Con Humberto De la Calle como jefe del equipo negociador, Santos pone un vocero que tiene frescas las lecciones aprendidas de las negociaciones fracasadas del pasado, es una estratega con peso político propio, conoce muy bien la ley y es un amigo personal del Presidente.
Humberto De la Calle, el capitan del equipo negociador
Hoy Santos anunció entre los titulares de su equipo negociador el nombre de su principal delantero, Humberto de la Calle. Con De la Calle, Santos pone un vocero que tiene frescas las lecciones aprendidas de las negociaciones fracasadas del pasado, es una estratega con peso político propio, conoce muy bien la ley y es un amigo personal del Presidente.
Su nombramiento como cabeza de un equipo integrado por el exgeneral Óscar Naranjo, el exgeneral Jorge Enrique Moral Rangel, el director de la Andi Luis Carlos Villegas, el exministro Frank Pearl y el Alto Consejero de Seguridad Sergio Jaramillo estaba calculado hace tiempos y es un elemento clave para lo que se viene.
Quién es
Humberto de la Calle es un caldense de 66 años que nació en Manzanares e hizo su carrera en Manizales. Es abogado, político, poeta, columnista, escritor y ha sido diplomático en varias oportunidades.
Se graduó de Derecho en 1969 de la Universidad de Caldas y ha ejercido toda la vida. Hoy tiene una firma de abogados que compartía con su hijo José Miguel, actual Superintendente de Sociedades.
Aunque tuvo la ambición de llegar a la Presidencia (perdió contra Samper en la consulta del Partido Liberal en 1994, cuando éste sí llegó a ser Presidente), De la Calle ha seguido más una carrera de alto funcionario del Gobierno que de cacique político.
Dado que ha trabajado en casi todos los gobiernos durante los últimos veinte años, a De la Calle es muy difícil encasillarlo hoy en alguno de los partidos políticos que están en la contienda, aunque siga siendo considerado un liberal gavirista. Esto facilita que tenga buenas relaciones con todos los sectores, incluyendo el uribismo.
De la Calle empezó su carrera a finales de los años ochenta en su departamento, como Decano de la Universidad de Caldas, y luego como Secretario de Gobierno. Fue Director del Organismo Electoral y Registrador Nacional del Estado Civil y magistrado de la Corte Suprema de Justicia.
Mientras fue Registrador tuvo que afrontar una situación difícil cuando en las elecciones de 1984 falló toda la red de sistematización al punto que eran las once de la noche y no se conocía ni el 10 por ciento de los resultados. Y aunque logró solucionar el tema manualmente, con calculadora en mano, fue blanco de críticas en su momento.
Pero eso no fue obstáculo para que en 1990 fuera nombrado Ministro de Gobierno por César Gaviria.
Los noventa fueron sus años de gloria en la política. Como Ministro de Gobierno fue el principal interlocutor del Gobierno con la Asamblea Constituyente y por lo mismo tuvo que actuar en muchos casos como conciliador.
El 4 de julio de 1991 cuando se aprobó la Asamblea Constituyente, los constituyentes, que en un principio habían dicho que el Gobierno solo podría asistir cuando lo invitaran, ovacionaron a De la Calle por su desempeño en este tema. Su colega de entonces y de ahora, Fernando Carrillo, lo definió como la “mano maestra” de la Constituyente.
Su papel como Ministro fue clave para el desarrollo de normas electorales que permitieran la participación política de todos los sectores de la sociedad, y particularmente la de los desmovilizados de las guerrillas que acababan de dejar las armas. Él fue fundamental para la implementación de los beneficios penales para hacer posible la reinserción de los desmovilizados de esa época del M-19, PRT, EPL y Quintín Lame.
Cabalgando sobre estos reconocimientos, en 1993 dio la batalla política para llegar a la Presidencia, pero la perdió con Samper en la consulta popular del partido liberal.
Luego vino su período como Vicepresidente de Ernesto Samper en 1994 y ya no le fue tan bien. Fue el Angelino Garzón de Samper. Tras volverse el vicepresidente incómodo, terminó renunciando a su cargo y convirtiéndose en un opositor ante el escándalo del proceso 8.000, lo que lo convirtió en un enemigo reconocido de los samperistas (una fuente que lo conoce le contó a La Silla que hace unas semanas cuando sonaba para Ministro de Interior para reemplazar a Federico Renjifo, Samper le hizo saber a Santos que de producirse ese nombramiento lo tomaría como un acto en su contra).
La participación de De la Calle en el Gobierno de Samper fue bastante criticada. Primero porque cuando fue su competidor para la Presidencia, De la Calle dejó claras las diferencias ideológicas entre ambos pero pesar de eso aceptó meterse en una fórmula presidencial con Samper. Luego dijo que no sería vicepresidente de nadie y, según Luis Alberto Moreno, alcanzó a coquetearle a la campaña de Pastrana. Pero terminó de Vicepresidente de Samper. Y por último porque para algunos su renuncia fue tardía porque el escándalo del 8.000 ya había estallado.
En todo caso, fue una guerra fría porque Samper lo envió como Embajador de Colombia en España y De La Calle le aceptó el puesto. Estuvo allí entre 1996 y 1998.
