conflicto en La Habana, La Silla viajó a ese municipio.

El olvido de San Pablo

San Pablo está en Bolívar. En el Sur de Bolívar. Es el mismo departamento de Cartagena, la ciudad más famosa de Colombia en el resto del mundo, y también de municipios que no salen en las postales y que muestran la cara más cruel del país.

Los sanpablenses son tan caribes como todos los habitantes de la costa; la diferencia es que no son costeños de mar, son costeños de agua dulce, de la del río Magdalena.

Ese municipio de 35 mil habitantes se forjó en el margen izquierdo del Río Magdalena y hace parte de la subregión del Magdalena Medio, un espacio que comparten 32 municipios más del Sur de Bolívar, del Sur del Cesar, Antioquia, Boyacá y Santander, y que es conocido por el resto del país por haber sufrido y sobrevivido a los embates de la guerra en las últimas cuatro décadas.

Pero no de un solo tipo de guerra. En San Pablo (y en todo el Magdalena Medio) han visto la guerra de la guerrillas contra el Estado, la guerra entre guerrillas, la guerra entre guerrillas y paramilitares, y más recientemente la guerra de las bandas criminales. Todas con todos sus horrores. 

“¿Qué de qué he sido víctima? Yo he sido víctima como siete veces. A mí me mataron un hermano los paracos, a mí me secuestraron, a mí me mataron un compañero los guerrilleros, a mí me fueron a matar a la vereda, a mí me fueron a reclutar a mi hijo los paracos, a mí me han extorsionado. Es que esto es duro, usted no se imagina cuánto”, recordó una habitante del municipio que accedió a contarle su historia a La Silla.

Si alguien camina por San Pablo y le pregunta a sus habitantes por su historia, 8 de cada 10 le va a contar algo parecido. De los 35 mil habitantes del municipio, 28 mil están en el registro de víctimas de la Nación.

“Yo antes trabajaba en la Alcaldía y estaba embarazada. De pronto hubo una toma de guerrilleros ahí en la Alcaldía y botaron un poconón de armamento al piso, nos arrumaron en un rincón y empezaron a disparar hacia la estación de la Policía. La Policía respondió y nosotros estábamos en un rincón, en la mitad de las balas”, narró otra habitante del municipio. “Ese día casi pierdo mi hijo, nos terminamos volando por la parte de atrás porque amarraron las cortinas y nos bajamos. De ahí me llevaron al hospital”.

Las víctimas de San Pablo, son de varias zonas del Magdalena Medio. Pero en San Pablo no existe esa distinción. “Eso todo por acá es lo mismo, a todos nos ha tocado vivir la guerra, somos casi que uno solo”, le dijo a La Silla una de las víctimas.  

En la realidad esa frase es tan cierta, que aunque San Pablo está en Bolívar, si alguien quiere llegar allá es más fácil hacerlo por Santander. 

Si se sale desde Cartagena el recorrido puede tardar 10 horas por tierra. En cambio, si desde Bucaramanga se inicia el recorrido son dos horas y media por carretera pavimentada hasta Puerto Wilches y solo 20 minutos en chalupa a través del Río Magdalena. 

El que llega a San Pablo se da cuenta inmediatamente de que es un pueblo que ha crecido en el olvido, pero que como la mayoría en Colombia, se ha mantenido porque sus habitantes lo han podido sobrellevar.

San Pablo recibe regalías por la extracción de petróleo y oro (para 2016 están contemplados $1.700 millones) y tiene un presupuesto para este año de $21 mil millones; sin embargo $18 mil millones se van en salud y educación, poco más de $1.000 millones en gastos de funcionamiento y casi mil millones en otras obligaciones. Al final solo quedan $1.200 millones quedan para inversión. 

Esa plata no alcanza. Las vías del pueblo son trochas, el muelle al que llegan todos los insumos del municipio está cayéndose a pedazos, el alcantarillado solo llega al 67 por ciento de la cabecera municipal, y lo que existe de salud y educación “está en pésimas condiciones”, según le dijo a La Silla un alto funcionario del municipio que pidió la reserva de su nombre.

