No es la primera crisis de salud que enfrenta la única mujer que ha dirigido el Instituto Nacional de Salud en sus 103 años de historia. Ahora lo hace ante el escrutinio del país. Perfil.
Marta Ospina: el carácter de los datos frente al coronavirus
Marta Ospina, médica caleña, es la primera mujer que asume la dirección el INS en sus 103 años de historia, y hoy por hoy una de las científicas más importantes del país. Foto: INS.
En lo poco que tomó que la pandemia del coronavirus cambiara el mundo, Marta Ospina pasó de ser una funcionaria técnica de un instituto pequeño y poco mediático, trabajar en su oficina toda la semana, pelear por más financiación con funcionarios de escritorio y ni siquiera conocer al Presidente personalmente; a salir en televisión nacional casi todos los días, dormir tres horas diarias, visitar Palacio constantemente y estar a la diestra de Iván Duque el día que le anunció al país la decisión histórica de ordenar la cuarentena nacional.
Es hoy una de las funcionarias más importantes de Colombia. De lo que haga depende nada menos que buena parte de las decisiones del Primer Mandatario sobre las políticas de salud en esta emergencia.
Ella es la directora del Instituto Nacional de Salud (INS), la primera mujer en ocupar ese cargo en 103 años que tiene esa entidad. Allí dirige a poco más de 140 personas, entre técnicos y científicos, que principalmente trabajan en el procesamiento de pruebas del Covid-19 y el modelamiento de cómo se comportará la pandemia que cogió al mundo de imprevisto.
Mantenerse en ese cargo por cinco años, pese a los cambios de tres ministros y dos presidentes, lo ha logrado a punta de carácter, decisiones científicas y una habilidad para vender el trabajo de su equipo.
Características y habilidades que allegados a ella le destacan desde siempre con varios ejemplos y que hoy, que hace parte de los altos funcionarios que están en la primera línea de batalla contra el virus, están más a la vista de todos.
Incluso del Presidente, quien, por ejemplo, hace poco cambió la expectativa que tenía de que las pruebas rápidas se pudieran hacer masivamente con resultados confiables, como han apostado a hacerlo otros países; luego de escuchar la explicación técnica que le dio Ospina en el despacho presidencial.
Y también de la comunidad académica, de la mano de la cual se atrevió a tomar la decisión histórica de descentralizar y encargar a varias universidades la realización de las pruebas que, al comienzo de la crisis, sólo podía hacer el INS.
El carácter y los datos
Marta Ospina es caleña, médica de la Javeriana, con especialización en gestión de salud pública de Icesi; tiene dos maestrías en epidemiología de la Univalle y en economía de la Pompeu Fabra de Barcelona y es candidata a doctorado en política pública de la Tadeo.
El primer día que llegó al despacho como directora del INS, en 2015, no sabía dónde poner su cartera. “Doctora, es que nunca habíamos tenido un director con cartera”, le dijeron sus asesores.
No es la primera vez que los reflectores están sobre ella, ya había enfrentado la epidemia del zika estando al frente del INS en 2016. Pero ahora, con la magnitud de lo que está pasando, enfrenta el escrutinio, que en twitter todos sean expertos, que no haya suficientes reactivos para las pruebas, que la gente tenga miedo y la insulte, como la vez que su peluquera llamó a contarle que otra clienta la llamaba todos los días para reclamarle que, por culpa de Ospina, no cerraban el aeropuerto ElDorado; siendo que es el Presidente el que toma ese tipo de decisiones.
Habla rápido y con franqueza, está pendiente de los más de 10 grupos que armó de whatsapp con su equipo para monitorear la pandemia y de lo que dice la gente sobre el INS en twitter.
Ahí en el Instituto no se mueve una piedra sin que ella lo sepa. Es microgerente. Se encierra horas en su despacho a estudiar los temas que tiene que manejar y hasta que no los aprende, no habla de ellos. Tiene que sentirse cómoda y segura, con datos y hechos, de lo que está hablando.
