Silla Santandereana

De izquierda a derecha el preparador físico, Diego Guzmán, el dueño del equipo, Óscar Álvarez, el director técnico, Hernán Torres y el gerente, Hernando Flórez.

Aunque hace siete años el Atlético Bucaramanga cambió de dueños, la familia que lo compró ha pasado debajo del radar. Son propietarios de 37 bombas de gasolina y no es claro cómo hacen para que le entre plata al equipo más allá de la Dimayor.

Hace siete años el Atlético Bucaramanga cambió de dueños.

Aunque los accionistas de los equipos de primera división suelen estar bajo los reflectores de la hinchada y la prensa deportiva local, los Álvarez Ascanio, una familia oriunda de Norte de Santander, ha pasado debajo del radar.

La Silla los rastreó y encontró que su poder, más allá del equipo de fútbol profesional de Santander, está en el mercado de la gasolina, gremio en el que son súper poderosos.

Entre Santander, Norte de Santander y sur del Cesar miembros de esa familia, varios de los cuales figuran como propietarios del equipo, tienen 37 estaciones de servicio que han adquirido en los últimos 20 años.

Además, Óscar Álvarez Ascanio, la cabeza del Bucaramanga, a la par ha construido un emporio de empresas que incluye dos hoteles, una financiera, una bolsa de empleo, una inmobiliaria, una institución de educación no formal y una empresa de ropa deportiva. 

El búnker

El nombre de Óscar Álvarez Ascanio, el accionista mayoritario del Atlético Bucaramanga, no dice mucho dentro de los círculos de poder de Santander.

Las 32 fuentes con las que hablamos, entre periodistas deportivos, empresarios del fútbol de varias regiones del país y de la gasolina en los dos santanderes, así como las habitantes de las zonas en las que se mueve, coincidieron en que de lo único que hay certeza sobre Álvarez es que está interesado en mantener bajo perfil.

Eso  le ha servido para pasar desapercibido aún cuando durante las dos últimas décadas ha construido un emporio empresarial que mueve cientos de millones entre los dos santanderes y el sur del Cesar.

Él es un ingeniero industrial de la Universidad Católica, que nació en Ábrego, municipio del Catatumbo, una convulsionada subregión de Norte de Santander que históricamente ha tenido presencia del ELN, del EPL, de las Farc y ahora de las disidencias de ese grupo.

Hace parte de una familia numerosa con tierras en la vereda Perico de ese municipio, y que era conocida en sus inicios por sembrar cebolla.

Luego pasó al negocio de la gasolina. 

Sobre cómo hizo su incursión en él, ninguna de las fuentes con las que habló La Silla, dio una versión que lo explicara más allá de que por ser zona de frontera con Venezuela el acceso a negocios de combustible es más sencillo.

Sin embargo, lo que sí es claro es que desde que entró a ese mercado no ha parado de crecer y que no lo hizo solo sino junto a su familia.

Él, su esposa Nery Arévalo Vega, y 9 de sus hermanos empezaron a figurar en estaciones de servicio en tres departamentos del oriente del país.

No pudimos establecer las fechas exactas en las que lo hicieron porque no tuvimos acceso al historial de la constitución de cada una de las estaciones de servicio, pero lo que sí pudimos corroborar es que en registros públicos figuran así:

  • Nery Arévalo tiene tres estaciones en Norte de Santander (dos en Ocaña y una en Ábrego). 
  • Clodomiro Álvarez Ascanio tiene cuatro estaciones en el Cesar (tres en Aguachica, una en San Alberto y otra en Pailitas) y una en Bucaramanga.
  • Jesús Hemel Álvarez Ascanio tiene tres en Bucaramanga
  • Willington Álvarez Ascanio tiene dos en Norte de Santander (Ocaña y Ábrego) y una en Aguachica, Cesar. 
  • Said Álvarez Ascanio tiene cuatro en Aguachica. 
  • Marlene Álvarez Ascanio tiene una en Bucaramanga.
  • Jhon Jairo Álvarez Ascanio tiene una en Aguachica.
  • Elida Álvarez Ascanio tiene una en Ocaña, Norte de Santander, y una en Bucaramanga. 
  • Deyanira Álvarez Ascanio tiene una en Río de Oro, Cesar.
  • María Romelia Álvarez Ascanio tiene una en Bucaramanga. 

Sobre el caso de Óscar Álvarez en particular, hasta donde La Silla logró rastrear, sus inicios en la capital santandereana datan de 2002, cuando creó la Estación de Servicio Centro.

En 2007 creó otra en el centro de la ciudad, conocida como Exicentro, y al siguiente año la de Barlovento, en Piedecuesta. 

Además, encontramos que en Girón tiene dos (Chimitá y Carrizal), en Cúcuta otras dos (La Playa y La Avenida), en San Alberto otras dos (Mirador El Líbano y El Líbano), una en Ocaña (Cotransregional) y otra en su natal Ábrego (Los Piñitos). 

