Las ventas de las que dependen las obras de Peñalosa

Silla Cachaca

De las tres grandes empresas de servicios públicos de Bogotá, Peñalosa quiere vender una y parte de la segunda.

Hoy el Concejo debe definir si le da el permiso a Enrique Peñalosa para vender parte de las acciones del Distrito en el Empresa de Energía de Bogotá. Para la Administración es fundamental hacerlo allí y en la ETB, dos de las tres grandes empresas de servicios públicos de la ciudad, y al mejor precio posible. Lo que no es tan claro es que en los dos casos eso necesariamente sea lo mejor para Bogotá.

La ETB, arreglar para no invertir más

El Concejo ya autorizó al Alcalde de Bogotá a mitad de año con el Plan de Desarrollo vender toda la Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá (ETB).  

El argumento de Peñalosa fue que está en un sector en el que es muy difícil para el Estado competir, porque exige muchas inversiones y tiene un riesgo grande de quedarse rezagado por la tecnología. Por eso su idea es venderla toda para que se la quede un privado que la pueda aprovechar para hacer esas inversiones, antes de que valga poco o nada.

Ese argumento lo presentó Rafael Orduz en un podcast de La Silla Llena en mayo, cuando recordó que en el siglo XX las empresas de teléfonos solían ser monopolios locales (y de ahí la lógica de que la ETB sea del Distrito) muy jugosos, porque a partir de una inversión relativamente baja en cables de cobre para llevar teléfonos a las casas, luego cobraban durante décadas las llamadas a un precio relativamente alto, especialmente las de larga distiancia.

 

Eso se ha ido acabando en todo el mundo por los celulares y el internet, y la ETB ha intentado afrontar ese cambio, sin buenos resultados.

Lo ha hecho no solo cambiando su nombre de Empresa de Teléfonos a Empresa de Telecomunicaciones en 1992; ese mismo año fue el primer accionista mayoritario de Comcel, en 1998 consiguió una licencia de larga distancia y ese mismo año se convirtió en operador de internet y en 2003 se metió en teléfonos celulares con Ola. Pero ninguno de esos negocios le dio una estabilidad a largo plazo.

Con ese objetivo de posicionarse en un mercado más competido y muy cambiante, la administración de Gustavo Petro (que a diferencia de Peñalosa defendía la propiedad pública de las empresas públicas) se embarcó en varias apuestas para que la ETB pudiera competir mejor con las empresas privadas que le pelean el mercado de Bogotá: consiguió una licencia para tener TV propia y así poder ofrecer el llamado triple play (televisión, internet y teléfono) sin depender de un aliado (como era DirecTV); se convirtió directamente en operador virtual de telefonía celular para vender sus propias líneas; y sobre todo, armó un ambicioso plan para poner fibra óptica en toda Bogotá.

La ETB invirtió en ese plan entre 2013 y 2015 en total 2,1 billones de pesos (algo así como una o dos troncales de Transmilenio), que se financió sobre todo con medio billón de pesos que tenía la empresa en los bancos, lo que la dejó con menos plata disponible; unos bonos que sacó por 530 mil millones de pesos; y con la venta del 25 por ciento de Ola por 469 mil millones de pesos.

 

A pesar de ese esfuerzo, siguió perdiendo mercado. En 2011 tenía alrededor del 70 por ciento de las líneas fijas de Bogotá, y cerró el 2015 con el 54 por ciento (que mantenía hasta junio) ; en internet fijo pasó del 45 al 34 por ciento (y desde 2013 dejó de ser el mayor proveedor, pues lo superó Claro).

Eso se nota en las cifras de la empresa: los ingresos no crecieron (se mantuvieron alrededor de 1,5 billones de pesos) mientras que los egresos llegaron a 1,9 billones en 2015. Y las metas iniciales de vender 1,2 billones de pesos en fibra óptica y televisión, con 909 mil suscriptores, que llevarían a cerrar con 523 mil millones de pesos en utilidades en 2015, quedaron muy lejos de la realidad: 2015 cerró con 108 mil suscriptores, ventas de 74 mil milllones y una pérdida de 36 mil millones de pesos.

