"La paz. ¿Será que sí?"

Imagen

Tres crónicas sobre cómo reciben los municipios del norte del Cauca el anuncio de la firma entre el Gobierno y las Farc.

La paz. ¿Será que sí? Lo repiten en Corinto, en Caldono, en Buenos Aires. Responden queriéndolo, pero dudando, porque no es la primera vez que un grupo entrega las armas, mientras otros las siguen empuñando.

En esos tres municipios, en ese triángulo de campesinos, indígenas y afros que conviven en el norte del departamento del Cauca, quizás saben más de entrega de armas que en el resto del país. Las guerrillas del Quintín Lame y el M-19 abandonaron la lucha armada en esas montañas, varias de ellas sembradas hoy de coca y marihuana. Y en esos ríos dragados para buscar oro y en esos valles tupidos de caña, también se desmovilizaron algunos paramilitares de las AUC.

¿Será que sí? La pregunta ronda por esos tres municipios del Cauca, escogidos para que las Farc dejen de ser guerrilla y se reincorporen a la vida civil.

Esa duda también será la guía de una serie de reportajes -ésta es la primera entrega- que intentarán reflejar la transformación de un rincón del sur occidente colombiano, cuando se implementen los acuerdos de La Habana.

Así se siente el ambiente antes del plebiscito en estos tres pueblos

 

Los temores de que la paz no va a llegar a Corinto afloraron el pasado miércoles 7 de septiembre, cuando Cecila Coicué fue asesinada a escasos 100 metros de donde vivía.

En su casa campesina, de tejas de barro, y en su huerta, cercada con tablas de madera cuarteada, quedaron tres gansos solos. Sus hijos, ya mayores, habían ido a hacer diligencias para su sepelio. Cuando uno de ellos pasó apurado por donde la vecina, no quiso hablar mucho con ella, y menos, con una periodista.

El cuerpo de su madre viajaba a esa hora en una camioneta funeraria, que la traía de regreso a su vereda. Había pasado la noche anterior por las manos de forenses de medicina legal en Cali, a casi una hora y medio de camino, que inspeccionaron el cadáver para ver si encontraban alguna pista de quien, a filo de machete, le cortó la vida.

La noticia causó mucho revuelo, no solo por la brutalidad de las heridas que recibió, sino porque Cecilia era la dueña de la finca que será el lugar donde las Farc entregarán sus armas y vivirán por seis meses, mientras se preparan para reincorporarse a la vida civil.

La vereda donde está la finca de Cecilia se llama La Cominera y ha sido territorio fariano desde hace muchos años, especialmente del Frente 6. Un aviso de Farc-ep, algo descolorido por el sol, lo anuncia así en la carretera sin pavimentar, por la que nadie se atrevía a subir sin permiso de ellos, hasta hace muy poco.

Al inspector de policía de Corinto le parecía mentira estar viajando al caer la tarde, en compañía del presidente de la junta de acción comunal, a recoger el cuerpo de Cecilia.

A medida que se asciende hasta La Cominera, por un camino lleno de curvas, baches y bordes con tendencia a irse por el barranco, se ven parcelas sembradas con matas de plátano, papaya, café o limón-mandarino. Entre árboles de frutas y flores, van apareciendo también los parches verdes.

El verde más intenso es coca. Alguna ya está raspada, otra está a punto. El verde oscuro es marihuana, de la variedad que llaman "creepy".

De noche es cuando se puede ver mejor cuántos "arbolitos de navidad" hay sembrados. Los cultivos tienen instalados hileras de bombillos para que las hojas crezcan, aún cuando ya no hay luz natural.

Se suponía que no debía haber campamentos en zonas de cultivos ilícitos, pero en La Cominera lo habrá.

Sobre la mesa de billar de Ana, una campesina que luce demasiado joven para ser abuela y que vive en la finca al lado de la de Cecilia, representantes del gobierno, de la fuerza pública y de las Farc, extendieron unos mapas y fijaron que ese era el lugar para instalar uno de los campamentos de transición.

"Yo no me metí, ni nada, ni escuché. Solo vi que pusieron los papeles en la mesa", explica Ana, como para evitar meterse en problemas, mientras barre el piso de su casa, que sirve también como sitio de encuentro para la gente de la vereda.

Desde la parte trasera de su sala de billar se ve la cancha de fútbol, y a un costado, un salón comunal, con un letrero de "Zona de Reserva Campesina-Iniciativa de Paz con justicia social". Allí quedará el área de acogida, hasta donde podrán llegar familiares y otros visitantes de la guerrilla que no pueden entrar al campamento.

