Supuse que la pandemia permitiría generar una mayor conciencia colectiva, que es un punto clave para nuestro futuro como humanidad.
Las grandes crisis pueden suscitar procesos poderosos de reflexión y acción colectiva. La pandemia, entonces, podía ser una oportunidad de oro para acelerar una conciencia colectiva —que considero vital— para enfrentar el que para muchos será el mayor desafío en el futuro cercano: el cambio climático y las consecuencias que traerá sobre el planeta.
Por desgracia, con lo que hemos visto en lo corrido de estos meses, pareciera que esta conciencia colectiva aún es muy débil.
En el plano individual, hay un agotamiento de muchas personas por seguir normas que condicionen con su individualidad en función de un bien común. Lo ocurrido en países de todo tipo frente al uso de tapabocas, las restricciones a la movilidad, las prohibiciones de reuniones, entre otros, evidencian el escaso margen que se tiene en la práctica para sostener cambios de comportamiento individual no interiorizados con la justificación de un bien común.
En términos institucionales, las dificultades en todo el mundo para diseñar e implementar con éxito medidas de respuesta desde lo público o privado también nos devuelven al escepticismo. Podría argumentarse que la coordinación para producir la vacuna es muestra de lo contrario, pero la foto completa incluye la lentitud e insuficiencia con la que la mayoría de países diseñaron e implementaron acciones para mitigar contagios, adecuar los sistemas de salud, proteger los empleos, cobijar a los más vulnerables, reactivar la economía, entre muchos otros.
Por último, en términos globales, la coordinación entre países no ha estado a la altura. La adquisición y distribución de las vacunas ha sido un golpe de realidad para los que pensamos que esta pandemia abriría un nuevo nivel de colaboración entre países y regiones. Por el contrario, los países con más recursos (como los del norte) han buscado asegurar primero sus propias vacunas, y las instituciones que las producen han priorizado su distribución basadas más en el criterio económico que en el criterio de equidad. ¿Cuál debería ser el criterio en el futuro si enfrentamos escenarios de escasez extrema de agua o de migraciones masivas desde el norte hacia países tropicales, por motivo del cambio climático?
Para que la inmunidad de rebaño no nos tome demasiados años requerirá de una coordinación global, una capacidad institucional y un cambio individual que hasta ahora no hemos mostrado. Entre tanto, el virus seguirá rotando y mutando mientras no se completan los niveles suficientes de vacunación en todo el mundo. Ojalá este no mute de manera tal que las vacunas actuales resulten inservibles, o que aumenten significativamente sus niveles de mortandad, o que afecte con mayor fuerza a niños o jóvenes. Las mutaciones del virus están totalmente fuera de nuestro control, y es posible que debamos enfrentar estos u otros escenarios peores en un futuro.
Al final, esta pandemia nos podría recordar —de forma aún más cruda— que nadie está seguro hasta que todos lo estamos. Esperemos que esta experiencia sea al menos un aviso o una prueba suficiente para hacernos entender el destino común que tenemos y lo vulnerables que somos.