La paz. ¿Será que sí? Lo repiten en Corinto, en Caldono, en Buenos Aires. Responden queriéndolo, pero dudando, porque no es la primera vez que un grupo entrega las armas, mientras otros las siguen empuñando.
En esos tres municipios, en ese triángulo de campesinos, indígenas y afros que conviven en el norte del departamento del Cauca, quizás saben más de entrega de armas que en el resto del país. Las guerrillas del Quintín Lame y el M-19 abandonaron la lucha armada en esas montañas, varias de ellas sembradas hoy de coca y marihuana. Y en esos ríos dragados para buscar oro y en esos valles tupidos de caña, también se desmovilizaron algunos paramilitares de las AUC.
¿Será que sí? La pregunta ronda por esos tres municipios del Cauca, escogidos para que las Farc dejen de ser guerrilla y se reincorporen a la vida civil.
Esa duda también será la guía de una serie de reportajes -ésta es la primera entrega- que intentarán reflejar la transformación de un rincón del sur occidente colombiano, cuando se implementen los acuerdos de La Habana.
Así se siente el ambiente antes del plebiscito en estos tres pueblos
Los temores de que la paz no va a llegar a Corinto afloraron el pasado miércoles 7 de septiembre, cuando Cecila Coicué fue asesinada a escasos 100 metros de donde vivía.
En su casa campesina, de tejas de barro, y en su huerta, cercada con tablas de madera cuarteada, quedaron tres gansos solos. Sus hijos, ya mayores, habían ido a hacer diligencias para su sepelio. Cuando uno de ellos pasó apurado por donde la vecina, no quiso hablar mucho con ella, y menos, con una periodista.
El cuerpo de su madre viajaba a esa hora en una camioneta funeraria, que la traía de regreso a su vereda. Había pasado la noche anterior por las manos de forenses de medicina legal en Cali, a casi una hora y medio de camino, que inspeccionaron el cadáver para ver si encontraban alguna pista de quien, a filo de machete, le cortó la vida.
La noticia causó mucho revuelo, no solo por la brutalidad de las heridas que recibió, sino porque Cecilia era la dueña de la finca que será el lugar donde las Farc entregarán sus armas y vivirán por seis meses, mientras se preparan para reincorporarse a la vida civil.
La vereda donde está la finca de Cecilia se llama La Cominera y ha sido territorio fariano desde hace muchos años, especialmente del Frente 6. Un aviso de Farc-ep, algo descolorido por el sol, lo anuncia así en la carretera sin pavimentar, por la que nadie se atrevía a subir sin permiso de ellos, hasta hace muy poco.
Al inspector de policía de Corinto le parecía mentira estar viajando al caer la tarde, en compañía del presidente de la junta de acción comunal, a recoger el cuerpo de Cecilia.
A medida que se asciende hasta La Cominera, por un camino lleno de curvas, baches y bordes con tendencia a irse por el barranco, se ven parcelas sembradas con matas de plátano, papaya, café o limón-mandarino. Entre árboles de frutas y flores, van apareciendo también los parches verdes.
El verde más intenso es coca. Alguna ya está raspada, otra está a punto. El verde oscuro es marihuana, de la variedad que llaman "creepy".
De noche es cuando se puede ver mejor cuántos "arbolitos de navidad" hay sembrados. Los cultivos tienen instalados hileras de bombillos para que las hojas crezcan, aún cuando ya no hay luz natural.
Se suponía que no debía haber campamentos en zonas de cultivos ilícitos, pero en La Cominera lo habrá.
Sobre la mesa de billar de Ana, una campesina que luce demasiado joven para ser abuela y que vive en la finca al lado de la de Cecilia, representantes del gobierno, de la fuerza pública y de las Farc, extendieron unos mapas y fijaron que ese era el lugar para instalar uno de los campamentos de transición.
"Yo no me metí, ni nada, ni escuché. Solo vi que pusieron los papeles en la mesa", explica Ana, como para evitar meterse en problemas, mientras barre el piso de su casa, que sirve también como sitio de encuentro para la gente de la vereda.
Desde la parte trasera de su sala de billar se ve la cancha de fútbol, y a un costado, un salón comunal, con un letrero de "Zona de Reserva Campesina-Iniciativa de Paz con justicia social". Allí quedará el área de acogida, hasta donde podrán llegar familiares y otros visitantes de la guerrilla que no pueden entrar al campamento.
