La versión de ‘Timochenko’ fue frustrante en muchos sentidos para las víctimas. Pero se entendió mejor de qué se trata la justicia transicional.
La JEP se vuelve una oportunidad para tramitar las emociones, además de la verdad
En la diligencia de ayer, en la que Rodrigo Londoño, ‘Timochenko’, fue a dar su versión sobre lo que sabe de cinco magnicidios que la guerrilla que dirigió confesó haber cometido, se vivió un momento doloroso y emotivo.
Entre las lágrimas de frustración de los hijos del General Landazábal, asesinado por las Farc, y las de culpa de Timochenko, quien no pudo aportar mayores detalles sobre el magnicidio que la guerrilla ordenó, quedó en evidencia una oportunidad. La que existe en Colombia para procesar las verdades del conflicto con una gramática que reconoce las emociones que están aflorando en los espacios de justicia transicional y las tramita en una justicia restaurativa que le permita al país aclarar hechos del pasado y construir un futuro común.
El episodio en la JEP ocurrió cuando hablaron los hijos del asesinado general (r) Fernando Landazábal.
Más de ocho horas después de que arrancara la diligencia, Gustavo Landazábal le preguntó directamente al líder de la antigua guerrilla si sabía de alguna “orden precisa, concisa”, que hubiese dado el General en lo que Londoño había llamado “guerra sucia”.
Lo preguntó porque el exguerrillero había dicho, anteriormente, que no sabía detalles de cómo se planeó este homicidio, pero que lo enmarcaba en la guerra sucia que tenía las Farc con el Estado, especialmente con las Fuerzas Armadas.
Londoño respondió que no y, enseguida, con un grito entrecortado, Landazábal le pidió que no volviera a meter el nombre de su padre en la guerra sucia.
“Él fue comandante de las Fuerzas Armadas, él los combatió directamente, él les discutió su ideología de frente y ustedes lo asesinaron miserablemente”.
El jefe del hoy partido de los Comunes, sin mirar a la cámara y afectado por lo que le acababan de decir, le dio las gracias a la víctima por su intervención.
Después habló Olga Landazábal, también hija del general, que le preguntó si le parecía “justo engañar a todo un país y a su justicia haciéndose cargo de unos crímenes sin aportar nada a esa verdad temprana a la que se comprometieron —solo diciendo ‘no sé, no me consta, no oí’— y no aportar absolutamente nada”.
Con los ojos rojos por lo que acababa de oír de las dos víctimas, Londoño reiteró que está comprometido con la verdad, pidió perdón y dijo que hará todo lo posible por encontrar los detalles que buscan las víctimas.
“Yo quisiera reiterar aquí la intervención anterior (la de Gustavo Landazábal), que la entiendo perfectamente y me duele. Sé el sentimiento por el que está pasando y pido perdón, si de pronto me he expresado de manera incorrecta. No estoy justificando lo que se hizo.
Estamos es reconociéndolo para que con la verdad logremos nosotros la reconciliación y no sigamos entre los colombianos ejerciendo la política a través de la violencia. Es eso lo que nos impulsa.
Yo quisiera tener todos los elementos de juicio que ustedes quieren y vamos a hacer el esfuerzo. Vamos a buscar más elementos que puedan convencerlos, pero primero que todo reitero la buena fe con la que estoy actuando y estamos actuando desde que decidimos firmar el Acuerdo de Paz”.
Luego de esto, la magistrada Julieta Lemaitre pidió la palabra para hacer una reflexión sobre la importancia de lo que acababa de suceder.
“Es muy importante para el país que podamos seguir teniendo este encuentro. Yo creo que el dolor, porque eso es lo que escucho, que están expresando los familiares del general Landazábal, ante la asociación de su nombre con la guerra sucia, nos debe llevar a reflexionar sobre la naturaleza misma de la guerra, basada también en mentiras, en rumores, e infundios; y eso es parte de lo que vivimos, de lo que sufrimos como país, y tristemente de lo que alimenta los odios.
Esta jurisdicción no tiene la varita mágica para resolver un pasado del cual este es un momento y está lleno de momentos de crímenes, de odios, de recuerdos dolorosos.
