Los arquitectos detrás del Nobel

Silla Santandereana

El esfuerzo de Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo, unido al direccionamiento estratégico y la decisión de Santos de invertir todo su capital político en el proceso, rescató -ojalá de manera irreversible- la idea de que no vale la pena poner más muertos en Colombia

Al recibir esta mañana el Nobel de Paz, el presidente Juan Manuel Santos dijo que ese “honroso premio es también un tributo a todas aquellas personas que han contribuido a que estemos a punto de lograr esa paz tan anhelada, a los negociadores de ambas partes, y a tantas otras personas e instituciones que nos han apoyado en este proceso”.

 

En efecto, durante los seis años de negociación con las Farc mucha gente puso los ladrillos del esfuerzo que premió hoy el Comité Noruego y que lideró Juan Manuel Santos, el “tipo” que se necesitaba para sacarlo adelante, como explicó La Silla en este artículo.

Algunos de los negociadores ayudaron a destrabar el proceso en momentos clave. Otros representaban los intereses de unos sectores específicos y su presencia en la Mesa les daba suficiente tranquilidad para no oponerse.  

Pero los arquitectos principales de la obra –los dos sin los cuales el proceso no habría salido como salió- son Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo.

El dúo dinámico

El jefe del equipo negociador Humberto de la Calle y el Alto Comisionado de Paz Sergio Jaramillo hicieron un duo dinámico, un matrimonio insospechado, entre dos personas que no podían ser más diferentes el uno del otro.

De la Calle, un hombre con una habilidad comunicadora única y una gran inteligencia emocional; Jaramillo, mucho más introvertido, perfeccionista y obsesionado por cada uno de los detalles del proceso.

Eran temperamentos muy diferentes y la convivencia no fue fácil. Pero sobrevivieron el uno al otro y aprendieron a quererse y respetarse.

Vivían (viven) en la misma casa vieja cubana, de los años 70, en la que tenían que compartir las comidas y los mismos espacios, como si estuvieran en un cuartel, junto con los otros negociadores.

“Escasamente se decían buenos días”, le contó a La Silla alguien que convivió con ellos y los demás negociadores. “Cada uno se atrincheraba en su ipad para que el otro no le hablara”.

La convivencia era más difícil por la paranoia que existía –sobre todo en los primeros años- de que la inteligencia cubana los estuviera espiando. “No se podía hablar nada con nadie”.Al ayudante que iba a limpiar lo despachaban temprano y se hacían ellos mismos la comida. Incluso el general Mora, acostumbrado siempre cuando era comandante de las Fuerzas Militares a tener soldados listos para acatar sus órdenes, terminaba cocinándole a veces a los otros. “Era como si fuera un soldado raso”, dice alguien que lo vió.

El aporte de Jaramillo

Jaramillo, un filólogo que estudió lenguas muertas en Oxford y que habla con total fluidez seis idiomas, aportó al proceso el diseño, la estrategia de la negociación y la disciplina para mantenerla dentro del cauce.

Aunque la decisión de dar el paso de la paz fue exclusiva del Presidente, Jaramillo aportó al inicio la información necesaria para darle mayor solidez a esa decisión tan difícil que tomó Santos cuando no era necesario políticamente hacerlo y cuando había tanto por perder.

“Cuando nadie sabía nada, Sergio ya había estudiado todas las opciones”, dijo uno de los negociadores.

Estuvo desde los contactos iniciales y secretos con la guerrilla, junto con Alejandro Eder y Frank Pearl, y fue quien diseñó la Agenda Marco de la Negociación con el guerrillero ‘Mauricio Jaramillo’, que marcó la ruta de los diálogos y que es considerada por muchos uno de los factores de éxito del proceso.

Jaramillo tenía en la cabeza todas las piezas de la negociación y las defendió de manera obsesiva durante los seis años del proceso, unas veces con más éxito que otras.

Sutilezas como incluir en la Ley de Víctimas, que presentó Santos casi recién posesionado, un artículo que por primera vez reconocía que había un conflicto armado en Colombia, el primer ladrillo jurídico para toda la arquitectura legal del proceso, hasta el Marco para la Paz salieron de su oficina.

El Comisionado se rodeó de un grupo de asesores, la mayoría de ellas mujeres consagradas, que sabían hasta los más mínimos detalles de cómo se había negociado en todos los procesos anteriores del mundo y que tienen por Jaramillo una admiración profunda.

