Angelino, solitario pero popular

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Dentro de una semana, el vicepresidente Angelino Garzón saldrá con la imagen más favorable de todo el gobierno Santos I, según casi todas las encuestas. Eso pese a que, paradójicamente, durante sus cuatro años como fórmula del presidente Juan Manuel Santos fue visto en el Palacio de Nariño como una rueda suelta y nunca tuvo el respaldo político necesario para sacar adelante una agenda propia.

Dentro de una semana, el vicepresidente Angelino Garzón saldrá con la imagen más favorable de todo el gobierno Santos I, según casi todas las encuestas. Eso pese a que, paradójicamente, durante sus cuatro años como fórmula del presidente Juan Manuel Santos fue visto en el Palacio de Nariño como una rueda suelta y nunca tuvo el respaldo político necesario para sacar adelante una agenda propia.

Así las cosas, Angelino se irá del Gobierno sin muchos resultados por mostrar. En parte porque su capacidad de maniobra se fue cerrando tras ser paulatinamente marginado del Gobierno y en parte porque las peleas que casó con otros altos funcionarios de Santos lo convirtieron en la pieza incómoda del gabinete. Poco a poco -ya limitado en su potencial de gestión, frustrada su candidatura a la Organización Internacional del Trabajo y superado un infarto- se volvió una figura que voceaba opiniones fuertes sobre el Gobierno en público y en los medios, muchas veces en contravía de éste.

Como dice un amigo suyo, “no una piedra, sino una puntilla en el zapato” del presidente.

Una vicepresidencia disminuida

Angelino Garzón empezó el cuatrienio como el hombre clave de la Unidad Nacional y actor clave en las políticas ligadas a la justicia transicional como la desmovilización y las víctimas. Al cabo de un año, como contó La Silla, ya había perdido mucha influencia a medida que las reformas del Estado que lideró Santos le iban quitando encargos.

Como que el vicepresidente solo tiene la función básicamente: reemplazar al presidente, lo que le queda por ponerse a hacer es lo que le asigne el presidente.

De esta forma, pasó de presidir la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (Cnrr) y poner al frente a su ex Secretario de Gobierno en el Valle Orlando Riascos, a ver cómo estas funciones se iban de la vicepresidencia y cómo el nuevo Centro de Memoria Histórica que lidera Gonzalo Sánchez quedaba bajo la batuta del Departamento de Prosperidad Social.

La ley de víctimas, que originalmente preveía que Garzón lideraría el Sistema Nacional de Atención y Reparación Integral a las Víctimas que sería su órgano rector, terminó -en su paso por el Congreso- creando un comité interministerial donde él no aparecía.

La política de desmovilizados -que también estaba bajo la égida de Angelino- terminó centralizada en una Alta Consejería para la Reintegración liderada por Alejandro Éder y que depende directamente de Santos. Los 'acuerdos de la verdad', que son el último paso para que los paras rasos puedan reintegrarse a la sociedad civil, pasaron de la vicepresidencia a Memoria Histórica.

Además, el tema de corrupción, que durante las épocas de Gustavo Bell y Pacho Santos lo manejaba la vicepresidencia, pasó a manos de Carlos Fernando Galán y luego Rafael Merchán, siempre en Presidencia. Y el de juventud también desapareció.

Es decir, los problemas de Garzón comenzaron cuando, poco a poco, fueron desmontando sus competencias. Como contó La Silla, varios de esos cambios se dieron después de que el vicepresidente tuviera roces con otros altos funcionarios como Germán Vargas Lleras, Juan Carlos Echeverry, Hernando José Gómez o Mauricio Santa María.

Tanto que Luis Carlos Villegas, el ex presidente de la Andi que hasta hace poco fue negociador en La Habana y hoy es embajador en Washington, llegó a llamarlo una “llanta de repuesto” después de que el Angelino dijera que el alza en el salario mínimo era muy baja. Y, según un ex alto funcionario, al que pocos le pararan bolas a sus farragosas intervenciones en los consejos de ministros.

