El fundador de la revista concretó la venta del 50 por ciento de las acciones de la revista Semana al banquero Gabriel Gilinski que queda ahora con el control total. Su salida, con la del director y el presidente, marca el fin de una era de la revista que marcó la historia contemporánea del país.
Lánguido final para la Semana de Felipe López
Cuando hace menos de dos años, Jaime y Gabriel Gilinski compraron la mitad de Semana, muchos auguraron que sería el fin del medio fundado por Felipe López. Aunque desde entonces ha multiplicado con creces su alcance digital y la marca seguirá existiendo, la revista impresa que nació en 1982 y que narró y marcó la historia contemporánea del país dejó de existir como tal.
La renuncia ayer del recién posesionado nuevo director Ricardo Calderón desató una cascada de renuncias por twitter de prácticamente todo el equipo de redactores de Nación. Alejandro Santos, que acababa de asumir la dirección de Publicaciones Semana, también renunció después de 20 años de estar al frente de la revista. Felipe vendió su 50 por ciento; Maria Jimena Duzán, la columnista más influyente que quedaba, también decidió irse, así como el caricaturista Vladdo.
La revista quedó, entonces, totalmente en manos de Gilinski y bajo la dirección editorial de Vicky Dávila, que tendrá el desafío de consolidar la nueva Semana como un medio digital (Gilinski le da pocos años más a la impresa) y además, rentable.
En dos años, la entrada de Gilinski, con su apuesta por Vicky Dávila como el eje central del crecimiento de la revista, desmontó los elementos distintivos de Semana: la propiedad en cabeza de un periodista; las columnas de opinión que definían la opinión; el periodismo investigativo de largo aliento; el análisis del poder y del Establecimiento; y sobre todo, un modelo construido más alrededor de la influencia que de la rentabilidad.
El florero de llorente
El florero de Llorente fue una decisión de Gilinski de unificar las redacciones de la revista impresa y de la edición digital, lo que en la práctica le quitaba a Calderón el control sobre el equipo de periodistas con el que contaba para hacer investigaciones que marcaran la pauta en la revista.
La discusión venía de semanas atrás. Según nos confirmaron cuatro fuentes de la Revista, con su nombramiento como director en octubre, el primer compromiso fue que toda la redacción de la revista impresa debía producir contenidos también para la página web, cada uno con unas cuotas de notas diarias para publicar.
El equipo de Nación, con el que contaba el director de Semana para hacer trabajos de largo aliento, debía producir por lo menos dos historias al día para la página web, al tiempo que trabajaban en historias para la revista impresa.
Pero el plan que construyeron Gilinski, la gerente de la revista Sandra Suárez, el director de estrategia digital Víctor Rottenstein, y la directora del canal digital - y ahora directora general - Vicky Dávila era que toda la redacción produjera al mismo ritmo para la página web y la revista, es decir que respondiera directamente tanto a Calderón como a ella.
Sin periodistas con tiempo disponible para sacar historias de impacto y sin control sobre el equipo de la revista, Calderón quedaba sin dientes para cumplir con la misión que la misma revista le asignó cuando lo nombró director, que era reforzar el área de investigaciones de la publicación impresa, para que fortalecieran la marca y pusieran agenda.
Calderón, uno de los periodistas más premiados y más admirados del país, que había ascendido de practicante a director a punta de las investigaciones más reconocidas de la revista, había aceptado el cargo para proteger el periodismo que siempre había hecho en Semana. Con la decisión de Gilinski de priorizar la cantidad de notas digitales sobre las investigaciones, ya no podía hacerlo, y le renunció.
“Terminábamos entonces haciendo una revista de resumen”, nos dijo uno de los periodistas de la revista.
Ante la salida de Calderón, vino una avalancha de renuncias en la revista, aún más sorprendentes por ser en plena pandemia y con pocas alternativas laborales, comenzando por el equipo de Nación: los periodistas José Monsalve, Johana Álvarez, Jaime Flórez y Juan Pablo Vásquez trinaron que se van porque la salida de su jefe significaba una “estocada final” para el periodismo de la revista, la pérdida de su independencia y su autonomía.
Por razones similares, renunciaron también la directora de Semana Sostenible, Ruby Marcela Pérez y el caricaturista Vladdo, quien llevaba en la revista desde 1994 y se ha ganado cinco premios nacionales de periodismo por su trabajo.
“Bajo la nueva dirección, es evidente que esta publicación tomará un rumbo muy diferente y dejará de ser la revista a la cual me sentí orgulloso de pertenecer durante la mayor parte de mi vida profesional”, dijo en Twitter.
Alejandro Santos, que había liderado la redacción durante 20 años, acumulado decenas de premios, y diversificado los ingresos de la revista, en octubre pasó a ser presidente de Publicaciones Semana. Ayer también renunció. Sus diferencias editoriales con Dávila habían sido notorias desde el arranque, y, con ella en la dirección editorial, su influencia quedaba reducida a lo meramente comercial.
