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María Teresa Ronderos, ex editora general de Semana, escribió la versión periodística más completa que existe hoy en día sobre el paramilitarismoFotos: Juan Carlos Sierra |
A juzgar por lo que usted escribió, parecería que el paramilitarismo fue lo que mucha gente ha denunciado: un fenómeno sistemático ejercido en llave con el Estado.
Cuando uno dice ‘el paramilitarismo fue de Estado’, es como si hubiera habido un propósito explícito, intencional, una conspiración de alguien y no creo que sea el caso. Lo que pasó en Colombia es que ha habido una manera de gobernar, una manera de establecer el mandato estatal sobre el territorio que ha permitido que estos fenómenos criminales crezcan y ocupen espacios de legitimidad que el Estado no ocupó. No creo que haya habido una conspiración para montar el paramilitarismo. Lo que sí creo es que las elites construyeron un Estado con grandes fallas de legitimidad por la política clientelista que ha sostenido por años, con casi todos sus males intactos, y por la manera como ha organizado la seguridad en el territorio. Ese vacío de legitimidad lo han intentado ocupar los grupos armados, sintiéndose ellos mismos capaces de reemplazar al Estado, en distintas épocas y de distintas formas, por la sensación de poder absoluto que les ha dado la plata infinita del narcotráfico y de otras actividades ilegales.
¿A qué cree que se haya debido esa ‘omisión’ de las élites?
La gran pregunta es si han gobernado así porque históricamente eran demasiado débiles. ¿Fue su manera de lograr dominar el territorio con este arreglo o fue ese arreglo el resultado de su miopía democrática, de su desprecio histórico por la gente “de tierra caliente”? No tengo una respuesta. Pero sí es evidente que hay una inconciencia grande de que esta forma de hacer política nos impide construir legitimidad en muchos territorios, incluidos barrios enteros en las ciudades, y mientras esto subsista, junto con las prolíficas actividades criminales, la guerra se recicla. Mi libro lo que quiere es hacer visible ese vacío y documentar cómo lo llenaron los paramilitares, con un costo tremendo en vidas, en oportunidades perdidas, en sufrimiento.
Usted dice que el hemisferio cerebral con el que los políticos colombianos calculan la matemática electoral suele estar incomunicado con el otro hemisferio, con el que diseñan las grandes políticas del estado. Ofrece como ejemplo el de Pablo Emilio Guarín en Puerto Boyacá.
Pablo Emilio Guarín, político liberal, quien además era corresponsal de El Tiempo, creía que la única forma de atajar a la guerrilla era aliándose a unos grupos armados bajo cuerda. Pero ponía votos en Puerto Boyacá, y esos votos eran suficientes para que lo consideraran en Bogotá un político legítimo. Lo aceptaban los políticos nacionales porque no estaban pensando en Guarín como jefe paramilitar sino como jefe político. Apoyaron su causa política, incluso Belisario Betancur, fue a Puerto Boyacá a echarles flores a él y a sus aliados por sus logros de paz. En realidad esos dirigentes de la región estaban con los paramilitares que estaban saboteándole el proceso de paz. La única manera de explicar semejante contradicción es que el entonces presidente fue a allá a echar discursos para respaldar una causa política, obviamente no a quienes lo estaban saboteando. Eso ha mismo ha pasado cuando Pastrana empeñado en otro proceso de paz con las Farc, apoyó a García Romero, el mismo que después fue condenado por complicidad con las Auc; o incluso Uribe, furibundo anti-guerrillero, tuvo como aliado político en Caquetá a Almario, el mismo que hoy está acusado de haber sido llave de las Farc. Estos mandatarios no parecen ver la contradicción; conciben que una cosa es la supervivencia política del día a día y otra muy distinta sus grandes planes como estadistas.
¿Santos es la excepción o la regla?
No creo que sea la excepción. Está haciendo política local con los políticos tradicionales sin ver demasiado de quién son aliados, siempre y cuando le apoyen sus proyectos de Estado como la paz.
A lo largo del libro, usted da varios ejemplos de cómo los militares se relacionaron con los paramilitares. ¿Los militares mandaban a los paras o eran sus subalternos?
En un comienzo los militares ayudan a armar las autodefensas. Estaba contemplado en la ley desde los años 60. Les dan armas y entrenamientos y los coordinan entre ellos, les hacen casi que talleres y seminarios, los llevan a Puerto Boyacá para que se conozcan, e incluso aceptan la conexión con los narcos porque son útiles para sus objetivos.
