Con muchos factores en contra, la Vice explora si vale la pena renunciar

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El impacto de una nueva campaña sobre su familia, la falta de resultados para mostrar en su gestión y el aval, son factores que pesan en su decisión.

Esta mañana, Marta Lucía Ramírez dijo en Blu Radio que lanzarse a la Presidencia no era “una decisión tomada”.

La Silla supo por tres personas de su círculo más cercano que la razón es que ella está muy consciente del costo que su vida pública trae para su familia, y aunque tiene ganas de lanzarse “por última vez”, sigue evaluando si dado el sacrificio personal, ella tendría algún chance de ganar.

Las dudas de adentro

La movida de la Vicepresidenta para tomar su decisión arrancó al menos en diciembre, según corroboró La Silla con cinco personas consultadas (dos funcionarios de gobierno, dos asesores de la Vice y un amigo de ella), tras ver un leve repunte en las encuestas de su favorabilidad de imagen.

 

Aunque igual sigue siendo bajo: 31 por ciento de aprobación, según la última Gallup Poll de enero, pero es el puntaje más alto que ha tenido en el último año de medición luego de un 2020 fatal.

Durante el año pasado se convirtió en meme en redes por sus salidas en falso, como llamar ‘atenidos’ a quienes pedían subsidios del gobierno en confinamiento; y se reveló que su hermano fue condenado hace 23 años por narcotráfico (algo que no le había dicho al presidente Iván Duque) y que su esposo tuvo hace 12 años un negocio inmobiliario con el narco ‘Memo Fantasma’.

“El visto bueno de su familia es una de las dudas más importantes”, nos dijo un asesor de la Vicepresidenta con la que ha hablado de la posibilidad de lanzarse. Otra más, igual de enterada, nos dijo que precisamente su esposo, Álvaro Rincón, le habría pedido que descartara esa aspiración. “Están muy afectados por los dos golpes”, nos dijo, en referencia a las revelaciones sobre su hermano y su esposo.

“Mi familia ha sufrido bastante por esa vocación que le tengo al país”, dijo ayer Ramírez a El Tiempo.

Precisamente por ese costo que ha pagado, la pregunta que ronda a la Vicepresidente y a su equipo es si vale la pena pagarlo para poder cumplir su sueño de ser Presidente. Y la respuesta es complicada.

Los escollos

Desde que Marta Lucía Ramírez aceptó ser la Vicepresidenta de Iván Duque, tras perder contra él en una consulta en la que el expresidente Álvaro Uribe enfiló a su partido detrás del actual presidente, la ambición de Ramírez y lo que era predecible es que ella se convertiría en su sucesora. La eliminación de la posibilidad de la reelección se lo facilitaba.

Pero la realidad fue otra.

Desde que arrancó el Gobierno, el presidente Duque marginó a su fórmula de campaña y, como ha contado La Silla, la encargó de varios chicharrones en los que era difícil dejar una marca: la interinidad de Cartagena cuando no tuvo Alcalde; la reconstrucción de Mocoa que anda lenta; los temas de transparencia y anticorrupción; y equidad de la mujer (que el mismo Presidente no cumple con la paridad en su gabinete) y la reactivación económica en el sector privado, junto con otros cuatro ministerios.

No la puso a cargo del posconflicto ni la dejó meter en los temas de seguridad, a pesar de que era de lejos la persona con mayor experiencia y conocimiento en ese tema que ha sido una de las grandes debilidades del Presidente. Cuando a ella se le ocurrió la Conversación Nacional como respuesta a las marchas de noviembre de 2019, el Presidente prefirió darle la vocería a su ahora mindefensa Diego Molano.

La Vicepresidenta nunca ha hecho parte del llavero que le habla al oído al Presidente y, en general, ha tenido una fracción del poder y la visibilidad de los vicepresidentes de Santos.

Sin embargo, si se retira para lanzarse al ruedo, y a pesar de no ser la candidata de Duque, tendría que cargar con el costo de ser identificada con su gobierno. Un talón de Aquiles dada la impopularidad del Presidente.

“Hay un tema de imagen que no es ‘Memo Fantasma’ o su esposo. Su tema de imagen tiene que ver con ser la Vicepresidenta de Duque, ¿cómo te quitas tú ese karma de encima?”, nos dijo el asesor de campañas políticas y analista Carlos Suárez. “Yo sé que no es la candidata del Presidente, pero la gente la ve como la del Presidente”.

A ese problema de quedar solo con lo negativo, se suma que si decide dejar el cargo, Ramírez tiene menos de dos meses para mostrar resultados propios en temas de equidad para la mujer, lucha anticorrupción y reactivación económica vía pactos con empresarios, que son los temas que le delegó Duque.