No es que la pandemia la haya puesto en ese modo. Es que siempre ha sido así.
“Es una mujer que dice las cosas de frente y eso en la cachaquería no es bien recibido”, nos resume Tatiana Andia, profesora de los Andes y exfuncionaria del Ministerio de Salud, quien trabajó con Ospina.
O “simpáticamente seria”, como nos dice, matizando la cosa, la exministra de Salud, Beatriz Londoño, quien se la llevó “a ganar menos y molerse más” como directora de Epidemiología del resucitado MinSalud en 2012, su primer cargo público.
Dice las cosas de frente y eso a la cachaquería no le gusta
“Cuando tu arrancas por un tema, puede parecer y a veces yo lo pienso, que tal vez soy una loca mamona que voy en contravía”, nos dice por teléfono Ospina este jueves, cuando nos atiende desde su oficina del INS en el occidente de Bogotá. Acaba de llegar de su segunda reunión del día en la Casa de Nariño, donde bajito, puede ir tres veces a la semana a reunirse con Duque.
En Palacio se ha vuelto el contacto telefónico más frecuente de los chats de los funcionarios con los que tiene que hablar. “La veo más que a mi esposa y es el segundo contacto con quien más hablo”, nos dice uno de esos funcionarios, encargado de cuadrar con ella el tipo de insumos, pruebas y reactivos que compra la Presidencia en el exterior.
Ese tema, el de las pruebas, como preocupa tanto a la gente y es tan determinante en la pandemia, es el que la ha puesto más en el foco público y en el que ha dado más pelas.
Una de ellas fue el debate tras bambalinas en Palacio para definir que las pruebas rápidas solo servían para detectar casos en personas con síntomas y no para diagnosticar todos los casos. Así el país evitó perder millones, como lo hicieron Italia y España al comprarlas para hacer pruebas masivas y detectar a los asintomáticos.
El problema de este virus, como ya todo el planeta sabe, es que la mayoría de infectados pueden tener la enfermedad, no sentirla e ir campante transmitiendola. Detectarlos es una lucha y, entre marzo y abril, las pruebas rápidas parecieron una posibilidad.
El Presidente quería tener claro qué hacer ante la falta de reactivos, esos que escasean en el mundo y son clave para hacer las pruebas moleculares, que son las más exactas.
“Gracias a Dios bendito nosotros hicimos las validaciones en el INS antes de comprar”, nos cuenta Ospina.
Si bien había proveedores que tenían permisos para comprar hasta 20 millones de cajas de pruebas rápidas, la rapiña mundial no permitía conseguirlas. Cuando por fin el Gobierno consiguió 320 para que el INS hiciera una validación, a Ospina le tocó decirle al ministro de Salud, Fernando Ruiz, que en efecto las pruebas rápidas sirven, pero para detectar el virus en personas que tienen síntomas avanzados, casi 11 días después de haberse contagiado.
Ospina recuerda cómo fue decirle a Duque que el plan de las pruebas rápidas servía, pero no como él esperaba:
“Obviamente el Presidente no es epidemiólogo, y medio bravo me dice: ‘pero no entiendo ¿y esa validación entonces no dice nada?. ¿Me la recomienda o no me la recomienda?’ Entonces yo le dije, y la gente me dice que me le puse seria: ‘Presidente me da pena, yo no puedo recomendar nada, porque una validación no es para recomendar. Una validación es lo que es. Y me acuerdo tanto esta frase, premonitoria: ‘y usted me agradecerá, que yo tenga una validación completamente objetiva (de las pruebas rápidas), sobre la cual cualquiera (EPS, laboratorio) que quiera comprarla, decida comprarla o no, pero no por una opinión’”.
Duque entendió. Como hemos contado, una de las fortalezas que ha mostrado liderando en esta crisis un Gobierno que parecía no tener rumbo, es que escucha a la ciencia y que parece priorizar los datos de expertos y epidemiólogos como Ospina y Ruiz, sobre posturas más de opinión como, por ejemplo, la de Manuel Elkin Patarroyo, quien dijo en marzo tras reunirse con Duque que la pandemia no era para asustarse.
