A sus 28 años, John Jairo Hortúa ganó la Alcaldía en el segundo municipio más grande de Cundinamarca, con una campaña en redes, para los jóvenes y contra las maquinarias que han gobernado allí.
El quijote que abrió la puerta a los alternativos en Fusa
Tres semanas antes de las elecciones el 27 de octubre, la mayoría de las personas con las que hablaba John Jairo Hortúa le decían que votarían por él a la Alcaldía de Fusagasugá, a pesar de sus 28 años, de su corta trayectoria política y de que no tenía ningún padrino político. Y el argumento que le daban era que, precisamente, le darían el voto porque él no iba a ganar.
Pero ganó y se convirtió en uno de los alcaldes más jóvenes del país, en el segundo municipio más poblado de Cundinamarca, donde en las elecciones pasadas había ganado el candidato que tenía la maquinaria de su lado, con partidos como el Liberal, La U y Cambio Radical, y donde el uribismo tiene gran acogida después de que la Política de Seguridad Democrática expulsó a la guerrilla y a los paramilitares a mediados de la década del 2000.
Hortúa fue uno de los quijotes que encontró La Silla Vacía este año y hace parte de una ola de jóvenes que viene haciéndose un camino en tradicionales fortines de barones electorales.
Esta es su historia.
Un comienzo con revocatoria abordo (y la inspiración de Gaitán)
Jairo Hortúa nació en Fusagasugá, municipio de la provincia de Sumapaz que fue un bastión importante para las Farc desde su creación en los 60, y para los paramilitares desde la década del 2000. Es el mayor de tres hermanos, hijo de Fabiola, una lideresa campesina a la que le debe su vocación política, y de Jairo, que fue concejal liberal de Pasca en 1990, un municipio cercano a Fusagasugá.
Sus primeros años los pasó en Pasca, en la finca de sus papás, mientras estudiaba en una escuela rural. Durante ese tiempo, su papá tuvo que pagar vacunas a la guerrilla por su trabajo como tesorero de un fondo de busetas, trabajo por el que también recibió una amenaza de los paramilitares. La llegada de Álvaro Uribe a la Presidencia en 2002 marcó un antes y un después en la vida de muchos habitantes de la provincia de Sumapaz, incluidos los papás de Jairo, que se volvieron uribistas.
Por esos días también comenzó su gusto por la oratoria y el liderazgo político, de la mano de un tío paterno que lo introdujo a los discursos de Jorge Eliécer Gaitán, y el estadounidense Benjamin Franklin, su referente en liderazgo.
A los 10 años, en 2001, su familia decidió trasladarse a Fusagasugá para darle a una mejor educación a sus hijos y porque su economía mejoró. Se instalaron en el barrio Mandalay, al occidente del municipio, y allí comenzó a hacer política a sus 15 años, cuando se metió a la Junta de Acción Comunal del barrio.
Un año después se postuló a personero estudiantil en su colegio, el Diocesano Ricaurte, donde estudiaban los hijos de los exalcaldes del municipio. Ganó después de armar una revocatoria de mandato a la personera. Como personero conoció al exalcalde del municipio, el liberal Carlos Daza, que años después le propuso lanzarse al Concejo.
Cuando terminó el colegio entró a estudiar Derecho en la Universidad Nacional en Bogotá, no porque quisiera ser abogado, sino porque fue la carrera que estudió Jorge Eliécer Gaitán. Además porque varias personas de su familia lo son.
Siempre había querido estudiar en la Nacional, a la que hoy llama su mayor bendición. Allá trató con personas de otras partes del país, abrió su mente a un mundo que trascendía Fusagasugá, se acercó a la literatura y conoció alternativas políticas diferentes a las inclinaciones uribistas de sus padres.
La llave con la que se abrió un espacio
No esperó a tener el diploma de abogado para iniciar en forma su vida política. Iba en quinto semestre cuando se lanzó al Concejo de Fusagasugá, avalado por el Movimiento de Inclusión de Oportunidades (MÍO), un partido de esos que se vuelve fábrica de avales para gente que no encuentra quién más la avale, y que había creado el parapolítico Juan Carlos Martínez desde la cárcel.
Su trabajo en la Junta de Acción Comunal y la llave que usó como símbolo de campaña “para que la ciudadanía le abriera las puertas a la honestidad” le ayudaron a obtener 296 votos, suficientes para alcanzar la curul. Era 2011 y tenía 20 años.
En el cabildo le tocó negociar, incluso con la oposición, el cambio de horarios de las sesiones para poder terminar su carrera, pues sus clases eran en la mañana y le coincidían con los debates.
Y así como no esperó a graduarse para lanzarse al Concejo, tampoco esperó a terminar su periodo como concejal para lanzarse a la Alcaldía en 2015, con 24 años.
Comenzó recogiendo firmas por un movimiento al que llamó “Fusagasugá Segura”, pero que terminó siendo conocido como “Movimiento Naranja” por el color que lo identificaba. Desde ese momento se presentó como una opción a los candidatos de la maquinaria y al uribismo, que era su idea.
Recogió 29 mil firmas, pero no tenía plata para pagar la póliza que les piden a los que optan por esa opción, así que terminó inscribiéndose por la Alianza Social Independiente (ASI). Obtuvo casi 10 mil votos y quedó de tercero. El que ganó, de los partidos Liberal, la U y Cambio Radical y que era el de la maquinaria, obtuvo 22 mil votos, y el segundo, el del Centro Democrático, sacó 13 mil votos.
Sin la Alcaldía y sin curul en el Concejo, comenzó a trabajar para pagar las deudas de la campaña.