La fiscalía está investigando si la muerte de Cecilia tiene que ver con la instalación del campamento en la finca o con otros motivos, como pleitos familiares.
Marta, otra de las vecinas de Cecilia en la vereda, dice que la vio por última vez el día antes de que la mataran y que no le dijo nada raro.
Nadie sabe si Cecilia había recibido amenazas por ser parte de las reservas campesinas y por haber aceptado que la guerrilla utilizara sus predios, unas 70 hectáreas, para montar el campamento a cambio de un supuesto arriendo.
Al conocer que había sido asesinada, no tardaron en pronunciarse la Asociación de Trabajadores Campesinos de Zona de Reserva Campesina del Municipio de Corinto (Astrazonac),la Federación Nacional Sindical Unitaria Agropecuaria (Fensuagro), la Asociación Nacional de Zonas de Reserva Campesina (ANZORC), el Proceso de Unidad Popular del Suroccidente Colombiano (PUPSOC), la Marcha Patriótica, las Farc, los políticos, los líderes de opinión y los medios de comunicación.
La empezaron a presentar como la primera víctima del "posconflicto" y alertaron del peligro que acecha porque otros actores armados ilegales, bandas criminales ligadas al narcotráfico y el Eln, también tienen presencia en la zona.
Mientras tanto, en el casco urbano de Corinto, los chismes de esquina y versiones de tienda se multiplicaron sobre lo que verdaderamente había ocurrido "allá arriba".
"Allá arriba", es como le dicen en el casco urbano de Corinto, en el valle, a las veredas más altas, en donde las Farc están asentadas y donde se enfrentaban al Ejército. Los campesinos como Cecilia, Ana y Marta aprendieron -no les quedó otra opción- a agacharse, a tirarse al piso, a rodarse, a esconderse, a protegerse detrás de cualquier cosa para evitar el impacto de las balas. A veces, se iban a amanecer a otra parte para escapar de los combates. "Fueron plomaceras muy difíciles", dice Ana sobre esa época, no tan lejana.
Marta recuerda el 2013 como uno de los peores años. A su casa no solo alcanzaron a llegar tatucos y granadas, sino que el Ejército se instaló en ella por unos tres meses, porque era la única que tenía agua y energía.
El hijo de Marta se volvió paranoico porque escuchaba los comentarios de los vecinos de que se habían vuelto colaboradores y temía que en cualquier momento la guerrilla tomara represalias contra ellos.
La familia de Marta optó por salir de esa finca y se reubicó en otra parte de la vereda, pero su hijo no se recuperó psicológicamente y se suicidó tomándose un frasco de veneno. "El se llenó de pánico y yo me quedé callada. Ahora es que cuento lo que pasó", dice.
A pesar del asesinato de Cecilia, de la muerte de su hijo y de tantas cosas que ella y los campesinos que viven en La Cominera han tenido que sufrir, Marta está entusiasmada con la paz.
Espera que con la instalación del campamento cercano, lleguen nuevos clientes a su tienda, que nunca ha tenido nombre. Quiere ponerle un letrero que diga "La Amistad". Dice, mostrando una sonrisa en la que faltan algunos dientes inferiores.
Desde antes de que mataran a Cecilia, a la zona habían empezado a llegar comisiones de gente que no es de Corinto: funcionarios del gobierno nacional, oficiales del Ejército, ingenieros especializados en infraestructura, representantes de organismos internacionales, expertos de compañías que hacen desminado.
El proceso de remover las minas antipersonales que hay cerca, no se sabe bien cuántas hay sembradas, es algo que debe comenzar en las próximas semanas, dice el Secretario de gobierno de Corinto, German Hoyos. También espera que comience pronto el arreglo de esa carretera por donde muy pocos se atrevían antes a subir.
La guerrilla sí bajaba a amedrentar frecuentemente. "Aquí hay un récord de tomas guerrilleras, hubo unas 850", dice Hoyos, un dato parece exagerado pero que La Silla no pudo verificar. Uno de los atentados más graves al casco urbano de Corinto sucedió el 9 de julio de 2011. Un carro bomba, lleno de cilindros de gas, destruyó la concha acústica del parque central y parte de la estación de policía.
