El derribo de la estatua de Belalcázar muestra nuevas fuerzas en el movimiento indígena

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Una nueva generación propuso una acción sin antecedentes en Colombia. Lo hizo a través de una organización poco conocida

El miércoles, indígenas del pueblo Misak tumbaron la estatua de Sebastián de Belalcázar del Morro de Tulcán, en Popayán. Más allá de ser un episodio similar a otros vistos hace poco en varios países con destrucción o pinturas a estatuas de esclavistas como el rey belga Leopoldo II, el hecho revela un relevo generacional en el movimiento indígena.

La acción la armó y ejecutó Autoridades Indígenas del Sur Occidente (Aiso), una organización poco conocida en la escena nacional que luego ha recibido el respaldo de las principales organizaciones indígenas, encabezadas por la Organización Indígena Nacional de Colombia, Onic.

Y, dentro de Aiso, la iniciativa vino de un grupo de jóvenes, a pesar de que la organización no es nueva y sus cabezas son mayores. Jóvenes como los que han hecho protestas urbanas en el paro del 21N y la semana pasada.

El papel de las nuevas generaciones

El pueblo Misak es conocido por su resistencia pacífica, y como tumbar una estatua es para algunos un hecho violento han llovido las críticas a Edgar Alberto Velasco, secretario de Aiso.

“Porque practicamos la política de la no violencia es que se decide tumbar un símbolo de los colonizadores que ejerce violencia histórica en el Cauca y en América”, responde.

Sebastián de Belálcazar fue un conquistador español que estuvo en varias expediciones en el Caribe y Centroamérica, luego participó en la conquista del imperio Inca por Francisco de Pizarro, y salió hacia el norte.

Es conocido en la historia tradicional como fundador de Quito, Pasto, Popayán y Cali, y por haber llegado a Bogotá poco después de Gonzalo Jiménez de Quesada.

Pero también, como otros conquistadores, por su crueldad: hizo asesinar por disputas políticas a uno de sus capitanes, Jorge Robledo, y según fray Bartolomé de las Casas, lideró un grupo de españoles que usaban perros para asesinar indígenas, entre otras cosas.

En palabras de los Misak que tumbaron la estatua, cometió "Genocidio, despojo y acaparamiento de tierras, desaparición física y cultural de los pueblos que hacían parte de la Confederación Pubenence, tortura por medio de técnicas de empalamiento y ataque con perros asesinos a los fuertes guerreros Misak Pubenences y asesinatos de Taita Payan, Taita Calambas y Taita Yasguen".

Pero ¿por qué lo hacen apenas ahora? 

Tres personas de la organización nos dijeron que fue una decisión colectiva que tomaron tras meses de discusión y que concluyó con el aval de las autoridades de los pueblos que forman parte de Aiso para tumbarla.

Aunque no quisieron dar mayores detalles de las discusiones, Velasco cuenta que algunos jóvenes llevaron la idea de tumbar el monumento y que en varias asambleas de AISO discutieron la propuesta y tomaron la decisión de hacerla. 

“Esta forma de lucha es distinta, pero no cambia la forma de lucha que teníamos, la de los derechos territoriales sigue”, explica Velasco. “Estamos pensando otras estrategias de posicionamiento, de visibilización y de generar capacidad de interlocución para incidir en las decisiones que afecten a nuestros pueblos”.

El cambio “tiene que ver con el relevo generacional”, dice Velasco. “Ya es hora de asumir las decisiones históricas de los mayores y que se sepa que también está en manos de los jóvenes cambiar la realidad que trataron de cambiar nuestros padres y abuelos. Es hora de que nosotros asumamos ese papel no sólo en acciones sino en coordinación con procesos regionales y nacionales”.

La renovación tiene que ver con un cambio social.

Luis Trochez, comunicador social y comunero Misak, explica que ahora algunos jóvenes Misak van a la universidad, algo que antes era mucho menos común, y que eso los lleva a tener un pensamiento más crítico, a hacerse preguntas sobre su propia historia y a llevar los procesos de resistencia a otros ámbitos, incluso permeados por tendencias internacionales como derribar estatuas.

Para él, es una nueva forma de avanzar con la tradición y bandera Misak de recuperar tierras: “tumbar la estatua también es recuperar un espacio”.