Conoció, de lejos y luego de cerca, el fracaso del proceso de paz de El Caguán. Entre 1998 y el 2000, ya en el gobierno Pastrana, fue el Embajador de Colombia en Reino Unido. Y después volvió a Colombia, cuando los diálogos de El Caguán ya estaban en sus últimas, para ser su Ministro del Interior entre 2000 y 2001.
De ahí se fue a ser el Embajador de Colombia ante la OEA, en donde alcanzó a estar parte del primer Gobierno de Álvaro Uribe, hasta 2003. De la Calle llegó a ser cercano a Uribe y lo ayudó como asesor jurídico en el diseño de la reforma a la Constitución que llevó a su primera reelección, lo que también le valió algunas críticas de quienes consideraban que eso era una afrenta a la Constitución que él mismo había ayudado a diseñar. Sin embargo, manifestó públicamente su rechazo a la segunda reelección.
De la Calle también salió a relucir en el escándalo de los contratos de los Nule porque su firma de abogados les prestó asesoría en derecho comercial y financiero después de 2007. El exvicepresidente se defendió diciendo que ningún contrato de los Nule se adquirió con su asesoría, que nunca le hablaron de Bogotá, la Ruta del Sol o el carrusel de la contratación y que aunque una vez le pidieron que los defendiera él se negó.
La amistad con Santos
Políticamente, Santos y De la Calle coinciden en muchas ideas. Ambos apoyaron a Virgilio Barco, ambos fueron y siguen siendo parte de los gaviristas de 1990, ambos se opusieron a Samper, ambos apoyaron a Pastrana y luego a Uribe en su primera reelección. Además, ambos siguen defendiendo a capa y espada la Constitución de 1991.
Se conocieron en 1986 cuando Juan Manuel Santos era consejero económico de la campaña de Virgilio Barco y De la Calle Registrador Nacional. Desde entonces tienen una relación que se fue volviendo más cercana con los años y que ni siquiera se rompió cuando en 1992 De la Calle le ganó a Santos en la elección como Designado del Presidente César Gaviria, un puesto por el que Juan Manuel hizo mucho lobby.
Para entonces Santos y De la Calle tenían en común su filiación y su círculo político e incluso se turnaron el puesto. Cuando De la Calle renunció a ser Designado y Ministro del Interior de Gaviria para empezar una campaña presidencial en 1993, Santos se convirtió en el Designado. Después cuando Santos salió porque terminó el Gobierno de Gaviria, entró otra vez De la Calle, pero ahora como Vicepresidente de Samper.
Santos y De la Calle también han compartido gabinete en dos ocasiones. En el gobierno de Gaviria, Santos fue Ministro de Comercio Exterior mientras De la Calle era el del Interior. Después, Santos entró al Gobierno de Andrés Pastrana en el 2000 para ser su Ministro de Hacienda y Crédito Público, al mismo tiempo que De la Calle, quien fue Ministro de Interior.
El papel de De la Calle
Por su experiencia en distintos gobiernos, el reconocimiento que tiene entre el sector político y los grandes medios, y también porque en muchos sentidos ya está más allá del bien y del mal, el nombramiento de De la Calle como jefe negociador fue bien recibido.
De la Calle conoce a profundidad la Constitución y por lo mismo será quien controle desde el punto de vista jurídico las decisiones que se tomen en la mesa. Conoce el derecho electoral, el agrario, los procesos normativos para la reinserción y en su momento, hizo parte del equipo que impulsó la reforma política en el Congreso contra la parapolítica que proponía la figura de la silla vacía. Pero su mayor activo es su conocimiento de las negociaciones del pasado con la guerrilla, de las que tuvieron éxito y de las que fracasaron.
De la Calle participó activamente en las negociaciones con la Coordinadora Guerrillera que incluían a las Farc, el EPL y el ELN y que se llevaron a cabo en Caracas en 1991 y en Tlaxcala, México, en 1992. En estas conversaciones, que a la postre fracasaron, De la Calle fue el vocero del Gobierno e inauguró personalmente ambas rondas de negociaciones.
Algunas de las ideas que expresó en aquel entonces fueron recogidas para las negociaciones de hoy; por ejemplo, la de que era necesario llegar a una agenda de negociación puntual y concreta, e impedir que se discutiera todo.
Paradójicamente, cuando De la Calle regresó del Reino Unido en el 2000 para ser Ministro del Interior de Pastrana, su cartera tuvo a cargo el Comité Temático Nacional, que era el que daba los insumos para las negociaciones y programaba las audiencias públicas, en las que se discutió desde el modelo económico hasta la deuda externa. Exactamente lo que él había dicho diez años antes que no se debía hacer. Esos diálogos también fracasaron.
Ahora, como jefe negociador y sin ser un miembro formal del gabinete, tendrá que tomar decisiones que afectan el trabajo de todo el equipo de gobierno y que para algunos temas, lo dejarán por encima de sus ministros.
Como cabeza del equipo, De la Calle tendrá el gran reto de poner a trabajar coordinadamente a un equipo de expertos por un lado, y pesos pesados por el otro, que tendrá que llegar con las mismas ideas a la mesa.
Además, tendrá el gran desafío de garantizar que la agenda produzca resultados que dejen contentas a las partes, que se puedan implementar, que lleven al fin del conflicto y que no le dejen en su hoja de vida una negociación más que se queda en el papel.