Y no es fácil que lo pueda hacer. La ley anticorrupción que está impulsando, se demora todavía seis meses en ser aprobada y muy probablemente le peluqueen lo más novedoso que propone como que quienes financien campañas no puedan luego contratar con el mandatario que financiaron, o todo el programa para proteger a los denunciantes.

Eso podría cambiar en el transcurso del año, si el plan de vacunación que arranca en dos semanas permite una mayor reactivación de la economía y la torta de la imagen se voltea a favor de Duque y de Ramírez.

El segundo escollo que enfrenta la Vicepresidenta es con qué aval lanzarse, si decidiera hacerlo.

Desde que Ramírez entró en la política ha saltado por varios partidos: el Partido Conservador; La U en 2006 (para ser senadora del naciente partido conformado por Juan Manuel Santos); tuvo un paso fugaz por la alianza de los ‘quíntuples’ independientes con los exalcaldes Enrique Peñalosa, Antanas Mockus y Sergio Fajardo para las elecciones presidenciales de 2010 (a la que renunció poco después); y más recientemente apareció en el tarjetón presidencial como miembro del Centro Democrático, tras conformar la coalición de derecha.

Para esta oportunidad, dentro del grupo de Ramírez no descartan una candidatura por firmas, tal y como lo hizo en 2017, cuando renunció al Partido Conservador y logró 800 mil apoyos para inscribir una candidatura independiente.

“No hemos descartado lanzarnos como independientes”, nos dijo una persona que está dentro de ese proceso de decisión.

Pero conseguir firmas en plena pandemia puede ser problemático porque justo hace dos semanas el Ministerio de Salud ordenó detener la recolección de firmas para las revocatorias de alcaldes y los referendos contra la JEP y contra Duque.

Y en todo caso, la semana pasada, el presidente del Partido Conservador, Omar Yepes, y otros congresistas conservadores representativos como David Barguil, Hernán Andrade y Efraín Cepeda la pusieron entre su baraja de candidatos azules para el 2022. 

Lo hicieron pese a que durante los últimos dos años de mandato, ella no les ha dado juego burocrático y los godos tuvieron que negociar con el presidente Duque más presencia en el gobierno, vía el Ministerio de Agricultura.

Si opta por la candidatura conservadora, tendría que competir por ella con otros nombres que también están impulsando los congresistas como el exministro Juan Carlos Pinzón; el exdirector del BID (y que siempre suena) Luis Alberto Moreno, y exministros santistas como Mauricio Cárdenas.

En todo caso, es claro que independientemente del mecanismo que escoja, competiría dentro de la coalición de derecha.

A su favor juega que tener una estampa de ‘independiente’ alejada de los partidos puede servir para atraer a la derecha votos de centro que no se sientan identificados con otras figuras como Sergio Fajardo; y que pueda hacerle competencia a los otros del partidor de la derecha, como los Char y Dilian Francisca Toro, con quien el expresidente Álvaro Uribe ya se ha reunido. También tiene la ventaja de su larga trayectoria y experiencia que puede pesar frente a otros candidatos con carreras más cortas.

Lo malo para ella es que nuevamente se tendría que enfrentar a la última palabra que suele tener Álvaro Uribe, y que no fue a su favor la última vez.

Igual, quiere

Pese a todos estos escollos, desde diciembre, la Vicepresidenta ha tanteado la posibilidad de renunciar con aliados que la han acompañado en campañas anteriores, como sus amigos el expresidente de la Corte Constitucional, Jaime Arrubla; el empresario paisa Manuel Santiago Mejía, quien en 2018 fue clave para que Ramírez destrabara la coalición del No para las presidenciales; y el expresidente Andrés Pastrana, quien armó con Álvaro Uribe esa alianza.

Arrubla considera que la Vicepresidenta puede ser “un factor de unión” entre sectores de derecha y centroderecha. “En otras ocasiones la hemos acompañado y nuestro deseo a título personal es que se lance”, nos dijo.

La Vicepresidenta arrancó a hacer una campaña para mejorar su imagen: desde agosto del año pasado, lanzó una página personal en donde escribió varios blogs para responder a los escándalos. Y desde hace un par de meses, según lo supimos por una fuente que lo sabe de primera mano, asesores de su equipo han tanteado a empresas de mejoramiento de imagen para resaltar su labor en la Vicepresidencia.

“Está entusiasmada por las encuestas y lo que percibe de la gente”, nos dijo un asesor. “En Bogotá y en los medios esas acusaciones pesan, pero en regiones ya nuestra gente no habla de eso”, nos dijo, a su turno, el exsenador conservador Hernán Andrade, quien en 2018 siendo presidente del Partido Conservador promovió que los godos se montaran al bus de la aspiración de Ramírez.

Más allá de las dudas, Ramírez quiere ser Presidenta. El cómo está por verse.

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