Todos en Corinto recuerdan donde estaban en ese momento y tienen otras historias sobre las distintas formas en que la guerra los afectó.
En la psiquis de la gente, además del sonido de los tiros y las explosiones, aún está el del rumor. "El Ejército va a subir" o "La guerrilla se va a meter". Lo escuchaban de voz a voz y a medida que aumentaba la zozobra, tomaban precauciones. Cerraban temprano los negocios, recogían a los niños en el colegio y se escondían en sus casas.
Aún con todas las previsiones, hay familias afectadas por las 11 tipologías de "hechos victimizantes" que utiliza la Unidad de Víctimas al hacer el registro de casos, dice Francisco Javier Belalcázar, representante de esta oficina en Corinto. En el registro hay 7.136 víctimas del conflicto armado, pero están buscando que el municipio entero sea reparado colectivamente.
Dice Belalcázar que desde que en Corinto se enteraron de que habría una zona campamentaria de las Farc, llegan personas a diario a preguntarle en qué los va a beneficiar eso.
Existe la expectativa de que a este municipio, que es de categoría 6, le inyecten más recursos para implementar lo que está escrito en los acuerdos de paz.
Pero también hay preocupación, dadas las proyecciones económicas para el presupuesto nacional el año entrante. ¿Habrá inversión en infraestructura, programas de desarrollo económicos especiales, oportunidades de empleo, préstamos para montar negocios?
Si la plata del Estado no alcanza, esperan que, cuando la guerrilla se desmovilice, la mala fama que ha tenido Corinto, como zona roja, desaparezca y ahora sí venga la inversión de la empresa privada, incluidos emprendimientos de exportación de marihuana para uso medicinal o un ingenio azucarero.
Las calles de Corinto están adornadas con unas banderitas que dicen Sí, en blanco. Aparecieron hace unas semanas, cuando se hizo un homenaje a los 25 años de muerto del ex comandante del M-19, Carlos Pizarro, quien firmó en Corinto un acuerdo con el gobierno de Belisario Betancourt para buscar una salida política al conflicto armado y ordenó el cese al fuego el 24 de agosto de 1984.
Desde esa época, la fama de "guerrilleros" es otra de las cosas que más ha afectado a los corinteños para conseguir trabajo o préstamos en bancos. Muchos padres de familia han optado por llevar a sus hijos a sacarse la cédula a otros municipios, cuando cumplen la mayoría de edad para que no tengan que sufrir la discriminación que ellos han sentido.
"Cuando escucho Corinto, Cauca en las noticias, me derrumbo", dice Hania Zambrano, una morena simpática y con cédula de ciudadanía expedida en Florida,Valle. La noticia del asesinato de Cecilia Coicué la dejó aún más aburrida.
"Desde ayer tengo la duda más grande con esas tres letras del abecedario: P, A, Z. Es tan difícil de entender, de sentir. Diría que es una alternativa para cambiar, pero el cambio depende de nosotros. No podemos seguir con la mentalidad de que si tú me hiciste algo vamos a hablar con "los de arriba", dice y se le sale su tono de profesora -lo es- al responder.
Hay preocupación en la comunidad porque desde que la guerrilla aflojó su control social, se ha disparado la delincuencia común en Corinto. La policía, a quienes los corinteños no podían ni darles un "buenos días", apenas está empezando a construir una relación de mayor confianza y autoridad con la gente del municipio.
Hace unos días, empezaron por remover las garitas que impedían circular enfrente de la estación y a desmontar los sacos de arena que formaban una barrera protegiendo el edificio. La caseta de vigilancia, con un centinela de casco, chaleco y tantas balas como pueda cargarle a su fusil, se transformará en un punto de información del municipio. También han estado proyectando películas en espacios públicos para niños y promoviendo un campeonato de fútbol.
Corinto vive una rara tranquilidad, una paz entre paréntesis, desde el cese al fuego. Esa sensación, que quieren que sea más que un mientras tanto, es la que ha hecho que muchos de sus habitantes quiera votar por el Sí y que, a pesar de que por años han vivido atemorizados por las Farc, también estén dispuestos a darles una oportunidad.
Los guerrilleros no son extranjeros en Corinto, son los compañeros de colegio que no ven hace rato, el hijo de la vecina, el primo que se metió en eso porque no encontró una mejor opción. "Que cambien el arma por una guitarra. Acá las puertas están abiertas", dice Haina, sobre la fundación que creó con un grupo que impulsa las artes y la cultura, entre otras razones, para cambiar la mala fama del municipio.