“Aquí si a alguien le pasa algo grave tiene que cruzar el Río Magdalena en chalupa. Nuestros niños están desescolarizados, y los que no, salen con un nivel educativo muy malo. La deuda del Estado con San Pablo es inmensa, nosotros no solo hemos vivido la guerra, sino también el abandono total”. 

Nuestros niños están desescolarizados, y los que no, salen con un nivel educativo muy malo.

Autoridad de San Pablo

Un pequeño paseo por el pueblo confirma todo lo que dicen sus habitantes. El puerto de las chalupas está improvisado con casetas que parecen más una invasión, que la entrada a un municipio; su infraestructura está olvidada, el comercio del parque central es el único que se mueve (entre hoteles, panaderías, restaurantes, venta de artículos y de ropa), el único banco que hay es el Agrario, la señal de celular se cae dependiendo del operador y no hay planta de tratamiento de aguas residuales.

Si uno camina más, encuentra barrios legalizados con casas que son hechas de palo, con piso de tierra y cuyo principal lujo es un televisor de 15 pulgadas. 

Esa es la realidad de San Pablo. Sin embargo, solo es sorprendente para los de afuera, los sanpablenses no la notan.

A eso se suma el hecho de que en la población es grande la percepción de que la plata del municipio se ha ido históricamente en corrupción. 

“Eso es un secreto a voces aquí. Todos seguimos igual de mal. Aquí no se invierte la plata en la gente, eso se va para pagar campañas, porque eso sí ¡bien costosas que si les salen! Pero para el pueblo nada de nada”, le dijo a La Silla uno de los habitantes. 

El alcalde Manuel José ‘Pipo’ Rudas, es un médico nacido en San Pablo que se eligió con 4.085 mil votos (el 37 por ciento de los depositados), por el Partido de La U. Según los sanpablenses, en medio de una campaña “en la que se vio mucha plata”.  

Este es su segundo periodo -ya había sido alcalde del 92 al 94-, fue concejal del 90 al 91, y en 2004 y 2005 gerente del hospital del municipio. 

Según un reporte de la Fiscalía, Rudas salió elegido en 2015 con una investigación vigente. La Silla no logró establecer por qué hechos ni si sigue abierta.

“Nosotros esperamos que este Alcalde haga las cosas bien. Van seis meses y tenemos que esperar”, aseguró un veedor. 

Si le va bien, San Pablo habrá aumentado su cobertura en alcantarillado (con un plan maestro de la Gobernación por $37 mil millones) y habrá reconstruido el muelle. Pero como no hay más plata, para las demás necesidades toca esperar por lo menos cuatro años más.

A menos de que por la inversiones del posconflicto llegue más plata al pueblo.

La guerra sigue viva

La guerra sigue tan viva en San Pablo como siempre, y por eso hay que andarse con cuidado. Si hay que hablar de ella es mejor bajar la voz.

Su estratégica ubicación en la rivera del Río Magdalena y a los pies de la Serranía de San Lucas (una zona de colonización con minería ilegal) lo hace un corredor de drogas ideal para los grupos armados. Y la siembra y la producción de coca hacen parte de la economía del municipio.

“Aquí vivimos del comercio, la palma, la coca, la ganadería y la minería ilegal. Esa es la verdad. Muchos tienen sus matas de coca para venderla a los grupos”, le contó a La Silla uno de los líderes del municipio.

Después de la desmovilización del ‘Bloque Central del Magdalena Medio’ de las extintas Autodefensas en 2004, una relativa calma volvió a San Pablo. “Antes uno iba caminando y en cualquier momento empezaba la balacera. Tocaba esconderse y rezar para que no le cayera una bala a uno”, recuerda un sanpablense.

En ese entonces las casas de cemento tenían marcas de bala por todas las fachadas, y los ríos de sangre eran comunes en las calles. 

“Uno recuerda que casi todos los días alguien salía corriendo y gritando porque le habían matado a un familiar. Eso uno no se lo desea a nadie”, agregó ese mismo sanpablense.

Aunque esa marea bajó, el mal jamás desapareció. 

