Los Mercados Campesinos de Bogotá sin intermediarios, atendidos por sus cultivadores

María Cenaida, cultivadora de Líbano, Tolima.

Maria Cenaida García sube a Bogotá desde el Líbano, Tolima, a vender el perejil liso que cultiva ella misma en su finca. Tiene 49 años y desde los 15 trabaja en el campo.

“Mi mamá me enseñó a cultivar perejil desde que estaba en el colegio, y desde ese momento nunca me pude separar del campo” afirma María, con un tono de convicción.

Líbano es un municipio a más de 190  kilómetros de Bogotá. Allí creció, se casó, tuvo tres hijos y compró una finca con su esposo. 

El fin de semana pasado, en medio de la celebración del mes del campesino en el Parque Fundacional de Fontibón, María llegó por sexta vez a instalarse en uno de los Mercados Campesinos que ha impulsado la Alcaldía en la ciudad.

Del campo a la ciudad

Desde el 2004, el Distrito le está apuntando a traer el campo a la ciudad. Son unos 23 puntos esparcidos por la capital, que cada fin de semana se llenan de carpas con campesinos, y sus productos, procedentes de Cundinamarca, Meta, Boyacá, Tolima y la ruralidad de Bogotá.

La carpa de María es una de las más coloridas. Tiene aguacates, piña, maracuyá, plátano y claro, su perejil, pero son tantos productos que ni ella está segura de cuantas cosas trae al mercado.

Los productos que venden son de campesinos amigos, o a veces uno que otro que se encuentra en el camino, para ayudarles con la venta en el mercado. “Pero no soy una intermediaria” asegura. A María los campesinos le confían sus productos y ella solo les pide un aporte para el transporte, que consiste en un camión alquilado y un trayecto de 5 horas hasta Bogotá. Luego regresa a Tolima y les entrega todas las ganancias.

Instalada en el mercado, dice que puede vender una mano de plátanos entre los 10 mil y 15 mil pesos, cuando en Tolima el precio es de 5 mil, por ejemplo.

Al eliminar a los intermediarios en el mercado, le vende al usuario final y obtiene el doble o el triple de ingresos. Y al comprador también le sale más barato.

Según las cuentas de la Secretaría de Desarrollo Económico, la estructura de los mercados campesinos funciona porque el precio de los productos se incrementa en un 155% y los campesinos obtienen un 400% de utilidad frente al costo de producción. Mientras que el consumidor ahorra un 10% frente a los costos de un supermercado.

Por esta razón, se ha vuelto un escenario importante para las alrededor de 400 familias campesinas que participan, y los miles de ciudadanos que consiguen productos frescos y más baratos cerca de sus casas. 

La entrada a los mercados es libre y el espacio es gratis para los campesinos que quieran hacer parte, la única condición es que se inscriban en la página de la Secretaría de Desarrollo.

María siempre llega sola a Bogotá, y la primera vez que estuvo en un mercado no tenía en donde pasar la noche. “Pero yo soy una persona a la que siempre le llegan bendiciones — afirma — en mi primer día se acercó una mujer que vive cerca a la plaza y me ayudó a vender todo lo que tenía. Ahora me da hospedaje y trabaja conmigo cada vez que vengo”.

Después de sólo unas semanas viniendo al mercado, María ya le comercializa la mercancía a 12 campesinos de su región, y tiene clientes fijos que le hacen pedidos directamente.

El proyecto se ha ido expandiendo, si bien, aún es modesto en una ciudad de casi 8 millones de personas. Carolina Duran, la secretaria de Desarrollo del Distrito, relata que al inicio solo tenían un mercado una vez al año en la Plaza Bolívar. Luego, pasó a convertirse en una cita mensual. El año pasado se hizo cada quince días y, este año, cada semana.

Hoy, los campesinos que llegan en un fin de semana tienen espacios disponibles en todas las localidades.

La Alcaldía ayuda al campesino con la puesta en escena del espacio público. Los ayudan con las carpas, baños, mesas, los permisos, el mercadeo y otros temas de logística que pueden necesitar.