En su Facebook ha visto campañas por el Sí y por el No, y también ha visto la pregunta: ¿Será que sí? Ella dice que Sí, aunque dude.
La noticia del asesinato de Cecilia en Corinto llegó rápidamente hasta Caldono, aunque no hay camino directo entre un sitio y otro. Hay que atravesar un valle y luego subir, subir y subir por una vía angosta y curvilínea, que apenas lleva seis meses pavimentada.
Al llegar al filo de la montaña está el pueblo: chiquito, austero, en el que se respira cierta tensión porque algunos soldados armados y de camuflado andan patrullando por las calles. Es sábado y miles de indígenas hacen fila frente al Banco Agrario para recibir los pagos del programa Familias en Acción.
En la tarde, cuando regresen a sus resguardos aledaños y se acabe un concurso de búsqueda de talentos musicales que está promoviendo una emisora local, apenas se escuchará el susurro de una pareja sentada en una banca, bajo las hilachas de matapalo gris que se descuelgan de los árboles del parque principal.
A la gente en Caldono le cuesta hablar de la guerra o no se ha hecho suficiente divulgación de cómo funciona el programa de la Unidad de Víctimas, cuya oficina está también en la sede de la alcaldía, custodiada por policías armados.
Caldono tiene una población de 33.625, pero hasta la fecha, en el registro oficial solo hay 2.086 víctimas, que en su mayoría han sido afectadas por "actos de terrorismo" y "pérdida de bienes". En la alcaldía hay un psicólogo que atiende a los que se han animado a hablar. El no se anima a hablar sobre las víctimas que ha tenido que atender.
Más de la mitad de los caldoseños son indígenas y viven en corregimientos rurales, en sus resguardos. Se supone que no habría zonas veredales de transición en territorios indígenas, pero en Caldono habrá.
En un inicio, iba a quedar en la vereda Pueblo Nuevo, que colindaba no solamente con área de resguardo, sino con una escuela y eso preocupó a la comunidad.
Pero, además, según una de las autoridades del Consejo Regional Indígena del Cauca, CRIC, el gobierno y las Farc consultaron inicialmente solo con tres de los seis gobernadores indígenas.
Marcos Calarcá, de las FARC, dice que eso no es cierto, que ellos no solamente consultaron con todas las autoridades, sino también con toda la comunidad. "A mi me impactó porque fue la visita donde más gente hubo, y en todas partes hubo gente, pero había mas o menos unos 3 mil indigenas. Nos hicieron calle de honor, no a nosotros los de las Farc, sino a todos los de la delegación".
Finalmente, se pusieron de acuerdo en un punto que comparten cuatro veredas y por donde pasa un río. Aunque también es zona de resguardos, los indígenas lo aceptaron -y sin hacer consulta previa con toda la comunidad- como un gesto de apoyo urgente a la paz.
Esa zona ha sido territorio del Frente 6 y de la columna móvil Jacobo Arenas de las FARC. Según alias Jaime, comandante de la Jacobo, los mismos indígenas pidieron que esa columna haga el desarme en ese territorio.
Dice que entre el 70 u 80 por ciento de los guerrilleros de la columna son indígenas y que serán alrededor de 400 hombres, incluidos milicianos, que estarán en los tres campamentos de esa vereda.
Hace dos meses, algunos guerrilleros le dijeron a los indígenas en la región que continuaran sembrando coca y que no todos se iban a desmovilizar. "Ese tipo de pedagogía no nos sirve a nosotros," dice el dirigente del CRIC y por eso, en la reunión de hace tres semanas, en el resguardo de La María, en Piendamó, le insistieron a las Farc y al gobierno que los dejaran hacer su propia pedagogía sobre los acuerdos de paz y que no se metieran en sus territorios.
El Comandante Jaime dice que todos los guerrilleros de la columna están apoyando el proceso de paz y que la pedagogía que están haciendo ha sido en sus zonas.
En las últimas semanas, las Farc han hecho reuniones con campesinos e indígenas en algunas veredas, pero van vestidos de civil, sin armas, para hablar de lo que acordaron en La Habana y a pedirles que apoyen el Sí en el plebiscito.