Por eso que pasó, la estrategia de Colombia para tomar muestras del coronavirus es a través de las pruebas moleculares, las más exactas. Las rápidas solo se usan para detectar posibles casos y hay una circular del Ministerio que ordena qué hacer puntualmente con cada uno de los casos en los que se usan esas pruebas.
La guapura
Esa anécdota evidencia lo que nos dice Claudia Vaca, farmacoepidemióloga y exfuncionaria de MinSalud: “Para enfrentar una pandemia hay que tener carácter y a ella le sobra”. Y así nos respondieron, de forma muy similar, las quince personas que nos hablaron para esta historia, entre funcionarios de Palacio, del MinSalud y del INS, así como exministros, excompañeros y científicos que han conocido a Ospina.
Eso también hace que varios de los entrevistados reconozcan que no es fácil trabajar a su lado.
“Es llevada de su parecer, es llevada de su tarea y es difícil de persuadir, es muy determinada. Estoy segura que hay gente que no comparte esa forma de trabajar, pero es que es muy determinada”, nos dice la profesora Andia. “Tiene habilidad para identificar tus capacidades y debes demostrarlas, no te regala nada”, nos dice Carolina Villada, quien trabaja a su lado desde hace cuatro años.
Unas características que en los hombres casi siempre son aplaudidas y señaladas como fortalezas, pero en las mujeres muchas veces son criticadas. Es como un techo de cristal que nos toca romper a punta de inteligencia, talento, datos y hechos; y Ospina y miles de técnicas y científicas en todo el país han tenido que atravesarlo para ganarse su puesto.
“Yo creo que la gente que ha trabajado conmigo, creo, eso espero, no sé, ha aprendido de mí y yo he aprendido de ellos. Pero sí, de ponerme brava, sí, me pongo furiosa. Me molesta mucho en la vida que la gente no se comprometa. Lo que sí tengo mucho cuidado es en no haber sido mala con la gente”, nos dice.
¿Quién va a querer tener todas las pruebas en Bogotá?
Tal vez por esa fama fue que hubo malentendidos en un principio para coordinar el apoyo clave que hoy dan las universidades y laboratorios regionales, que hacen también pruebas y, al descentralizar el proceso, le quitaron parte de la carga al INS que estaba desbordado.
Como contamos en su momento, ese apoyo fue histórico y se gestó por trinos que mandaron académicos como Silvia Restrepo de los Andes y Juan David Ramírez de la Universidad del Rosario y que el INS respondió ese mismo día para cuadrar una reunión 24 horas después y comenzar a trabajar.
En ese intercambio de mensajes en twitter, se colaron críticas porque, supuestamente, el INS quería seguir con las pruebas centralizadas.
“Dime qué ser humano en Colombia, va a querer, va a querer, tener todas las pruebas en Bogotá, con un transporte súper difícil, con un Instituto colapsado porque llegan cientos de pruebas, yo sin vida, acostándome a la una de la mañana, y empezándome a escribir la gente a las 4 de la mañana para que les entregue pruebas a toda Colombia. Me pareció un insulto a mi inteligencia (que digan que las quería centralizar)”, nos dice Ospina.
No era una situación fácil. Como nos dijeron los expertos Camilo Prieto y Andrés Vecino, quienes han seguido la evolución de la pandemia en el país, el INS tenía que ser cuidadoso de soltar esa responsabilidad y por eso debía avalar a los demás laboratorios.
A hoy, hay 55 laboratorios en todo el país haciendo pruebas. A corte del viernes, desde el primer caso confirmado de coronavirus el 6 de marzo, el laboratorio del INS ha hecho 43 mil de las 176 mil pruebas durante toda la crisis. La meta de Ospina es que para diciembre, a máxima capacidad, se hagan un millón 200 mil pruebas de coronavirus en todo el país.