La fiscalía está investigando si la muerte de Cecilia tiene que ver con la instalación del campamento en la finca o con otros motivos, como pleitos familiares.

Marta, otra de las vecinas de Cecilia en la vereda, dice que la vio por última vez el día antes de que la mataran y que no le dijo nada raro.

Nadie sabe si Cecilia había recibido amenazas por ser parte de las reservas campesinas y por haber aceptado que la guerrilla utilizara sus predios, unas 70 hectáreas, para montar el campamento a cambio de un supuesto arriendo.

Al conocer que había sido asesinada, no tardaron en pronunciarse la Asociación de Trabajadores Campesinos de Zona de Reserva Campesina del Municipio de Corinto (Astrazonac),la Federación Nacional Sindical Unitaria Agropecuaria (Fensuagro), la Asociación Nacional de Zonas de Reserva Campesina (ANZORC), el Proceso de Unidad Popular del Suroccidente Colombiano (PUPSOC), la Marcha Patriótica, las Farc, los políticos, los líderes de opinión y los medios de comunicación.

La empezaron a presentar como la primera víctima del "posconflicto" y alertaron del peligro que acecha porque otros actores armados ilegales, bandas criminales ligadas al narcotráfico y el Eln, también tienen presencia en la zona.

Mientras tanto, en el casco urbano de Corinto, los chismes de esquina y versiones de tienda se multiplicaron sobre lo que verdaderamente había ocurrido "allá arriba".

"Allá arriba", es como le dicen en el casco urbano de Corinto, en el valle, a las veredas más altas, en donde las Farc están asentadas y donde se enfrentaban al Ejército. Los campesinos como Cecilia, Ana y Marta aprendieron -no les quedó otra opción- a agacharse, a tirarse al piso, a rodarse, a esconderse, a protegerse detrás de cualquier cosa para evitar el impacto de las balas. A veces, se iban a amanecer a otra parte para escapar de los combates. "Fueron plomaceras muy difíciles", dice Ana sobre esa época, no tan lejana.

Marta recuerda el 2013 como uno de los peores años. A su casa no solo alcanzaron a llegar tatucos y granadas, sino que el Ejército se instaló en ella por unos tres meses, porque era la única que tenía agua y energía.

El hijo de Marta se volvió paranoico porque escuchaba los comentarios de los vecinos de que se habían vuelto colaboradores y temía que en cualquier momento la guerrilla tomara represalias contra ellos.

La familia de Marta optó por salir de esa finca y se reubicó en otra parte de la vereda, pero su hijo no se recuperó psicológicamente y se suicidó tomándose un frasco de veneno. "El se llenó de pánico y yo me quedé callada. Ahora es que cuento lo que pasó", dice.

A pesar del asesinato de Cecilia, de la muerte de su hijo y de tantas cosas que ella y los campesinos que viven en La Cominera han tenido que sufrir, Marta está entusiasmada con la paz.

Espera que con la instalación del campamento cercano, lleguen nuevos clientes a su tienda, que nunca ha tenido nombre. Quiere ponerle un letrero que diga "La Amistad". Dice, mostrando una sonrisa en la que faltan algunos dientes inferiores.

Desde antes de que mataran a Cecilia, a la zona habían empezado a llegar comisiones de gente que no es de Corinto: funcionarios del gobierno nacional, oficiales del Ejército, ingenieros especializados en infraestructura, representantes de organismos internacionales, expertos de compañías que hacen desminado.

El proceso de remover las minas antipersonales que hay cerca, no se sabe bien cuántas hay sembradas, es algo que debe comenzar en las próximas semanas, dice el Secretario de gobierno de Corinto, German Hoyos. También espera que comience pronto el arreglo de esa carretera por donde muy pocos se atrevían antes a subir.

La guerrilla sí bajaba a amedrentar frecuentemente. "Aquí hay un récord de tomas guerrilleras, hubo unas 850", dice Hoyos, un dato parece exagerado pero que La Silla no pudo verificar. Uno de los atentados más graves al casco urbano de Corinto sucedió el 9 de julio de 2011. Un carro bomba, lleno de cilindros de gas, destruyó la concha acústica del parque central y parte de la estación de policía.

Todos en Corinto recuerdan donde estaban en ese momento y tienen otras historias sobre las distintas formas en que la guerra los afectó.

