Rugero y Luis Ruiz, el precario retorno un año después de la restitución

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Hace un año y un mes Rugero y Luis Ruiz fueron los primeros campesinos de Sucre en recuperar las parcelas de donde los habían sacado las Farc. Al volver a tener en sus manos los títulos de las cinco hectáreas en los Montes de María que habían perdido hace más de una década -12 años para Rugero, 18 para Luis- estos primos se convirtieron en dos de los pioneros de la restitución de tierras en todo el país. Y su historia muestra que el retorno avanza lento y sigue siendo frágil y precario.

Rugero y Luis Ruiz fueron dos de los primeros siete campesinos restituidos en Sucre, todos miembros de la misma familia y todos despojados por las Farc. Foto: Andrés Bermúdez Liévano

Hace un año y un mes Rugero y Luis Ruiz fueron los primeros campesinos de Sucre en recuperar las parcelas de donde los habían sacado las Farc. Al volver a tener en sus manos los títulos de las cinco hectáreas en los Montes de María que habían perdido hace más de una década -12 años para Rugero, 18 para Luis- estos primos se convirtieron en dos de los pioneros de la restitución de tierras en todo el país. Y su historia muestra que el retorno avanza lento y sigue siendo frágil y precario.

Ahora, a pasos lentos pero orgullosos y determinados, están de vuelta en sus parcelas. Rugero y su esposa Olis llevan dos meses viviendo en una casa de madera que Luis y otros vecinos les ayudaron a construir. Es un sencillo ranchito a un par de metros de donde estaba su casa de toda la vida, destruida quién sabe si por la guerrilla, por el tiempo o por ambos.

Luis terminó de construir su casita de diez metros cuadrados, también de madera y techo de palma amarga, hace solo cuatro días. Desde esta semana vive de nuevo en lo alto de una loma del municipio de Morroa a la que no pudieron volver en una década pese a estar viviendo a sólo doce kilómetros, en Corozal.

No ha sido un proceso fácil, como lo muestra que el retorno definitivo -en una zona cuya seguridad ha mejorado notablemente- ha tomado casi un año para ambas familias.

Poco a poco, intentan volver a la vida de antes. Por primera vez en años, están viviendo de sus vacas, cerdos y pollos. Ya tienen sembradíos de yuca y ñame. Los plátanos y los papayos aún son tiernos tallos de medio metro.

Pero aún viven en una casa temporal y en duras condiciones, ya que algunas de las promesas que acompañaron sus sentencias de restitución -histórica por haber sido la primera en que los reclamantes se enfrentaron, y le ganaron, a un ocupante que se declaraba de buena fe- no se han cumplido, comenzando por la casa definitiva.

Una restitución puesta en duda

En la última semana la restitución de tierras, una de las banderas de la Ley de Víctimas del presidente Juan Manuel Santos y una pieza central en el proceso de paz que conceptualizó Sergio Jaramillo, ha estado en el ojo del huracán.

Desde opositores como el senador Jorge Robledo hasta líderes de víctimas como Carmen Palencia y Gerardo Vega le cuestionan al Gobierno los magros números dos años después de su puesta en marcha.

León Valencia y Ariel Ávila, desde su Fundación Paz y Reconciliación, advirtieron que la política va rumbo al fracaso y dijeron que se ha restituido menos del 1 por ciento de la meta. Aunque las cifras no son muy grandes, son menos dramática porque ellos hicieron sus cálculos usando la cifra preliminar que dio el Gobierno en 2011, cuando esperaba 360 mil solicitudes de restitución, en vez de las 55 mil que se han recibido hasta ahora.

Ya José Manuel Vivanco y Human Rights Watch habían advertido en octubre que la seguridad es el principal palo en la rueda para todo el proceso. Y el observatorio de restitución que montaron cinco universidades y que dirige Francisco Gutiérrez Sanín calculó, con una proyección más rigurosa que la de Valencia, que diez años no serán suficientes.