Todas esas estaciones tienen la particularidad de que entre 2017 y 2019 dejaron de figurar a su nombre como persona natural, pues las transfirió a sociedades tipo SAS que él constituyó y de las que es representante legal.

Más allá de cómo figuran en papeles, lo llamativo es el capital que tuvieron su familia y él para crearlas. 

Tres fuentes que se mueven en el gremio de las estaciones de servicio nos dijeron que en promedio crear una bomba cuesta $1.700 millones -contando el terreno y la infraestructura para ponerlas en operación- en zona urbana, valor que puede bajar a mil millones cuando están en el sector rural.

Es decir, partiendo de que todas hubieran costado mil millones, la familia Álvarez Ascanio inviritó un capital de $37 mil millones, casi dos veces lo que costaron las obras de reforzamiento del Estadio Alfonso López de Bucaramanga con todo y adiciones. 

Eso a pesar de que la inversión no tiene asegurada la rentabilidad, porque depende de su ubicación y de la fidelización de clientes. 

“Si no tienes clientes cautivos, fijos, y no estás en un muy buen lugar es muy jodido”, nos dijo uno de los empresarios de gasolina que nos habló bajo condición de no ser citado. Otro nos dio una versión muy parecida.

Le preguntamos a Óscar Álvarez por el origen de su vinculación con las estaciones de servicio y sobre su crecimiento en ese mercado, pero no nos respondió las preguntas y luego nos bloqueó de su celular.

La Silla encontró que a la par de su bonanza con combustibles, desde 2010 la familia Álvarez empezó a diversificar su portafolio de negocios cuando Óscar creó el Grupo Empresarial Santander, GES, con el objeto principal de distribuir lubricantes, repuestos y maquinaria. 

En los registros de la Cámara de Comercio no figuran otras empresas asociadas al GES, más allá de algunas estaciones de servicio que detallamos atrás. 

Sin embargo, en los registros de otras empresas de la familia aparecen el teléfono de contacto y el correo electrónico de GES. 

La primera y más llamativa es Serviefectiva SAS, una bolsa de empleo creada en 2010, cuyo representante legal es Alexander Álvarez Álvarez, sobrino de Óscar y quien, según su cuenta de Facebook, es auditor del GES. 

Sobre esa empresa no hay ningún registro en Internet, no tiene página web, ni redes sociales. Tampoco hay rastro de que haya contratado con el Estado. 

Cuando llamamos a uno de los celulares que figura en los papeles de la Cámara de Comercio y nos contestó Alexander, se negó a darnos información. 

Luego llamamos al teléfono fijo, que es el mismo del GES. Aunque aparentemente nos comunicaron con empleados de Serviefectiva, no nos dieron información acerca de los servicios que ofrece, más allá de que es una bolsa de empleo. 

El siguiente gran movimiento del grupo familiar fue la compra del Club Atlético Bucaramanga S.A

El equipo

En julio del 2012, Óscar Álvarez Ascanio le compró el Atlético Bucaramanga a José Augusto Cadena, un empresario del fútbol que lo adquirió a finales de 2006 y que es conocido por los malos resultados que han tenido los equipos que ha comprado.

En sus manos el Bucaramanga había tenido una de las rachas más malas de su historia: en 2008 descendió a la categoría B y no logró ascender mientras él fue su propietario.  

Sobre el valor de la venta hubo una cláusula de confidencialidad, pero la cifra de la que se habló extraoficialmente fue de alrededor de $12 mil millones. 

El intermediario del negocio fue el exarquero de la Selección Colombia Óscar Córdoba, quien conoció a Álvarez porque su hermano Mauricio tiene intereses en el sector de los combustibles.

Tras cerrar el trato, Córdoba fue por casi un año el presidente del equipo, pero salió por diferencia de criterios con los dueños. 

La participación de Óscar Álvarez y algunos miembros de su familia quedó repartida así:

  • Óscar Álvarez con el 74,3 por ciento.
  • Nery Arévalo con el 10 por ciento.
  • Grupo Empresarial Santander con el 5,1 por ciento.
  • Jesús Hemel Álvarez con el 4,9 por ciento.
  • Marlene Álvarez con el 3 por ciento.

Los que figuran solo saben de administración de equipos de fútbol lo que han hecho con el Bucaramanga, y dentro del gremio no es tan claro a qué le apuntan, aunque les reconocen que bajo su administración se sanearon las deudas del equipo, pagan cumplido y en 2015 lograron que nuevamente ascendiera a la primera división.

Pero sobre cómo manejan el negocio no hay nada claro.

El negocio

Los ingresos de los equipos de fútbol se dividen en tres grandes fuentes: la venta de jugadores, la boletería y los patrocinadores, pero en ninguno los Álvarez tienen juego importante.

En la nómina, salvo por Sherman Cárdenas, no hay grandes figuras. 

Según Hernando Flórez, gerente del Atlético Bucaramanga, 7 de los 23 jugadores que están inscritos los tienen en calidad préstamo, y los otros tienen contratos a término definido y sus actuaciones no son muy llamativas.