Por qué dice que la guerra de un sector de las autodefensas contra Pablo Escobar destruyó el modelo de Puerto Boyacá, pero a la vez sembró las semillas de lo que sería un nuevo paramilitarismo?
El paramilitarismo de Puerto Boyacá quedó atravesado por la guerra contra Escobar, y son hombres del capo los que mataron a al jefe paramilitar de la época, Henry Pérez. A la vez, el grupo de los Castaño y los otros narco-paras unidos bajo el rótulo de los Pepes derrotaron a Escobar y se erigieron como una nueva fuerza paramilitar que se vuelve muy poderosa hacia fines de los años noventa.
De su capítulo sobre Estados Unidos, uno podría llegar a la conclusión de que este país también impulsó al paramilitarismo
En Colombia no comprobé que el gobierno de Estados Unidos hubiera apoyado al paramilitarismo. Lo que sí han comprobado otros investigadores que yo cito en el libro, incluidos algunos del propio Senado de ese país, es que fuerzas secretas del gobierno de Estados Unidos canalizaron ilegalmente dineros del narcotráfico para financiar las fuerzas Contra que se alzaron contra el gobierno sandinista en Nicaragua. Esa plata venía de narcos colombianos obviamente. El narcotraficante condenado Carlos Lehder dijo en un juicio que ellos les dieron 10 millones de dólares de la época a los Contras. Mi tesis en el libro es que los narcos colombianos aprendieron de aquellas épocas que si se hacían del lado de la “contra” colombiana se iban a comprar un beneplácito político. Y lo consiguieron. Muchos de ellos, como Hernán Giraldo estuvieron en el negocio por más de dos décadas sin problemas, y cuando los pusieron presos, fácilmente salían libres.
Unos paras dicen que fueron 10 mil millones que dieron a los contras.
Lo que alego en el libro es no tanto que hubo una conspiración, sino que los narcos aprendieron que si se hacían del lado de la “contra” colombiana se iban a comprar un beneplácito político.
Y así fue.
La verdad es que crecieron a los largo de los años 80 y nadie los mira. Fidel Castaño estuvo a sus anchas masacrando gente, robando tierras, fungiendo de Estado, por una docena de años. Lo mismo sucedió con los mercenarios. Las autoridades colombianas ni siquiera investigaron a cabalidad cómo llegaron ex oficiales israelíes y mercenarios británicos y australianos a entrenar a los paramilitares colombianos, quién los trajo, cuándo estuvieron, etc. Han pasado 25 años, y excepto el caso de Yair Klein, lo demás todo quedó sin esclarecerse y básicamente entrenaron a toda una generación de paramilitares. Además, muchos de esos terminaron siendo los sicarios del terrorismo de Pablo Escobar.
Fidel Castaño fue ladrón de bancos. Luego tuvo juegos de azar, prostíbulos, minas de oro y le organizó la importación de coca desde Bolivia a Pablo Escobar. Sin embargo, todo eso se borró de su biografía. ¿Cómo hizo esa reconstrucción de su propio personaje?
En su momento, los medios sí hablaban de ‘Rambo’, como un personaje tenebroso asociado a masacres en Urabá y Córdoba. Lo que lo romantiza después sobre todo es el libro de la entrevista a Carlos Castaño, “Mi Confesión”. Se publicó en 2001, cuando la guerrilla estaba secuestrando a diez personas al día en promedio, se llevaba gente al azar en las carreteras y extorsionaba a comerciantes y ganaderos de clase media. Había verdadero terror a la guerrilla. Y cuando vino y Carlos y cuenta que su hermano montó un grupo paramilitar para vengarse de la muerte del padre, un campesino secuestrado y asesinado por las Farc, eran muchísimos los colombianos que se identificaron con él, con su causa, lo comprendían. Ese libro vendió miles de ejemplares. Fue un discurso perfecto para reivindicar su historia.