Pero esperamos poder, en el tiempo que nos otorga la Constitución y la Ley, seguir aportando para la función que fuimos creada, que es una paz que no está basada en el silencio y una paz que tampoco es cómoda, como estamos viviendo en este momento.
Es una paz incómoda, pero al fin de cuentas es una paz sin armas; lo cual no quiere decir que sea una paz sin pasiones. Entonces, yo quisiera reconocer la importancia tanto del momento como del espacio y realmente de lo que esto dice de nosotros como país”.
Después pidió un momento para reconocer tanto el valor de la familia Landazábal de estar allí defendiendo la honra de su padre, como el de Londoño por estar poniendo la cara por esos crímenes tan dolorosos.
Tras esta intervención, la magistrada Nadiezhda Henríquez, que estaba presidiendo la diligencia, decretó un receso para que todos los que estaban participando en ella —ya fuera como magistrado, como víctima, como compareciente, como abogado, como ingeniero o como simple espectador— tuvieran un momento para procesar lo sucedido.
¿Qué fue lo que sucedió?
Gran parte de la polarización del país gira alrededor de la visión de la justicia. Muchos colombianos privilegian la visión punitiva de la justicia, expresada en el lema del presidente Iván Duque, del “que la hace la paga”, y para ellos la verdad es la justificación del castigo.
La otra visión, que es en la que está inspirada la justicia transicional de la JEP, es que la verdad sirve para transitar hacia un futuro. Y esa visión fue la que la magistrada Lemaitre aprovechó para transmitir ayer en la audiencia.
“No ha habido una puerta para la justicia restaurativa”, dice el filósofo Bernardo Toro, experto en comunicación y movilizacion social. “Nuestra sociedad todavía no tiene la gramática para la justicia restaurativa”.
Toro explica que la dinámica de una sociedad sucede por señales y se guía por las señales de las élites, que son los que tienen la posibilidad de crear bienes públicos. Ese conjunto de señales es lo que Toro denomina la “gramática”, un nuevo lenguaje para nombrar y entender lo que sucede.
Los casos de los magnicidios de Álvaro Gómez y del general Fernando Landazábal son particularmente cercanos a las élites y por eso la señal que envíen sobre el valor de la confesión de las Farc en este caso es tan importante para validar el trabajo de la JEP y también el esfuerzo que implica para los ahora líderes del partido de los Comunes asumir su responsabilidad por estos crímenes atroces.
La audiencia de ayer en la JEP, como todas las audiencias con los comparecientes, lo que busca es poner en escena, crear las condiciones de dignidad y respeto, para que la verdad sirva como un tránsito hacia la reincorporación.
Por eso se le da la oportunidad a las víctimas para que le hagan a sus victimarios preguntas duras pero respetuosas como las que les hicieron ayer los hijos de Landazábal a Londoño.
El hijo, por ejemplo, le preguntó si había leído el último libro escrito por su padre. Quien se conoció en la guerra como Timochenko dijo que no. Y entonces, Landazábal leyó los ocho renglones del libro en el que queda plasmada la visión que tenía el general asesinado sobre lo que debería suceder en este país: “Que en Colombia las campanas no doblen más por almas de los muertos, que toquen arrebato por el advenimiento de la paz”, decía la conclusión.
Fue un acto para reivindicar la dignidad de su memoria.
La sesión de ayer en la JEP fue frustrante en muchos sentidos para las víctimas. Londoño tenía muy pocos detalles sobre estos crímenes, y sólo confirmó que el Mono Jojoy les había informado a los del Secretariado que habían matado a Gómez Hurtado. Y a los Landázabal, que hasta hace poco no estaban contemplando participar en la JEP como contamos en esta historia, dijo que haría un esfuerzo por buscar más detalles sobre el asesinato porque no los tenía.
Pero aún así, esta audiencia comenzó a sentar las bases de una nueva “gramática”, lejos del discurso justificatorio que durante años tuvieron las Farc y lejos, también, del lenguaje que solo acepta la verdad si es seguida del castigo.