Además de plata, el covid les quitó a los carnavales su alma

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Sin el encuentro entre personas distintas, pierden su razón de ser

El domingo terminó en Cali el Festival Petronio Álvarez, el festival afro más importante de América Latina que desde 2011 es patrimonio cultural de la Nación, y ayer empezó el Festival de la Leyenda Vallenata en Valledupar.

Pero este año fueron distintos. La pandemia no sólo corrió el Petronio de agosto a septiembre, sino que llevó a los dos a la virtualidad, dos ejemplos de lo que está pasando con los cientos de festivales, carnavales y ferias que se realizan cada año en Colombia.

Con las restricciones decretadas por el Gobierno y las recomendaciones de epidemiólogos para frenar los contagios de covid, las aglomeraciones propias de estas festividades están prohibidas y son temidas porque son un riesgo para la salud.

Por eso, el panorama es oscuro: los eventos masivos se demorarán en regresar y, según 21 personas que conocen, participan o dirigen algunas de las festividades más reconocidas del país, el cambio ya marca dos golpes fuertes: el económico y el social.

Menos plata

Las festividades mueven la economía de mucha gente, desde los encargados de la logística hasta los músicos, pasando por los comerciantes formales e informales que multiplican sus ventas. Son cientos de personas las que se sostienen durante meses gracias a las ganancias de esos pocos días.

“Durante el Petronio uno se podía hacer 3 o 4 toques al día y eso dejaba, en un grupo de cuatro o cinco personas, un promedio de ganancias de 100 mil pesos libres para cada uno por cada toque” dice Hugo Moreno, músico percusionista del Pacífico.

Otros viven permanentemente de ellas, como los llamados ‘andariegos’ que van de festividad en festividad vendiendo objetos útiles como sombreros y ponchos, u ofreciendo atracciones paralelas como carruseles.

Además, mueve el turismo: este año antes del covid, el sábado 15 y el domingo 16 de febrero fue el Carnaval de Barranquilla y los hoteles de la ciudad registraron un promedio de ocupación del 95 por ciento; en Valledupar, el año pasado, el 61 por ciento de los 120 mil turistas que llegaron al Festival Vallenato se transportaron en taxi.

El golpe se da en uno de los sectores más afectados por la crisis porque muchas de las personas del sector cultural viven del diario y no tienen ahorros, como muestra una encuesta que hizo la Alcaldía de Cali a 501 empresas y más de 8 mil trabajadores del sector entre marzo y mayo: el 66 por ciento de los colaboradores trabajan “por cuenta propia con fuentes inestables de ingreso”.

La encuesta también dice que solo en Cali y de abril a junio, se habían perdido 62 mil empleos relacionados con actividades artísticas y el entretenimiento, casi la mitad de todos los que había un año antes.

No es fácil saber cuál es el costo total de no hacer los carnavales y festivales que hay en Colombia, que son cientos; por eso MinCultura está haciendo una encuesta para conocerlo. Pero al mirar casos concretos, no queda duda de que el impacto es grande

Por ejemplo, en Riosucio, Caldas, que tiene 60 mil habitantes pero recibe 200 mil para su carnaval que debía ser en enero pero ya no va. A esto se suma que la corporación del carnaval tiene una deuda de 320 millones de pesos difícil de saldar y ahora hay 500 empleos directos en el aire.

O en Valledupar donde, según Rodolfo Molina, presidente de la fundación encargada del festival, la afluencia es tanta que las bombas de gasolina se abastecían para cinco días con lo que normalmente invertían en un mes. 

Allí, la Fundación Leyenda Vallenata calcula que se movían unos 80 mil millones de pesos que este año no se verán, y pasó de contratar 600 personas para la logística a 50 para el festival virtual que arrancó ayer y termina el sábado.

O en Barranquilla donde Carla Celia, directora del Carnaval, dijo a La Silla que “un cálculo rápido que podemos hacer es que (con la virtualidad) mínimo se puede perder el 50 por ciento de los empleos. Pero en este momento todo es incierto”.

O en el Carnaval de Negros y Blancos de Pasto, donde cada peso invertido deja tres de ganancia a la ciudad y que daba empleo a unos 15 mil artistas, incluyendo las hasta 15 personas que podían ser contratadas para hacer cada de una de las coloridas carrozas que se tomaban las calles. 