Por eso, aunque la plata se fue en un activo muy apetecido en el mercado, porque tener fibra óptica es algo así como tener una autopista que sirve para transportar todo tipo de contenidos y ningún competidor la tiene, la empresa no está en buena situación.

Además, aún falta una parte de la inversión para que la fibra óptica llegue a las casas de los suscriptores y pueda empezar a rentar: los cables grandes de fibra óptica pasan por 1,3 millones de hogares, pero solo la mitad de esos se puede conectar (por ejemplo, quedan en edificios donde ya hay una caja de la ETB, mientras que en la otra mitad falta esa última parte de la infraestructura).

Por eso, el dilema está entre inyectarle más plata a la ETB para lograr que esos hogares se conecten (además de otros gastos, como el de mejorar el servicio al cliente o el de meterle más plata a la parrilla de televisión para tener canales premium), o venderla y que un privado haga esa apuesta y asuma el riesgo de que quizás no se hagan suscriptores.

La gran duda, en ese caso, es cuánto podría conseguir el Distrito de la venta de una empresa que está en mal estado pero tiene lo que un directivo de otra empresa del sector llamó “la joya de la corona”, que es la fibra óptica en el mayor mercado del país.

Hoy ese precio posible es un interrogante y lo seguirá siendo por un tiempo, pues el proceso de venta hasta ahora arranca: están en el paso de conseguir una banca de inversión que asesore la venta.

Aunque el precio final de venta es imposible de saber, porque depende de las perspectivas de la compañía, en qué anden los competidores, quién la compre y muchas otras variables, una forma de calcular el valor de mercado (que sale de multiplicar todas las acciones de la compañía por el valor que tienen el bolsa) es de poco más de 2,1 billones de pesos. Y como el Distrito tiene el 88,4 por ciento de las acciones, de venderla a ese precio recibiría alrededor de 1,8 billones de pesos, posiblemente más una prima por tener el control de la compañía.

Es decir, con la venta el Distrito tendría cómo hacer dos troncales de Transmilenio y no tendría que invertir en la ETB en el futuro. Y como la empresa le ha girado pocos dividendos (unos 150 mil millones de pesos entre 2013 y este año), no vendería una vaca lechera.

La EEB, plata líquida y empresa más sólida (pero menos pública)

En el caso de la Empresa de Energía de Bogotá (EEB) la venta no es para salir de una empresa con un futuro nublado sino directamente para conseguir plata para financiar el plan de desarrollo de Peñalosa.

La EEB en realidad es una empresa inversionista, que tiene negocios en electricidad y gas.

En lo primero tiene sobre todo el 51,5 por ciento de la generadora Emgesa (el resto es de la italiana Enel, que aunque tiene menos acciones es quien maneja la compañía); ese mismo porcentaje con la distribuidora Codensa (con el mismo arreglo con Enel), algunas líneas de transmisión con Energía de Bogotá e inversiones en transmisión en Perú (con ISA), en Guatemala y en Brasil.

En gas es dueña de Transportadora de Gas del Interior, tiene poco más del 15 por ciento de Promigás y el 25 por ciento de Gas Natural Fenosa Colombia, e inversiones en Perú.

Con esas inversiones le va bien: el año pasado fue la tercera empresa del país en utilidades con más de 2 billones de pesos, repartió 1,1 billones de pesos en dividendos y sus perspectivas son tranquilas.

Esas perspectivas positivas se mantienen al futuro, se vendan las acciones o no, porque en la práctica funciona alrededor de dos monopolios: TGI es dueña de los grandes gasoductos del país, desde La Guajira hasta el Valle y el Huila, incluyendo los llanos, por lo que no tiene competencia directa; Codensa es quien le vende la energía a los bogotanos y aunque en teoría podría entrar alguien a competirle, el costo de instalar las redes es tan alto que no se ve probable que ocurra.

