Monseñor Monsalve, el Arzobispo de Cali, coordinará la comisión episcopal que acompañará la relanzada fase pública de los acuerdos de paz con el ELN y desde ya arrancó a imprimirle su sello personal
El cura 'poco discreto' en la negociación con el ELN
El Arzobispo de Cali, Monseñor Darío de Jesús Monsalve, coordinará a partir del 27 de octubre la comisión episcopal que acompañará, como facilitadora, la relanzada fase pública de los acuerdos de paz con el ELN. Es un hombre de posiciones fuertes, que toma decisiones motivado por la búsqueda de resultados, aunque en muchos casos terminen haciéndolo parecer como un obispo 'poco discreto'.
En esta semana que se anunciaron los diálogos, Monseñor ya ha dado muestras de que mantendrá su sello personal en la siguiente fase de la negociación de paz con la guerrilla, aunque algunos lo vean como un riesgo. Y lo hará porque para él, que desde muy joven ha visto la violencia de cerca, ser provocador es un atributo y no un defecto. Es, lo que en su opinión llevó a Jesucristo a morir crucificado, acusado de ser un subversivo. Y es la misma postura que ha mantenido en su carrera como sacerdote de la Iglesia Católica.
La Iglesia como tienda de campaña
A Monseñor Monsalve –69 años, alto, pelo blanco y risueño– le gusta repetir la frase del Papa Francisco de que “la Iglesia debe ser como una tienda de campaña”, cuenta una persona que lo conoce. Es lo que ha hecho desde que se ordenó como cura en Jericó, Antioquia hace cuarenta años y que se cumplen exactamente hoy.
Tenía 28 años y la única experiencia de ser el delegado de la iglesia para la pastoral juvenil del suroeste antioqueño, la región donde está ubicado su natal Valparaíso. Allí creció al lado de sus papás de origen campesino, productores de panela en la vereda La Miel, junto con sus nueve hermanos.
Había ingresado al Seminario Menor de Jericó cuando tenía 12 años y ya estaba convencido de que quería dedicar su vida a la Iglesia, a la que veía como una promotora de liderazgo social. Luego pasó al Seminario Mayor de Medellín donde se siguió formando como sacerdote al tiempo que estudió filosofía en la Pontificia Bolivariana.
Como cura dirigió las parroquias de Cartago, de Santa Inés de Andes, y de Betania. Luego, en 1983 y con sólo siete años de sacerdocio, se lo llevaron a Bogotá a la Conferencia Episcopal. Tres años después, luego de la visita del papa Juan Pablo II a Bogotá, Monseñor Monsalve partió para Roma a estudiar la licenciatura en teología bíblica en la Universidad Gregoriana.
Apenas recibió el título lo volvieron a llamar para que regresara a Jericó a enseñar la biblia en el seminario menor y mayor. Lo nombraron rector, lo que prácticamente significaba que estaba pidiendo pista para recibir el grado de obispo. El 15 de noviembre de 1993, 17 días antes de que la Policía matara a Pablo Escobar, Monseñor Monsalve llegó a la capital antioqueña como obispo auxiliar.
“A mi casi me tocó inaugurarme con las exequias de Pablo Escobar”, dice. “Ahí empezó la batalla pastoral en medio de las balas”.
Cuando aún no llevaba ni seis meses como obispo, a comienzos de 1994, el recién nombrado obispo auxiliar de Medellín, tomó la decisión de irse a vivir al barrio Andalucía La Francia, en la comuna nororiental, donde la vida pasaba en medio de las balaceras. Quería conocer desde adentro a los sicarios que había dejado el capo, para así convencerlos de que “regresaran a la civilidad”. Además, optó por trasladar al cura de la parroquia del barrio, que era muy querido por una pandilla que dominaba el sector.
Un día unos muchachos de entre 16 y 17 años le salieron al paso, le sacaron las armas y le dijeron que se tenía que ir, que él no era una persona grata. “Para nosotros, el cura aquí es Fulano, usted es un aparecido”, recuerda que le dijeron. “Todo envalentonado, todo violento”, Monseñor Monsalve les respondió: “yo soy un aparecido pero soy el obispo, y si no puedo vivir en este barrio pues me llevo al cura”.