Que el INS tenga hoy la capacidad de hacer las pruebas que hace y que su laboratorio haya sido en época de prepandemia el único en Latinoamérica con tener una certificación de la OMS para hacer testeos, no ocurrió de la noche a la mañana y no es solo labor de Ospina.
Dos ejemplos de lo clave que es esta centenaria entidad es que desde hace 27 años capacita a los epidemiólogos de campo de todo el país. Esos ‘detectives de la salud’ que son los que arrancan a verificar si una fiebre es solo una fiebre o es el primer caso de zika, de chikunguña, o de dengue, solo para recordar las epidemias más recientes.
Desde los noventa, el INS tiene el respaldo y trabaja de la mano con el CDC de Atlanta, el centro de estudios y control de enfermedades más prestigioso del mundo. Con esa entidad, desde 2017 el Instituto realiza un estudio para determinar cómo actúa el zika en los hijos de las mujeres que, gestando, se infectaron con la enfermedad.
Lo que quieren identificar es si en el transcurso del tiempo los ‘hijos del zika’ que nacieron sin microcefalia presentan retrasos o problemas de salud relacionados con esa enfermedad. El estudio sigue y sus resultados, por ahora, son confidenciales.
Por ese trabajo es que Ospina fue elegida en 2018 en la junta directiva de la asociación de institutos de salud del mundo, la primera colombiana que tiene ese cargo; y por otros más que el INS ha recogido en varias publicaciones (como esta, esta y esta), es que su Directora nos dice que su equipo está lleno de “gente guapa”. No porque sean bonitos, sino porque son unos duros.
Y porque son unos duros, y en general porque así son todos los científicos que trabajan en lo público, es que desde antes del coronavirus Ospina junto a Carolina Wiesner, la actual directora del Instituto Nacional de Cancerología, se han dado la pela de pedir en ministerios como el de Comercio, de Hacienda y de Ciencia más plata pública para el funcionamiento de las entidades que dirigen.
Están convencidas de que la plata pública debe ser invertida en la investigación en salud, una necesidad que ha dejado clara la pandemia.
Desde el INS, Ospina le pidió a lo que era Colciencias entre 2017 y 2018 que avalara los grupos de investigación que tenía su entidad para presentar trabajos, ganarse becas y estímulos para seguir investigando. En 2019, Colciencias reconoció a 14 grupos del Instituto y es la entidad pública que más grupos avalados tiene ante esa autoridad científica.
Un carácter y guapura que los técnicos han mostrado en años anteriores para evitar, como pueden, que al Instituto lleguen cuotas políticas.
Una joya que no brilla tanto, pero es apetecida por los políticos
En salud pública hay tres niveles de burocracia que los políticos buscan. El top nacional lo encabeza quien dirige el Ministerio; en un nivel más bajo están las gerencias de los hospitales -que hasta en la pandemia algunos mandatarios dan a sus amigos, como contamos- y las secretarías de salud; y en la mitad de ese sánduche están el Invima, la SuperSalud y el INS, cargos que elige el Presidente de la República.
Los dos primeros son los más apetecidos. No solo porque sus presupuestos son más abultados que el del INS (que tiene 63 mil millones anuales y antes fue mucho menos), sino porque el Instituto requiere especificaciones muy científicas para sus cargos. Eso puede desincentivar a los políticos para llevar cuotas, aunque ha ocurrido.
Corría 2004 cuando el presidente Álvaro Uribe cambió a Jorge Boshell, un histórico epidemiólogo que dirigió el INS desde el gobierno Pastrana, por el médico y político liberal de Boyacá, Rafael Romero, quien duró dos años y renunció para presentarse como candidato a la Gobernación de su departamento, cargo que ya había tenido en el pasado.
Como reemplazo, Uribe puso al médico nariñense Luis Eduardo Mejía, con quien inició lo que los funcionarios públicos en salud recuerdan en voz baja como ‘la dinastía cuy’, porque ese director era cuota del entonces senador nariñense de La U, Manuel Enríquez Rosero, hoy embajador de Duque en Ecuador.