Otro de los temores que tienen las autoridades indígenas es la influencia que las FARC puedan ejercer sobre otras organizaciones como la Coordinación Nacional de Pueblos Indígenas (CONPI), pero especialmente sobre los Nietos del Quintín Lame.
El grupo nació en Caldono hace unos años y está integrado en su mayoría por jóvenes indígenas que han desacatado las decisiones de las autoridades tradicionales, reivindicando otras formas de lucha, a veces incluso violentas, en su disputa con campesinos y hacendados por recuperar sus tierras ancestrales.
La reinserción de los indígenas que terminaron en las Farc, porque se unieron voluntariamente o porque fueron reclutados, es algo que puede incidir también en el fortalecimiento o debilitamiento de los Nietos.
"Eso es un asunto que tienen que resolver ellos, eso no es un problema nuestro," dice Calarcá sobre los Nietos y recuerda que el nombre que escogieron evoca a la extinta guerrilla indígena del Quintín Lame, que no tenía nada que ver con las FARC y que dejó las armas, luego de firmar un acuerdo de paz con el gobierno de César Gaviria en 1991, en Caldono, de donde eran oriundos varios de sus integrantes.
Al igual que los habitantes de Corinto, en Caldono cargan el estigma de "guerrillos" y desde que escucharon que en la Fiscalía hay miles de investigaciones sobre las relaciones entre civiles y las Farc, en sus zonas de influencia, temen que con la paz se venga una etapa de persecución judicial en la región.
Dicen que los que no han sufrido la guerra desconocen lo difícil que es tener que convivir forzosamente con los armados.
Precisamente, para que no los señalaran a todos de ser parte de la guerrilla, para frenar el reclutamiento de sus jóvenes y para no morir en medio de los combates con el Ejército, surgió la resistencia indígena en Caldono. Cientos de Nasa y Misak, con sus bastones de mando, le exigieron respeto, tanto a la guerrilla como al Ejército, pidiéndoles que se mantuvieran al margen de sus territorios.
El ejemplo de los indígenas fue inspiración para los mestizos que vivían en el casco urbano de Caldono. Un día, no recuerdan exactamente cuál, en medio de un intento de toma guerrillera, el cura párroco y otra persona, utilizaron los parlantes de la iglesia e invitaron a la gente a salir a defender su pueblo. La gente acudió al llamado, sacaron llantas a las esquinas de las calles y les prendieron fuego para evitar que la guerrilla se metiera, gritando arengas contra la guerra.
El ex personero, Paulo Porras, hoy uno de los principales líderes campesinos de la Anuc, recuerda que al día siguiente de la rebelión de los caldoseños, fueron a hablar con el comandante de la guerrilla, alias Silvestre, quien estaba desconcertado.
Porras trataba de mediar en ese entonces, junto con el Defensor, ante la guerrilla, pidiéndoles que dejaran de asesinar a "sapos" o a gente que estaba en "listas" como sospechosos. También se quejaban de los tatucos y granadas que lanzaban contra la estación de policía y terminaban afectando a las casas aledañas por su mala puntería.
"¿Qué esperaban?", les respondió un comandante guerrillero, antes de revirar que hasta los gringos, con toda la tecnología para teledirigir misiles, se equivocaban en Irak.
La última vez que Porras vio a la guerrilla fue hace un mes, en una reunión con delegados del gobierno y de las FARC, que integraban la comisión de verificación. Por parte de la guerrilla estaban Marcos Calarcá, uno de los miembros del Secretariado, Walter Mendoza, comandante del Bloque Sur Occidental, Pacho Chino, Comandante del Sexto Frente, Alias Jaime y alias Ennover, de la Columna Móvil Jacobo Arenas.
Cuando Porras los vio ahí sentados, se le pasaron por la mente varios de los amigos campesinos que mataron, al último, en el atrio de la iglesia
Sintió angustia y terror y así se lo dijo a los guerrilleros cuando le correspondió hablar. Pero también les dijo que ésta era una oportunidad para que ellos contribuyeran al desarrollo de una región que ha sido muy golpeada.
Caldono se ha ido especializando en cafés gourmet y sus granos son muy apetecidos en ferias cafeteras. Recientemente, unos inversionistas chinos estuvieron interesados en comprar 20 toneladas, pero entre los campesinos agremiados en la Anuc, no tenían suficiente, dice Porras.