En San Pablo están asentados los frentes 24 y 37 de las Farc, el ELN tiene a los bloques ‘Luis José Solano Sepúlveda’ y ‘Mártires de Santa Rosa’, y ahora hace presencia el ‘Clan Úsuga’, también conocido como ‘Autodefensas Gaitanistas’ o los ‘Urabeños’.

La expansión de las bandas criminales ha sido silenciosa pero efectiva, y en los barrios ya muchos se empezaron a dar cuenta. 

“Usted puede estar al lado de uno de ellos y si no conoce ni cuenta se da. Ellos ya están en todos lados y están aprovechándose de eso. Nuestros niños están corriendo peligro otra vez porque los están buscando para que se unan a esos grupos”, relata un habitante de San Pablo.

Además del fortalecimiento de las bandas criminales, el ELN se empezó a mover contra la población.

Hace dos semanas los mototaxistas fueron citados a una reunión y los guerrilleros les dijeron que tenían que pagar una cuota mensual de $100 mil pesos para que los dejaran trabajar; también les restringieron el tránsito en las veredas del municipio.

“Si usted quiere viajar a las veredas acuérdese de que después de las 5 no se puede ir en moto”, le dijo a La Silla una de las autoridades del municipio.  

Si usted quiere viajar a las veredas acuérdese de que después de las 5 no se puede ir en moto.

Autoridad de San Pablo

En la zona rural el panorama es aún más gris. En los 11 corregimientos el suministro de agua potable es mínimo, solo el 30 por ciento tiene alcantarillado y solo hay dos colegios con educación secundaria y, para ir a clase, a los niños de los sectores más alejados les toca caminar hasta dos horas, en muchos casos sin desayuno y con sus cuadernos al hombro en el sofocante calor de la mañana.

“Los niños en el campo tienen dos opciones. O se vinculan a esos grupos o se van de raspachines, porque los cultivos legales no dan. Si yo quiero bajar mis cultivos me sale muy caro, las vías son malas y a lo que lo venda acá no me va a dar suficiente plata”, le contó a La Silla un habitante de la vereda Cañabraval, a casi dos horas de la cabecera municipal de San Pablo.

La Defensoría del Pueblo ya emitió una alerta porque en medio del trayecto de los niños hacia los colegios de la zona rural, los grupos armados están interceptándolos para reclutarlos.

Pero además de esas acciones, hay algo más que les preocupa a los sanpablenses: ya no hay manera de distinguir entre los guerrilleros y las bandas criminales. 

Antes era sencillo, porque se peleaban territorios,controlaban zonas diferentes y tenían procedencias ideológicas claras. Ahora todos hacen parte de lo mismo.

“Son socios”, le dijeron a La Silla cuatro líderes y un funcionario del municipio.

En las últimas dos semanas ha habido tres asesinatos en San Pablo. En el pueblo nadie sabe con certeza quiénes son los autores.

El show se lo creyeron todos

Si hubo un municipio que le madrugó a las zonas de concentración a las que llegaría las Farc, fue San Pablo.

Cuando aún todo estaba en el aire, el 28 de febrero el gobernador de Bolívar, Dumek Turbay, lanzó la propuesta para que ese municipio se convirtiera en una de las zonas de concentración y le dijo al Gobierno Nacional que esa era la muestra del compromiso de su departamento con la paz. 

De ahí para adelante todo se alborotó en San Pablo, y aunque las características de su terreno -que incluye cultivos ilícitos, minería ilegal, presencia del ELN y de las bacrim- hacía muy complejo que terminara seleccionado, cada uno con sus intereses se montó en el bus de que ese municipio sería uno de los primeros que recibiría inversión en el aterrizaje de la Paz. 

Al Alcalde le funcionaba por los millonarios recursos que llegarían y por el legado que le significaría esa inversión. A las 28 mil víctimas porque sentían que estando en una zona de concentración el Estado las repararía más rápido y en serio - “una reparación no son algunos salarios mínimos por un muerto”, le dijo una de las víctimas del municipio a La Silla-. Y al resto del municipio porque creen que traería mejor salud, mejor educación y más oportunidades.

Si bien el no ser una zona de concentración no significa que un municipio no será priorizado en el posconflicto y cabe la posibilidad de que San Pablo esté en esa lista y le llegue inversión,  para los habitantes del municipio hacer parte de una era una especie de seguro que les garantizaba que el Estado sí los iba a mirar por primera vez en mucho tiempo.