Aunque Santos prometió ayer meterle el acelerador, en dos años solamente van 399 sentencias que le han devuelto sus tierras a 989 familias campesinas en una decena de departamentos. Y solo hay 39 jueces y 15 magistrados de tierras, que tienen que decidir los 3.963 casos que terminaron el proceso administrativo previo en la Unidad de Restitución que dirige Ricardo Sabogal y esperan pasar a la etapa de fallo.

Pero, sobre todo, el proceso de retorno está demostrando ser mucho más complejo y enredado de lo que se imaginaba.

Lo muestra el caso de los Ruiz, a quienes La Silla ha acompañado en varios momentos de su retorno desde que en febrero del año pasado recibieron sus sentencias de restitución de manos del entonces ministro Juan Camilo Restrepo.

Desde hace un par de meses Rugero cosecha yuca y ñame, principales ingredientes de la dieta que prepara Olis cada día. Foto: Andrés Bermúdez Liévano
Los lentos pasos del retorno

A su predio en la vereda de Cambimba se llega en mototaxi por un camino, polvoriento en verano y fangoso en época de lluvias, desde Morroa.

Son las primeras de una hilera de lomas chatas que se extienden en el horizonte hacia Chalán, Pechilín, Ovejas, Colosó y el Carmen de Bolívar, una zona fértil y corrugada que durante años fue un corredor estratégico para las Farc y los paras por su cercanía con el mar, con las sabanas de Sucre y el río Magdalena. A ellos los sacó corriendo el frente 35 de las Farc y su temido jefe el 'Pollo Irra', que fue abatido por el Ejército hace seis años. En total perdieron siete familiares por culpa de la guerrilla.

Cuando volvieron los Ruiz a su parcela, hace exactamente un año, sólo encontraron un denso matorral.

“Cuando vinimos por primera vez eso corríamos como locos. No nos importaba todo ese monte que se nos atravesaba. Solo queríamos llegar aquí”, dice Olis, una mujer de brazos cuarteados y amplia sonrisa, señalando el claro donde antes quedaba su casa y donde de nuevo se instalaron.

No hay ningún rastro de la antigua edificación, salvo por los muñones de dos árboles que apenas comienzan a retoñar de nuevo. “Usted no sabe lo que yo lloré esta parcela. Yo tenía cien gallinas, recogía 40 huevos diarios, tenía cinco vacas y varios pavos. Tengo la vista toda borrosa, será de tantas lágrimas que hemos rodado”, dice.

Durante varios meses se dedicaron, yendo y volviendo todos los días, a volver a poner de pie su terruño. El primer desembolso que recibieron de la Unidad de Restitución para su proyecto productivo se les fue todo en desmontar, una ardua tarea en la que le ayudaron sus primos y que no finalizó sino hasta entrado agosto.

Al comienzo solo venían con un par de policías en moto, que se sentaban a protegerlos mientras ellos echaban machete y ellas hacían el almuerzo para todos, hasta que Rugero comenzó a agarrar confianza y hacer el trayecto de 20 minutos sin escolta.

En mayo comenzó a sembrar y pronto maduraban patillas del tamaño de un machete, la primera señal de que este rincón de los Montes de María recuperaba la productividad agrícola de antes. Por esa época volvió a visitarlos Juan Camilo Restrepo, esta vez en una ceremonia que se hizo en un bajío ya desmalezado de su parcela. Con él venía Rajiv Shah, el número uno de la agencia de cooperación gringa Usaid, que está apoyando el proceso (al igual que las de Suiza, Suecia y Japón).

En octubre -ya desmontada la colina- él y su primo contrataron, con su segundo desembolso para proyecto productivo, un bulldozer para construir la carretera comunal de entrada a las parcelas y un par de jagüeyes para que los animales beban.

Dos meses después armaron un cambuche de plástico como hogar de paso, mientras ellos trabajaban la tierra y cercaban los linderos y ellas cocinaban el almuerzo.

Y en enero hicieron la primera casa, un funcional rancho con un área social abierta y un cuarto atrás, resguardado del arduo sol sucreño por un techo de palma y de la fuerte brisa por paredes de plástico verde.