Después de 20 años en Semana quiero agradecer a todos los periodistas y colaboradores, los de hoy y los de ayer, por haber logrado el sueño de convertirnos en un referente en el continente. Gracias!
— Alejandro Santos Rubino (@asantosrubino) November 11, 2020
También salió María Jimena Duzán, que era una de las periodistas estrellas del canal digital y estaba publicando una serie sobre las nuevas caras de la mafia en Colombia. También tenía diferencias de fondo con Dávila, y dio un paso al costado tras la salida de Felipe López.
Agradezco a Felipe López y a Gabriel Gillinsky el apoyo que me dieron durante los años que trabaje en Semana. Voy a emprender nuevos proyectos que me apasionan. Les estaré contando.
— María Jimena Duzán (@MJDuzan) November 11, 2020
Así, en menos de 24 horas, la revista impresa perdió su espina dorsal.
Dos estilos en conflicto
La convergencia de las redacciones impresas y digitales en los medios no es algo nuevo para los medios tradicionales. El Tiempo y El Espectador, por ejemplo, funcionan con una planta de periodistas unificada desde hace varios años.
Sin embargo, detrás del conflicto en Semana están dos estilos de periodismo que estaban en disputa desde la llegada de Dávila como directora del canal digital.
“Hay muchas tensiones sobre los enfoques de Vicky Dávila en el .com”, nos dijo otro de los periodistas del impreso con los que hablamos. “Las quejas eran sobre todo con esas vainas que se vuelven virales”.
El estilo de ella es exitoso en tráfico para la página, el indicador de éxito que más valora Gilinski, pues con él ha podido multiplicar por 20 los ingresos del negocio digital este año, en medio de una crisis económica sin precedentes, como contamos, en parte porque uno de los negocios más rentables de la empresa, los foros, se volvieron digitales, y en parte, por una estrategia comercial que les permitió cobrar más por la pauta en internet y meter más publireportajes.
Con Dávila, la revista pasó de ser el octavo medio digital más leído en el país a ser el cuarto, según datos de Comscore, (aunque todavía está lejos de El Tiempo, que tiene casi el doble de usuarios únicos, y Pulzo que lo supera por más de dos millones de usuarios) y en el más reciente panel de opinión de Cifras y Conceptos, supera por primera vez a El Tiempo como el medio digital más leído por los líderes de opinión.
En Semana calculan que llegarán muy pronto a los 20 millones de usuarios.
Para lograrlo, Vicky se ha enfocado en producir chivas como la entrevista con Aída Merlano o la publicación a cuentagotas del expediente del caso de Uribe, noticias que generan polémica e indignación, entrevistas en vivo con personajes que mueven emociones como Gustavo Petro y Álvaro Uribe, y debates entre posiciones opuestas donde en ocasiones hay más gritos y drama que argumentos.
Es un periodismo que crea tendencia casi todas las semanas, que le apunta a las emociones más que al análisis, y que en ese sentido, se alinea con el nuevo ecosistema de las redes sociales.
“Gilinski le juega más a la polarización que a la derecha”, le dijo a La Silla una persona que lo conoce bien. “Él cree que la polarización es rentable y él quiere que Semana sea rentable”.
El banquero de 34 años hizo una inversión de más de 10 mil millones de pesos en estudios de grabación, nuevas contrataciones y el cambio del sistema donde se aloja la revista, y la espera recuperar en pocos años.
Ese estilo genera rechazo en parte de la redacción de la impresa, acostumbrada a una cultura de producción colectiva, alejada del vedettismo (nadie firmaba), y más reposada. “El estilo de Semana siempre ha sido más el análisis, para que una historia sea viral se necesitan otro tipo de notas”, nos dijo otro periodista.
Incluso en una columna, Dávila dijo que tenía enemigos dentro de Semana, después de que se filtró una grabación en la que discutía con un periodista la noticia sobre el caso por narcotráfico en el que está involucrado el exembajador del presidente Iván Duque, Fernando Sanclemente, en la sala de redacción.
No se sabe si con ella de directora general, ese estilo llegue ahora a la revista impresa, en la que tendrá como mano derecha al director de la revista económica Dinero -que dejará de imprimirse y se fusionará con Semana y Semana.com- Carlos Enrique Rodríguez. Pero definitivamente es el estilo que ahora distinguirá a la marca Semana, pues Gilinski ha dicho en reuniones internas que el futuro de la empresa es lo digital y que los impresos tienen sus años contados.
Desde que compró su parte, han cerrado Arcadia, Fucsia, Soho y ahora Dinero, sin mencionar las marcas más pequeñas del Grupo.
Ese cambio no es la única transformación que llegó con Gilinski.
