Sumapaz, el lugar de Bogotá donde desean otros cuatro años del Polo
Foto: Consejo de seguridad en Sumapaz. Página samuelalcalde . |
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El proceso contra Samuel Moreno, que terminó con el Alcalde en la cárcel, tiene sumido al Polo Democrático Alternativo (PDA) en el desprestigio. Las últimas encuestas publicadas no le dan a Aurelio Suárez, el candidato de este partido, más que el 2 por ciento de intención de voto. Pero en el Sumapaz, a dos horas y media del centro de Bogotá, la administración del Polo es vista con gratitud.
En el lugar de las legendarias batallas que libraron los campesinos por la tierra el siglo pasado y asiento de las FARC por décadas, las dos administraciones del Polo transformaron a fondo la única zona totalmente rural de la capital.
Sumapaz, el páramo más grande del mundo, se incorporó a Bogotá, cuando Usme fue anexada a la capital en 1984. Sumapaz era considerado un campamento guerrillero, paso de secuestrados, lugar con una profunda desconfianza al Estado y cuna de muchos reclutas de las FARC.
“Cuando llegué a trabajar a la zona en 2000, pregunté por qué había tantos soldados en la plaza principal y me dijeron que no era el Ejército sino la guerrilla”, dice su actual alcaldesa local Reinere Jaramillo, una abogada paisa.
Según los sumapaceños, los cambios empezaron con Antanas Mockus y Enrique Peñalosa. Pero fueron Lucho Garzón, en especial, y Samuel Moreno, quienes realmente hicieron una inversión social que cambió la vida de sus habitantes.
“Resaltamos la inversión que han hecho las dos últimas administraciones de Bogotá”, dice el profesor Gerardo Riveros, de la escuela de la vereda de Santa Rosa, una de las 28 escuelas que atienden preescolar y primaria. “Podemos decir que tenemos los implementos básicos, diría que casi suficientes, para garantizar la educación de los niños”.
Con una inversión de 16 mil millones de pesos anuales en promedio, los sumapaceños tienen garantizados al 100 por ciento los derechos a la salud, la educación y la alimentación de sus 3.500 habitantes, según los datos de la Alcaldía.
En la escuela donde enseña Riveros, hay unos 15 alumnos en tres salones con sus respectivos maestros y otro salón más con cuatro computadores de última tecnología. Los niños reciben un refrigerio a la media mañana y el desayuno y el almuerzo se sirven calientes –una conquista de bienestar en estas montañas por encima de los 3 mil metros sobre el nivel del mar.
Los estudiantes de bachillerato asisten a los dos mega colegios, el “Juan de la Cruz Varela”, en honor al líder agrario, y el “Jaime Garzón”, el humorista y ex alcalde de esta localidad, asesinado en 1999.
Los mega colegios tienen Internet satelital, bibliotecas bien provistas y canchas múltiples, a la altura de cualquier colegio en las otras 19 localidades capitalinas.
Un bus recoge y lleva a los alumnos en recorridos entre vías destapadas que separan las casas dispersas de la localidad. Todo un lujo en comparación con los recorridos a pie o a caballo que hacen los niños campesinos en casi toda la Colombia rural y los largos recorridos de muchos de los niños de la Bogotá urbana.
“Acá vivimos tranquilos, no hay robos, no hay violencia, tenemos tecnología, y no se oye que un estudiante le falte el respeto a un maestro, o asesine a un compañero”, dijo en medio de la constante lluvia paramuna Mariela Baquero, estudiante de décimo grado y quien piensa estudiar sicología en una universidad pública de Bogotá.
En Sumapaz no hay puesto de policía y éstas funciones las ejercen corregidores de los tres sitios más poblados de la localidad, con apoyo del Sindicato Agrario, una organización que por décadas ha sido la instancia de resolución de conflictos de la comunidad. Para un juez, toca ir a Usme.
Los jóvenes en el Sumapaz no solo tienen un megacolegio donde estudiar, sino transporte hasta su casa y refrigerios calientes.
Foto: Carlos Alfredo Valcarcel Ramirez.
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La atención médica del hospital de Sumapaz, localizado en Nazareth, es otra de las grandes “envidias” de municipios como Cabrera y Pasca que pertenecieron históricamente a la “Provincia de Sumapaz”. Estos lugares fueron el refugio de los campesinos liberales y comunistas cuando la policía chulavita hacía sus incursiones en defensa de los latifundistas.
