La autopsia del paro

La autopsia del paro

Aunque todavía internamente los miembros del Comité del Paro se debaten sobre el camino a seguir, lo más probable es que no convoquen por ahora nuevas movilizaciones, como anticipó La Silla la semana pasada.

De esa manera —formalmente, por lo menos, porque seguramente permanecerán bloqueos aislados en diferentes zonas del país— terminó el paro que convulsionó a Colombia durante más de un mes sin que el presidente Duque se haya visto obligado a hacer concesiones estructurales.

¿Cómo se desinfló el Comité del Paro y la movilización social tras poner al Establecimiento y al Presidente contra las cuerdas? Esta es la ‘autopsia’ del paro.

No supo reconocer su victoria

El Comité del Paro se sentó el 16 de mayo con el Gobierno en una mesa que entonces lideraba Miguel Ceballos y que después de que este renunciara quedó a la cabeza del Consejero Emilo Archila.

Estaba envalentonado. El paro venía de pegarle duro a Duque: le hizo retirar la tributaria y perder su ministro de Hacienda, lo obligó a hacer cambios de gabinete y lo dejó cuestionado. Y fue en esa posición de fuerza que sus representantes lograron sentarse a negociar un pliego de reivindicaciones que venían tratando de mover desde el año pasado.

El pliego traía el sello del primer año de la pandemia, y pedía desde la matrícula cero en instituciones públicas de educación superior hasta una renta básica de un salario mínimo, por seis meses, para 30 millones de personas.

La negociación, sin embargo, no alcanzó nunca a discutir esos puntos. Se trabó en un documento de preacuerdo sobre garantías a la protesta social que el Comité pidió como condición previa para negociar el pliego, en un contexto en el que se estaban dando evidentes abusos por parte de la Fuerza Pública.

Con un nivel de represión pocas veces visto antes, Human Rights Watch en su más reciente informe, documenta 34 homicidios confirmados en la protesta (20 de ellos a cargo de la Policía), 5.500 detenciones (muchas arbitrarias), 1100 heridos y 409 desapariciones (328 encontrados). También 1200 agresiones contra miembros de la Policía (192 de gravedad).

Pero después de tres semanas de negociación trancada, y sin lograr concesiones del Gobierno en el preacuerdo o en el pliego, el Comité se levantó de la mesa con las manos vacías, y cuestionado no solamente por los sectores que lo culpaban de sostener los bloqueos en el país, sino también por muchos de los jóvenes que movieron la indignación y que no se sienten representados por los sindicalistas que lo lideran.

Los del Comité dicen que se pararon de la mesa porque estaban convencidos de que Duque carecía de autonomía para negociar y que estaban ante una línea dura de mando que viene de Álvaro Uribe, pues él promovió explícitamente “rechazar cualquier negociación con el Comité”.

Los del Comité no reconocen errores que cometieron. El principal, quizás, es que lejos de ‘cobrar’ su victoria cuando tumbaron la tributaria y al ministro de Hacienda —como les recomendó Gustavo Petro en el audio que se filtró— el Comité y los que protestaban doblaron sus apuestas.

Con bloqueos y “puntos de resistencia” en múltiples zonas del país pusieron al Establecimiento y a Duque contra la pared. Una estrategia que develó el nivel de rabia y frustración que existe contra el status quo, y que provocó en los que nos beneficiamos de él miedo o un mayor nivel de conciencia.

Pero una estrategia que, al mismo tiempo, comenzó a quitarle legitimidad a la protesta.

La narrativa inicial del presidente Duque, su partido y los medios afiliados al uribismo de que las protestas eran evidencia de “una revolución molecular disipada” dirigida desde Venezuela y Cuba, articuladas por Petro, e infiltradas por las guerrillas tuvo poca tracción.

El video de la autoentrevista del Presidente en inglés generó solo burlas; lo mismo el ‘panini’ de la protesta del Fiscal General y el discurso del Mindefensa sobre los cabecillas de las guerrillas infiltradas en la protesta; las invitaciones de Álvaro Uribe a enfrentar militarmente el estallido amenazaron con incendiar más la calle.

Fue realmente el discurso económico contra los bloqueos lo que cambió la narrativa contra el paro, y lo que a la postre, debilitó la posición del Comité en la mesa de negociación.

Fue en eso que recalcó Duque cuando invitó a los directores y editores generales de los medios a Palacio. Y fue el discurso que impulsaron los gremios con gran efectividad.