La transformación
Jaime y su hijo Gabriel Gilinski oficializaron la compra del 50 por ciento de la revista en enero de 2019.
El comunicado en el que la anunciaron tenía dos puntos sustanciales: el primero, era lo que quería Felipe: “para garantizar la independencia editorial, la responsabilidad periodística quedaría exclusivamente en cabeza de Felipe López y Alejandro Santos”.
El segundo, el deseo de Gilinski hijo: “La alianza estaría focalizada en fortalecer e impulsar la transición de Publicaciones Semana hacia formatos digitales con miras a mantener en esas plataformas el liderazgo que las revistas han tenido en el mundo de los impresos.”
Al final, solo lo que quería Gilinski se cumplió.
Como el banquero era el que ponía la plata, y estaba perdiendo más de mil millones al mes, tenía el veto y la decisión sobre las contrataciones de personal a través de la cada vez más empoderada gerente Sandra Súarez, exministra de Ambiente de Álvaro Uribe y a quien López llevó a Semana en 2016.
Su cincuenta por ciento pesaba más de la mitad, y poco a poco, fue desmontando los bastiones sobre los que López había fundamentado el éxito de su revista.
El primero, que cambió con la venta de su cincuenta por ciento, es que era el último medio grande nacional que seguía en manos de una persona cuyos ingresos principales venían del periodismo.
Al venderle la mitad del medio a los Gilinski, Semana quedó, como El Tiempo, La República o El Espectador, en manos de un conglomerado económico. Los Gilinski son los dueños del grupo financiero GNB Sudameris y de otras empresas como Alimentos Yupi o Rimax, y son una de las familias más ricas de Colombia.
Los millonarios que compran medios -una tendencia mundial- quieren protección, prestigio, influencia o contribuir a la democracia, pero casi todos asumen que tendrán que subsidiar al periodismo. Gilinski no. “Él no está dispuesto a subsidiar nada, la apuesta de él es luchar hasta la muerte para volverla rentable”, dijo a La Silla uno de los directivos.
Para lograrlo, está convencido de que Semana, además de jugar a la polarización, necesita mayor agilidad, más notas al día, hechas por un tercio de la gente.
Lo primero que cambió fueron las columnas de opinión. Su lectura era que durante el gobierno de Juan Manuel Santos, tío de Alejandro, la revista había perdido credibilidad en la audiencia más de derecha y él quería recuperarla.
Trajo entonces a Salud Hernández, que tenía una trayectoria importante como columnista de derecha en El Tiempo, a Dávila, y a Luis Carlos Vélez, que le imprimieron a la revista un estilo más ideologizado y confrontacional.
Luego vino la renuncia, el reenganche y el despido final de Daniel Coronell, justamente por denunciar la intervención de Gilinski en una nota que publicó Dávila en el punto com. Con la salida del influyente columnista, seguida de la de Daniel Samper Ospina en solidaridad, la revista perdió no solo el impacto de las investigaciones de Coronell y de la sátira de Samper, sino que reforzó la idea de que la revista había perdido su independencia y virado hacia la derecha.
Alejandro Santos y su equipo intentaron mantener la revista, y este año sacaron las investigaciones sobre los perfilamientos en el Ejército que produjeron la salida de una parte de la cúpula militar que pusieron en evidencia la falta de control y liderazgo civil en las fuerzas.
Pero los recursos y las decisiones estaban a favor del modelo que encarna Vicky Dávila, reforzado con la llegada de Víctor Rottenstein como director de estrategia digital, que venía del portal argentino Infobae, cuyo modelo de negocio se basa en información noticiosa y viral, a través de la página y de redes sociales.
Y es ese modelo Infobae hacia donde apunta la nueva Semana.
Gilinski, según supo La Silla, quiere duplicar las ventas digitales con pauta, publirreportajes y cursos, para que la empresa deje de perder plata el próximo año. Calcula que eso, y reducir la nómina de 700 personas a 250 podría comenzar a darle utilidades. Posiblemente lo logre, si cierra la impresa, que según lo que le ha dicho a varias personas, es lo que lo mantiene en rojo.
En las cláusulas de compra de la revista hace dos años, había quedado que él podía comprarle a López su mitad o él venderla a Gilinski cuando quisieran. Ayer acordaron que concretarán esa cláusula, y lo más probable es que Felipe le ayude a hacer la revista hasta finales de año pues, según confirmó La Silla, terminaron en buenos términos.
Después de casi 40 años, termina así -de una manera lánguida- la revista de Felipe López. Una revista que fue determinante en la formación del criterio político del Establecimiento, cuyas investigaciones destaparon los escándalos que marcaron a los gobiernos de turno, y que formó a varias generaciones de periodistas en una escuela de periodismo interpretativo.
Como le ha pasado a otros periodistas que hicieron historia, como Enrique Santos Calderón, López no pudo, o no quiso, controlar su legado.