Previa autorización del Arzobispo de Medellín, Monsalve cumplió su palabra. Se llevó al cura y cerró la parroquia. En su lugar, dejó una carta para que leyera todo aquel que se preguntara por qué, en esos días, no había misa. “Definan si en esta iglesia los que quitan y ponen curas son los milicianos o el obispo”, decía el papel.
Cuatro días después, fieles y pandilleros llegaron a pedirle que volviera, no sin que antes se despertara una ola de violencia por cuenta de las retaliaciones que tomaron las demás pandillas al enterarse que en Andalucía La Francia, una pandilla había tenido la osadía de sacar al obispo.
“Entré con ellos al barrio a pedirles que no los mataran, que era un incidente lo que habíamos tenido, que yo me había equivocado de tomar una actitud tan agresiva con ellos. Y bueno, me senté a escucharlos”, dice Monsalve.
Esa ha sido una de las pocas veces en que Monseñor Monsalve se ha arrepentido de sus acciones, que hoy describe como producto de la “inexperiencia”. En casi el resto de las veces en que sus decisiones –o sus palabras– han generado una respuesta agresiva (en la que no han faltado acusaciones de que es un terrorista, o un guerrillero) se ha mantenido férreo, con la convicción de que está haciendo lo que corresponde y que sus actos llevarán a que se produzcan resultados.
"Monseñor tiene el mérito de arriesgar una voz frente a situaciones para las cuales lo fácil y tradicional en la Iglesia Católica ha sido pasar de agache para evitar levantar ampolla. A su aguda manera de leer las realidades, suma un enorme valor de correr riesgos en su genuino intento de ser guía y pastor”, le dijo a La Silla Diego Arias, ex combatiente del M-19 y del Frente de Liberación Farabundo Martí, FMLN, del Salvador y hoy, un gestor de paz que ha trabajado de cerca con Monseñor Monsalve.
El provocador
En Medellín, fueron ocho años “espeluznantes” en los que se dedicó a conocer y a acercarse a cuanto grupo armado había en el Valle de Aburrá. Donde podía, montaba tarimas y celebraba misas a cielo abierto donde había pandillas enfrentadas de lado y lado que promovidos por él firmaban pactos de no agresión para dejar lugares de la ciudad excluidos del conflicto. El proyecto se llamó “barrios en paz” y estaba montado sobre el pilar de la convivencia.
Allí también conoció a las Farc y al Eln, sobre todo a sus milicias urbanas, y a los paramilitares del Bloque Metro que llegaron a disputarse las comunas de Medellín. Aprendió a ganarse su confianza y su respeto, bajo la consigna de que para hacerlo, “no hay que ser sapo de nada”.
Visitó cárceles, ayudó a los reclusos a pagar por la boleta de libertad que les cobraban al salir, y se reunió con los comandantes presos. En una de esas reuniones lo cogió el atentado a las torres gemelas en Nueva York el 11 de septiembre del 2001 en la cárcel de máxima seguridad de Itaguí, acompañado por otros tres sacerdotes y Carlos Velandia y Pacho Galán, cabecillas presos del ELN. Aunque ese día Monseñor iba a buscar que la guerrilla no cumpliera su mandato de enjuiciar a un sacerdote de un pueblo de Santander que se había ganado la enemistad de los elenos, lo que logró fue compartir con ellos el horror de ver por televisión el atentado.
Ese mismo año, la Iglesia lo trasladó a la diócesis de Málaga en Santander. Monsalve no se fue sin antes firmar un pacto con el ELN de que ningún cura predicaría en el púlpito en contra de la guerrilla a cambio de que ésta no presionara con sacarlos de su parroquia.
Los que intentaron sacarlo a él, en cambio, fueron los paras con quienes ya tenía un pasado. Monsalve los conoció en Medellín cuando se había opuesto férreamente no sólo a las Convivir sino al propio comandante alias ‘doble cero’ que quería usar la Iglesia para liderar una organización de paz. Eso, según Monsalve, era una “trampa” porque lo que buscaban era montar una empresa de limpieza social, por eso se opuso con todas sus fuerzas.
