Estuvimos en el encuentro cerrado del Presidente con exguerrilleros en la Serranía del Perijá, cinco días después de su golpe a la JEP. Crónica.
Duque y los excombatientes de las Farc
Carolina Vargas, excombatiente de las Farc, e Iván Duque. Fotos: Laura Ardila.
Ay, qué bebé tan hermosa. ¿Cómo se llama? Y tú, ¿cómo te llamas hermano? Quería venir a saludarlos, a estrechar sus manos, a conocer sus realidades. Espero que reciban mi afecto.
Presidente, bienvenido. Presidente, le voy a presentar a nuestro líder. Señor Presidente, la comunidad le quiere hacer un regalo.
De alguna manera, fue como cuando cualquier presidente visita un pueblo y como cuando cualquier pueblo recibe la visita de un presidente.
El pueblo de Tierra Grata, municipio de Manaure, Cesar, en las estribaciones de la Serranía del Perijá, se preparó con entusiasmo: atendió la coordinación logística que hizo el Gobierno, tuvo lista comitiva para el recibimiento, con varios allí vestidos más formales que de costumbre; no mandó al colegio a los niños, que parecían en domingo por la tarde: contentos, jugando de aquí para allá.
El presidente Iván Duque les llegó una hora y 42 minutos después de lo presupuestado. Saludó, besó, abrazó. Dijo que estaba emocionado. Intentó hacer chistes. Se sentó a comer.
Lo normal.
Pero no se trató de cualquier pueblo ni de cualquier Presidente. Tampoco de cualquier circunstancia.
Duque, el uribista Duque, arribó a la zona veredal de reincorporación (legalmente llamada Etcr, Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación) de las Farc en el Perijá el pasado viernes, cinco días después de haber anunciado al país sus objeciones a la ley estatutaria de la Jurisdicción Especial para la Paz JEP, una de las columnas vertebrales del Acuerdo con esa exguerrilla.
292 personas permanecen allí, excombatientes de los antiguos frentes 19 y 41 y sus familiares, en medio de una feria de carencias materiales, con la particularidad de que (como no sucede en otros Etcr) su líder social sigue siendo el que fuera su comandante en la guerra: Abelardo Caicedo, quien integró el Estado Mayor Central de las Farc y está llamado por la JEP.
Era, pues, un cara a cara. Uno nuevo. Uno más. Apenas horas antes Paloma Valencia, del partido del Presidente y muy cercana a él, le había dicho “narcoterrorista” al senador de la Farc, Pablo Catatumbo, en el Capitolio en Bogotá. Ahora se venía otra versión, una en terreno, del encuentro -del choque- entre estas dos fuerzas políticas.
Otra versión, pero de carácter privado, eso sí. Porque la noche antes Presidencia había pedido a los líderes de la comunidad tener en cuenta que sería un evento de “bajo perfil” en el que no querían medios (Yo logré llegar por mi cuenta la noche antes al ETCR y ser el único medio en el recorrido, aparte del de la Farc).
¿Cómo iría a salir todo?
Duque, quien recién posesionado había ido al ETCR de Pondores, en la vecina Guajira, y luego no había vuelto a pisar ningún otro de los espacios de excombatientes farianos que hay en el país, se bajó de su camioneta en Tierra Grata a las 11 y 42 de la mañana.
Antes de recorrer los más o menos 15 minutos de trocha mala, entre subidas y bajadas, que separan una vía asfaltada de la vereda, había llegado en helicóptero de Valledupar al Batallón de Alta Montaña número 7 del Cesar, en donde funciona la “carpa azul” o sistema de monitoreo con el que cuentan todos estos espacios.
Su visita fue un rumor que comenzó a correr entre la comunidad horas después del anuncio de las objeciones a la JEP en alocución televisada el domingo, y se confirmó a mediados de la semana, cuando apareció en el espacio la avanzada de seguridad presidencial.
Palacio definió hasta el mínimo detalle, con opinión de los líderes de la vereda y tiempos que nunca se cumplieron porque Duque llegó tarde:
Hará un recorrido a pie de 49 minutos por los proyectos productivos de los excombatientes; tendrá un conversatorio de hora y 11 minutos cerrado para 70 personas; gastará dos minutos de caminata hasta la guardería, en donde compartirá 10 minutos con los niños; y al final un almuerzo habrá en el que podrán estar 20 de ustedes -excombatientes todos, por favor, manejaremos una lista- de 38 minutos.
Los escoltas de los esquemas de seguridad que tienen algunos exguerrilleros no podrán portar su armamento mientras estuviera el Presidente. En el conversatorio nadie podrá estar de pie. Todos sentados. El almuerzo será sancocho de gallina criolla, carne de res, pechuga, arroz blanco, ensalada y patacón. Esa comida se contratará con el restaurante del espacio veredal.
Los excombatientes asumieron las directrices y ayudaron a organizar el lugar para el conversatorio (un salón en donde antes tenían la rancha o cocina), que las mamás y los niños más pequeños estuvieran en la guardería pendientes (han nacido en total 26 desde que se concentraron para dejar las armas), que tuviera todo listo la señora de la cocina (que mató ocho gallinas).
