Más allá de la mostrada de dientes de parte y parte, dos cosas son claras: la primera es que desde hace tres meses el Gobierno perdió el contacto con el ELN y no ha podido restablecerlo. Y la segunda, que tanto la guerrilla como Santos necesitan llegar a un acuerdo de paz más temprano que tarde.
Gobierno y ELN: 90 días sin hablar
Después del consejo extraordinario de seguridad en Arauca convocado por Juan Manuel Santos para analizar el ataque con tatucos del Eln a las instalaciones de la Brigada 18 del Ejército, el Presidente dijo que condicionaba los diálogos de paz con esta guerrilla a la liberación de todos los secuestrados, incluido el cabo Jair Jesús Villar.
Más allá de la mostrada de dientes de parte y parte, dos cosas son claras: la primera es que desde hace tres meses el Gobierno perdió el contacto con el ELN y no ha podido restablecerlo. Y la segunda, que tanto la guerrilla como Santos necesitan llegar a un acuerdo de paz más temprano que tarde.
Sin contacto
En el último mes, el gobierno y el ELN se la han pasado en un cruce de titulares de prensa que indicarían a cualquier desprevenido que están ambos muy interesados en instalar formalmente una mesa de negociación.
Al fin y al cabo han estado en contactos secretos durante 110 días (el doble de los que necesitaron con las Farc) y más de 20 ciclos.
Pero resulta que el pasado 3 de noviembre, cuando finalmente habían logrado acordar una agenda de negociación de seis puntos, los guerrilleros le dijeron al Gobierno que se podrían ver solo hasta después de las elecciones en Venezuela. Y les dieron unos contactos a través de los cuales volverían a hablar.
Esas elecciones fueron un gran revés para el chavismo y el ELN no volvió a aparecer. Cuando el Gobierno los ha buscado, la respuesta que ha obtenido de los contactos es que no tienen instrucciones para hablar o que las condiciones no están dadas para hacerlo, según le dijeron a La Silla dos fuentes enteradas del Gobierno Santos y otra cercana al ELN.
El proceso de paz con el ELN no arranca por varias razones, unas intrínsecas a la filosofía y tipo de organización que es el ELN y a la forma como el gobierno entiende una negociación, y otras externas de lado y lado.
El ELN es una guerrilla que como las Farc existe hace más de 50 años pero que difiere de la de ‘Tirofijo’ en muchos aspectos que ahora juegan en contra de sentarse a la mesa.
La primera es que mientras las Farc actúan como un Ejército con una estructura vertical que obedece al Secretariado, el ELN es una ONG armada, con una estructura más horizontal. En esa estructura, el poder está repartido.
Mientras que ‘Gabino’ es el heredero de la tradición del ELN y quien podría terminar inclinando la balanza al interior del Coce por el respeto que le tienen los demás comandantes, cada vez tiene más peso ‘Pablito’, el comandante del bloque Nororiental y jefe del frente Domingo Laín que entró recientemente al Comando Central (Coce), el máximo órgano de la guerrilla.
Ese frente, que es el que atacó a la brigada 18 en Arauca, aporta la mayor parte de la financiación del ELN a punta de extorsiones a las multinacionales petroleras y del contrabando en la frontera, y que ha venido expandiéndose a otras zonas como El Catatumbo y el Chocó. Ya el bloque Nororiental controla la mitad de esa guerrilla.
Según le dijeron varias fuentes a La Silla, aunque de labios para afuera ‘Pablito’ acepta la negociación, en realidad es una de las fuerzas que menos interés tiene en salirse de la guerra.
Además de la falta de un liderazgo determinante en el Coce, el Eln se ve a sí mismo como un facilitador de reivindicaciones sociales frente al Estado, lo que lo lleva a plantear que la negociación más que entre el Estado y la guerrilla debe ser entre el Gobierno y la sociedad que ellos proponen actúe a través de una “convención nacional”.
La forma en que ven la guerra también marca una diferencia. Las Farc tradicionalmente se habían visto como un ejército del pueblo que buscaría a través de la insurrección tumbar al régimen y reemplazarlo.
Para el ELN, el horizonte no ha sido tanto ganar la guerra como “resistir” las injusticias y arbitrariedades del régimen y su modelo económico. Esto lleva a que una negociación de paz se perciba con un norte totalmente diferente.
Mientras las Farc quieren a través de la mesa de negociación conseguir varias de las reivindicaciones sociales que supuestamente inspiraban su lucha armada y crear las condiciones políticas para llegar al poder, para el ELN la negociación es un escenario de diplomacia política para posicionar sus imaginarios de lucha revolucionaria, pero no necesariamente para transitar hacia el fin del conflicto armado.
Estas diferencias organizacionales y filosóficas son el primer obstáculo que ha hecho que a pesar de que militarmente son mucho más débiles que las Farc, el ELN lleve años diciendo que quiere una negociación pero no haya sido capaz de dar el paso.
En el Quinto Congreso que hicieron el 7 de enero de 2015, y que se supone que es de donde salen las directrices para la guerrilla, la autorización que le dieron al Coce era abrir una negociación formal para ver si se llegaba a un acuerdo, pero con la condición de que habría una veeduría armada para garantizar que se cumpliría lo pactado.
Es decir, no han tomado la decisión de que la negociación debe conducir a la dejación de las armas, que es el horizonte que sí pactaron el comisionado de Paz Sergio Jaramillo y el guerrillero Mauricio Jaramillo antes de instalar formalmente la mesa en La Habana.
El otro gran obstáculo es que no es claro si el Coce realmente es el órgano que toma la decisión de negociar. En el gobierno están convencidos de que la negociación con el Eln pasa por Venezuela.