Usted desmantela el mito de la muerte del papá de los Castaño…
Cuando uno revisa la historia, Fidel ya venía siendo un bandido y era ya un gran narco. Cuando le secuestran al papá ya era el dueño del predio de millones de dólares en El Poblado, de Medellín. No eran unos campesinitos que vendían queso. Hay otros dos argumentos para poner en duda el mito de que todo obedeció a la venganza del papá: hay un registro de la época sobre un enfrentamiento de Fidel Castaño con la guerrilla antes de que mataran al papá. Y después de que lo matan, Fidel se va a Córdoba a robar tierras y dura como cuatro años sin armar ningún grupo paramilitar. Uno no suspende una venganza por un tiempo, eso no es creíble. Fidel retoma el paramilitarismo cuando la guerrilla trata de secuestrarlo en Córdoba. Además justo en ese momento el gobierno nombra a un comandante militar en Córdoba que, según muchos relatos, estaba ya muy señalado por métodos de guerra sucia. Ahí sí las dos cosas se juntan.
Es interesante en su libro que usted diga que tanto Pablo Escobar como Fidel Castaño eran de izquierda y que a la vez hayan matado cientos de personas por ser de izquierda.
Pues no digo yo que fueran de izquierda, sino más bien que ellos se percibían como “de izquierda”. Escobar lo dijo en una de las pocas indagatorias que le hizo la justicia, alegando que no había estado de acuerdo con muchos de los asesinatos de líderes e intelectuales de izquierda que le achacaban. Otro testigo secreto que le habló a la justicia en esa época alega que era que había dos corrientes ideológicas entre los narcos, una más de derecha encabezada por Rodríguez Gacha y otra más de izquierda que apoyaba Escobar. Que como a las dos corrientes las unían la lucha contra la extradición, se colaboraban mutuamente prestando sus armas y hombres para distintas causas: fueran para eliminar líderes de izquierda o fuera para forzar la prohibición de la extradición a punta de terrorismo. Otra cosa era la extraña ideología de Fidel Castaño. Decía, al igual que los fachistas de Mussolini, que estaba en contra la oligarquía y también en contra el comunismo. Criticaba a los ricos que no quería compartir las riquezas, y no les dolía el abandono del campo, pero a la vez combatía a la guerrilla y al comunismo, porque estaba defendiendo sus extensas haciendas del acoso y la extorsión. Era un detalle menor para él que se hubiera cogido muchas fincas a la fuerza, pagándole a sus dueños apenas una parte de lo que valían y luego incluso matándolos para no tener que pagarles el resto
Hablando de repartir tierras, usted demuestra cómo los certificados de tradición de las tierras entregadas por Fidel Castaño fueron prácticamente reversados. ¿Fue una farsa desde el principio su supuesta reforma agraria?
Hay quienes creen que fue todo un show; que Fidel hizo como que repartía tierra, pero en realidad lo que quería era evitar que le quitaran sus fincas pues el gobierno acababa de aprobar la ley de extinción de dominio de bienes habidos con dineros ilícitos. Al poner los predios a nombre de terceros escondía así la propiedad. Pero gente que habló con Fidel en ese momento me contó que él estaba convencido de que, después de que el Epl firmó la paz, él quería genuinamente contribuir a hacerla más duradera. Dicen que les puso a los campesinos beneficiarios la condición de que no podían vender sus predios sin permiso de Funpazcor, la fundación que creó para distribuir miles de hectáreas de tierra en Córdoba, porque estaba convencido de que iban a vender la tierra para beberse la plata. De todos modos lo que pasó es que tras la muerte de Fidel en enero de 1994, cuando ya se instaura el nuevo régimen de Vicente Castaño y Carlos Castaño, la lógica cambió, y ahí ellos reversaron esa especie de reforma agraria de Fidel, forzando a muchos de los campesinos beneficiarios a vender o entregarle la tierra a sus testaferros, familiares o sus nuevos socios, que tenía mucho poder, como Diego Murillo, alias ‘Don Berna’, por ejemplo.
Según dijo Mancuso a la justicia años después, primero le dio dinero al Ejército para apoyarles la labor, después le solicitaron que fuese guía de operativos, y al final Fratini lo puso a cargo de un pelotón de soldados con el que salió abiertamente a combatir guerrilleros y liberar secuestrados. ¿Por qué Mancuso y los demás no entraron directamente al Ejército?
