En Leticia, la falta de bóvedas para los muertos comienza a preocupar

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Las muertes por coronavirus en Leticia podrían llegar a ser más de 50

Con 26 muertos por Covid y 35 más sospechosos, la Alcaldía ya piensa en construir otro cementerio. La situación da cuenta del drama desatado en Amazonas.

Una semana después de que se confirmó el primer caso de coronavirus en Leticia, el pasado 17 de abril, la Alcaldía contrató la construcción de 52 bóvedas calculando que con éstas podría atender las víctimas fatales de la pandemia de aquí a tres meses.

La primera muerte ocurrió el 23 de abril. Hoy, 20 días después de eso, ya están ocupadas 17. Con el promedio que está habiendo de tres muertes al día, en una semana larga se habrán llenado todas.

Y eso comienza a preocupar.

Por eso y aunque dice que espera no tener que usarlas, la Administración anunció que esta semana hará los traslados presupuestales necesarios para arrancar la construcción de 100 más, como nos lo contó David Silva Matute, director de Infraestructura de la Alcaldía.

Un nuevo cementerio que se sume al único que por ahora existe en las afueras de la capital de Amazonas, que alberga 741 de los 743 casos de todo el departamento, es una opción que empiezan a contemplar. 

Luis Fernando Cueva, director de Corpoamazonia, la entidad ambiental de esta región, nos confirmó que desde la Alcaldía ya les pidieron un concepto técnico para la disposición de un predio de dos hectáreas ubicado en una vereda llamada Bruselas.

El ente ya hizo una visita y está mirando la necesidad de hacer un estudio de suelos para dar el visto bueno.

La situación resume el drama que está desatado en el suelo amazonense.

En total, van 26 muertos confirmados por Covid-19 y 35 más sospechosos y aún en estudio.

Este lunes, el departamento escandalizó al país al aparecer con más casos -191- que Bogotá -150- en el informe del día que da el Ministerio de Salud (aunque esto puede deberse a pruebas represadas, es impactante porque la capital ha llegado a tener la mitad de los casos del país).

Ayer, fueron 25 nuevos casos y están a la espera de los resultados de unas mil pruebas.

Con 60 mil habitantes (49 mil en Leticia y el resto repartido entre la segunda ciudad, Puerto Nariño, y los corregimientos), Amazonas tiene el 6 por ciento de los casos totales de Colombia.

En las últimas horas, el Gobierno Nacional dijo que envió un grupo de médicos, enfermeras y bacteriólogos, y material para poner a funcionar un laboratorio que permita agilizar el procesamiento de pruebas. Aunque, todavía no hay reactivos y, cuando éste pueda funcionar, tendrá apenas una capacidad para analizar 50 pruebas por día, cuando, en promedio, se están tomando unas 200 muestras.

Mientras, en Leticia sólo ven pasar de un lado a otro a las únicas dos ambulancias con las que cuentan en la ciudad, por las once carreras y 20 calles que la conforman.

Estas no siempre alcanzan a llegar a tiempo. Así lo evidencia el caso del diputado verde Camilo Suárez, quien el pasado viernes murió de coronavirus esperando que le llegara la atención médica y después de haber advertido públicamente en varias ocasiones la gravedad de lo que están padeciendo.

“Si a esto no se le presta la mayor atención estamos al borde de desaparecer”, dijo en un video que dirigió al presidente Iván Duque, cinco días antes de su muerte.

Y es que en Amazonas no hay ni una cama en Unidad de Cuidado Intensivo UCI, que son las que se necesitan para atender a los casos graves.

Su único hospital público, el San Rafael, está intervenido. Por malos manejos y deficiencia administrativa, hace una semana el Gobierno tomó posesión de él a través de la Superintendencia de Salud, pero todavía no cuenta con el personal médico necesario para recibir tantos pacientes. 

Días atrás renunció un grupo de enfermeros porque no les estaban garantizando protección. 

De hecho, al Hospital le tocó sacar ayer una convocatoria laboral para conseguir personal porque, aparte de los que han renunciado, otros que llegaron desde Bogotá están pensando en regresarse por las malas condiciones. 

