Como una “oportunidad infinita”. Así nació, hace ocho años, la propuesta de la economía naranja de Iván Duque. El entonces funcionario del BID, publicó, junto a su amigo personal y consultor del mismo banco, Felipe Buitrago, un libro que contendría las bases de una de las pocas banderas propias de este Gobierno.
El legado naranja de Duque es de modestos resultados
Duque se convirtió en presidente, y Buitrago (un año después) llegó como viceministro y luego como ministro de Cultura, la cartera que mueve la política naranja. Los dos exfuncionarios del BID estaban en una posición inmejorable para hacer realidad el sueño de la revolución creativa cocinado en Washington.
El libro, que a la vista es como un póster de 244 páginas, sentaba las bases de una política pública que buscaba acelerar los negocios que se crean a partir actividades culturales, el patrimonio histórico, las artes y la tecnología.
Aunque desde años atrás en el mundo académico ya se hablaba de industrias culturales y creativas, los funcionarios del BID sumaron al cóctel todas las creaciones basadas en informática y desarrollo de aplicaciones tecnológicas. A eso le llamaron economía naranja y lo presentaron en un libro que traía brochazos de la innovación de la que hablaban. Incluía códigos QR que se intercalaban con la lectura de “ideas en lugar de párrafos”, “información en lugar de datos” y “conceptos en lugar de imágenes”.
La traducción del manual a la política pública aterrizó en programas nuevos y en redefinir otros que ya existían en Ministerios y entidades como Bancóldex, FNG y Artesanías de Colombia. Las ambiciones eran enormes, “en ese libro estábamos planteando primero que es un sector que puede representar, para un país como Colombia, mucho más que el PIB cafetero, mucho más que el PIB minero”, dijo el presidente en esta conferencia que dio en marzo de este año.
Pero el gran objetivo de la apuesta naranja: volver a las empresas culturales el gran motor de la economía está lejos de cumplirse. Y con la salida de Buitrago del ministerio —en medio de la reorganización de gabinete durante el paro— Duque perdió a su media naranja para impulsar su bandera.
El sueño naranja
Para promover la economía naranja en el Plan Nacional de Desarrollo Duque le puso tareas a más de 20 entidades del Gobierno Nacional.
Por ejemplo, el Dane debía medir a la economía naranja y sacar unos reportes para seguir su crecimiento. El ministerio de Comercio y el Sena debían crear unos programas para apoyar a los emprendedores del sector naranja. El Ministerio de las TIC debía capacitar nuevos desarrolladores de software. El Ministerio del Interior, tenía que afinar las herramientas para que los artistas pudieran registrar sus obras.
El Gobierno creó cerca de 25 programas para promover el sector, e incluyó otros 37 que ya existían en la “oferta naranja”. Por ejemplo, iniciativas como los laboratorios de innovación y diseño, o el programa de asistencia técnica en turismo cultural, que estaban desde el Gobierno de Álvaro Uribe.
Toda la coordinación de la política quedó a cargo del Ministerio de Cultura, y el primer responsable era el nuevo viceministerio de la creatividad y la economía naranja.
En cabeza del ministerio, Duque nombró a Carmen Vásquez, una vallecaucana que venía del Gobierno de Juan Manuel Santos y que poco o nada sabía del sector. Pero en el viceministerio nombró a David Melo, que había sido creador y promotor de la ley del cine un caso de éxito para la industria audiovisual colombiana, con la idea de replicar ese modelo en otras industrias culturales.
Melo diseñó parte de la política, pero (como contamos) sus relaciones con la ministra no eran las mejores, y desde Palacio había mucha presión para dar resultados más rápido. Por eso terminó llegando el cocreador del concepto naranja, Felipe Buitrago, a ese viceministerio. Cuatro meses después desbancó a su jefa y quedó como ministro.
Estos movimientos en el Ministerio terminaron retrasando la implementación de varios programas nuevos del Gobierno. Pero al final, entre 2019 y 2020, logró concretar varias iniciativas, entre las más importantes fueron:
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Incentivos tributarios: A las nuevas empresas del sector que generaran al menos 3 empleos e inversiones por 160 millones de pesos, les permitía aplicar a un programa que les bajaba la tarifa impuesto de renta del 33 al 9 por ciento por siete años. Creó un certificado que le devolvía, a través del impuesto de renta, hasta el 35% de la inversión en películas, a productoras extranjeras. Permitió a los donantes a proyectos culturales deducir hasta el 165 por ciento de su inversión del pago de renta.