En la parte trasera viven Rugero y Olis solos, ya que la mayoría de sus nueve hijos están regados por Montería, Cartagena, Arauca y Puerto López. Al lado de su cama y de los palos donde cuelgan su ropa hay dos pilas de yuca y ñame, las palas y los barretones para cultivarlos y las pocas pertenencias que trajeron de Corozal. En la esquina siempre está prendido el televisor, un lujo -como la electricidad- que no se conocía en Cambimba y que tienen conectado a una batería de carro y de ahí al panel solar que les dio Restitución.

“Como será el amor por este terruño que yo me vine el 22 de enero y no he ido a Corozal sino una vez a hacer unas diligencias”, dice Rugero, que nació hace 57 años en una colina cercana y que hace 33 conoció a Olis, cuya familia también es de la vereda.

Al comienzo solo fue él, porque ella -todavía temerosa- prefería pasar las noches en su casa corozaleña. Una semana después cambiaron la hamaca por la cama y Olis se vino, aún con cierta prevención. “Las primeras noches no le decía nada, pero no pegaba un ojo. Me paralizaba de miedo con cualquier sombra bajo la puerta, con cualquier rama que se moviera”, dice mientras cocina una sopa de ñame y yuca, su dieta habitual.

Hoy va y viene dos veces a la semana, porque allí vive su hija de 10 años -la única nacida fuera de los Montes de María, todavía en la escuela- con sus dos hijas gemelas de 19 años, que terminaron su curso de profesoras y están buscando trabajo. Otros dos hermanos las cuidan.

“Cuando estoy allí, me la paso pensando en Rugero que está solo. Y cuando estoy acá, en las peladas allá”, dice Olis. El celular, otro lujo que antes no existía, ayuda a reducir su angustia de madre. También con él están en comunicación permanente con el coronel de la Policía de Morroa, que además los visita seguido.

Durante el día ella cocina y lava, usando el agua que trae a mano de un pozo a un cuarto de hora. La de beber todavía la tienen que traer en moto desde Corozal. La acompañan para arriba y para abajo su lora Lorenza y Luna, su perra guardiana.

Mientras tanto él cuida los cultivos y las seis novillas que trajo un hijo, con cuya leche Olis prepara el queso costeño y el suero que comen con todas las comidas. Todavía no tiene las suyas, porque la parte del desembolso que iba a usar para comprarlas se la retuvo el Banco Agrario para saldar una vieja deuda impagada. Por eso, las ocho novillas y el toro que ya había negociado y que estuvieron un mes en su parcela terminaron regresando por donde vinieron.

Así que Rugero se dedica tiempo completo a los cultivos, con la ayuda de un agrónomo -pago por la Unidad de Restitución- que viene cada tantas semanas desde Sincé para ayudarles a ver si tienen plagas y si los suelos están bien acondicionados. Nunca antes habían consultado uno.

Este no ha sido un verano fácil y su primera cosecha no dejó ninguna ganancia. Sobre todo porque el precio del bulto de yuca -que el año pasado rondaba los 30 mil pesos- ahora no vale ni la quinta parte y el kilo de maíz pasó de venderse de 700 pesos a menos de la mitad. Solo el ñame ha aguantado el precio.

Luis va un poco más atrasado en su regreso. Vive solo porque se separó de su mujer y sus dos hijos están lejos, ella en Momil (Córdoba) y él en el sur de Sucre. Hasta la semana pasada iba y venía de Corozal para labrar sus potreros y cuidar sus nueva novillas, que en este duro verano debe llevar todos los días al pozo de un vecino, porque el suyo sólo alcanzó a cavarlo al final del último invierno y todavía no es más que un cráter seco.

Ya está instalado en su espartana choza, por primera vez desde que en 1995 la guerrilla vino a buscarlo -tras haberle matado ya dos hermanos- y desde que le tocó iniciar un trasegar que lo llevó incluso a trabajar de labriego 'tirando machete' en el Zulia venezolano. En su cuarto solo hay una hamaca, una silla Rimax, una radio, un cargador para celular y dos racimos de bananos.