Eso dejó a Angelino -ya a mediados del cuatrienio- con sólo cuatro programas de base: el de derechos humanos, el de minas antipersonal, el de afros y el de indígenas. Un quinto programa, el de desarrollo espacial, se creó en noviembre pasado y también se le asignó al vice.

Al final, saber qué tanto hizo Angelino en la vicepresidencia depende mucho de con quién habla uno. En el mundo de los derechos humanos sienten que se dedicó a esbozar las líneas de la política, pero que no han dado el salto del papel a la realidad.

Su misión crucial fue diseñar una nueva política pública en derechos humanos, un proceso en el que participaron casi 18 mil personas en los 32 departamentos. El resultado, los lineamientos para una política en el tema, se le entregaron a Santos en diciembre pasado.

“El ejercicio fue muy valioso, pero el problema es que no se ha traducido en acciones. Hay un torniquete que rompe el flujo entre lo que hacía el vicepresidente y lo que decide el Gobierno”, dice un reconocido jurista, para quien el fuero penal militar que impulsó Santos el año pasado -y que tumbó la Corte Constitucional- es un ejemplo de que estas recomendaciones no están siendo tenidas en cuenta.

En asuntos étnicos los dos programas que lidera Garzón han tenido baja incidencia, sobre todo dado que cada uno maneja una planta de diez funcionarios y un presupuesto anual de inversión que ni siquiera llega a los 500 millones de pesos. Como dice una persona que trabajó en uno de los programas bajo el ala de Angelino, “uno piensa 'ahora sí me voy a sentar al lado de los que toman las decisiones' y nunca fue así”.

Y en minas antipersonal se sintieron por completo olvidados por el vice, pese a que éste puso a uno de sus funcionarios de confianza -Daniel Ávila- al frente.

“Mientras Pacho Santos estructuró el programa y le dio visibilidad, creó el programa en el Sena para educación en el riesgo de minas y empezó el desminado humanitario, Angelino le bajó por completo el perfil. Más allá de decir que el desminado tenía que ser un tema en La Habana, nunca le oí hablar de minas”, dice una persona que trabajó en el Programa de Minas Antipersonal (Paicma).

En todo caso, según coinciden siete personas que consultó La Silla, los resultados no pueden depender solo de la vicepresidencia y a sus funcionarios les prestan poca atención.

“La función era asesorar a los ministros y al presidente, pero nunca llamaban. Si había un problema, con los afros o los indígenas, ahí sí llamaban a [sus directores] Óscar Gamboa o Gabriel Muyuy”, dice una persona que trabajó con ellos.

Para completar, tres de esos programas -afros, indígenas y derechos humanos- tienen direcciones con el mismo nombre dentro del Ministerio del Interior, más una de consulta previa, con lo que frecuentemente terminaban pisándose la manguera o trabajando en los mismos temas pero descoordinados. La gente que trabaja en minas antipersonal, que no tiene una entidad paralela, la preocupación es qué pasará cuando llegue Vargas Lleras y por eso están abogando porque se cree una entidad autónoma que maneje el tema, como sucede con Reintegración o Memoria Histórica.

“Cuando salió la directiva presidencial sobre consulta previa [un tema fundamental para afros e indígenas], en Vicepresidencia se enteraron por la prensa”, cuenta una persona que trabaja en temas étnicos.

Como dice una persona que trabaja en derechos humanos, “hoy los programas vicepresidenciales tienen menos peso que antes en definir las políticas. Angelino mantuvo la autoridad moral, pero no la capacidad de ejecutar y aterrizar. Definitivamente no era el 'hombre del gobierno' en cada tema”. 

La reingeniería de Angelino

A medida que se acentuaba la soledad de la vicepresidencia, Angelino optó por asumir un rol protagónico más individual.

Dos años tras haber comenzado el gobierno, Santos impulsó la candidatura de Angelino para dirigir la Organización Internacional del Trabajo, el organismo de Naciones Unidas que vela por los temas laborales.