Todo eso se debe a que con la virtualidad se pierde la fiesta de los sentidos propia de los carnavales.

Por ejemplo Luz Aida ‘Tata’ Castillo lleva 10 años como expositora de gastronomía en el Petronio y este año se quedó sin generar los entre 8 y 10 empleos que daba en cada versión (pagando casi 800 mil pesos a cada uno en una semana), porque ya no hay miles de personas que pasando por su stand se antojaban y le compraban.

Ahora, sólo lo pueden hacer si desean entrar a la página web y alguno de los menús los llama, sin poderlos ver ni oler.

Justamente eso, la distancia sensorial, es lo que produce un impacto social muy fuerte por el cambio.

Menos encuentro

La pandemia, con su prohibición de las aglomeraciones, afecta el corazón social de las fiestas, su razón de ser.

“Las fiestas tienen unos sentidos sociales muy profundos, porque son el espacio para consolidar el tejido social interno donde las personas salen a mostrar lo que hacen, conocen a su vecino, se acercan a él y generan vínculos más fuertes”, le dijo a La Silla Pedro Figueroa, antropólogo que lleva 12 años trabajando en las fiestas desde una perspectiva cultural.

Esa fue una de las razones para no hacer carnaval virtual en Riosucio: “nuestro carnaval no es sólo para ver, es para participar”, explica Sandra Calvo, de la corporación que se encarga del mismo. 

Eso se nota, por ejemplo, en la Entrada de las Colonias de ese carnaval, en la que familias del pueblo se disfrazan y salen a recorrer las calles para reencontrarse con vecinos y amigos, y reconocer los cambios del pueblo y de las personas. 

Esos espacios de encuentro y fiesta conjunta ayudan a tejer comunidad. 

“La ciudad sin carnaval es como una olla a presión con tapa”, nos ejemplificó Edgar Zarama, organizador de la Red Colombia Festiva que reúne a cerca de 30 festividades del país, pues es un espacio para “compensar las desgracias de la cotidianidad”. 

Las fiestas sacan a las personas del día a día y generan puntos de encuentro con quienes no se hubieran cruzado sin ellas, por distancias económicas, geográficas o de otra índole.  

Ese impacto del encuentro va más allá de los vecinos; como dice Figueroa, en algunos casos son clave para “conservar los vínculos con el territorio natal”, pues quienes han dejado su tierra regresan esos días y así se mantiene una relación con efectos sociales, familiares, económicos y culturales. 

Por ejemplo, el Petronio Álvarez reúne a afros de la región del Pacífico y a los descendientes de migrantes que han llegado a Cali, que ven en él una oportunidad para acercarse más a sus raíces, conocer las tradiciones, escuchar y sentir la música con la que probablemente no crecieron, al menos no con el contexto y la influencia en un pueblo afro. 

Por todo eso es que la apuesta por la virtualidad deja dudas.Aunque puede ampliar las audiencias, no garantiza que las tradiciones se conserven.

“El patrimonio inmaterial es una transmisión de saberes y tradiciones que se da en la comunidad”, dice Ana Galvis, asesora del grupo de Patrimonio Inmaterial del Ministerio de Cultura; si la comunidad sólo está detrás de una pantalla y no se puede encontrar, esa transmisión es más difícil.

Sobre todo porque en las fiestas no solo se comparte sino que se crea.

“Los espacios de encuentro también dan lugar a unas escenas que conllevan un discurso político, estético, ideológico que sin el espacio de interacción se debilita”, explica Javier Alejandro Rodríguez, docente de la Javeriana que ha investigado y escrito sobre las industrias culturales y creativas. 

Rodríguez dice que no es lo mismo crear en grupo que de forma individual porque las ideas, la crítica y la retroalimentación es más activa, también dice que con el encuentro y la presencialidad los representantes de colectivos pequeños o de grupos poco visibles en las industrias culturales y creativas podían gestionar redes de apoyo económico o de otra índole para obtener recursos o tener mayor alcance.

La conclusión es que, en medio de la incertidumbre actual entre los contagios y la creación de una vacuna, las fiestas se están empezando a adaptar a la llamada nueva normalidad. Y eso, a mediano plazo, puede incluso renovar las fiestas.  Y es que así como la peste negra dejó como herencia la máscara utilizada en el Carnaval de Venecia, esta pandemia seguramente dejará una huella en las fiestas del futuro.

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