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La periodista Soraya Bayuelo, directora del Colectivo de Comunicaciones Montes de María.
Fotos: Juan Pablo Pino |
Montes de María se ha convertido en una de las zonas emblemáticas donde se aplicará la Ley de víctimas y restitución de tierras que impulsó el presidente Juan Manuel Santos. Es una de las regiones donde más se despojó y también donde más se ha dado la compra masiva de tierras.
La periodista Soraya Bayuelo, directora del Colectivo de Comunicaciones Montes de María, ha sido testigo de excepción de este proceso.
La Silla Vacía entrevistó a Bayuelo, que como líder de esta organización quien ganó el Premio Nacional de Paz en 2003 por resistir a la violencia a través de la cultura, conoce de primera mano lo que está sucediendo en su región.
¿Llegó cierto alivio a Montes de María después de sancionada la Ley de Víctimas?
Más bien se tiene miedo en este momento, mucho temor. Por un lado, la Ley es buena pero como no se conoce con toda la magnitud cómo se va a implementar, todavía hay mucho temor.
Pareciera que la Ley tuviera un estigma porque matan gente que quiere reclamar la tierra. En medio de esos Montes hay todavía muchas células o instituciones del Estado vinculadas al despojo que siguen. Si no tienes garantía para los retornos ni para que los escuchen. ¿cómo va a haber posconflicto?
Usted dice que ahora el problema más grave es que volvieron a la corrupción. ¿Por qué?
En Montes de María siempre ha habido mucha corrupción administrativa, que es la violencia más grande, más grande incluso que la misma guerra. La corrupción estaba antes de los paras, antes de la guerrilla, solo que quizás los corruptos se escondieron en ese momento. Por eso yo concluyo que volvimos a dónde comenzamos.
¿Y quiénes son los corruptos?
Yo no puedo decir acá quiénes son los alcaldes ineptos, no puedo hacer un juicio, pero hay que mirar las pruebas, pero que las hay, las hay. El Carmen de Bolívar, por ejemplo, tiene 247 años, es una ciudad más vieja que Barranquilla, y no tiene alcantarillado. ¿Cómo es posible que todos esos años, con más de 100 mil habitantes y no tiene agua potable?
Y ahí no siempre hubo Farc ni paramilitares. La corrupción es lo que no se ha acabado, porque se sigue perdiendo la plata para el acueducto, para la salud. Esa es la peor guerra, y es peor porque es una violencia legalizada, legitimada.
¿Y por qué no decidió lanzarse a la política?
Yo aspiré al Concejo ahorita, y perdí, me lancé con los liberales porque mi familia siempre ha sido más socialdemócrata. Aunque yo antes era de Mockus, hasta que se metió Uribe a apoyar a los verdes y ya no.
Pero ya aprendí que en la Costa no llegan las campañas ciudadanas de Mockus. Él fue una excepción en Bogotá. Acá en la Costa ha sido más difícil evitar que la gente venda el voto.
Cuando yo estaba todavía estudiando, creamos el Programa por la revolución cultural en los Montes de María, hicimos una campaña de votos programáticos que era como hacer un derecho de petición sobre los temas importantes justo en el momento en que se discutía la nueva Constitución. Desde esa época intentamos hacer cultura ciudadana, educación electoral, sin ser de izquierda ni de derecha. Y ahora con el Colectivo, el lema es que a través de la comunicación creamos sujetos políticos transformadores, personas que saben de sus derechos, que no se dejan doblegar por vender un voto.
¿A cuántos jóvenes les ha enseñado periodismo en Montes de María?
Muchísimos, han pasado más de seis mil jóvenes, son nueve generaciones que hemos formado hasta ahora.
¿Y se convirtieron en sujetos políticos transformadores? ¿Qué pasó con ellos?