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ADN Naranja: Creó las Áreas de Desarrollo Naranja, una herramienta que le permite a los municipios declarar unas áreas de sus ciudades como distritos creativos. Esto implica que en esos sectores hay estímulos tributarios para las empresas culturales que se asienten allí. En este momento funcionan 17, como San Felipe en Bogotá, el del barrio Abajo en Barranquilla, o La Licorera en Cali.
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Cocrea (Corporación Colombia Crea Talento): Es una entidad mixta, liderada por el Ministerio de Cultura, Comfama y la Cámara de Comercio de Bogotá, que busca plata del sector privado (promoviendo los incentivos tributarios) y las distribuye entre emprendimientos culturales por medio de convocatorias.
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Fondo emprender naranja: el Gobierno promovió que en el fondo emprender del Sena se aplicara una metodología particular para apoyar a empresas del sector. La meta era financiar empresas que se comprometieran a crear 3.500 puestos de trabajo, van 570 empresas financiadas con el compromiso de crear 3.233 empleos formales.
En la pandemia también logró dar algunos alivios de emergencia para artistas y empresas. Por un lado le metió plata a más créditos para los empresarios del sector, por medio del Fondo Nacional de Garantías, que respaldó 263.000 millones para el sector (de 24 billones que tenía disponibles). Además ordenó a alcaldes y gobernadores usar la plata de la estampilla Procultura a seguridad social de los gestores culturales que, como contamos, fue una solución que se quedó corta.
Además de esto el Gobierno siguió financiando proyectos artísticos y culturales con los programas de estímulos y de concertación.
Aunque estos proyectos están andando, los grandes objetivos de Duque de posicionar el sector como un gran jalonador de la economía están lejos de cumplirse. En concreto, la meta del Plan Nacional de Desarrollo era que el PIB del sector pasara de 3 a 5 por ciento. Es decir, que en cuatro años este sector económico produjera unos 20 billones de pesos, un poco más de lo que necesita recoger la próxima reforma tributaria.
Esta meta no se ha cumplido. Antes de la pandemia, las cifras del Dane mostraban que la economía naranja tenía un peso de exactamente 3 por ciento en el PIB. De hecho, el informe muestra que en 2015, este peso era ligeramente superior (de 3,2 por ciento) y se fue achicando hasta estancarse en 3 por ciento, a partir de 2018.
Como la pandemia se metió en 2020, y afectó particularmente a empresas del sector naranja que demandaban grandes aforos para ser rentables, lo más probable es que el peso de esta industria en el PIB baje aún más.
Pero el PIB no era el único objetivo. El Gobierno también prometió que para 2022 el país exportaría 1.000 millones de dólares, a precios de hoy unos 3,6 billones de pesos. Una cifra que, según los datos del Dane en 2019, no llegaba ni a los 80 millones de dólares y también venía reduciéndose desde 2015.
Cálculos más recientes, de Procolombia, indican que entre 2020 y 2021 las exportaciones del sector llegaron a 356 millones de dólares. Este dato se construye con la información que las empresas del sector le dan a la entidad, y sigue estando muy lejos de la meta.
A nivel internacional, esta política puso a Colombia en el mapa de las industrias creativas. Por ejemplo, Medellín será este sede del Gran Foro Mundial de Artes, Cultura, Creatividad y Tecnología de la Unesco por segunda vez. Pero en el ámbito nacional, artistas y gestores culturales, que deberían ser el eje de la naranja, no han visto con claridad los beneficios de este nuevo enfoque.
La naranja impopular
“A mi la verdad la economía naranja no me convence”, le dijo a La Silla, Óscar Gómez, director del festival de los Planetas, que es un evento cultural que se hace en Bucaramanga desde hace 9 años. “Yo no veo cómo una empresa pequeña puede entrar a cumplir los requisitos”, agregó.
El festival ha sido muy golpeado por la pandemia. El año pasado tuvo que hacerlo virtual, a pérdidas y el único patrocinio que tuvo fue de una cadena de restaurantes que le dio comida para el equipo técnico encargado de las transmisiones a cambio de que pusieran su logo en la plataforma.
Aunque Óscar sí recibió un apoyo del Gobierno, a través del mecanismo de concertación que ya existía desde administraciones anteriores.
“Lo que ha funcionado es el programa de estímulos tradicional, solo que una parte quedó como `de la economía naranja`. Lo nuevo, en el fondo son préstamos para hacer proyectos, pero quiénes pueden endeudarse en esta circunstancia”, nos dijo a su vez Chalo Flórez, director del grupo de teatro PFU.