Discursos como los de Esteban Piedrahita, director de la Cámara de Comercio de Cali, que grabó un video diciendo que los bloqueos en el Valle estaban haciendo padecer física hambre a la gente de la región suroccidental; las múltiples intervenciones de Bruce McMaster, director de la Andi, y de líderes de otros gremios posicionaron la idea de que si bien el paro podía tener razones legítimas, los bloqueos producían muerte, hambre y destrucción de empleos en la peor crisis económica que atraviesa el país en décadas.

Ese discurso caló.

Los grandes medios abandonaron el paro y centraron una parte significativa de su cubrimiento en los impactos nefastos de los bloqueos.

Todos los candidatos presidenciales —salvo los de izquierda (Petro solo se pronunció en contra de los bloqueos después de que el Comité del Paro se paró de la mesa de negociación)— comenzaron a condenar los bloqueos, como mostramos en esta historia. Incluso los de la centroizquierda que apoyaban el paro.

En eso estaban alineados con los ciudadanos que —como mostró la Invamer Poll realizada durante el mes de protestas— si bien apoyaban masivamente el paro, rechazaban mayoritariamente los bloqueos.

Apalancado en ese sentimiento, el Gobierno cambió su estrategia en la mesa de negociación y exigió a los del Comité rechazar los bloqueos como condición previa a empezar a discutir el pliego que exigían. Quedaron entre la espada y la pared.

Por un lado, porque hay un debate abierto sobre la legalidad y la legitimidad de los bloqueos como una táctica de la protesta social. Y más importante aún, porque en realidad el Comité del Paro no tenía la capacidad de desbloquear la mayoría de puntos; reconocerlo, ponía de presente su falta de representatividad y de liderazgo real sobre la protesta, lo cual los debilitaba en la mesa.

La falta de representatividad

Como contamos, al Comité lo componen mayoritariamente hombres mayores, los cuales pertenecen a una generación de la protesta social que aglutina asociaciones y sindicatos de trabajadores.

En el contexto de esta negociación, el Comité buscó una actitud de apertura a nuevas voces en su Asamblea Ampliada, que incluye a más de 50 organizaciones sociales. Allí dejaron que entraran asociaciones de estudiantes de secundaria a dar sus opiniones, entre otras, pero esto no fue suficiente para dar la sensación de que representaban a toda la calle.

Lo que quedó en evidencia con la movilización que explotó en mayo, pero que ya venía mostrando su fuerza desde hace dos años, es que hay una brecha generacional de la indignación. Si bien frente al Gobierno se sentó el Comité, en la calle fueron más bien los Ninis, jóvenes entre 14 y 28 años, los que se convirtieron en el motor del paro.

En las sonadas declaraciones de Nelson Alarcón, representante de Fecode, el sindicato de profesores, justamente él hacía reconocimiento de este hecho: “Mal haríamos en hablar por los jóvenes de primera línea, porque hoy nosotros no somos los voceros, necesitamos traerlos al Comité, robustecer el movimiento”.

Como contó La Silla en su viaje por entre los bloqueos entre Cali y Buenaventura, los jóvenes que están bloqueando diferentes puntos no reconocen en el Comité ninguna autoridad, ni siguen sus directrices.

Para muchos de los que entrevistamos, el paro se ha convertido en una fiesta; en una reconexión con amigos después de un año terrible de confinamiento; en una oportunidad para comer mejor que en su casa gracias a las ollas comunitarias del barrio; en una fuente de ingresos por los ‘peajes’ que algunos de ellos cobran; y sobre todo, en una oportunidad para ser reconocidos por otros del barrio y por el país. Ninguno de los que entrevistamos mencionó los puntos del pliego que defendía el Comité en la mesa.

Arrinconado con el tema de los bloqueos, el Comité sacó una declaración diciendo que tenían “la decisión política para trabajar en la dirección de distensionar concentraciones en las vías y cortes de rutas” y presentó una reducción de 40 puntos bloqueados como muestra de su gestión para ayudar a desbloquear.

No fue suficiente para el gobierno. Ya tenían el sartén por el mango, y poca voluntad de concederle al Comité —y vía ellos, a la Oposición— ninguna otra victoria. Ya lo que quedaba era un pulso por quién se desgastaba más en la mesa, y quién corría con los mayores costos con miras al 2022. Como contó La Silla, el gobierno ganó esa batalla. Que es muy diferente a la guerra.