Si, por ejemplo, Boris Señas. Él comenzó conmigo, trabajaba antes en un restaurante y luego me acompañó por la región, y hoy coordina en Corozal el programa de comunicación social de una universidad. Y otro chico, Germán Cepeda, tiene su propia empresa de comunicaciones, que es reconocida en Cartagena. Leonarda de la Ossa, es maestra de comunicación social en la Universidad Minuto de Dios. Y así hay muchos ejemplos.
Todos ellos vuelven al Carmen, no se van del todo. Aprendieron sobre la transformación colectiva. Nosotros desde la comunicación somos muy creativos porque nos tocó inventarnos cosas para vivir en medio de la guerra.
¿Como cuáles?
En la época dura de la guerra, cuando no se podía salir a la calle porque las Farc acababan con las torres de luz, y luego cuando llegaron los paras, la sociedad civil estaba en la mitad del conflicto. Los bailes pasaron al día, porque ya no podía haber actividad en la noche. Entonces, paralelo a eso, hacíamos por ejemplo el ‘lunes pinta bien’. Los lunes le dábamos hojas de papel a la gente, para que pintara y a veces pintaban calles vacías, a veces desplazados, a veces las montañas o los Montes de María llenos de sangre. No teníamos noticiero en esa época porque no podíamos hacer noticias en caliente, era muy peligroso, así que optamos por hacer crónicas, documentales. Pasamos al lenguaje cinematográfico.
Una noche que estallaron cuatro bombas por parte de las Farc decidimos hacerle ‘el quite a la guerra’: poniendo una sábana de un mantel blanco, la amarrábamos a una ventana y con un videobeam y unos parlantes hicimos el Cineclub Itinerante: la rosa púrpura del Cairo.
Lográbamos que en esa oscuridad y miedo, la gente se quedara viendo cine, estábamos haciendo convivencia, resistencia también. Recuperábamos la noche, poder estar juntos, el espacio público que nos tenían vedados los paracos y los guerrilleros. Era una estrategia de vida, saber que esos son espacios de nosotros. Era una forma de construir tranquilidad, armonía, equilibrio. Aunque cuando la película se acababa, la gente salía corriendo.
¿Y qué quedó de esa experiencia?
Nosotros tenemos redes de gente en colectivos trabajando el tema de la memoria, queremos recuperar la memoria histórica de nuestros pueblos: así como hicimos cintas de cine antes, nos apropiamos de los medios ahora. En Colombia ha primado la voz de los poderosos y no de las víctimas. Las víctimas salen solo cuando están llorando en las pantallas después de una masacre.
Le doy un ejemplo. Al municipio de Chalán todo el mundo lo comenzó a conocer después de que se puso un burro-bomba. Los medios nunca vieron detrás de la bomba quién estaba y no hubo periodismo sobre las familias. El burro mató unos policías, pero luego nosotros pusimos el cine en dónde pasó lo del burro. La película fue un documental hecho por los niños, sobre la vida cotidiana de Chalán. No querían quedar estigmatizados porque allá hay tabaco, vacas, no sólo burros-bomba. Nosotros queremos que sea un proceso pedagógico para que la gente recupere la confianza en sí misma. Queremos ayudar a la gente a que tenga su propia voz en los medios.
¿Y cómo se vincula este proyecto cultural al proceso de restitución de tierras?
Hoy en día en Montes de María hay un nuevo proyecto agroindustrial o empresarial que viene tildado de desarrollo, pero en realidad los empresarios están imponiendo su propia cultura. Por ejemplo, están imponiendo la siembra del monocultivo cuando antes la manera de sembrar era en comunidad. Ahora solo hay monocultivos y ganadería extensiva de búfalo. Los campesinos no tienen tierras, insumos ni incentivos. Parte del trabajo es que conozcan mejor la Ley de restitución de tierras. Pero que la cultura también sea un tema prioritario.
¿Qué proyecto tienen en este momento?