El poder alterno
El ELN no solo tiene a sus altos mandos protegidos en Venezuela sino que –según una fuente que lo supo de primera mano- “ayudó a formar los cuerpos de resistencia y lucha de liberación bolivarianos.” Dice que como la correlación de fuerzas en el campo político cambió a favor de la oposición venezolana y el gobierno bolivariano ha dicho que defenderá la revolución por la vía política o armada, “el ELN es un soporte.”
Otra fuente cercana al ELN confirmó a La Silla que internamente los guerrilleros están debatiendo si en este momento su llamado debería ser más bien a defender la revolución bolivariana de Chávez, ahora que su supervivencia está en entredicho por el triunfo de la oposición.
Los del ELN habían planteado, antes de desaparecer del radar del gobierno de Santos, que la negociación se hiciera en Venezuela para que jugara frente a ese proceso un rol similar al que ha tenido Cuba como anfitrión del proceso con las Farc.
Para Maduro sería importante tener ese protagonismo dada la importancia que tiene la paz en Colombia para América Latina. Como dijo un político cercano al proceso “le ayudaría a Venezuela ser visto con otros ojos”. Esto también evitaría una eventual alianza de Santos con el bloque anti-Maduro liderado por el presidente argentino Mauricio Macri.
Pero para Santos esa es una decisión difícil de aceptar porque Venezuela no es un tercero neutral. Y también porque la situación en el vecino país está tan polarizada que sería físicamente difícil negociar allá.
De hecho, ahora que la oposición ha recuperado su poder en el Parlamento, existe la presión para que Maduro deje de ofrecerle un santuario a los del ELN y no es descabellado pensar que si esta presión sigue creciendo se vea obligado a sacar a los elenos para no entregarle argumentos a la oposición.
Pero mientras no lo haga, y precisamente porque el temor a que lo haga se suma a su lealtad al chavismo, los del ELN no se van a mover si no es eso lo que le conviene a Maduro.
Por el lado del Gobierno
Entre más se demora en arrancar la negociación formal con el Gobierno, menos margen tendrá el ELN para tener una negociación con identidad propia, algo que ellos han venido pidiendo desde el primer día pues sienten que han sido tratados por Santos como “el hermano menor” de las Farc.
El Gobierno dice que ellos están dispuestos a darle “una identidad” a la negociación con el ELN pero que hay unos elementos que son “de obligatoria adhesión” a lo que ya se pactó con las Farc: el punto sobre justicia transicional y lo que se acuerde sobre fin del conflicto.
Es decir, que los elenos entrarían con el techo o el privilegio (según quien lo vea) de la jurisdicción especial de paz acordada a finales del año pasado y según la cual a cambio de confesar sus crímenes podrían acceder a una pena judicial alternativa que no implicaría pagar cárcel por sus delitos internacionales sino una restricción de libertad de otro tipo que aplicará el tribunal de paz en cada caso.
También tendrían que entrar en el mismo esquema de cese bilateral de fuego, de concentración, de dejación de armas y de reincorporación a la vida civil.
En lo que habría más margen de negociación es en el rol que jugaría la sociedad civil. Aunque supuestamente -según le dijo a La Silla una fuente del gobierno cercana a la negociación- la Convención Nacional está descartada, el Gobierno sí estaría dispuesto a contemplar un modelo de participación y de incidencia más activa de representantes de la sociedad civil en la discusión de la agenda.
En todo caso, la negociación con las Farc es claramente la prioridad para el Gobierno y esto ha llevado a que los negociadores con el ELN siempre hayan avanzado teniendo en mente los límites ya impuestos por la negociación en la Habana, lo que ha hecho más difícil las conversaciones.
A esto hay que sumarle que los del ELN tienen toda suerte de reparos frente a los negociadores del Gobierno, que sienten que son de “segundo nivel” en comparación con los que negocian con las Farc. Además, resienten que el Alto Comisionado de Paz Sergio Jaramillo los haya ignorado durante 15 meses esperando a avanzar con la negociación de las Farc.
A pesar de todas estas dificultades, los que conocen el proceso de lado y lado consideran que éste verá la luz del día en los próximos meses. La razón para ello es que creen que a ambas partes les conviene.
Al Gobierno, porque el ELN representa un riesgo para la estabilidad del proceso de paz con las Farc.
Un riesgo porque si hereda las armas, los cultivos de coca y los disidentes de las Farc que prefieran quedarse en la guerra, la negociación con las Farc no habría conducido al final del conflicto armado.
Las lógicas de la guerra se mantendrían con todo lo que eso implica para la sociedad, y después de toda la inversión que requerirá la implementación de los acuerdos de paz se corre el riesgo de que al final no sea más que un cambio de franquicia y una jubilación anticipada de los guerrilleros financiada por los contribuyentes.
Para el ELN, es importante negociar porque una vez desaparezca la amenaza armada de las Farc serán ellos -como ya lo han comenzado a ser- el objetivo número uno de las Fuerzas Militares. Esta arremetida sin el santuario de Venezuela -que pueden perder si la oposición sigue ganando espacio- será más difícil de resistir.
Y la puerta de la negociación será más difícil de abrir en el futuro. Ya ha sido complicado lograr que los colombianos se traguen el sapo de la negociación con las Farc, que en el imaginario colectivo ha sido la gran amenaza al status quo- para que acepten volver a arrancar una negociación de cero con una guerrilla menos importante.
Incluso en los múltiples voluntarios que se han ofrecido a lo largo de los años como facilitadores del proceso con el Eln se comienza a sentir la fatiga. Pocos entienden por qué si tantas cosas están dadas para la negociación esta nada que arranca.