Desde el comienzo en el mundo sindical sabían que era prácticamente imposible que ganara y fue quedando la impresión de que el presidente buscaba exiliar a Garzón y acabar con la voz discordante en un gabinete homogéneo. Sus dos mayores rivales, el inglés Guy Ryder y el francés Gilles de Robien, partían cada uno con 14 votos, mientras que el vice solo tenía asegurados los cinco latinoamericanos y -aunque al final sus votos fueron claves para que ganara Ryder- nunca estuvo cerca de la pelea. Aun perdiendo Angelino, Santos se congraciaba con su vice y algo limaban sus asperezas.

Limitadas sus funciones como vice y ya sin el aliciente de la OIT, Garzón se fue concentrando en las misiones individuales para las que seguía siendo el candidato idóneo en un gabinete mayoritariamente bogotano y urbano.

Primero se convirtió en el hombre que defendía el nombre de Colombia ante la OIT o la Comisión Interamericana de Derechos Humanos -como ya lo había hecho cuando embajador de Álvaro Uribe en Ginebra- de las denuncias de violaciones a los derechos de los trabajadores.

Y segundo, ante la incapacidad del Alto Consejero Lucho Garzón para conjurar los conflictos sociales, se volvió el 'apaga incendios' cuando estallaron los paros cafeteros.

Ese rol no fue, sin embargo, fácil. Aunque fue muy mediático su papel en desactivar el primer paro cafetero y en menor medida el del Catatumbo, en los paros campesinos que vinieron chocó con los otros negociadores del gobierno.

“Ayudó a que no se levantaran de la mesa, pero al mismo tiempo los exacerbaba y los volteaba en contra del Gobierno. Llamaba al diálogo, pero los alborotaba diciéndoles que todas sus pretensiones eran legítimas y que que el Estado debía responderles. Y luego se iba, dejándolos sentados pero calientes y contribuyendo a dejar al Gobierno en una posición débil”, dice una persona que estuvo en varias negociaciones.

Al mismo tiempo, a medida que lo marginaban de discusiones de banderas suyas como el salario mínimo o la reducción de la pobreza, fue volviéndose más vocal y más crítico del Gobierno en público. “Sí es cierto que comenzó a hablar con más claridad que antes”, dice un amigo suyo. “Siendo leal, habló siempre con franqueza”, dice otro.

“Estando Angelino convaleciente de su infarto cerebrovascular, Santos salió a decir que sobraba la vicepresidencia ¿Estaría él dispuesto a decir lo mismo hoy, con Vargas Lleras? Yo creo que no se atrevería”, dice Julio Roberto Gómez, el presidente de la Confederación General del Trabajo -una de las dos mayores centrales sindicales del país- y amigo cercano del vicepresidente.

La estocada final, según dos personas que lo conocen de cerca, vino cuando Santos lanzó la candidatura vicepresidencial de Vargas Lleras con bombos y platillos, prometiendo que él sería 'el de la ejecución'. “Eso sí fue un contraste: mientras a Angelino lo movía hacia el lado, a Vargas Lleras le decía 'usted sí va a cogobernar conmigo'”, dice una persona que lo conoce desde hace dos décadas.

A pesar del poco conocimiento sobre su labor, su imagen pública salió robustecida. En los sondeos seguía siendo el mejor valorado, incluso cuando la popularidad de Santos se desplomó en pleno paro agrario Y él comenzó a ventilar la posibilidad de lanzarse a la Alcaldía de Bogotá o de Cali, sin especificar por qué partido, al tiempo que rechazaba a la embajada en Brasil por la salud de su perro.

“Sale con un capital político inmenso. Se vio sin funciones y sin recursos, pero logró mantener una independencia y una distancia que cimentaron su imagen de una persona que actúa según sus propias convicciones. Eso le permitió construir su teflón y no perder su propia agenda”, dice un viejo compañero de la izquierda.

La pregunta es si esa agenda lo llevará ahora, respaldado por su alta popularidad y por los dardos a su antiguo aliado, aunque con un legado más bien pobre como vice, a lanzarse a la Alcaldía de Bogotá o a la de Cali.

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