La Agencia de Cooperación Española desde 2008 está financiando un proyecto llamado ‘memoria, comunicación y territorio’. Nosotros trabajamos la memoria y el apoyo sicosocial a las comunidades. En Montes de María y en la Serranía del Perijá nacieron diez colectivos de narradores de memoria, que hicieron una serie de documentales. Luego se hizo un festival audiovisual donde más de 600 personas asistieron en la noche. Ahora vamos a sacar un libro que fortalece ese proceso de memoria, que es una síntesis del proceso de 2008 a 2011, pero narrado por ellos mismos, con fotos, y con todo. Ese es el que termina, pero tenemos uno más grande.
¿Cuál?
Vamos a proponer el Museo Itinerante de la Memoria de los Montes de María. La idea es hacer una carpa en forma de Mochuelo, que va a volar por los municipios como un homenaje a las víctimas, como reparación simbólica.
El Mochuelo es un ave propia de nuestro territorio y es una metáfora. Dentro de él va la palabra que fue la primera que se rompió en el territorio, recupera las diferentes voces de las víctimas. Afuera de este Museo van a haber dos mecedoras porque antes narrábamos en la calle y luego nos metieron a la casa.
Adentro del Mochuelo van a estar unos mapas que muestran la historia de la región: el mapa de la guerra, pero también el mapa que soñamos. Y la matriz del Mochuelo es la apuesta de un homenaje a los ausentes, es un lugar de recogimiento, de dignidad. Es un lugar de respeto y recogimiento por las víctimas para que no se repita nada. Pero también un lugar para la resistencia.
En las alas del Mochuelo van la esperanza y la libertad. Ese es el proyecto que estamos visionando y este museo estaría en todos los pueblos, iría como el cine cuando estaba la guerra, por todos los pueblos.
¿Con que ayuda cuentan?
Nos está apoyando Ático, de la Universidad Javeriana y Caracola Consultores que hace todo el diseño y el dominio del sitio. El Centro de Memoria Histórica dice que nos va a apoyar, aunque este un proyecto hecho con la gente, no oficial.
¿Por qué hacer un trabajo de memoria distinto al que ya ha hecho la Comisión de Memoria Histórica?
Memoria Histórica cuenta un relato oficial, nosotros queremos contar el relato no oficial, el de la gente. El relato oficial es válido, es bueno, pero se centró en poquita gente, faltó mucho territorio por recorrer. Nosotros queremos ampliarlo con más región. La memoria no se construye solo desde las víctimas, también desde los victimarios y ellos están tratando de escucharlos a ellos. Nosotros no vamos a hacer eso, no nos corresponde.
¿Cómo ha logrado financiar este proyecto de periodismo comunitario?
Con proyectos, el primero fue con el Ministerio de Cultura, que fue el de las radios escolares, hicimos 18 radios escolares. Luego vino la guerra, bajamos el perfil, teníamos unos proyectos a veces con Secretaria de Salud de Bolívar y la Consejería Presidencial, sobre derechos de salud sexual y reproductiva. Y eso parece que no tiene que ver con la guerra, pero sí tiene que ver con la guerra.
¿De qué manera?
Nosotros vimos que aumentaron los embarazos en adolescentes cuando llegaron más policías a la zona porque las niñas se hacían novias de los de los batallones, porque eran cachaquitos, tenían plata. También hubo muchos casos de mujeres que fueron violadas, tanto los paracos como la guerrilla cometieron abusos. Esos casos siempre han estado en el subregistro.
Después de eso, estuvimos con la GTZ (Agencia de cooperación técnica alemana) que nos financió el programa ‘cinta de sueños’ de cine al aire libre para recuperar la noche.
¿Cúal ha sido su mayor satisfacción haciendo este trabajo?
Le puedo decir algo: no fue el Premio Nacional de Paz. Lo mejor fue lograr aglutinar a la gente en la plaza pública en un festival audiovisual en octubre de 2010. Fue lograr que en la agenda pública estén los invisibilizados, lograr que la gente hiciera su propio documental, encontrándose con los otros directores de cine del país, de Argentina, de otros lugares. Yo solo lloraba y me sentaba a disfrutar eso. Cada vez que proyectamos el cine en una noche, para mí es como si fuera la primera noche.