¿Qué viene ahora?

Con la salida sin logros de la mesa, una división se ha creado en el Comité del Paro. Por una parte, está la postura de sindicalistas como Percy Oyola, de la CGT (Central general de trabajadores), que insisten en que no deben parar las movilizaciones hasta que se negocie el pliego.

Pero una fuente interna que conoce el proceso dice que es la postura minoritaria, y que la mayoría pide que se dejen de llamar a nuevas marchas: “Tenemos que cambiar de estrategia y sentarnos a dialogar con bases más amplias de jóvenes a los que hoy no representamos. No podemos darnos el lujo de seguir convocando en la calle cuando la gente está cansada de más de un mes de protestar”.

Esta división de posturas es la que ha demorado el anuncio oficial sobre cuál será la agenda del comité en los que viene, porque no quieren parecer divididos hacia afuera. Pero la prioridad en adelante es ir a buscar esa indignación que desborda al Comité con foros, visitas a los puntos de resistencia y un censo de primeras líneas.

La idea, como dijo Alarcón en el video que causó controversia, es crear un movimiento social amplio que logre tumbar al uribismo el próximo año, sin que el Comité esté apoyando una figura particular todavía, pues sus líderes están divididos entre los apoyos a Petro y a la Coalición de la Esperanza.

Por el lado del Gobierno, el plan es seguir un doble carril para apaciguar el estallido social.

Por un lado, planea sacar adelante la reforma tributaria en el Congreso en la próxima legislatura. El nuevo ministro de Hacienda, con mucha más habilidad política que Carrasquilla, tiene planeadas sendas reuniones con muchos sectores para consensuar la reforma que incorporará —ahora como banderas propias del gobierno uribista— su versión de renta básica y la matrícula cero.

Por el otro, el gobierno reeditará su fallida estrategia de Conversación Nacional, ahora rebautizada con varios nombres como “Pactos por la Juventud” para encontrarle un futuro a los jóvenes que se ven reflejados en los de la Primera Línea; y “Hablemos de la Policía”, unas mesas en las regiones, moderadas por el BID, para hablar sobre cómo transformar la Policía (mientras cursa la reforma a la institución impulsada por el general Vargas).

Algunos jóvenes de la Primera Línea, que ya saborearon el poder, se convertirán seguramente en pequeños mandamases de sus barrios y empezará una carrera entre diferentes sectores por reclutarlos: desde organizaciones sociales altruistas hasta políticos y bandas criminales.

La gran pregunta es qué curso seguirán la indignación, la rabia y el miedo. De los que salieron a marchar, de los que los vieron por la ventana, de los que tienen la opción de invertir su plata en un nuevo proyecto en Colombia o en Miami.

Hay una frustración creciente, difícil de identificar en las encuestas, que se viene acumulando desde la época del plebiscito y que se manifestó de manera contundente en las urnas en agosto de 2018 cuando la consulta anticorrupción sacó más de 12 millones de votos.

No pasó el umbral pero resurgió un año después, en noviembre de 2019, con las grandes marchas del 21N.

En términos concretos, estas movilizaciones no lograron cambiar casi nada (el Acuerdo de Escazú —uno de los pocos compromisos que salieron de la Conversación Nacional— va a agonizar en el Congreso en los próximos días) antes de entrar en el congelador por la pandemia.

El 9 de septiembre del 2020 asomó la cabeza en Bogotá disparado por la brutalidad policial, y volvió a estallar en mayo, con un mayor grado de violencia.

¿Qué ganó ahora la movilización? Hay señales de que el sector empresarial ganó una mayor conciencia sobre la necesidad de atender el bloqueo de futuro para los jóvenes pobres del país. Y banderas como la de la renta básica y matrícula cero dejaron de ser monopolio de la izquierda y se volvieron ya parte de la conversación del Establecimiento.

La brutalidad policial también se puso en el centro del debate y ya el discurso de las manzanas podridas se hace cada vez más difícil de sostener.

En otras palabras, este paro logró introducir otros temas y cambiar la conversación. Pero sin un liderazgo capaz de aterrizarla en transformaciones estructurales y en una mayor conciencia política, el descontento volverá a estallar.

Seguramente, lo hará más cerca de las elecciones presidenciales para beneficio de quien logre capitalizar políticamente el miedo, el odio o la ilusión que se movió en este paro.

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