“Aquí no hay compra y venta porque no hay jugadores de talla para negociar. El Bucaramanga vive con préstamos”, dijo a La Silla un periodista deportivo de la región.

Además, aunque las contrataciones interesantes están en el cuerpo técnico, no hay continuidad porque por malas rachas lo renueva.

“(Óscar) trae muy buenos técnicos pero la nómina no es sobresaliente. No se ha dado cuenta que los técnicos no hacen los goles”, nos dijo un periodista deportivo de la región.  

Sobre la boletería tampoco hay mucho para mostrar.

Según dos periodistas deportivos de la región que llevan varios años cubriendo el equipo, la asistencia oscila entre 3 mil y 4 mil asistentes cuando la campaña del equipo es mala.

“Si usted multiplica eso por 30 mil pesos y por 20 partidos (la cifra sube contando los de la Copa Colombia que se juega entre las categorías A y B), que es lo mínimo que tiene un equipo en el semestre, es muy poco lo que se recauda”, explicó uno de ellos. “Los dueños también tienen que pagar por el alquiler del estadio y eso descuenta”.

Con los patrocinios es menos claro cómo los Álvarez ganan plata para el equipo pues el Atlético Bucaramanga solo tiene cinco patrocinadores y el único visible es Freskaleche, una de las productoras de lácteos más reconocida en Santander y cuyo convenio ronda los mil millones anuales.

Los otros cuatro patrocinadores hacen parte del emporio empresarial creado por los mismos Álvarez en torno al equipo leopardo.

En 2015, crearon la Cooperativa Multiactiva Credideportes para ofrecer créditos y ahorro a deportistas. En 2017, la liquidaron tras malos resultados, y tras tres meses Óscar Álvarez. con dos de sus hermanos y su esposa, creó la financiera Credideportes.

A la fecha, con sedes en Bucaramanga, Cúcuta y Bogotá, ofrece servicios de microcréditos. Según dos fuentes, una que estuvo vinculada al equipo y otra que le hace seguimiento, la nómina la pagan a través de esa empresa.

Ese mismo año, crearon Búcaros Tv Play, un canal virtual que no tiene página web propia sino que promueve contenidos audiovisuales del equipo en redes sociales. Figura a nombre de Nery Arévalo, la esposa de Óscar, y durante las emisiones hace publicidad a los otros negocios de los Álvarez. 

El tercer patrocinador es la Fundación Autónoma de Santander, una corporación de educación no formal que Óscar Álvarez compró hace poco. 

Esa fundación recibe entre 150 y 200 estudiantes al año, con matrículas de un millón de pesos semestral, y está tan ligada al equipo que algunos de sus estudiantes hacen sus prácticas en las inferiores. De hecho, el Bucaramanga subsidió el 40 por ciento de la matrícula de los estudiantes de primer semestre. 

Es decir, la fundación que es patrocinadora del club y en teoría es la que debería invertirle plata, este año recibió un aporte de su patrocinado.  

Por último está NewVictory, la marca que viste al equipo y que nació formalmente en enero de este año como una sociedad entre la familia Álvarez y Fernando Pabón, dueño de Deporte Total, que hasta el año pasado había sido la maquiladora oficial del club.

Que esas cuatro empresas estén ligadas a los Álvarez es algo muy particular porque en la práctica están invirtiendo su propio dinero en el sostenimiento del equipo, cuando normalmente los empresarios del fútbol buscan que sus clubes reciban patrocinios de marcas o empresas locales.

El cuarto ingreso estaría en el giro que la Dimayor le hace al equipo por estar en la primera división del fútbol, y que, según cifras extraoficiales asciende a $1,25 millones de dólares, es decir, casi $4 mil millones anuales a cambio de ayer.

En 2017 en actas quedó registro de que el equipo reportó pérdidas por $1.700 millones pero para 2018, después de descapitalizar el equipo en $1.300 millones para cubrir las pérdidas, reportó utilidades netas por $2.700 millones, cifra que está muy por encima de los equipos que son similares a él.

Por ejemplo, ese mismo año el Atlético Huila reportó $911 millones y el Deportivo Pasto reportó $171 millones. 

Es decir, el Atlético Bucaramanga es uno de los equipos más rentables de la primera división con respecto a sus pares.

A pesar de que ese buen resultado podría ser motivo para sacar pecho, la familia Álvarez ha mantenido total hermetismo.

Así como se negaron a hablar con La Silla para esta historia, a siete años de haber comprado el equipo no han dado ninguna entrevista a periodistas locales. Tampoco dan declaraciones públicas, ni se conocen sus planes para el club. 

Sin embargo, su grupo empresarial ha seguido creciendo.

En los últimos años también montaron una inmobiliaria que funciona en el área metropolitana de Bucaramanga, y el año pasado crearon un grupo que tiene dos hoteles -uno en Piedecuesta donde se hospedan los jugadores del Bucaramanga y otro en Chimitá-.

Así que si algo queda claro es que el emporio de los Álvarez, además de la gasolina y el fútbol, sigue en expansión.

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