El Plan Nacional de Desarrollo, que armó el director de Planeación Nacional Simón Gaviria y que es la carta de navegación del gobierno Santos II, está en pleno debate en el Congreso. Una de sus misiones, que hasta ahora ha pasado por debajo del radar, es preparar el terreno para aterrizar el acuerdo sobre el campo entre las Farc y el Gobierno en tres puntos clave.
Simón planta la primera semilla de La Habana
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El Plan Nacional de Desarrollo, que armó el director de Planeación Nacional Simón Gaviria y que es la carta de navegación del gobierno Santos II, está en pleno debate en el Congreso. Una de sus misiones, que hasta ahora ha pasado por debajo del radar, es preparar el terreno para aterrizar el acuerdo sobre el campo entre las Farc y el Gobierno en tres puntos clave.
El Plan -que por primera vez no lleva un capítulo agropecuario sino uno sobre la transformación de las condiciones de vida en el campo- usa un lenguaje distinto al de La Habana, pero desarrolla tres grandes cambios que, de no hacerse ahora, podrían frenar el proceso más adelante. Como dice una persona del sector, trata de evitar que, si se firma un Acuerdo final, “lleguemos al 'Día D' sin nada hecho”.
La Silla supo que, al trazar esta parte del Plan, Gaviria trabajó en contacto permanente con el equipo negociador en La Habana. De hecho, su consejero para ese capítulo fue Álvaro Balcázar, el ex director de la Unidad de Consolidación que ha sido asesor del Alto Comisionado para la Paz Sergio Jaramillo en el acuerdo agrario y el de drogas.
Estos son los tres aterrizajes de La Habana que trae el Plan de Desarrollo:
Uno de los mayores problemas del campo colombiano es que el Estado no tiene un inventario actualizado con mapas que muestren quién es dueño de cada pedazo de tierra. Por eso uno de los ejes del acuerdo en La Habana sobre el campo es el rediseño completo del catastro rural, que lo saque de su atraso de décadas y lo haga mucho más útil.
Para eso el Plan obliga al Gobierno a crear un catastro multipropósito y le da permiso de asignarle en el presupuesto nacional los 90 a 150 millones de dólares que puede costar, que lo convertirán en una de las licitaciones claves de los siguientes cuatro años.
Se necesita toda esa plata porque implica visitar, uno por uno, unos 4 millones de predios que hay en el país para hacer los levantamientos del terreno, mapear bien cuáles sus linderos y dibujarlo en relieve con un sistema de georreferenciación.
Pero fuera de plata, se necesita también una institucionalidad rural fuerte que hoy no existe.
El Instituto Geográfico Agustín Codazzi (Igac) maneja hoy el catastro pero solo con un objetivo fiscal: es un avalúo que sirve para cobrar impuestos pero no da cuenta de cuáles son los linderos exactos, para qué se usa el predio o qué servicios públicos tiene. Esa información solo suele estar completa en las ciudades grandes, donde su mantenimiento corre por cuenta de las alcaldías.
El primer efecto de modernizar el catastro está en los impuestos: con los nuevos datos se podría cobrar un impuesto predial a los verdaderos dueños de la tierra. Eso, a su vez, ayudaría a que la gente no tenga tierra solo para engordarla, sino que la venda o la ponga a producir - algo que no es conveniente para los grandes terratenientes.
Otro efecto de renovar ese 'atlas de la propiedad' es documentar finalmente la propiedad en el campo, donde son muy comunes las diferencias entre lo que dicen el catastro, el registro en las notarías y la vida real (algo que ha potenciado los conflictos por la propiedad de la tierra). Unificar esos datos permitiría dejar atrás los 'registros costumbristas' donde un terreno se describe con frases como “lo que va de la piedra gris a la ceiba”.
Con los predios bien dibujados en ese catastro, son muchas las misiones del Gobierno que se facilitan. Formalizarle las tierras a los campesinos que no tienen títulos -otro punto importante del acuerdo agrario- y restituírsela a los que fueron despojados sería mucho más expedito.
También daría los insumos podría hacer el inventario de quiénes ocupan los baldíos que le pertenecen al Estado, que hoy no existe porque el catastro actual sólo registra a los propietarios, que son quienes pagan impuestos, y no a los ocupantes. Saber qué baldíos no están ocupados y cuáles de los ocupados están en manos de terratenientes (sin derecho a tener tierras de reforma agraria), ayudará a saber cómo nutrir el Fondo de tierras que crea La Habana para el posconflicto.
El nuevo catastro facilitaría el monitoreo de las autoridades ambientales, pues tendría hasta información ambiental (como si pasa un río) y de uso del predio. E incluso haría más sencilla la ejecución de obras de infraestructura, ya que actualmente le toca a los concesionarios hacer los mapas de los predios que tienen que comprar.