De acuerdo con el profesor Javier Rodríguez, experto en industrias creativas y culturales, la política colombiana para impulsar este sector se ha apuntado varios éxitos, en particular en cuanto al posicionamiento de la industria como algo relevante para la economía. Pero su enfoque en las empresas tiene falencias.
“Hay un problema de acceso a los programas, eso no tiene que ver con que el Ministerio lo comunique bien o mal. De hecho están comunicando mejor y a veces hasta saturan con información. El problema es que (los empresarios del sector) no cumplen con los requisitos”, explica Rodríguez.
Es una crítica similar a la que han tenido las mipymes a los programas de apoyo económico para la pandemia, y que detallamos en esta historia.
Agrega que los recursos invertidos por el Gobierno español y el colombiano para apoyar a esta industria es similar, la diferencia es que en España el apoyo es directo a los artistas y en Colombia es a través de las empresas del sector.
De hecho, uno de los estímulos más importantes creados por el Gobierno para el sector, la reducción del impuesto de renta a nuevos emprendimientos, ha beneficiado a 576 empresas. De esas, el 59 por ciento son del sector de tecnología y desarrollo de software y solo el 26 por ciento, de emprendimientos culturales.
Como contamos en esta historia, en la primera convocatoria, en este grupo de empresas hubo incluso empresas ya establecidas que crearon filiales para acceder al beneficio.
Y a pesar de que las empresas de tecnología han sido las más beneficiadas por este programa, una parte significativa de este sector desaprueba que el Gobierno no haya podido reglamentar nuevos negocios, como las aplicaciones de transporte tipo uber, o las de domicilios. Son empresas que todavía operan en un limbo en lo relacionado con las políticas laborales a las que están obligados.
“No veo muchos beneficios de la política pública en la práctica. Sí hay programas buenos, creo que acertaron en el programa de nuevos desarrolladores de software, en los centros de emprendimiento en las regiones”, dijo un empresario del sector que nos habló off the récord.
En parte por eso, la creación de este incentivo también deja dudas por su efectividad. Por un lado, según lo apuntó el Comité de Expertos de Beneficios Tributarios, no es claro cuánto le cuesta al Gobierno este estímulo. Pero además no es claro, si aún sin tener el estímulo, los empresarios hubieran hecho esas inversiones.
“Como incentivo naranja tampoco era muy claro el objetivo, porque qué tan probable es que en los primeros 7 años estas empresas den utilidades (que es por lo que se cobra el impuesto de renta) y que en efecto te sirva ese estímulo”, explica el tributarista, Federico Lewin, que hizo un estudio sobre los beneficios tributarios para el sector naranja.
Pese a las dudas frente al enfoque, buena parte de la plata que va a destinar el Gobierno para la reactivación del sector de aquí a 2022 se va para allá: 2,8 billones, inversiones privadas impulsadas con estímulos tributarios, 7 billones para créditos para empresas del sector, lo que equivale al 81 por ciento de los 12 billones de inversiones que esperan hacer en ese periodo.
“El gobierno construyó elementos de la política pública pero no hay alma”, nos dijo un gestor cultural que prefirió no poner su nombre quien también criticó la falta de coherencia que mostró el exministro Buitrago y el presidente Duque con la reforma tributaria. Esta reforma pretendía quitar todos los estímulos tributarios del sector, incluso aquellos aplaudidos por artistas y productores, como los descuentos tributarios al cine y a las donaciones.
E incluso aquellos que estaban desde antes de este Gobierno, como las exenciones de IVA a computadores, tabletas, teléfonos celulares y boletería de eventos culturales.
Desde entonces la relación entre el Gobierno y el sector cultural quedó todavía más maltrecha.
La nueva ministra de cultura, Angelika Mayolo que se posesionó la semana pasada en la Casa de Nariño tendrá entre sus retos recomponer esa relación. En su primera entrevista extensa como Ministra, en el diario El Tiempo, la nueva encargada no mencionó a la política pública economía Naranja entre sus prioridades. Solo tocó el tema en la onceava pregunta, cuando el entrevistador se la mencionó.
Una posición muy distinta a como comenzó el sueño de la economía naranja, “oportunidad infinita” y reemplazo del petróleo. Pero incluso antes de acabarse el Gobierno Duque, el poder de la creatividad como política de desarrollo está estrellándose con sus límites.