Mancuso era un finquero que arranca desesperado para protegerse de la guerrilla y Fratini lo mete en esta lógica de hacer operativos de civil y a él le parece muy bien ayudarle a la fuerza pública. Pero luego eso lo llevó a terminar aliándose con los Castaño y, según un testimonio que recogí, el propio Vicente lo incitó a que se metiera al Catatumbo, a disputarle el negocio de la coca a la guerrilla, para que pudiera volverse de verdad rico. Creo que cuando Mancuso se desmovilizó, lo hizo en serio. Creo que honestamente se dio cuenta de hasta dónde lo había corrompido esta guerra. Otros, como los Mellizos Mejía y Tovar Pupo, alias ‘Jorge 40’, que no estaban pensando tan en serio en desmovilizarse, aprovecharon que él ha dejado zonas enteras, y meten a sus hombres a dominar allí los negocios ilegales.
En Puerto Boyacá, nació el primer proyecto paramilitar
Sorprenden mucho los testimonios de su libro sobre los acuerdos entre Fidel Castaño y las Farc. Usted cree que se limitaron a un acuerdo limítrofe para no atacarse en algunas zonas o en realidad hubo la intención de Fidel de unírsele a las Farc?
Eso sale todo de los testimonios de los ex paramilitares postulados a Justicia y Paz y muchos publicados ya en VerdadAbierta.com. Uno desmovilizados piensan que Fidel Castaño quería unirse a las Farc; que se sintió usado y decía ‘le hice la tarea de ayudarle al Estado contra la guerrilla y luego contra Escobar, y ahora desataron una persecución contra mí’. Hay otros desmovilizados que dicen que era un acuerdo más “limítrofe”; que agotado después de toda la pelea de Escobar, trató de hacer un pacto con las Farc para que no se atacaran mutuamente. En lo que sí coinciden todas las versiones es que hubo diálogos entre jefes guerrilleros y Fidel Castaño, y dan los detalles, de cómo se dieron, en dónde, quién condujo el carro, cómo les llevaron provisiones a las Farc, etc.
¿Cuál es su teoría sobre el fraticidio de los Castaño?
Soy de la teoría de que Carlos Castaño no mató a su hermano mayor. Algunos desmovilizados dicen que tienen esa convicción pero tengo otros testimonios de gente que los conoció que aseguran que Carlos tenía una adoración por su hermano mayor. Que esta era tal que en su ‘Confesión’, él asume como propias cosas que hizo Fidel. También lo que escribió Carlos luego de la muerte de Fidel revela que estaba desolado, sin saber qué hacer. Otras versiones aseguran que a Fidel lo mataron los guerrilleros que él se había ido a perseguir luego de que atacaran a un batallón de ingenieros militares en la carretera. Otro relato dice que fue alias ‘Salvador’, alguien que se les había unido a las Auc, pero que había sido cercano a Pablo Escobar quien lo mata, vengando así la muerte de su patrón. Otra versión más dice que el francotirador que le dio el tiro en le corazón a Fidel, pues así fue como murió, fue enviado por el Estado que no quería que contara lo que él sabía. Lo que sí está corroborado por muchos testimonios, es que Vicente mandó matar a Carlos en 2004. Y quienes dieron estos testimonios dijeron dónde estaba el cadáver de Carlos, y en efecto, allí lo encontraron las autoridades.
¿Por qué lo hace?
Fue una cosa de vida o muerte. Carlos comenzó a decir que se iba a entregar a los gringos, que se iba a salir del narcotráfico, entró en una actitud casi mística de luchar contra los narcos, y, al parecer, los otros le dijeron a Vicente, usted mata a su hermano o los matamos a los dos. En la mafia la lealtad lo es todo, y ese fue el precio de la lealtad de Vicente a sus colegas de la causa paramilitar. Al final, fue en vano, porque, casi con seguridad, fueron hombres del mismo paramilitarismo los que mataron a Vicente.
Usted le atribuye a la legislación que permitió crear las convivir un gran impulso al paramilitarismo. ¿Por qué?