Lo que se genera, al final, es un evento con un surtido variado y un panorama lleno de curiosos y compradores que pasan con bolsas de frutas o una bebida de masato en la mano.

Crecer más allá de lo pintoresco

Sara, campesina de Silvania, Cundinamarca.

Entre uno de estos puestos está Sara Sánchez, una mujer de 38 años, que lleva más de un año participando con sus flores en el mercado campesino.

Sara llega a Bogotá cada fin de semana en compañía de su esposo y de sus dos hijas, para instalarse en el mercado de Fontibón. Todos los viernes por la noche, Sara carga el carro de su esposo, un Renault Logan, con más de 300 plantas diferentes. ”Cuando uno sabe gestionarlo, ese carrito tiene más espacio del que te imaginas” dice Sara entre risas.

Llegan desde Silvania, Cundinamarca, un municipio a dos horas de Bogotá, para hacer la venta de la semana. Pues, según Sara, con todo y gasolina, peajes y comida, es más rentable la venta en el mercado campesino que en su vivero.

En el mercado de Fontibón tiene más visibilidad, en una de las carpas que más se mueven en toda la plaza. A Sara se le acercan constantemente niños y ancianos a preguntarle cosas de las flores y matas que vende. Tranquila y paciente, Sara atiende esta curiosidad de los habitantes de la jungla de cemento.

Las plantas que Sara lleva de su vivero incluyen cerca de 15 especies de suculentas, su producto más cotizado, 60 flores, y decenas de hierbas y aromáticas. Pero lo más importante es que el Logan se regresa sin flores en el baúl.

César Carrillo, el director de Economía Rural y Abastecimiento Alimentario, asegura que ya iniciaron un proceso para incrementar el alcance y el impacto de los mercados campesinos.

“Hoy son un símbolo que beneficia a los campesinos. Pero queremos ampliar el alcance, para que deje ser algo solo simbólico y bonito y se convierta en una realidad permanente” dice César. 

Para eso la Alcaldía también abrió una página de internet donde se pueden hacer pedidos.

Los mercados vienen de un esfuerzo conjunto entre la Alcaldía, la Secretaría, las gobernaciones y las asociaciones campesinas, que le están apuntando a una mayor integración regional.

En lo que ha corrido del año, las ventas de los mercados superan los 1.000 millones de pesos y se espera cerrar con un alcance de 15.000 millones. Mientras que durante lo corrido de esta administración se han hecho 90 mercados, con una meta de 1600 para cuando acabe el periodo de Claudia López.

Alsidiades, campesino de Villagómez, Cundinamarca.

Alsidiades Gutiérrez, es un campesino de trayectoria, pero se rehúsa a revelar el número exacto de su edad. 

Tiene una finca en Villagómez, Cundinamarca, municipio que lo vio crecer. El producto estrella de Alsidiades viene de esta finca, trae huevos de gallina verdes, rojos, blancos y amarillos. Al preguntarle por la naturaleza de los colores suelta una carcajada y afirma “es que mis gallinas son casadas”, refiriéndose a los gallos.

Las cajas de huevos siempre se le han acabado antes de medio día en los años que lleva instalándose en el mercado. Asegura que es porque son completamente orgánicos y a la gente le llama la atención que no sean todos iguales, como los del supermercado.

Los mercados no son una iniciativa para reemplazar las ventas de otras plazas o las grandes superficies tradicionales o suplir todo el abastecimiento de Bogotá. Pero si le apunta a cerrar la brecha entre el campo y la ciudad, para despertar el interés de la gente por la producción local y por el campo, como pasa con los huevos que vende Alsidiades.

Como comenta César, "los mercados también sirven para que los bogotanos se salgan un poco de su burbuja y se interesen por la producción que viene desde el campo, a la que muchas veces se le da la espalda".

Esta historia hace parte de la Sala de redacción ciudadana, un espacio en el que personas de La Silla Llena y los periodistas de La Silla Vacía trabajamos juntos.

 

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