Una sola arroba de esta variedad puede venderse en 79.000 pesos. Es más rentable que la coca, pero casi toda la ganancia se queda en manos de los comercializadores, dice el joven alcalde de Caldono, Paulo Piso.
Piso recuerda que de niño no lo dejaban salir a jugar a las calles por los hostigamientos de la guerrilla a la estación de la policía, por donde solía pasar corriendo.
Le preguntó a uno de sus maestros de escuela que por qué no sacaban a la policía del pueblo, así la guerrilla dejaría de atacarlos. El maestro le explicó que había algo que se llama Estado, y que al Estado le correspondía defenderse y defender a la población, aunque en Caldono todos estaban indefensos.
Jesús Olmes, quien tiene hoy una tienda miscelánea y de alquiler de películas en dvd en la esquina de la plaza, dice que ninguna entidad del Estado le enseñó como protegerse ni a él ni a sus hijos.
Aprendió, viendo unos documentales del Che Guevara, que no podía pegarse tanto al piso o a la pared cuando explotara una bomba, y que debía abrir la boca para proteger sus órganos del impacto de las ondas. "No corrí cuando nos llovieron bombas y tatucos porque no tuve a donde ir," dice Jesús.
Varios de los que se quedaron, terminaron construyendo búnkers en sus casas. Abrían un hueco en el piso, lo reforzaban con ladrillos y allí se metían para protegerse cuando empezaban los ataques.
Desde que se firmó el cese al fuego bilateral, los caldoseños se sienten esperanzados y aliviados.
Desde principios de septiembre, la policía empezó a desmontar una de las trincheras que resguardaban la Estación, elaborada con sacos de arena y macizas vigas de madera, que estaban apilándose como basura. Unos campesinos las fueron a recoger con un camión. Dijeron, mientras las cargaban, que iban a convertirlas en leña para alimentar un horno donde hacen pan.
Además del desmantelamiento gradual de las barreras policiales, Caldono también ha vivido en los últimos meses otras transformaciones sutiles.
Dice el Alcalde que la misma gente del pueblo ha abierto un par de pequeños restaurantes y negocios
Han hecho "chocoloteadas" colectivas y cines al parque, y hace unos días la Alcaldía convocó a un foro pedagógico por la paz, en donde se habló de la historia del conflicto armado en la región y cómo los acuerdos logrados en La Habana van a transformar su municipio.
Asistieron unas 4500 personas y los almuerzos, que corrieron por cuenta de los cabildos indígenas, no alcanzaron.
Aunque hay caldoseños que han sufrido mucho o desconfían mucho y están por el No, la mayoría de los indígenas y campesinos mestizos piensan votar por el Sí.
¿Será que sí? Una mujer indígena que trabaja en el cabildo está haciendo campaña, voz a voz, entre sus comadres. "Conseguir la paz es como conseguir marido", les dice. Al principio, cuando están conociéndose, hay mucha ilusión y expectativas. Luego, empiezan a aparecer los resabios. Lo importante es aprender a manejarlos para que el matrimonio funcione.
En la plaza principal de Buenos Aires hay un samán gigante de 200 años, que le hace sombra a dos palos de mango más pequeños, a una iglesia que acoge las reuniones de alcohólicos anónimos, a una media torta al aire libre -donde se presentan eventos artísticos- y a un estanco de licores que se llama Amorama y está grafiteado en amarillo chillón con una consigna: "Hip Hoppers cambiando el mundo".
Antes de que los hip hoppers pusieran a bailar a Buenos Aires, el mundo les cambió de un día para otro cuando los paramilitares llegaron marchando, a mediados del 2000.
Veían por las noticias que estaban lejos, en el Urabá antioqueño, pero al otro día amanecieron con ellos en sus casas, en ese rincón apartado del Cauca, donde el Frente 6 de las Farc y algunas columnas móviles ya estaban presentes, especialmente en las veredas de El Ceral.
"Llega la guerrila donde el campesino. Es de toma y come, hizo lo que quiso," dice un verso que canta un joven de la comunidad, con el afro cortado a ras.
Para combatir a las Farc y controlar los corredores de droga hacia el Pacífico, el Bloque Calima invadió con dos frentes y empezó una época de terror, cuyo episodio más notable es la masacre de El Naya, ocurrida en abril del 2001, en la que un guerrillero capturado por las fue señalando quiénes eran los presuntos milicianos y colaboradores de la guerrilla que debían asesinar.