La legislación de los 60 tiene que ver con toda la lógica de la Guerra Fría, de crear fuerzas campesinas que luchen contra la guerrilla. En Colombia así fue desde los 60 hasta los 80. Cuando el presidente Barco se da cuenta de que toda la guerra narco-terrorista y los magnicidios está aliada con el paramilitarismo y de que éste a su vez, se ha guarecido legalmente con estas viejas normas que permitían armar civiles, en 1989 las deroga y prohíbe tajantemente que la fuerza pública arme y entrene grupos de civiles. Cuatro años después Gaviria, según explica Rafael Pardo, bajo una ley que se lo permite, reglamenta todo ese mundo de la seguridad privada que estaba creciendo desordenadamente y crea la norma de servicios de seguridad en el campo, pero que solamente unos pocos con permisos muy especiales pueden portar armas largas. Después, bajo el gobierno de Samper, y por presión del ministro de Defensa Fernando Botero, y el decidido apoyo de otro samperista antioqueño, el entonces gobernador Uribe Vélez, se saca una reglamentación que en la práctica termina permitiendo que los grupos de civiles, sin más controles que la firma del Superintendente de Seguridad, formen cooperativas rurales de seguridad con armas de guerra amparadas con carnets. Esas son las famosas Convivir. Es interesante que con esa misma lógica de Gaviria, de que era preferible permitirles a los civiles que se armaran y así poderlos controlar legalmente, Botero (muy en contra de Serpa que también era ministro de Samper) le vendió la idea al presidente. Detrás había todo un andiamiaje ya montado, pues apenas aprobaron las Convivir Macuso, ‘Juancho Prada’ y muchos otros jefes paramilitares que ya tenían sus grupos ilegales ofensivos armados, se presentaron ante la Superseguridad a pedir autorizaciones para sus Convivir. Los desmovilizados hoy cuentan en Justicia y Paz que muchos de ellos andaban con dos y tres carnets de Convivir de distintas jurisdicciones, que les amparaban legalmente las armas. Sin estos carnets, no les hubiera quedado tan fácil justificarse ante las pocas autoridades que los detenían cuando hacían esos viajes por dos y más departamentos para cometer las masacres. Hubo artículos de la revista Alternativa de esa época, que lo ve venir. Dice: estas Convivir van a ser patente de corso para los paramilitares.
¿Qué representó Vicente Castaño en la evolución del paramilitarismo?
Vicente era un tipo muy dual, representó muchas cosas. Tenía una noción del negocio muy de largo plazo. Es el que tiene la visión de la palma africana, era un visionario en su mundo. Fue el que pensó el gran lavado de los activos. Fue el que, después de firmar la paz en Ralito, metió en el gobierno la idea de montar empresas para los desmovilizados, algunas de las cuales, como lo demostró VerdadAbierta.com en su momento con unas de Urabá, no eran más que montajes sofisticados de lavado de dinero. Sí era un gran narcotraficante, hizo mucha plata con el narcotráfico a juzgar por las tierras que compró y por la gente que metió en las autodefensas. Pero también tenía un sentido de la política muy fuerte, construyó jagueyes para llevarles agua a los indígenas en la alta Guajira, lideró el programa “Colombia sin hambre” del que se benefician aún hoy muchos campesinos colombianos, mandó a construir defensas contra las inundaciones para protegerles tierra a finqueros en Córdoba e hizo congresos internacionales de ecología. Era un tipo que tenía mucha conciencia de afianzar su legitimidad política con los campesinos. Era un convencido de que no se iba a acabar la guerra si no se desarrollaba una economía local legal en la que invirtiera todas las ganancias de los narcotraficantes. Quería ver un país de pequeños propietarios, volver a la gente capitalista.
Usted dice que en un punto ellos se convencieron de que el paramilitarismo no era el camino para desmontar a la guerrilla y transformar el país, como ellos querían. Sin embargo, yo tengo la impresión de que los paras ganaron la guerra.
Los paramilitares sacaron a la guerrilla de las zonas planas aterrorizando a todo el mundo, y lo que hizo la guerrilla fue replegarse en los montes, pero no se acabó. Al contrario, si usted ve las cifras, a medida que aumentan las masacres de los paramilitares, crecen al tiempo los secuestros y ataques de la guerrilla. En 2000 y 2001 fueron los años pico de las ofensivas paramilitar y guerrillera, y solo cuando los ‘paras’ comenzaron a desmovilizarse desde 2003, y el Estado comenzó a golpear a la guerrilla en serio, es cuando empieza a bajar la ofensiva guerrillera. La guerra contra la guerrilla aún no se acaba, pero el gran debilitamiento de la guerrilla lo hizo fue la fuerza pública más adelante. A ‘Martin Caballero’ lo matan los militares en los Montes de María en una guerra legal liderada por el entonces coronel Colón, no los paramilitares, a pesar de que éstos últimos hicieron más de medio centenar de masacres en esa región. Quien mató a jefes del Secretariado fue el Estado, no los paramilitares. Quizás si mataron milicianos en los pueblos, pero sobre todo eran buenísimos para hacer masacres de civiles inocentes. En parte por esa convicción de que en los pocos combates abiertos que tuvieron con la guerrilla, ésta casi siempre los derrotaba, es en parte por lo que se desmovilizaron. También por supuesto porque se dieron cuenta de que con su barbarie se les volvieron incómodos a todos, aún a los que los habían apoyado, y temían que los extraditaran o que los juzgara la Corte Penal Internacional.
