La campaña electoral que concluirá este domingo fue muchas cosas. Pero no fue lo que muchos pronosticaron. En particular, no fue un plebiscito por la paz. Y quizás por eso, tampoco fue la tercera vuelta entre Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos.
La elección que no fue
La campaña electoral que concluirá este domingo fue muchas cosas. Pero no fue lo que muchos pronosticaron. En particular, no fue un plebiscito por la paz. Y quizás por eso, tampoco fue la tercera vuelta entre Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos.
A menos de seis meses de la firma de un Acuerdo Final que le pondría fin a una confrontación armada de medio siglo con las Farc, el tema de la paz brilló por su ausencia en esta contienda electoral. Y no fue precisamente porque así lo hubiera querido el destino. Así se decidió en Casa de Nariño.
Durante una reunión del primer semestre, se dio una reunión en Palacio de Nariño donde se debatió si convenía convertir esta campaña fuera un plebiscito por la paz.
El ex presidente liberal César Gaviria creía que sí y de hecho, él y el fiscal Montealegre le presentaron a Santos la propuesta de hacer un referendo el mismo día de elecciones para que los colombianos votaran a favor de darle facultades extraordinarias para desarrollar los acuerdos de paz.
Otros consideraban que dado lo incierto que en ese momento parecía el proceso de paz y la baja aprobación que tenían puntos centrales del mismo era altamente riesgoso hacerlo pues le daría una ventaja importante al uribismo.
Al final, el presidente Santos decidió que lo más conveniente era dejar que las elecciones regionales se decidieran como siempre se han decidido: por lógicas locales y en muchas partes, a punta de clientelismo. Así fue.
En estas elecciones, y a pesar de que la paz tendrá un enfoque territorial, en los territorios se evadió casi por completo la discusión sobre los acuerdos ya negociados en la Habana y los que están por negociarse.
Incluso en los 20 municipios con mayor probabilidad de ser priorizados para la ejecución de los acuerdos de paz, la contienda se está dando –con pocas excepciones- entre caciques tradicionales que edificaron su campaña sobre sus respectivas maquinarias y no sobre el debate sobre el posconflicto, como contó La Silla en esta historia.
¿Tuvo Santos razón?
Si el objetivo del Presidente al tomar esta decisión era evitar el riesgo de que Álvaro Uribe capitalizara políticamente los temores de los colombianos frente al proceso de paz que se discute en la Habana, los resultados electorales del domingo seguramente le darán la razón.
A juzgar por las encuestas y los cálculos que están haciendo los líderes de los partidos de la Unidad Nacional, el Centro Democrático solo tiene garantizada la victoria en Medellín y en uno o dos departamentos pequeños.
Sustraída la campaña del tema ideológico –donde él suele reinar- Uribe no fue capaz de reclutar candidatos suficientemente fuertes para enfrentarse a las maquinarias oficiales en los departamentos y después de obtener en las pasadas presidenciales casi la mitad de la votación en esta contienda aparecerá como uno de los derrotados electorales.
Por eso mismo, esta campaña tampoco fue la ‘tercera vuelta’ entre la Unidad Nacional de Santos y Uribe que muchos analistas al principio de año –incluida La Silla Vacía- pronosticaron.
A pesar de que el Presidente dio la orden de que los partidos de su coalición jugaran unidos allí donde el uribismo constituyera una amenaza, al final se impusieron las lógicas locales y el Centro Democrático terminó incluso coavalando candidatos de partidos en teoría santistas. La Unidad Nacional se disolvió en esta contienda electoral.
Maurice Armitage, por ejemplo, tiene el aval de Santos, de Cambio Radical y de Uribe. El candidato a la Gobernación de Córdoba, Carlos Gómez, está avalado por Cambio Radical, el partido del Vicepresidente de Santos, y por el Centro Democrático. Y como estos, hay varios otros casos.
Por otro lado, el Presidente –salvo casos muy específicos como el de Armitage en Cali o el del candidato de los ñoños en Córdoba- estuvo ausente de la contienda electoral.
En parte, porque como él mismo se lo dijo a algunos, dada la división de la Unidad Nacional, si se metía terminaba ganandose enemigos gratis. Pero también porque muchos candidatos, incluso de su partido de la U, prefirieron no asociar su nombre con el de Santos por sus bajos niveles de popularidad.
Por eso, a diferencia de las elecciones locales de la época de Uribe e incluso de las actuales en las que todos los candidatos del Centro Democrático buscan clonar a su jefe, ninguno se está presentando como el candidato del Presidente. Ni siquiera su ex ministro de trabajo Rafael Pardo en Bogotá.
En el Meta, por ejemplo, los afiches del candidato de la U a la Gobernación Luis Carlos Torres hace un par de meses obviaba la U para que no lo asociaran con el gobierno nacional, según le contaron varios periodistas de la región a La Silla.
¿Le convino al país?
Más allá de si le convino a Santos la pregunta es si le convino al país que el tema del proceso de paz no fuera el eje de la campaña electoral. Las opiniones están divididas.
El ex comisionado de paz Camilo Gómez opinó en la red de discusión sobre paz en La Silla Vacía que fue conveniente que no se volviera un tema electoral. “Un proceso electoral divide opiniones y un proceso de paz debe unir opiniones”, escribió. “La paz es un tema político, pero no se puede convertir en electoral. En conclusión si el apoyo al proceso se mete en la marea electoral este irá y vendrá pero en los oleajes fuertes puede hundir el barco que de la Habana viene cargado de acuerdos”.
A lo que el analista de paz Juan Carlos Palou replicó que “es contradictorio afirmar que la paz es un tema nacional que no se define en las elecciones de autoridades regionales y municipales, mientras que -por otro lado- se asegura que la paz-la verdadera- debe ser territorial. De manera que se sigue concibiendo a los alcaldes como obedientes ejecutores de lo decidido a nivel nacional.”
El debate está abierto. Lo que sí es un hecho es que el país sigue dividido frente al proceso de la Habana y las elecciones no sirvieron de escenario para hacer pedagogía sobre lo que se está pactando y sobre lo que vendrá después de que se posesionen los alcaldes y gobernadores que elijamos el 25 de octubre.