"Nuestras veredas las convirtieron en carnicerías. Mataban porque la gente no tenía la cédula cuando los paraban en los retenes", recuerda un campesino.
El río Cauca sirvió como línea divisoria del territorio que buscaban controlar dos grupos armados ilegales. Al lado derecho del río era territorio para, el izquierdo de la guerrilla.
Atrapados entre ellos quedaron los habitantes de Buenos Aires, en su mayoría afros, que en casi en su totalidad vive en las veredas rurales. "Nos alteró totalmente la vida. Había toque de queda de 6 a 6," dice un minero, y añade que la guerrilla y los paras empezaron a tratar de discriminar quién en la comunidad estaba con quién, a partir del tipo de corte de pelo o las botas que usaban.
En esas veredas aún hay fosas sin identificar, violaciones sexuales por denunciar y fincas a las que sus dueños no han podido retornar, pese a que las AUC se desmovilizaron.
Algunos paras encaletaron su plata y sus armas en esas veredas y mataban a los campesinos que las encontraban. Otros sí las entregaron, se enamoraron de mujeres en la zona y se quedaron viviendo entre ellos.
A algunos campesinos les cuesta tenerlos de vecinos, pero al menos ya no son sus verdugos. Esos antecedentes pesan en Buenos Aires, en donde hay también una gran incertidumbre por lo que será el proceso de desarme de las Farc.
El corregimiento de Timba, que fue uno de los más afectados por la masacre del Naya, será la puerta de entrada, según el secretario de gobierno, José Manuel Popó, a la zona veredal de transición donde estarán los campamentos de las Farc en El Ceral.
En esa zona quedarán los campamentos del Frente 30, dice el comandante Nelson, el segundo al mando, de donde saldrán 150 guerrilleros a entregar las armas.
La zona limita con dos de los territorios afro, el Concejo Comunitario de La Alsacia y el de Río Timba. Ante la inminente llegada de guerrilleros a esa zona, están organizando una guardia cimarrona. En Buenos Aires hay 6.362 víctimas oficialmente registradas, pero hay 6.754 en proceso de verificación en la Unidad. Es casi la mitad de la población del municipio.
Por eso, los Concejos Comunitarios están buscando que sus territorios sean reconocidos para una reparación colectiva.
En estos días, el número oficial de víctimas del municipio puede aumentar. La Dirección de Análisis de Contexto de la Fiscalía convocó unas jornadas especiales para que las víctimas de la guerrilla en el norte del Cauca viajen hasta Santander de Qiilichao, a unos 40 minutos de allí, a reportar sus casos. Ese es el primero de los anuncios que hará Nífer Díaz, concejal y miembro del Concejo Comunitario, Cerro Teta, -el primer Concejo Comunitario del país- en una reunión con presidentes de juntas de acción comunal de varias veredas para discutir los acuerdos de paz.
La mayoría de los presidentes de junta son hombres. Visten camisetas deportivas de algodón, algunas remendadas en la sisa, más de una vez. Llevan botas pantaneras, cachuchas o sombreros y las manos curtidas.
Le están robando tiempo al trabajo en sus fincas para asistir a esa reunión, en la que se hace énfasis en el punto uno del acuerdo, el de la reforma rural integral. Si ese punto se logra implementar, tal como está diseñado, a ellos y a los demás campesinos del país les cambiará la vida. "El presupuesto de un día de guerra es equivalente al que tiene el Ministerio de Cultura por un año", dice Alexis Mina, un líder joven y elocuente, y uno de los pocos representantes afro que se sentaron con la guerrilla y el gobierno en La Habana, para que incluyeran un capítulo étnico en el acuerdo. Agrega que con la paz habrá más tierras para los campesinos y nuevos proyectos productivos para que la gente no tenga que irse del campo.
Además, va a decirle a todos los líderes, que a pesar de que ese acuerdo está hecho por dos grupos que no los representan a ellos, hay que apoyarlo porque los afro, palenqueros y raizales pusieron la mitad de las víctimas del conflicto. Dice que son unos 4 millones. Y les pide que ayuden a movilizar a la gente a enterarse de los acuerdos y a votar, ojalá por el Sí.