Más allá de lo logístico, en el único día que tuvieron para alistarse lograron acordar y redactar dos documentos para que leyeran a Duque el excomandante Abelardo Caicedo, quien fungió como anfitrión principal, y Yarledys Olaya, presidenta de la Junta de Acción Comunal de Tierra Grata, que es la primera Junta de Acción Comunal en un Etcr del país.
Ese tipo de pasos buscando progreso y las condiciones de seguridad son los que, uno intuye, pudieron haber tenido que ver en la escogencia de Tierra Grata para la visita de Duque.
Tierra Grata no tiene rentas ilegales a su alrededor (ni cultivos de uso ilícito o minería) y además es el Etcr más cerca a una capital (a una hora larga de Valledupar).
En medio de sus necesidades e incertidumbres frente a la implementación de lo acordado, es una comunidad organizada. Y lo es, básicamente, porque ha podido mantener en varios aspectos el espíritu de lo colectivo que determinaba todo en las Farc.
En lo chiquito y en lo grande. Desde cuadrar cada lunes los turnos de aseo de los baños comunitarios hasta tener armado con todo detalle un proyecto de vivienda con el que aspiran a pasar de los cuarticos actuales de 6x4 a casas propias de 80 metros cuadrados, poniendo los 8 millones por cabeza que les da el Estado una única vez, una plata del Fondo Europeo para la Paz y mano de obra propia.
Para cada paso que dan o intentan dar juntos ha sido clave la lealtad y confianza que la otrora tropa sigue teniendo con Abelardo Caicedo, cuyo nombre en la guerra era Solís Almeida, “el mítico Solís Almeida”, como me dijo un exguerrillero; entonces reconocido por sus habilidades militares y hoy estudiante de primer semestre de Administración Pública en la escuela superior Esap.
También están la línea política que les tira Fredy Escobar o Jimmy Ríos, el profesor al que el Ejército, cuando lo capturó en 2006, definió como uno de los más importantes ideólogos de la guerrilla.
Y el apoyo que les han dado los alcaldes de los municipios vecinos y una parte del sector privado local, en donde han podido por ejemplo conseguir contratos para algunas de sus iniciativas productivas.
En contraste con lo que pasa en varios otros espacios veredales en los que se han registrado desbandadas de exguerrilleros, en Tierra Grata el número de habitantes ha aumentado desde que llegaron a comienzos de 2017: de 162 a 292.
Y eso que les falta todo. El agua permanente, las iniciativas productivas en firme, las vías, la seguridad de la tierra porque en agosto se acaban legalmente los Etcr y, por ahora, tendrían que abandonar la finca de la vereda por la que el Estado paga un arriendo.
Por eso, sin tiempo que perder, organizados como hasta ahora, tuvieron como estrategia de gestión durante la visita presidencial que varios excombatientes se les acercaran por los lados a los altos funcionarios de la comitiva del Gobierno para plantear urgencias concretas como la del agua.
Lo hicieron en cuanto Duque se acercó a ofrecer los primeros apretones de mano, tras bajarse del vehículo blindado.
El Presidente se veía cómodo, tranquilo. Acompañaba cada saludo con una tocada en el hombro o una palmada en la espalda. Preguntando a cada quien cómo se llama, qué hay, cómo está todo, qué se dice. Se detenía con cada niño. Sonreía.
Carolina Vargas, otra de las exguerrilleras líderes del espacio, detuvo momentáneamente la lluvia de saludos y dio la largada al recorrido al invitarlo en voz alta para que viera las iniciativas de las huertas y las codornices.
Claro que sí, vamos. Ni siquiera parecía inquieto de calor con su guayabera manga larga, en pleno mediodía caribeño y sobre una arena anaranjada que hervía.
Caminó con calma. Seguido de varias decenas de funcionarios, altos funcionarios, la embajadora de la Unión Europea, Patricia Llombart, miembros de la ONU encabezados por el jefe de la misión en Colombia, Carlos Ruiz, de la Policía, del Ejército y, cómo no, de la comunidad de excombatientes.
Iba hablando con Carolina.
El sendero era polvoriento e irregular, lleno de piedras, de desniveles y de hierba seca que crujía. Un funcionario tropezó y se cayó.
En las huertas, Duque saludó a un muchacho que tenía puesta la camiseta del partido Farc y le pidió a Andrés Stapper, director de la Agencia para la Reincorporación, mirar la posibilidad de apoyar la iniciativa con el esquema de agricultura por contrato.
En las codornices preguntó a cómo están vendiendo la caja de huevos.
En el taller de confecciones pidió que le vendieran uno de los pares de botas que los exguerrilleros han fabricado. Se lo puso enseguida.
Mientras la comitiva iba de un proyecto productivo a otro, noté cómo una exguerrillera le metía conversación informal a Emilio Archila, el Alto Consejero Presidencial para el Posconflicto, para explicarle la campaña ‘Un metro de manguera por el agua de Tierra Grata’ que se ideó la comunidad para conseguir recursos y garantizar el abastecimiento.