Monseñor Monsalve llegó a Cali el 3 de junio de 2010. Llegó primero obispo coadjuntor, que tiene las mismas responsabilidades de un obispo auxiliar pero con la potestad de suceder a su superior. Casi un año después, y tras la renuncia de Monseñor Juan Francisco Sarasti que estaba muy enfermo, el papa Benedicto XVI lo nombró Arzobispo de Cali en propiedad.
El aterrizaje, cuenta una persona que conoce a Monseñor, no fue fácil. De entrada, el recién nombrado arzobispo chocó con las posiciones de la élite caleña que hasta ahora había tenido una relación muy estrecha con la Iglesia, con la que participaba, incluso, en la toma de decisiones y obras que ésta realiza.
“Se ofenden porque uno no le camina a los enfoques de ciudad que ellos han manejado toda la vida”, dice Monseñor Monsalve, sobre un tema del que visiblemente prefiere no discutir ni entrar en muchos detalles.
Prefirió aislarse de eso y dedicarse a la agenda de paz, que ha ocupado la mayor parte de su carrera. Por eso, se fue a vivir en una casa estrato tres en el sur de Cali, ubicada en el barrio popular de Meléndez que hasta ahora había sido el hogar de los obispos auxiliares. A ellos los mandó a la casa de la Arquidiócesis, mucho más lujosa que la suya, en pleno centro de la ciudad.
Además, en aras de conocer la situación de conflicto en una de las ciudades más violentas del país, montó el Observatorio de realidades sociales que ya cumple cinco años de existencia.
No dejó de ser un obispo “perecoso” (que pone pereque), como él mismo se describe. Una actitud que le ha servido para conseguir fieles, no solo de la Iglesia sino de los grupos armados ilegales que él quiere “regresar a la sociedad” a través del diálogo y de la búsqueda de la reconciliación pero que también le ha costado críticas.
“Yo he tenido posiciones de denuncia, de análisis de realidades y de compromisos de paz que a mucha gente no le gustan. Me han calificado de ser un obispo guerrillero, izquierdista, terrorista. Han intentando hacer memoriales, pedirle al Papa que les quite a este obispo guerrillero y que les ponga uno católico”, dice entre risas.
Así le ocurrió por ejemplo, en una de sus primeras declaraciones como Arzobispo de Cali a finales del 2011. Tras el operativo en el que se dio de baja al máximo comandante de las Farc, Alfonso Cano, Monsalve escribió una carta en la que cuestionó que el Ejército no le hubiera respetado la vida al guerrillero en un operativo que él calificó de “desigual”.
La carta levantó ampolla. Era tal vez la primera vez que un religioso de su rango se atrevía a hacer una declaración de ese talante. Además, fue suficiente para que la Justicia Penal Militar le abriera una investigación por ser supuestamente un colaborador de la guerrilla, la tercera que acumulaba ya, luego de haber denunciado dos casos de falsos positivos cuando fue obispo en Santander.
Ahí no pararon sus declaraciones polémicas. Este año por ejemplo, Monseñor Monsalve reprochó públicamente las palabras del Presidente Juan Manuel Santos cuando les dijo a los elenos en marzo que “se suben al bus de la paz, o su destino será una tumba o la cárcel”. Y más recientemente cuando dijo en una entrevista con El País de Cali que “todo ciudadano honesto dará su voto por el Sí a los acuerdos”.
La frase sirvió para despertar la indignación de muchos votantes del No que lo sintieron como un ataque personal del Arzobispo, sobre todo entre los senadores del Centro Democrático y el propio Álvaro Uribe que le exigieron explicaciones. La senadora valluna Susana Correa de ese partido, de hecho, le exigió retractarse y dijo que porqué mejor no se quitaba la sotana y se ponía el camuflado.
Sin embargo, en una entrevista que se publicó ayer en el mismo diario, Monsalve en lugar de arrepentirse, se reafirmó en sus declaraciones y en su apoyo incondicional al Sí y a la búsqueda de la paz negociada.
Es la misma actitud que parece haber decidido tomar en las negociaciones de paz con el ELN que él ha apoyado desde hace años, aunque con un perfil más bajo. Y que fue una petición de la guerrilla que la Iglesia acogió.