Sin embargo, siempre hubo un sector que no estuvo tan de acuerdo con la zona de concentración en San Pablo: dos funcionarios del municipio y cuatro líderes le dijeron a La Silla que sí había un sector poderoso que se podía oponer a la zona de concentración era el de los grandes palmicultores del municipio.

Y es que muchos son los intereses que guarda la Federación Nacional de Cultivadores de Palma de Aceite, Fedepalma, en San Pablo.

Por un lado, San Pablo es uno de los 50 municipios del país con mayor área de palma de aceite sembrada; y en la zona rural del municipio, Fedepalma tiene la planta extractora Loma Fresca, cuya construcción en 2012 costó más de $22 mil millones, y que además de ser una de las más importantes para esa industria en Bolívar en los últimos meses fue blanco de ataques del ELN.

“A ellos no les gusta la guerrilla. Pero cuando digo a ellos, es a los grandes, no a los que tenemos unas maticas de palma. Nosotros supimos de comisiones que viajaron a hablar con los del Gobierno para oponerse a la zona de concentración”,  contó un líder de San Pablo.

Una fuente de la Gobernación de Bolívar le contó a La Silla que si bien los palmicultores "manifestaron su preocupación", no se opusieron "a la llegada de la paz en el Sur de Bolívar".

Con ese telón de fondo, el rumor de la zona de concentración se esparció por todos los rincones. 

Sobre todo después de que el 27 de mayo el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, llegó hasta el apartado municipio al que los políticos llegan solo en campaña, para hablar del programa ‘paz en acción’ que incluía a los 39 municipios más afectados por el conflicto en el país.

Para los sanpablences esa fue la confirmación tácita de que allí habría una zona de concentración.

La vereda La Virgencita, a hora y media en moto desde la cabecera municipal de San Pablo, empezó a sonar como el punto al que llegarían los frentes 24 y 37 de las Farc. 

“El show nos dio para todo. Aquí empezaron a venir funcionarios a preguntarnos lo que pensábamos del proceso de paz y aunque no nos dejaron intervenir a nosotros en el evento del Ministro, ya pensamos que todo estaba listo. Eso nos dio mucha esperanza porque iban a llegar recursos para el municipio”, le contó a La Silla un líder de San Pablo.

Eso (la zona de concentración) nos dio mucha esperanza porque iban a llegar recursos para el municipio

Líder de San Pablo

Los rumores sobre la zona de concentración involucraron hasta al Clan Úsuga. La semana pasada circularon mensajes en whatsapp firmados por ese grupo. 

“Decían que ellos tenían los hombre suficientes para recuperar la tierra que el Gobierno les regale a las Farc”, le dijo a La Silla uno de los habitantes de San Pablo.  Esa versión fue confirmada por una autoridad del Municipio.

Los anuncios generaron temor. Pero pudo más la expectativa de la llegada del Estado a San Pablo. “Ya involuntariamente nos tocó prestar el municipio para la guerra, ahora podemos hacerlo para la paz”, fue la consigna en la que varios líderes de San Pablo coincidieron.

Así, el jueves San Pablo se fue a dormir pensando que le empezaría a llegar inversión con una zona de concentración.

Esa noche llovió mucho. El calor fue el mismo, solo que húmedo.

El viernes a las 9:30 de la mañana, cuando La Silla estaba esperando a que se secara la carretera para viajar a La Virgencita y conocer cómo sería el lugar en el que ubicarían a las Farc, el Ministro de Defensa publicó la lista de los municipios que tendrán zonas de concentración.

En ella no estaba San Pablo. 

La primera en enterarse fue una líder cuando leyó el comunicado del Ministerio. Tres minutos después, cuando llegó a la Alcaldía, los demás conocieron la noticia.

Más adelante, en un salón de la Alcaldía en el que estaban otros tres sanpablenses, otra líder, después de contar su historia, dijo decepcionada: “Aquí siempre viene gente así como usted a preguntarnos los sueños y las expectativas, y luego se van y no vuelven nunca”.

 

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