"Esto no es de tamal, de tejas, de aguardiente, como en otras elecciones, es un voto de conciencia", dice.
Luego de escuchar la exposición de Mina, los presidentes de junta toman la palabra esperanzados:"Hemos sido muy golpeados. Es como tener cinco enfermedades, si nos quitan una, será un respiro". "Es imposible decirle no al plebiscito. Somos los que hemos vivido el rigor de la guerra". "En el corazón es donde comienzan las guerras. Hay que trabajar la paz en el corazón". "Por eso se llama proceso. Es un comienzo".
Pero también están entre temerosos y escépticos: "Mientras en este país siga el narcotráfico, no va a haber paz". "El delito en Colombia es ser bueno y ser pobre. En cambio a ellos los premian, después de haber hecho tanto maldad". "Los que no se desmovilicen, se quedan como ruedas sueltas. ¿Quién responde por ellos?" "Ellos se dan la mano por encima de la mesa y por debajo nos hacen pistola con el dedo del pie".
Hace unas semanas, varios de esos mismos líderes fueron a una reunión en La Alsacia con algunos delegados de organismos internacionales, una persona del gobierno local y representantes de la guerrilla, que también estaban haciendo campaña por los acuerdos de paz.
Dicen que la comandante de las Farc que presidía la reunión y otros cuatro guerrilleros hablaron con una actitud distinta, "como desde el corazón", interesados realmente en hacer la paz. "Mejor no pudo ser, almorzaron, tomaron biche con nosotros y se sacaron fotos", cuenta Nífer.
Una de las campesinas que estuvo presente ha sido desplazada tres veces, y en una ocasión, por la misma guerrilla.
Aún llora cuando relata que se tuvo que ir porque a sus hijos los querían reclutar. "En 15 días volvemos por ellos, aliméntelos bien, cuídelos bien", recuerda que le dijo el guerrillero de las Farc. Pero ahora dice que después de la reunión le cambió la perspectiva. "Me parecieron más humildes", comenta. En esta reunión la comandante les dijo enfáticamente que sus estructuras de mando se mantendrían iguales, aunque entregaran las armas. Pero los campesinos desconfían.
Algunos de los guerrilleros de base les han dicho que no van a entregar su fusil. Y les preocupa que pasen a formar nuevos grupos o que se vuelvan aliados de viejos grupos, para continuar en el negocio de la coca y de la minería ilegal.
Las "máquinas del diablo", como les dicen algunos mayores a las retroexcavadoras que están dragando sus ríos para sacar oro, llegaron desde el 2012.
El daño ambiental y la contaminación de sus fuentes de agua con mercurio, especialmente el Río Teta, que abastece de agua a Buenos Aires, ha ido empeorando.
Ante esa amenaza, los afro han buscado organizarse, como los indígenas, que también andan afectados por lo mismo. Hace poco, se unieron para destruir unas dragas que estaban en el río.
"Como dice Maquiavelo, el fin justifica los medios," dice un líder que estuvo en la acción y dijo que había 40 negros, pero más de 100 indígenas.
Algunos de los líderes afro han sido amenazados por oponerse a la minería ilegal. También empezó a circular un panfleto de los Rastrojos, el pasado 31 de mayo en la que amenazaba a prácticamente todos los movimientos sociales organizados de los indígenas, los campesinos y los afro del Cauca y a los periodistas que han hacen difusión de sus acciones.
"Todos están plenamente identificados. No más mingas en favor de las Farc....Después no digan que no les avisamos", era la advertencia con la que terminaba el panfleto.
Por tal motivo, la noticia del asesinato de Cecilia Quilcué también fue recibida con preocupación en Buenos Aires. "Consideramos que somos la misma región. Lo que afecte a uno afecta a toda la región", dice el secretario de gobierno, José Manuel Popó.
En Buenos Aires nunca hubo el nivel de hostigamiento de las Farc que padecieron Corinto y Caldono, no obstante el último enfrentamiento del conflicto en el que murieron un contingente de 11 soldados sucedió en uno de sus corregimientos- El Porvenir- en 2015, y la guerrilla sí atacó la sede de la policía un par de veces.
La alcaldía y la estación continúa resguardada con sacos de arena. No los han desmontado porque aún está pendiente un estudio de seguridad sobre otros actores armados en la zona. Los cambios en Buenos Aires se están dando, pero a su propio ritmo.