Sin embargo, como usted cuenta, fueron los empresarios los que en algunas regiones como El Valle, le pidieron a los paramilitares venir a “salvarlos” de la guerrilla. ¿Por qué cree que estos empresarios le apostaron al paramilitarismo?
No fueron todos los empresarios, quizás fueron algunos. ¿Por qué lo hicieron éstos? No sé, premodernidad. No entendieron la importancia de un Estado democrático, que puede que no funcione rápido en el corto plazo. Es una cosa inmediatista, de no construir Estado en el largo plazo. Necesitaban un matón que les evitara más secuestros. La guerrilla tiene una responsabilidad gigantesca. Llevarse gente de una misa, terminar con la debacle de los diputados, eso generó pánico y el pánico produce que la gente haga estupideces, como contratar criminales para que los salven de otros criminales.
¿Qué tanta responsabilidad le cabe a los medios por la aceptación que tuvo la sociedad del paramilitarismo?
Hubo de todo y hubo momentos. Si hubo un momento de miopía fue durante el tiempo del Caguán. Nos engolosinamos con la negociación y no vimos lo que estaba pasando en el resto del país. Las masacres aparecían en todos los medios, en televisión, en radio. Todos los registraron. Y más valientemente la prensa local. El Pilón de Valledupar, por ejemplo, reportó todas las masacres. En Cúcuta, el periódico de La Opinión lo reporteó todo. Jugaron un papel de documentación muy importante muchos periódicos locales. Periodismo valeroso y muchos periodistas pagaron con su vida esa valentía. En la prensa nacional, nos fuimos todos para el Caguán, y nos faltó darle el peso a la ofensiva paramilitar, que era gravísima. Caímos en esta aceptación colectiva de lo inaceptable. Yo también soy culpable de aceptar lo inaceptable: que esos niveles de barbarie fueran normales. 50 y pico masacres en Montes de María, a tres horas de Cartagena, en tres o cuatro años. Los medios nacionales no mandaron la antena satelital para transmitir desde Carmen de Bolívar hasta que no hubiera una masacre más. Si hubiéramos puesto toda la luz habríamos podido salvar vidas. Lo podemos hacer desde Buenaventura todavía hoy. Es cierto que faltamos en eso. Mi conclusión es que al final los medios somos lo que es el país, es tan difícil irse en contravía de lo que el país vive. Así como eso, al contrario, hubo una gente de una valentía y de una visión y les costó el exilio y la muerte. Muchos periodistas que hicieron cosas gigantes, que uno dice 'yo sí era muy miope'.
En su libro, Samper queda como un presidente muy débil frente a los militares. ¿Se debió al proceso 8000 o a otra cosa?
Sí creo que lo debilitó mucho el escándalo por la entrada de dineros del narcotráfico a su campaña. Samper era un socialdemócrata que le importaban los derechos humanos. Hizo cosas como pedir perdón público a nombre del Estado por masacres como la de Trujillo, aun no había militares condenados por éstas. Creó una dependencia de derechos humanos en el Ministerio de Defensa, firmó el Segundo protocolo de Ginebra. Estaba convencido de que tocaba mejorar en derechos humanos, pero no tuvo la fuerza para hacerlo. Hubo “ruido de sables”, como lo llamaron los medios, runrunes de golpes de Estado, todo eso por el 8.000. Cometió entonces errores en su manejo de la seguridad, como ya dije, el más grave, la creación de las Convivir, y el nombramiento de un superintendente de seguridad que les autorizó Convivir a jefes paramilitares, a pesar de que ya tenían muchas denuncias encima de violaciones graves a los derechos humanos.
Una conclusión muy deprimente después de leer su capítulo sobre los resistentes, es que en Colombia ha sido difícil hacer una politica transformadora y disidente porque te matan.