“Este rigor tan bien informado de las discusiones hacía que los negociadores estuvieran por encima de la contraparte en la Mesa o en la oposición porque sabían cómo había funcionado en Kenia o Nepal y habían hecho cinco simulaciones”, dijo uno de los asesores del proceso.

“Sergio asumió la tarea de construir las propuestas y siempre intentó que se trabajara en la mesa sobre sus propuestas recogiendo lo de las Farc”, dijo a La Silla Antonio José Lizarazo, que apoyó el punto sobre participación política. “Me sorprendió la rigurosidad de los documentos”.

Los documentos que menciona Lizarazo eran parte de la metodología diseñada por Jaramillo: cada parte hacía un documento con su propuesta y se la entregaba al otro.  En la mañana tenían mesas conjuntas y por la tarde trabajaban por separado. Cuando terminaban la discusión, Jaramillo y su equipo se reunían a armar el documento de la próxima reunión, con frecuencia hasta la media noche.

“Sergio insistía en que reflejara lo que más pudiera lo que decían las Farc. Implicaba un trabajo muy fuerte”, dice Lizarazo. “Me impresiona el rigor técnico y la meticulosidad con la que lideraba la construcción de documentos”.

Jaramillo exasperaba a los negociadores de las Farc porque varios de los comandantes lo consideraban un terco empedernido y un engreído, como se lo dijeron algunos a La Silla. Al principio también veían con sospecha que hubiera sido el que escribió la política de Seguridad Democrática, cuando trabajaba con la entonces Ministra de Defensa Marta Lucía Ramírez. Pero al mismo tiempo, valoraban también en él su seriedad.

También generaba tensiones. Porque así como Jaramillo se echó al hombro  la coordinación de temas clave con otros ministerios “que le corrían” -según le dijo a La Silla alguien de su oficina- en un gobierno con cierta indiferencia hacia el alistamiento institucional para la implementación de los acuerdos, hacía cosas como llamar a alguien que estaba ilusionado de montarse en el avión rumbo a Cuba para bajarlo en el último minuto porque había cambiado la prioridad. O sacar a un asesor que estaba en la mitad de una idea en una reunión porque el siguiente tema lo consideraba confidencial.

Otros del lado del equipo negociador lo veían diferente. Creen que su actitud lo que hizo fue “generar un ambiente de escepticismo natural a él que puede ser desesperante pero que es muy útil. Era una voz crítica interna, a veces exagerada, pero que ayudaba a que las cosas salieran bien”, según le dijo uno a La Silla.

El rigor de Jaramillo y su equipo hacia el final de la negociación comenzó a ser visto por otros negociadores, e incluso por gente dentro del Gobierno, como un obstáculo en una negociación inédita en el mundo. Además, su obsesión lingüística le parecía a algunos una ancla que no dejaba avanzar la negociación al ritmo que quería y necesitaba el presidente Santos.

Al final, al parecer por iniciativa de la canciller Holguín, el Presidente terminó sacándolo en la última recta, y lo envió a la Onu, para que la negociación pudiera terminar a tiempo para hacer el plebiscito antes de la presentación de la reforma tributaria (o de la decisión del comité del Nóbel).

En ese afán se quedó por fuera del Acuerdo algo que venían trabajando en la Mesa, que era clave y que quizás habría ayudado en la refrendación del plebiscito: la entrega de tierras de las Farc y su compromiso de reparar materialmente a las víctimas, como anunciaron el sábado antes de la votación.

“Evidentemente aflojarle al rigor facilitó terminar la negociación. Pero incluir lo más cuestionado en el acuerdo es lo que debilitó la refrendación”, dice uno de los asesores.

El aporte de De la Calle

Una vez llegaban a un consenso del lado del Gobierno, en la mesa de negociación con las Farc primaba la disciplina siempre bajo la batuta de De de la Calle.

Varias de las fuentes con las que habló La Silla rescataban en esto la disciplina del general Mora, que daba unas discusiones internas muy fuertes y luego hacía una defensa monolítica frente a las Farc.

Esta disciplina en el equipo fue obra de De la Calle, que desde el principio fijó unas reglas de comportamiento muy claras a todo el equipo de negociadores y a sus asesores. Una de ellas, que fue clave, era la restricción de entablar una relación directa con las Farc sin permiso expreso de él.