Después de ver la panadería de dos hornos y una batidora industrial que donó la ONG Caritas (“¿Y aquí es donde desayuna Abelardo?”, exclamó Duque cuando entró) comenzó el conversatorio.
Primero, el regalo. La comunidad decidió que los padres de la primera niña que nació en Tierra Grata, Aylen, de casi dos años ya, le entregara al Presidente dos cuadros de la pintora fariana Inti Maleywa con postales de los actores de la guerra en los 50 y 60.
Después, Abelardo leyó su documento titulado ‘Entendemos que el Acuerdo es el que está objetado’, con el que, claro, reclamó a nombre de su vereda y de su partido por las objeciones a la JEP, por el “montaje judicial a nuestro compañero Jesús Santrich” y, en general, por la situación del proceso; pero también reveló que las realidades en el terreno les imponen otros apuros más inmediatos por plantear.
“¿Qué priorizamos decirle al Presidente si aquí estamos en condiciones similares como en 1964 en Marquetalia, solicitando agua, viviendas, carreteras, tierra y democracia?”.
Como me había dicho Jimmy Ríos el día antes: “Lo de la JEP no nos causó un mayor revuelo porque no nos sorprendió. En cambio aquí pasamos de una guerra militar a una por una manguera con agua”.
La Presidenta de la JAC habló en el mismo sentido.
Emilio Archila respondió que no había de qué preocuparse. Según el alto consejero del posconflicto, “el 90 por ciento” de las urgencias que Abelardo manifestó las están “solucionando”, lo que pasa es que ha habido errores para comunicar eso. Incluso criticó a su jefe de prensa públicamente.
Luego, Archila dio la noticia de que el Gobierno no extenderá más allá de agosto la existencia jurídica de los Etcr, y que lo que pasará es que la Agencia de Tierras determinará cuáles de ellos se pueden incorporar al ordenamiento territorial “para luego sí mirar los temas que los aquejan de vías, agua”.
Duque comenzó hablando de la niña que le dio el regalo. Después elogió a los excombatientes, en una intervención durante la cual fue inevitable preguntarse qué podrían pensar de ella en su partido, el partido que ha querido hacer trizas los Acuerdos.
Les aseguró que su presencia no se debía a lo de las objeciones, sino que había llegado para hablar del país que debemos construir entre todos. Que quería conocer sus realidades. Y que aceptaran de él el mismo afecto que siente por el resto de colombianos.
De todas formas, volvió a referirse, una a una, a las seis objeciones que le hizo a la ley estatutaria de la JEP, pero no como el Duque de la alocución, sino como uno de tono menos firme, con explicaciones adaptadas a la circunstancia de los exguerrilleros.
Por ejemplo, como cuando les dijo que hablar de garantizar la reparación colectiva a las víctimas no significaba que les fueran a quitar a los excombatientes lo que están construyendo.
O cuando, al hacer referencia a la verificación de las listas de los reconocidos dentro del proceso, manifestó: “Es que si se mete un colado, eso le hace daño es a ustedes, porque ustedes lo que menos quieren es que haya colados en este proceso”.
Al final, dijo que quedaba con la tarea de buscar compradores para los productos de las iniciativas. Y que se prepare Abelardo porque lo estaré llamando para reponer cada par de botas que se me gasten recorriendo Colombia.
No mencionó a Jesús Santrich. Pero sí a Rin Rin Renacuajo, cuando llegó más tarde a la guardería a saludar a los niños y les preguntó si se sabían el cuento.
Almorzó -en el almuerzo en el que sólo podían estar 20 exguerrilleros- frente a Abelardo Caicedo, el exjefe llamado por la JEP que entró en incertidumbre tras las objeciones.
A las 2:53 de la tarde se subió a su camioneta dando besos y abrazos.
Mientras, la excombatiente y líder del espacio Carolina Vargas intentaba sacarle a Andrés Stapper, de la Agencia para la Reincorporación, la promesa de que tratará de convencer a Duque para que regrese a poner la primera piedra del proyecto de vivienda de la comunidad.
¿Cómo iría a salir todo?
La respuesta resumida es que, aunque nadie varió en sus puntos ideológicos ni en sus críticas, los representantes de dos fuerzas contrarias evidenciaron al menos reconocerse dentro de ese valor llamado institucionalidad, como no siempre se les ve hacerlo y como era impensable hace unos años.
“Yo valoro el esfuerzo que ustedes están haciendo… aquí no tienen al antagonista de un partido, sino al Presidente de todos, de ustedes”, les dijo en un momento Duque.
Mientras, los exguerrilleros con el recibimiento al Presidente y la gestión de sus apremios de terreno ante varios funcionarios mostraron que su plan es con el Estado.
Que el Estado ya no es el enemigo, sino el que les resuelve.
Que su proyecto de vida tiene vocación de permanencia en Tierra Grata. Y que al menos ese espacio, al menos ellos, no parecen estar contemplando otra opción.