El Instituto tendrá el lugar que le corresponda en la Historia
Tan cuota suya era, que Semana contó en ese momento que gente de su UTL llegó a trabajar allá; que su hermano, Hugo Enríquez, fue secretario general y un amigo suyo fue secretario jurídico; que crecieron los contratistas entre 2006 y 2008 pasando de 132 a 235; y que Mejía se fue “porque no iba a hacerme responsable de lo que pasaría allá”, dijo.
Cuando renunció, 124 empleados del INS le mandaron una carta a Uribe pidiéndole que nombrara a alguien con capacidades técnicas, pero Uribe puso ahí a otra cuota de Enríquez Rosero: Álvaro Calvache.
Ya se venía la epidemia de la gripe aviar, y otra vez, los empleados mandaron cartas a Uribe y al entonces ministro de Protección Social, Diego Palacio para que les pusieran a un director técnico. Y por fin, en abril de 2009, llegó Juan Gonzalo López, exviceministro de Salud y director de trasplantes del INS. Lo recibió un informe de la Contraloría que le decía que la entidad estaba mal administrada y no tenía cómo afrontar la pandemia de entonces.
Marta Ospina estaba lejos de esa tormenta política. Esa década estaba en Cali como gerente de la EPS Servicio Occidental de Salud (SOS), desde 2001. Allá, con sus técnicos implementaron un plan de salud en riesgo, que era toda una novedad en el sector y llamó la atención de Bogotá.
En 2004, la médica salubrista Jacqeline Acosta, quien coordinaba el equipo de gestión en salud pública del entonces Ministerio de Protección Social, la invitó a que ayudara a concertar y redactar lo que fue el plan de salud nacional, que para ese momento tenía vigencia de cuatro años.
Ospina no le cobró al Estado por ese trabajo. Eso le impactó de entrada a Acosta y recuerda que el trabajo de la hoy Directora sirvió para que las aseguradoras, que son las que más se cuidan en evitar perder plata en las negociaciones de los costos de salud, concertaran las 10 líneas de ese plan.
En el Ministerio gustó ese trabajo y quedó en el radar. En 2008, mientras el entonces ministro Diego Palacio resolvía el chicharrón que se le había armado por los políticos que cooptaron el INS, llamó a Ospina para que dirigiera la recién creada Cuenta de Alto Costo, hoy una de las entidades más poderosas del sector salud.
Esa entidad, que es privada pero el Ministerio audita, verifica que la plata estatal que les llega a las EPS por parte del Estado alcance para atender los pacientes de enfermedades caras, como el cáncer o las llamadas enfermedades huérfanas. Y para llegar a esa dirección hay que tener el respaldo de las EPS, por lo que el hecho de que Ospina estuviera allá mostraba que tenía relevancia dentro del sector.
Cuando el Ministerio de Salud resucitó en el primer gobierno Santos, la exministra Beatriz Londoño la llamó para que encabezara la Dirección de Epidemiología en 2012. Uno de los primeros retos de Ospina fue diseñar el actual Plan Decenal de Salud que está vigente hasta 2022.
En contraste con el avance de la carrera de Ospina, la salud pública atravesaba un momento difícil: para esa época Caprecom estaba en la quiebra y a la entonces ministra Londoño le tocó enviar a su viceministro Carlos Mario Ramírez para que se encargara de liquidarla. Ante ese puesto libre, la Ministra puso a Ospina en el Viceministerio.
En ese puesto fue que la conoció el hoy rector de los Andes Alejandro Gaviria, quien llegó al Ministerio a darse la pela de tener una “burocracia técnica”, como solía decir, para alejar a los políticos de su despacho de las tres joyas: la SuperSalud, el Invima y el INS.