El rol con el proceso del ELN
Monseñor Monsalve conoce al ELN de cerca desde que era cura en Jericó, Antioquia. Entonces, recuerda, la guerrilla era una especie de comunidad eclesiástica de base, “medio pastoral, medio social, pero armada” que tenía nexos con con algunos sacerdotes de la región. Varios de ellos muy conocidos como Domingo Laín, Manuel Pérez o Camilo Torres.
Esa cercanía ha servido para que en varias oportunidades Monseñor sirva de puente entre el Gobierno y la guerrilla para la liberación de secuestrados en las que el ELN exige que haya presencia de la iglesia. En los últimos años Monsalve ha participado en al menos cuatro.
Pero también ha dado la idea de que Monseñor Monsalve comulga con la ideología política del ELN, aunque no en el uso de las armas y de la violencia. Aunque él lo niega y dice que la única ideología que comparte es la de las víctimas.
“Es una persona muy cercana, muy identificada con la forma de pensar del ELN. Es muy camilista”, dijo una fuente que ha estado cerca de la negociación con esa guerrilla y que ha coincidido en algunas reuniones con Monseñor Monsalve durante el proceso.
La confianza que ha entablado con esa guerrilla desde hace años ha sido clave para que Monseñor esté donde está en este momento de la negociación. Aunque no tiene un rol formal, ha sido un facilitador de los diálogos y ha participado en al menos dos reuniones de “elenólogos” con el Presidente Juan Manuel Santos donde también han estado el padre Francisco de Roux, León Valencia Jorge Bernal Cuellar y Víctor de Currea-Lugo, entre otros. También ha viajado dos veces a reunirse con el ELN en Caracas.
Ahora que los diálogos están a punto de entrar –otra vez– la fase pública, Monseñor Monsalve mantendrá un papel importante: coordinará la comisión de cinco obispos de la Iglesia de regiones donde el ELN ha tenido una presencia histórica que acompañarán, desde afuera de la mesa, a los negociadores. Aunque no le interesa ser negociador y de hecho, dos fuentes que hablaron con La Silla y que conocen el proceso dijeron que es muy poco probable que lo sea, Monseñor ha mantenido un rol activo.
Por ejemplo, Monseñor anunció que como un acto de “correspondencia” con la decisión del ELN de liberar a los secuestrados, el Gobierno liberará a algunos de los 500 “presos políticos” del ELN que están en las cárceles. Lo hizo antes que el Gobierno (que salió a 'confirmar' la noticia) y según supo La Silla, sin consultar que lo haría.
Además, propuso publicamente que en la agenda de negociación se incluya un punto específico para tratar la violencia urbana de la que es experto, en la que se busquen mecanismos para sustituir el microtráfico que afecta la seguridad y la convivencia en las ciudades.
La Silla supo que frente a este último punto, para el gobierno la agenda ya está cerrada y por tanto, ya no hay espacio para incluirlo. Además, su propuesta fue recibida como una intención de incluir un viejo anhelo del ELN que el gobierno no está contemplando.
Por eso, aunque el rol de Monseñor no es principal hoy en el proceso, su carácter de ser un hombre “poco discreto” es visto como un riesgo para una negociación con un grupo que hasta ahora ha sido muy difícil de llevar a la mesa.
Para monseñor en cambio, hablar de estos temas permite que se animen ideas, se aclaren puntos y se busquen horizontes. "Si mi servicio indica que debo guardar silencio, o un sigilo total, lo hago. Pero el secretismo es muy peligroso porque permite que todo el mundo esté haciendose imaginarios de lo que se está haciendo. En cambio, si se va a entrar una fase pública y se va a marcar una direferencia con La Habana, yo creo que no hay que estar diciendo todo lo que se acuerda hasta que sea oportuno pero de aquí en adelante hay menos secretos porque por eso se llama fase pública. Si alguna de las cosas que yo dije iban a afectar los diálogos, pues ya no los afectó", le dijo Monseñor a La Silla.
Faltará ver qué pasará en los próximos días. Por ahora, es claro que Monseñor y su talante personal, serán un referente para conocer lo que ocurre en la mesa de diálogos con el ELN.