Este fin de semana Rugero y Olis finalmente construyeron una pequeña ducha afuera de su ranchito. Foto: Andrés Bermúdez Liévano
Las promesas a medias

Tanto Rugero como Luis, que se describen a sí mismos como 'campesinos al derecho y al revés', odiaron la vida de rebusque en el pueblo. Ambos anhelaban volver a sus lotes en la antigua finca La Penitencia, donde de las 27 familias que vivían solo se quedaron tres.

Ahora lentamente están volviendo a esa finca y otras cercanas en Cambimba. De su familia ya son casi diez parcelas restituidas porque, además de Luis, han regresado con título en mano Germán, Daniel y Manuel Aguas -los tres hermanos de Olis-, su primo Héctor Martínez y su tía abuela Escolástica Mercado.

La mayoría de ellos sigue esperando que el Banco Agrario les construya una casa de cemento de 40 metros cuadrados, una promesa a la que tienen derecho como parte de su sentencia de restitución por haber perdido la suya. Un año después, ninguno de ellos tiene noticias de la casa y ese tema está demostrando ser, junto con la evidente falta de coordinación entre instituciones, uno de los mayores cuellos de botella de todo el proceso de restitución.

A Rugero y Olis los visitaron funcionarios del Banco en agosto para inspeccionar el lugar que escogieron, exactamente el mismo donde estaba la original, pero no volvieron a aparecer ni a llamarlos.

Siguen esperando que la alcaldía de Morroa les arregle bien la vía de entrada -otro compromiso de la sentencia- porque así como está sirve para que entre una moto, pero será un pantanal cuando lleguen las lluvias y no habrá cómo sacar sus cosechas. No han oído nada de la reparación económica a la que tienen derecho y que gestiona la Unidad de Víctimas.

Y, por último, siguen esperando que el Banco Agrario les condone la deuda antigua por la que no pudieron tener vacas, ya que teóricamente se cancelan las deudas que los campesinos restituidos no hubieran podido pagar en razón de su desplazamiento.

Mientras tanto, cada uno tiene sus planes. Esta semana le traen a Rugero un burro de carga -que necesita para sacar la yuca a la carretera en época de lluvias- y acaba de armar una pequeña ducha en una esquina de su loma. Ayer arrancó a construir una segunda ramada sobre la cocina, para que la recia brisa no le siga volando las ollas a Olis. Luis está terminando de desmontar y está pensando en dónde construir un corral con su tercer desembolso, el único que le falta.

“Con todo lo que nos han dado estamos totalmente contentos. Solo estamos deseando que nos llegue lo que nos falta para terminar de ubicarnos y para que sirvamos de ejemplo”, dice Luis.

“Yo trato de portarme lo mejor que puedo para que los que vienen atrás puedan hacerlo. De acuerdo a lo que nosotros vamos haciendo, el proceso va cogiendo fuerza y si nosotros podemos producir, los otros ven que sí se puede”, dice Rugero, que en los últimos meses ha viajado a otras regiones para contarle de su retorno a otros reclamantes. “Nos dicen 'estamos decepcionados' y yo les digo que tengan paciencia, que eso sale porque sale”, dice Olis, mientras juega con Lorenza.

Ellos son conscientes que son una especie de conejillo de indias para todo el proceso de restitución de tierras. Y que los Montes de María, donde hay 55 sentencias que benefician a 139 familias y que cobijan 2 mil hectáreas de tierras, son uno de los pilotos que determinarán su éxito en todo el país.

“Ya estamos volviendo a la vida de antes, que es lo único que buscamos. Poco a poco se va emparejando la carga por el camino para nosotros”, dice Rugero, mientras machete en mano tumba unos rastrojos en el claro donde ya decidió que irá el corral para las vacas. Cuando lleguen las lluvias.

Esta historia es parte de una serie sobre la Ley de Víctimas financiada por la Unión Europea y Oxfam.

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