Estuvo en la Agencia Nacional de Tierras y en el IDU como asesor jurídico, donde dice que aprendió sobre planeación y legalización de tierras. a la vez que continuó trabajando en Fusagasugá como voluntario en Actuando por Colombia, una fundación que busca mejorar el bienestar de los habitantes en Fusagasugá a través de la formación en liderazgo y la educación.
Al tiempo, comenzó a acercarse a la Alianza Verde, y en 2018 le hizo campaña a la Presidencia a Sergio Fajardo. Su principal motivación es que lo consideraba el indicado para vencer el uribismo.
Y derrotado Fajardo, se inscribió formalmente como militante de los verdes. “Si no estuviera en el Verde estaría en el Liberal. Soy un socialdemócrata, pero prefiero el Verde por su estructura”, dice. Desde ahí, también en 2018, le hizo campaña a la Consulta Anticorrupción, una propuesta que se inventaron las lideresas verdes a nivel nacional Claudia López y Angélica Lozano.
Megáfono, redes y jóvenes
Jairo había trabajado con Fajardo y en la Consulta Anticorrupción pensando en ser candidato a la Alcaldía, pero eso tuvo que ganárselo.
Primero porque en el verde le resultaron dos competidores, que él dice se querían llevar al partido a hacer una alianza con los conservadores. Convenció a las directivas del partido, lo que en sí es un logro porque en Cundinamarca los verdes tienen una historia de aliarse con partidos tradicionales en los pueblos.
Ganado ese aval, se fue a competir por la candidatura de los partidos alternativos, en una encuesta en la que se midió con la aspirante del Polo y la Colombia Humana.
Volvió a ganar y así se convirtió en el candidato alternativo a la Alcaldía de Fusagasugá.
Su campaña tuvo varias claves.
La hizo a punta de megáfono, anunciando a diestra y siniestra su eslogan: “con la fuerza de la gente”.
Se centró en la causa que había defendido un año antes, la anticorrupción; recalcó que, a diferencia de sus competidores, no tenía un padrino político, y se presentó como un candidato preparado, a pesar de su edad y de su corta carrera política.
Su equipo de campaña lo integró, como en sus pasadas elecciones, su familia, comenzando por sus padres, antiguos uribistas. Jairo, su papá, se encargó de las finanzas; Fabiola, su mamá, de coordinar el trabajo en calle; y Diego, su hermano, de la logística del día D.
Sus votantes los analizó y los buscó.
Contaba con los votos que sacó en su primera campaña a la Alcaldía, los que podría sacar por su coalición con el Polo y la izquierda.
Se centró en los votos de opinión, los de la Consulta Anticorrupción (que en Fusagasugá sacó 40.444 votos), los que obtuvo Fajardo en primera vuelta (15.518 votos) y Petro en la segunda (21.269 votos), y los que él identificaba de centro y de “la derecha blanda”, que notaba cansados de la maquinaria y que aún estaban indecisos.
Y decidió centrarse en hacer campaña para las mujeres, los ancianos y los jóvenes, pero fueron estos últimos los que él dice que lo hicieron ganar. “Logré despertarlos”, dice, a punta de redes sociales, de videos divertidos con los que ellos se identificaran.
Uno muy recordado fue el de “mi primera vez”, en el que youtubers cuentan sus primeras veces en diferentes cosas. Para su campaña lo hizo poniendo a dos jóvenes a describir cómo sería su primera vez votando, las emociones que le generaban y por quién votarían.
Hizo un Color Family Fest, un festival de colores, días antes de la votación. Su idea era que los jóvenes que llegaran, a pesar de que no podían votar, influenciaran el voto de sus padres y de personas cercanas que sí podían hacerlo.
La división de las maquinarias
Hubo un golpe de suerte que también favoreció a Jairo: el desorden y la división de la maquinaria con la que los candidatos tradicionales querían ganar.
Luis Cifuentes, el alcalde, había llegado con el aval de los partidos Liberal, La U y Cambio Radical, y estando en el cargo rompió la alianza que hizo con su padrino, Alfredo Molina, de La U, un barón electoral de Fusagasugá.
Cada uno, entonces, puso su candidato: El de Cifuentes fue William Mahecha, avalado por el Conservador y ADA, y Molina puso a Humberto Cardona, con La U, Cambio Radical y Maís.
A esa dispersión de las maquinarias se sumó que la otra rival, Aleyda Gaviria, del Centro Democrático, no logró conectar bien con su lista al Concejo y terminó muy sola en las últimas semanas de campaña.
Todos ellos, sin embargo, intentaron mostrar hasta el final que estaban fuertes, y en sus cierres de campaña ofrecieron conciertos de cantantes de música popular que cobran duro, como Jessi Uribe, Paola Jara y Pipe Bueno.
Jairo, que en su campaña de hacía cuatro años también había llevado cantante a su cierre, optó en esta ocasión por ofrecer una misa de agradecimiento, y más bien aprovechó para “cuestionar la independencia económica de los demás candidatos”.
Fue su último golpe de opinión.
El 27 de octubre fue elegido Alcalde con 13.836 votos, y la diferencia con la segunda, la candidata del Centro Democrático, fue de 400 votos.
En esa votación se notó la división de las maquinarias. En 2015, el candidato que ganó, Luis Cifuentes, sacó 22 mil votos. Y en esta ocasión el aspirante del alcalde sacó casi 11.500 y el de Alfredo Molina, 11 mil.
Jairo les ganó con una promesa de cambio, precisamente porque, dice, “entendimos que esto está cambiando”.