Las hojas de vida a la caneca y los políticos de lejos
Cuenta alguien que tiene cómo saberlo que, en 2015, un político fue al despacho de Gaviria a pasarle una hoja de vida para la dirección del INS, que estaba acéfalo desde febrero de ese año porque Fernando de la Hoz había renunciado en medio del escándalo de vacunas del papiloma humano que en Bolívar cientos de padres creían que era la causa de los desmayos que sufrían sus hijas.
“Hágame el favor colóquemela ahí, en la caneca de la basura”, dicen que le dijo Gaviria a ese político.
Como contamos en su momento en La Silla Vacía, quien rondaba nuevamente las puertas del INS era el exdirector Rafael Romero, en ese entonces representante a la Cámara liberal.
Gaviria dejó ocho meses de encargada a Ospina en la dirección del INS, en una mostrada de dientes a los políticos, y en el viceministerio puso a Fernando Ruiz, el hoy Ministro.
En 2016, cuando Santos nombró a Ospina en el INS oficialmente, Gaviria celebró en twitter ese nombramiento y el de Javier Guzmán, su director de Medicamentos, en el Invima. En la SuperSalud ya estaba Gustavo Morales, otro técnico hoy presidente del gremio de las EPS grandes, Acemi.
Prueba de que el INS sigue desincentivando a los políticos para que lleven ‘corbatas’ y cuotas allá es que una vez llegó Duque a la Presidencia, el Invima pasó a manos de Julio César Aldana, un médico cordobés y gerente de la campaña uribista; y a la SuperSalud llegó Fabio Aristizábal, quien acababa de quemarse al Senado por el Centro Democrático.
Pero Ospina se mantuvo e implementa la política de burocracia técnica de Gaviria.
Nos cuenta que ahora, en la pandemia, le toca atender llamadas de todos los senadores, porque normalmente ayudan a sus alcaldes a presionar al gobierno central. Ella les responde chats o llamadas.
Antes, nos dice, solo dos congresistas con sus equipos de trabajo habían ido a la oficina para temas técnicos. “De resto yo tengo un modus operandi que el Ministerio me defiende y es decirles: ‘Sí claro, allá con Fernando Vásquez, quien atiende la agenda política del Ministro, con él en el Ministerio cuadre, y yo con mucho gusto voy allá a la reunión’. Y se han ido como acostumbrando a eso”.
Y eso incluye a todos los políticos.
Antes del nuevo mundo en pandemia, profesores de los Andes estaban ayudando a la representante verde Juanita Goebertus a redactar un proyecto de ley para casas rurales que incluyera garantizar que no fueran fuente de transmisión de enfermedades. Por eso, invitaron a Ospina para que los acompañara en un foro sobre el tema.
“Y cuando le dije que iba a ir Juanita me dijo: ‘Si es con políticos yo no voy’”, recuerda Tatiana Andia, la profesora de los Andes que estaba apoyando esa tarea.
Me preocupa que el país se agote
Con el INS blindado de los políticos, lo que le interesa ahora a Ospina es poder poner a punto a todos los laboratorios regionales, algo que no es propiamente su responsabilidad, para poder hacer el millón de pruebas que se propuso de meta para diciembre.
Le angustian dos cosas: “Que el país se agote, no solo financiera sino socialmente. Imagínate una persona que se pueda aguantar unos confinamientos, unas restricciones, eso me preocupa”, nos dice, y que esta pandemia no le deje a Colombia el siguiente salto en revolución para seguir tecnificando a la ciencia.
Cree que el país, durante la crisis económica de finales del siglo XX, perdió la oportunidad de darle plata a la ciencia para que su Instituto pudiera hacer vacunas más baratas y asequibles; y que ahora con la crisis que se viene, vuelven a perder el chance de robustecer a la institución.
“El Instituto tendrá el lugar que le corresponda en la Historia, y la Historia será justa en su momento. No ahora, por eso uno no debe angustiarse ahora”, concluye Ospina.
El papel en la Historia lo deja para después. Aunque angustias sí tiene ahora.