En la psiquis de la gente, además del sonido de los tiros y las explosiones, aún está el del rumor. "El Ejército va a subir" o "La guerrilla se va a meter". Lo escuchaban de voz a voz y a medida que aumentaba la zozobra, tomaban precauciones. Cerraban temprano los negocios, recogían a los niños en el colegio y se escondían en sus casas.

Aún con todas las previsiones, hay familias afectadas por las 11 tipologías de "hechos victimizantes" que utiliza la Unidad de Víctimas al hacer el registro de casos, dice Francisco Javier Belalcázar, representante de esta oficina en Corinto. En el registro hay 7.136 víctimas del conflicto armado, pero están buscando que el municipio entero sea reparado colectivamente.

Dice Belalcázar que desde que en Corinto se enteraron de que habría una zona campamentaria de las Farc, llegan personas a diario a preguntarle en qué los va a beneficiar eso.

Existe la expectativa de que a este municipio, que es de categoría 6, le inyecten más recursos para implementar lo que está escrito en los acuerdos de paz.

Pero también hay preocupación, dadas las proyecciones económicas para el presupuesto nacional el año entrante. ¿Habrá inversión en infraestructura, programas de desarrollo económicos especiales, oportunidades de empleo, préstamos para montar negocios?

Si la plata del Estado no alcanza, esperan que, cuando la guerrilla se desmovilice, la mala fama que ha tenido Corinto, como zona roja, desaparezca y ahora sí venga la inversión de la empresa privada, incluidos emprendimientos de exportación de marihuana para uso medicinal o un ingenio azucarero.

Las calles de Corinto están adornadas con unas banderitas que dicen Sí, en blanco. Aparecieron hace unas semanas, cuando se hizo un homenaje a los 25 años de muerto del ex comandante del M-19, Carlos Pizarro, quien firmó en Corinto un acuerdo con el gobierno de Belisario Betancourt para buscar una salida política al conflicto armado y ordenó el cese al fuego el 24 de agosto de 1984.

Desde esa época, la fama de "guerrilleros" es otra de las cosas que más ha afectado a los corinteños para conseguir trabajo o préstamos en bancos. Muchos padres de familia han optado por llevar a sus hijos a sacarse la cédula a otros municipios, cuando cumplen la mayoría de edad para que no tengan que sufrir la discriminación que ellos han sentido.

"Cuando escucho Corinto, Cauca en las noticias, me derrumbo", dice Hania Zambrano, una morena simpática y con cédula de ciudadanía expedida en Florida,Valle. La noticia del asesinato de Cecilia Coicué la dejó aún más aburrida.

"Desde ayer tengo la duda más grande con esas tres letras del abecedario: P, A, Z. Es tan difícil de entender, de sentir. Diría que es una alternativa para cambiar, pero el cambio depende de nosotros. No podemos seguir con la mentalidad de que si tú me hiciste algo vamos a hablar con "los de arriba", dice y se le sale su tono de profesora -lo es- al responder.

Hay preocupación en la comunidad porque desde que la guerrilla aflojó su control social, se ha disparado la delincuencia común en Corinto. La policía, a quienes los corinteños no podían ni darles un "buenos días", apenas está empezando a construir una relación de mayor confianza y autoridad con la gente del municipio.

Hace unos días, empezaron por remover las garitas que impedían circular enfrente de la estación y a desmontar los sacos de arena que formaban una barrera protegiendo el edificio. La caseta de vigilancia, con un centinela de casco, chaleco y tantas balas como pueda cargarle a su fusil, se transformará en un punto de información del municipio. También han estado proyectando películas en espacios públicos para niños y promoviendo un campeonato de fútbol.

Corinto vive una rara tranquilidad, una paz entre paréntesis, desde el cese al fuego. Esa sensación, que quieren que sea más que un mientras tanto, es la que ha hecho que muchos de sus habitantes quiera votar por el Sí y que, a pesar de que por años han vivido atemorizados por las Farc, también estén dispuestos a darles una oportunidad.

Los guerrilleros no son extranjeros en Corinto, son los compañeros de colegio que no ven hace rato, el hijo de la vecina, el primo que se metió en eso porque no encontró una mejor opción. "Que cambien el arma por una guitarra. Acá las puertas están abiertas", dice Haina, sobre la fundación que creó con un grupo que impulsa las artes y la cultura, entre otras razones, para cambiar la mala fama del municipio.

En su Facebook ha visto campañas por el Sí y por el No, y también ha visto la pregunta: ¿Será que sí? Ella dice que Sí, aunque dude.

 
Compartir
0