También prohibió hablar con nadie por fuera de la casa del embajador de Colombia (donde estaban seguros de no estar chuzados), y ni hablar de tener una relación social con los guerrilleros. Los antecedentes del Caguán pendían como un fantasma sobre la Mesa y durante los cuatro años de intenso trabajo nadie nunca vio una foto de algún tipo de interacción personal entre el equipo del gobierno y el de las Farc.

Quizás eso funcionó hasta que entró al final la Canciller y atribuyó a esta falta de empatía personal una de las razones de la lentitud en la negociación e intentó construir puentes personales con el otro lado.

De la Calle le aportó al proceso de paz toda la credibilidad de tener como director una persona con una actividad pública moderada, sensata, seria y rigurosa. Es tal su credibilidad que nadie de peso, durante estos cuatro años, se atrevió a criticarlo, a diferencia de Jaramillo, que terminó siendo el pararrayos de todos los lados en parte por su personalidad compleja y en parte porque no tenía sino el poder que le daba su inteligencia.

Lo más crítico en una negociación es que la gente confíe en sus negociadores, y De la Calle logró mantener esa confianza al interior del equipo y hacia fuera.

“Nadie tiene una capacidad argumentativa como la de De la Calle”, dice Riveros. “Es una combinación de profundidad, lógica, e inteligencia”.

Su capacidad de seducción con su retórica y argumentación que algunos, de manera afectuosa, dicen que parece “un culebrero”.

De la Calle también aportó no solo su conocimiento jurídico sino el prestigio de ese conocimiento que –como le dijo alguien que lo conoce a La Silla- “puede ser incluso más de lo que sabe”.

Pero entre todo lo que contribuyó, quizás lo que más aportó De la Calle fue una altura moral al proceso.

“Humberto lideraba las conversaciones en la mesa y aunque eran muy duras siempre fueron respetuosas”, dijo a La Silla Lizarazo. “Los de las Farc a veces sentían mucho respeto por él”.

Una vez alguien en el equipo mencionó un episodio de la vida personal de Iván Márquez y el regaño de De la Calle fue suficiente para poner el estándar sobre el tipo de respeto que debía imperar.

La mesura y el aguante de De la Calle también fueron fundamentales para ayudar al equipo a tramitar las movidas de Santos, cuando usando canales alternos les mandaba ‘competencia’ a negociar, como cuando envió a su hermano Enrique, cuando mandó al equipo de juristas que negociaron el punto de justicia transicional y, al final, cuando llegaron la Canciller, Juan Fernando Cristo y Rafael Pardo y casi no dejan entrar a los del equipo negociador a las sesiones para finiquitar el punto del fin del conflicto.

Santos lo hacía sin consultarles, lo que ofendía profundamente a miembros del equipo, pero De la Calle siempre ayudó a que entendieran que había algo más importante por encima de sus egos maltratados.

En palabras del otro

“La combinación de claridad y amplitud mental, rectitud y espinazo para defender lo que había que defender, la comprensión de lo que está detrás de una negociación y también el humor que tiene Humberto de la Calle no la tiene nadie más en Colombia”, dijo Jaramillo de De la Calle unos días antes del plebiscito “Jamás hubiéramos llegado al Acuerdo sin él”.

De la Calle, por su parte, el mismo día contestó a La Silla sobre el aporte de Jaramillo: “Sergio fue fundamental: la estrategia, mirada de futuro, conocimiento del tema, capacidad inverosímil de trabajo. Personalidad difícil pero pese a molestias pasajeras, siempre estuvimos de acuerdo en lo esencial”.

Quizás las percepciones de cada uno sobre el otro expliquen mejor que cualquier otra cosa por qué el proceso de paz ha llegado tan lejos.

Hoy el texto del Acuerdo que ellos negociaron está bajo cuestión tras el rechazo que tuvo en las urnas el domingo pasado. Pero su esfuerzo, unido al direccionamiento estratégico y el empeño que le puso Santos al proceso, más los aportes individuales de decenas de otras personas, rescató -ojalá de manera irreversible- la idea de que no vale la pena poner más muertos en Colombia. 

Por eso, el Nobel que se gana hoy Santos -y sin quitarle el mérito- también se debe a ellos.

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