Hay dos ambulancias, una de ellas último modelo, que hacen recorridos diarios para traer a pacientes con condiciones crónicas para ser tratados, de acuerdo a rutas establecidas por las diferentes veredas. Si hay algún paciente de gravedad, se remite al sistema general hospitalario de Bogotá. Lo anterior se suma a las brigadas de salud y odontología en que los médicos, enfermeras y odontólogos van, de vereda en vereda, casa por casa para examinar y oír a sus pacientes.
Aunque mucha gente se pregunta si esto tan bueno no es desproporcionado para tan pocos habitantes, o incluso injusto, considerando que en otros lugares de la Bogotá urbana las necesidades también son apremiantes, la alcaldesa local dice que el referente no debe ser el presupuesto, o cuánto cuesta por habitante, sino que a cada bogotano hay que garantizarle sus derechos básicos y si viven más lejos y cuesta más, de todas maneras hay que hacerlo.
“Sacar a una localidad que ha vivido por décadas en el atraso y el aislamiento es más costoso, pero ese es el reto para una ciudad como Bogotá que tiene recursos y la voluntad política de hacerlo”, dice la alcaldesa Reinere.
La diferencia entre lo que hay ahora y lo que había hace solo 10 años es tanta en la vida diaria, que los profesores de “Sumapazología” se ven en aprietos para que sus estudiantes comprendan las proezas de sus líderes, cuenta el profesor Alfredo Díaz.
Parece lejano, casi imposible, para los jóvenes alumnos entender cómo duraban cuatro días a pie o a caballo para llegar a vender papa a la capital o como en las épocas de La Violencia sus abuelos se escapaban de la persecución, los incendios y los asesinatos, caminando descalzos por el páramo, durmiendo a la intemperie.
El cambio más impresionante de llevar el Estado a Sumapaz y del que apenas se habla en voz baja, es el de “quitarle gente a la guerra”, como citan los planes de consolidación que han fracasado en las otras partes del país.
En los megacolegios, ahora los muchachos hablan de ir a estudiar a la Bogotá urbana y volver o no, de entrar a la universidad pública, al Sena, de cursos en agricultura y veterinaria. Si son los mejores estudiantes y quieren ser médicos, la pasada alcaldesa y la actual han gestionado con la embajada de Cuba cupos para formar médicos para la localidad. “Necesitamos profesionales que puedan y quieran caminar en estos páramos, que se desplacen a donde vive la gente, por eso es más fácil si son de la zona”, dice la alcaldesa Jaramillo.
En Sumapaz, la guerrilla ya no es una alternativa de vida, ni la única opción, como continúa pasando en zonas no muy lejanas del Meta, Caquetá y Cundinamarca.
Seguramente todavía habrá quien tenga la ilusión de unirse a las Farc, pero en la mente y los sueños de los jóvenes sumapaceños existen ahora muchas otras posibilidades.
Desde la arremetida del Ejército en 2003, la guerrilla no controla la zona. Sumapaz ya no es un corredor de movilidad entre Cundinamarca, el Tolima, el Huila y el Meta, no es su retaguardia, ni su centro de operaciones, como fue hasta hace menos de una década.
Pero su presencia es latente, así sea desde las profundidades del páramo.
En el 2009, las FARC asesinaron a dos ediles del partido Liberal y un año antes habían asesinado a otro, según afirman las autoridades. Todavía hoy se recomienda a los turistas sólo visitar las lagunas más cercanas a la capital, donde florecen los frailejones, pero no adentrarse más. El tema de las extorsiones a contratistas por parte de la guerrilla surge de cuando en cuando en los consejos de seguridad.
Al mismo tiempo, dentro de los pobladores hay malestar por la alta presencia de soldados, que supera al número de habitantes. Los acusan de haber cometido desde violaciones hasta asesinatos de campesinos.
El teniente coronel Nelson Pérez, comandante del Batallón de Alta Montaña, afirma que el Ejército está para resguardar la seguridad del Estado en una zona estratégica, y que es verdad que se han cometido algunos abusos, pero se han individualizado y judicializado.
La administración de Samuel Moreno, quien se encuentra hoy en la cárcel imputado por delitos contra el presupuesto público, fortaleció con cuantiosas inversiones sociales a estas organizadas comunidades de campesinos capitalinos que requerían de mayores oportunidades. Por eso, aunque en el resto de la ciudad el Polo está de capa caída, en Sumapaz están anhelando que haya continuidad.
“No se sabe qué alcalde venga, ni cuáles sean sus ideas. Preocupa si van a mantener el nivel de inversión y apoyo que hemos tenido de las alcaldías del Polo ahora que parece inminente su salida del poder”, dijo Filiberto Baquero, presidente del Sindicato Agrario.