Trochez nos dijo que también influye que las tradiciones estén más arraigadas en algunos casos, ya que los jóvenes reconocen e investigan su propia cultura, lo que hace que interpreten mejor las razones de las mismas.

“Creo que nuestros jóvenes ya conocen la historia y eso es lo que quieren reivindicar, es un acto de protesta por lo que pasa en Cauca y Colombia con los líderes sociales”, resume Mercedes Tunubalá, alcaldesa Misak de Silvia, Cauca.

Esa nueva mirada tuvo su primer impacto en una organización no tan conocida pero con arraigo fuerte en la región.

La organización indígena que tumbó la estatua

Hace 46 años un grupo de indígenas Misak se retiró del poderoso Consejo Regional Indígena del Cauca (Cric) argumentando la necesidad de otras formas de lucha y de organización. 

Crearon Aiso, que tiene como banderas la recuperación de las tierras y la autonomía, y que se dio a conocer con una marcha de gobernadores indígenas del suroccidente, de Pasto a Bogotá, para denunciar violación de derechos humanos durante la presidencia de Julio César Turbay.

Hoy pertenecen a Aiso 20 cabildos en ocho departamentos, de los pueblos Misak, Nasa y Pijao, aunque trabajan con otros pueblos u organizaciones en muchos casos.

Por ejemplo, en la implementación del capítulo étnico del Acuerdo de La Habana trabajan de la mano con Onic, y en las peticiones al Gobierno de turno suelen llegar unidos para tener más fuerza.

Por eso no sorprende el apoyo de Cric y Onic a la acción de la estatua.

Cinco líderes indígenas de organizaciones distintas a Aiso coinciden en que ese gesto recogió la indignación del movimiento indígena con las estructuras de poder coloniales, ya que ellos ven en Belalcázar a un genocida y violador de mujeres.

“No sólo es un tema de unión entre nosotros y las organizaciones indígenas, este es un acto que debe convocar a reconocer la realidad de la diversidad cultural del país” le dijo a La Silla Juvenal Arrieta, exdirectivo y exconsejero de Onic.

Lo que viene

El debate que ha generado tumbar la estatua puso los ojos en la comunidad Misak, en Aiso y en el movimiento indígena, justo cuando la protesta se reactivó en las ciudades y los grupos que le dieron vida al paro del año pasado se volvieron a conectar.

En el corto plazo, el acto de la estatua abre la oportunidad para un diálogo de los indígenas con el Gobierno; de hecho, Aiso ya se reunió ayer con delegados del Gobierno como el viceministro del interior, Carlos Baena.

Según el secretario de Aiso, esperan discutir con él  temas como la reactivación de la mesa de diálogos con el ELN, la implementación del Acuerdo de La Habana y el avance de los acuerdos a los que llegaron cuando la Ministra de Interior era Nancy Patricia Gutiérrez.

Es decir, un pliego de peticiones muy similar al que tenían los indígenas en el paro del año pasado.

También traen otras peticiones como que Colombia proponga ante la ONU que el 16 de septiembre sea el día internacional de la memoria y la dignidad de los pueblos indígenas, lo que para Luis Enrique Yalanda, gobernador del cabildo La María en Piendamó, Cauca, sería una forma en que el reconocimiento a la diversidad cultural pase del papel – la Constitución- a algo más concreto.

Esos diálogos tienen un arranque difícil porque Aiso pidió que no se criminalice la protesta ni se restablezca la estatua, pero hoy el Alcalde de Popayán, Juan Carlos López, ofreció una recompensa de cinco millones de pesos para dar con quienes tumbaron el monumento y dijo que quiere reinstalarlo. 

Velasco, secretario de Aiso, dijo a La Silla que tumbar la estatua y las demás acciones son la antesala al paro nacional y a la minga que se está gestando. 

“Ya se ha rebasado la copa. El movimiento indígena se va a manifestar y en cualquier momento aparece de nuevo la minga del suroccidente”, le dijo a La Silla Hermes Pete, consejero del Cric.

Que el hecho más visible de la movilización indígena lo hayan liderado jóvenes, cuando el paro y las protestas de la semana pasada fueron también de jóvenes, muestra que en Colombia buena parte del descontento tiene a los jóvenes en la primera línea.

Igual que, probablemente, el futuro del movimiento indígena y sus tácticas.

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