Tampoco se han construido las zonas de aislamiento que se necesitan. 

 

Los ejemplos que dan cuenta de las precariedades del sistema de salud y las demoras en hacer pruebas abundan. 

Ismael Alejandro Castillo, exconcejal y líder social de Leticia, tuvo que poner una tutela a su EPS Sanitas, a la Clínica Leticia (la única privada, que junto al San Rafael conforma la red del departamento) y la Secretaría de Salud para que le garantizaran la atención médica y le tomaran la prueba del Covid. 

Lo hizo porque hace una semana se sintió mal, con dolor de cabeza, fiebre, pérdida del olfato y el sabor, y en la Clínica no lo atendieron. 

Le dijeron que estaba en mora con los pagos de la EPS, y que si quería la atención debía consignar más de 500 mil pesos. Él les explicó que la mora no estaba porque ya había hecho el pago, pero no le aceptaron el reclamo. 

Le tocó devolverse para la casa y empezar el aislamiento con tés y remedios caseros. 

Ayer, una juez le dio la razón y amparó sus derechos. En la mañana una médica de la Clínica le tomó la prueba, y le dijo que el resultado se podía demorar una semana.

Ahora toda su familia también está con síntomas de gripa. 

Juan Acuña, realizador gráfico, se enfermó el 1 de mayo. Como hace un año tuvo neumonía y tiene sobrepeso, se asustó cuando le empezó a faltar la respiración y se le subió la temperatura. 

Llamó a una ambulancia y no lo atendieron inicialmente. El fallecido diputado Camilo Suárez, su amigo, y el contralor Daniel Oliveira, intervinieron y lograron que del hospital San Rafael mandaran el vehículo de traslado. 

Ese día, recuerda Acuña, dimensionó la situación que vive la ciudad. 

“Empezando por la ambulancia, a mí me recogen porque alguien interviene por mí no porque mi llamada hubiera tenido efecto, es una ambulancia que tiene las sillas partidas y va con pocos elementos de protección. Llego y veo que los médicos y enfermeros no tenían toda la protección necesaria. Un señor adulto llegó en camilla, se le cayó el tapabocas al suelo, se lo recogieron y volvieron a poner así como estaba. Uno así se va haciendo la idea de lo que va a pasar”, comentó. 

A Acuña finalmente le tomaron la prueba el día que lo atendieron. Pero doce días después no le han dado el resultado.

Y cuando no son las ambulancias terrestres, las que no llegan son las aéreas. 

Javier Gutiérrez, gerente de la Clínica de Leticia, donde hay 26 camas de unidades intermedia para pacientes Covid que ya están ocupadas, nos dijo que urge que el Gobierno Nacional les dé una mano con pacientes graves que tienen posibilidad de vivir pero que requieren ser trasladados. 

Porque de nada sirve estabilizarlos, si no se pueden tratar con especialistas en unidades de mayor nivel como las de cuidados intensivos que no tienen allá. 

“Hemos pedido un puente aéreo, una ambulancia que transporte como mínimo un par de pacientes al día antes que se agraven. No puede ser que demoren dos días, como médicos sabemos quién se va a complicar, una tomografía que muestra un daño del 50 por ciento de un pulmón es un indicador”, comentó. 

Sostiene que en ciudades como Bogotá, hay zonas que con baja ocupación de camas UCI y que allá se podrían llevar los casos graves. Según datos de la Secretaría de Salud de la capital, hay disponibilidad de 557 camas UCI porque solo están ocupadas el 33 por ciento.

“Conozco al coordinador de la zona noroccidental de Bogotá, se me ofreció a gestionar camas de forma ágil, pero una cosa es la cama y otra el transporte de avión ambulancia. Unas horas la cama pero días el avión”, afirmó.    

Los muertos que entierra César

César Ávila ha enterrado a 48 muertos de Leticia en las últimas tres semanas. Dos ayer, cinco el domingo, cinco el sábado... a todos les dice que “descanse en paz, que le vaya bien”.