La política disidente tiene un costo muy alto porque la alta política nacional apoya a los políticos tradicionales, a costa de lo que sea. No importa si está aliado con el diablo, igual lo apoyan si pone los voticos. En ese sentido a esta gente que aparece con Causa Común en Valledupar, el Movimiento Cívico en Sincelejo, que son esfuerzos de gente joven que quiere hacer política que sirva a la comunidad terminaban pagando con su vida porque los confundían con guerrilla. Coincidían la convicción ideológica de las Fuerzas Militares y del Estado de perseguir a la guerrilla y el interés de la fuerza política tradicional de sacar a los competidores que les empezaban a ganar espacio. En esa zona de Segovia ganan los alcaldes de la UP, entran todos estos políticos como César Pérez, a decir ‘hay que pararlos porque son de la guerrilla’. No tuvieron asco de juntarse con el que fuera para proteger sus privilegios. Apoyados por la maldad del narcotráfico./p>
¿Eso les da la razón a la guerrilla cuando dicen que ha sido imposible hacer las transformaciones sin armas?
La guerrilla dice eso pero no se involucra a sí misma como parte de la causa. Precisamente porque la guerrilla existe es que ha habido la justificación de decir que los resistentes son amigos de la guerrilla. Las guerrillas les sirvieron en bandeja de plata a todas las fuerzas reaccionarias las cabezas de quienes promovían el cambio político pacífico porque los volvían sospechosos de ser sus aliados. La guerrilla ha sido una fuerza que, por su persistencia en la guerra, ha terminado bloqueando el cambio social.
Usted cuenta las historias desgarradoras de varios periodistas valientes que murieron por contar las historias de la toma paramilitar de sus pueblos. Hoy uno tiene la sensación de que el periodismo regional es muy débil. Es una consecuencia de eso o siempre ha sido débil y ha habido unos quijotes?
Creo que después de tantos años de tantas cosas horribles, que la gente se autocensure no hay de qué culparlos. Pero hoy también los hay y también los ha habido en la prensa local unos valientes que se juegan solos o unos pequeños medios que hacen un papel impresionante. Hoy en día sigue habiendo un periodismo valientísimo en las regiones.
Refiriéndose al caso de Cúcuta y en particular a la infiltración de la Fiscalía y el Das usted dice que los paramilitares llevaban demasiada ventaja, que “eran el comején por dentro del brazo de la ley que por eso los funcionarios que se empeñaban en defenderlo estaban cayendo solos en el campo de guerra, sin un Estado detrás que los respaldara”.
En Norte de Santander, el paramilitarismo fue totalmente criminal, el ingrediente político fue casi nulo. Había un ansia de capturar todos los negocios ilegales y se metieron dentro de la ley, la carcomieron. Unos fiscales y funcionarios judiciales, cumpliendo con su deber, que intentaron frenarlos, el Estado, sus jefes no los protegieron, no atendieron sus súplicas y fueron asesinados. Esos jefes, en cambio, le dieron toda la protección a la fiscal que los reemplazó porque venía ungida por el propio fiscal general, con la ironía de que esta fiscal, según lo determinó la justicia, trabajaba para los paramilitares. Esos fiscales sacrificados y muchos otros no tiene ni una placa, ni un monumento, ni una publicación oficial, nada. Al Estado no le importan y cayeron defendiéndolo.
¿Cuál cree que es la salida para extirpar fenómenos como el paramilitarismo?
Obviamente la pregunta es de tal tamaño que no puedo dar las respuestas y el libro tampoco pretende darlas. Pero en términos muy generales sí lo lleva a uno a la conclusión de que se necesita cambiar el modelo mismo de cómo la dirigencia nacional ha concebido y organizado la gobernabilidad política y la seguridad en las regiones, sobre todo aquellas más marginales donde la poca economía legal que hay la mueven las entidades estatales. En esa medida, la propuesta de paz territorial que atraviesa el proceso actual de paz tiene mucho sentido. Hasta donde lo entiendo, el proceso de paz está tratando de llegar a unos acuerdos para que el Estado haga una presencia real para resolverle a la gente los problemas de la cotidianidad. Atender los problemas de tierra, de créditos rurales, espacio para una economía campesina posible, una inversión social en serio en las zonas de conflicto, una especie de PNR sostenido con unos acuerdos de paz que lo hagan posible. Y la otra punta de los acuerdos es respetar la divergencia política, que a nadie lo maten por construir un movimiento político nuevo, alternativo. Si logramos eso empezamos a transformar el país allí donde está el hueco de legitimidad en el que los criminales se crecen, se convierten en políticos y reciclan las guerras.