Por eso la idea de la administración Peñalosa es vender una parte pero mantener la mayoría de las acciones. Eso permitiría que el Distrito mantuviera la mayoría de renglones en la junta directiva, poniendo el presidente y, en general, definiendo la orientación de la empresa.

Sin embargo, precisamente por ese peso tan grande del Distrito en el manejo de la empresa, la venta no es tan sencilla.

Aunque la EEB ha estado relativamente al margen de los cambios políticos de la ciudad, cada Acalde puede cambiar el foco estratégico y verla de una forma diferente, y de hecho eso ha ocurrido: por ejemplo, la compra de TGI en la segunda administración de Mockus ha sido criticada después, y la decisión de Petro de reducir su capital para financiar el metro en el futuro también lo ha sido.

Por eso, según fuentes de la actual administración de la EEB la idea es aprovechar el proceso de venta de acciones (que desde la administración llaman democratización, porque tienen la idea de vender las acciones a miles de bogotanos, mientras la oposición prefiere llamarla privatización, un término con más connotaciones negativas) para buscar un gobierno corporativo más sólido.

Es decir, lo que se espera es que a la hora de emitir las acciones también se determine cómo se va a compartir la toma de decisiones entre el mayoritario Distrito y los dueños pequeños, a través de un acuerdo entre los accionistas insipirado en el de Isagen.

Ese acuerdo debe definir cosas como la forma en que se va a decidir cuándo se reparten dividendos y por cuánto (así los privados no están sujetos a las decisiones del Distrito), la información que la empresa debe revelar a sus inversionistas o formas especiales de votación en la junta directiva para decisiones que pueden afectar a los minoritarios.

La idea es que eso no solo facilite la venta y blinde a los privados, sino que refuerce el plan estratégico que tiene la Administración para fortalecer la empresa. Ese plan incluye vender algunas inversiones que parecen ser menos estratégicas (como la participación pequeña en Ecopetrol o la que tienen el Isagen, una empresa que compite con Emgesa) y organizarse internamente de una forma diferente, todo con la idea de que funcione mejor.

En todo caso, el plan de venta todavía se demora. Falta que el Concejo la autorice y a partir de ahí viene un proceso para valorar las acciones, armar toda la estructura  de la venta (por ejemplo, si hay una cantidad mínima o máxima de acciones para comprar o si pueden pagar a plazos) y aterrizar ideas como la de venderle acciones a cientos de miles de bogotanos para que se sientan dueños de la empresa.

Tampoco es fácil saber cuánto le entraría al Distrito por eso, pero medida por lo que valen sus acciones en bolsa la empresa cuesta alrededor de 17 billones de pesos, unas seis veces la ETB.

Eso quiere decir que el 20 por ciento que vendería Peñalosa costaría alrededor de 3,4 billones de pesos, lo suficiente para hacer tres troncales de Transmilenio o casi todo lo que se comprometió a poner la Ciudad para hacer la primera línea del metro.

Pero, a diferencia de la venta de la ETB, acá el Distrito sí saldrá de parte de una vaca lechera: ese 20 por ciento de acciones recibió unos 200 mil millones de pesos en dividendos el año pasado, que representan un 2 por ciento de todos los ingresos de la ciudad.

Es decir, lo que le entraría por la venta son unos 17 años de dividendos pero puestos en el presente, y que Peñalosa invertiría en tres años. Pero Bogotá dejará de recibir el equivalente a la mitad de lo que recibe por el impuesto de vehículos cada año.

Al final, vacas lecheras o no, las ventas podrán ser buenos o malos negocios para Bogotá dependiendo de cómo se gaste Peñalosa esa plata.

Porque si el argumento de fondo es que para la ciudad es mejor cambiar unas acciones por unas obras, de cómo salgan esas obras dependerá si esa ecuación salió bien.

 
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