Él es el tanatólogo y conductor de ‘Capillas de la Fe’, la funeraria más grande de la ciudad que tiene la tarea de recoger, desinfectar, empacar y trasladar hasta el cementerio ‘Jardines del Recuerdo’ a los leticianos que se llevó el virus o que murieron a la espera de que les dijeran si estaban infectados o no.

Dado que Amazonas está en fase de mitigación, toda muerte es tratada como si fuera Covid. 

Son muertos que en su mayoría sobrepasaban los 50 años de edad.

“Cada caso atendido es doloroso, es un nudo en la garganta, porque los familiares de ese muerto no van a tener la posibilidad de despedirlo en una iglesia o en el cementerio. Muchos revientan de llanto cuando llegamos porque saben que será la última vez que verán a su papá, su mamá, su hermano o su abuelo”, dice. 

Comenta que algunos de esos familiares le han pedido que cambie la vestimenta de los cuerpos, que los peine o que busque la posibilidad de arreglarlos para sepultarlos con decencia. 

A todos les ha tenido que decir que no.  

“Unos se van con catéteres, bolsas, sondas, sábanas. El protocolo dice que no se puede manipular nada. El cuerpo se desinfecta, se embolsa, se vuelve a desinfectar, se dispone en el ataúd, se vuelve a desinfectar antes de subir al carro y así se entierra a más tardar tres horas después”, detalla.

Los protocolos de salud prohíben, además, los velorios, las misas o rituales fúnebres para evitar aglomeraciones y contagios, pero eso no ha impedido que las familias de esos muertos se infecten. 

“Esta semana recogimos una señora de unos 65 años que murió en su casa. Era una casa de dos habitaciones con paredes de madera, en cada habitación había tres camas. Si la señora tenía Covid lo más seguro es que toda su familia también estuviera contagiada”, añade César. 

Las condiciones de vulnerabilidad de Amazonas son el caldo de cultivo que el virus, que se presume llegó por la frontera con Brasil, ha necesitado para regarse por todo el departamento. 

En Leticia, por ejemplo, el 35 por ciento de las casas tienen deficiencias ya sea porque están construidas con materiales precarios, no cuentan con servicios públicos o porque sus ocupantes viven en hacinamiento. O todas las anteriores.

La pobreza multidimensional afecta al 40 por ciento de la población del departamento, siete de cada diez habitantes no tiene acceso a agua potable, y a ocho de diez los cobija el régimen subsidiado de salud. 

Todo eso no solo vuelve más duro el aislamiento, sino que pone en riesgo la salud de familias para las que incluso lavarse las manos, la medida más básica de prevención del contagio, puede ser imposible.

César, que llegó a Amazonas hace seis años buscando nuevos aires, confiesa que cuando ve eso y la magnitud de la tragedia a veces le dan ganas de tirar la toalla. 

Pero luego piensa que si no es por él, su compañero Éver Vélez  y sus jefes desde Bogotá, la cosa en Leticia, al menos con los muertos, podría ser peor. Porque además de encargarse de los cuerpos la funeraria ha donado insumos de desinfección.

Lo que teme ahora es que la capacidad los desborde si la curva no se aplana.

Paradójicamente a mil kilómetros de allí, en el centro, el Gobierno Nacional muestra en sus reportes diarios que el porcentaje nacional de muertos (4,02 a ayer) y de contagiados que están en unidades de cuidados intensivos (1,05 a ayer) u hospitalización (5,35 a ayer) es bajo y que eso es un buen indicador.

Y no es que eso no sea cierto, es que el caso Amazonas evidencia que localmente los impactos de la pandemia se sienten de forma distinta. Y que de poco sirve que haya ciudades con camas en UCI disponibles, si en otras como Leticia no pueden mandar a los enfermos que las necesitan a ocuparlas.

“Triste vivir en el pulmón del mundo y morir por falta de oxígeno”, lamenta a diario un periodista que habla por la emisora local Fantástica. 

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