El paradójico destino de los animales en la pandemia

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La pandemia trajo consigo un aumento significativo en el abandono de animales. Y aunque también se ha visto un aumento en las adopciones, esto no siempre es una buena noticia. 

 

Esta historia hace parte de la Sala de Redacción Ciudadana, un proyecto de periodismo colaborativo entre los periodistas de La Silla Vacía y miembros de organizaciones de la sociedad civil que cuentan con información valiosa.

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Aunque el covid no afecta a los animales tanto como a los humanos, las mascotas no han sido inmunes a la pandemia. De hecho, durante el último año, las organizaciones de protección animal han encontrado un aumento en el abandono de mascotas y, a la vez, un auge sin precedentes en adopciones.

“Desde que empezó la pandemia, el abandono de animales ha sido una cosa loca”, dice Rocío Vásquez, una bogotana que se dedica a rescatar animales en la localidad de Bosa. “A cada rato me llaman para que reciba un animal, o, si saben dónde vivo, la gente viene y los deja acá botados”. 

Rocío en este momento refugia en su casa a 46 perros y 4 gatos, además de alimentar 85 perros callejeros. 

Empezó a rescatar animales después de perder un bebé, y desde entonces, no ha podido parar. “Uno dice ‘no voy a recoger más’, pero sale y encuentra un animal agonizando o fracturado, y no es capaz de dejarlo”. 

Tan solo hace unos días, dice, decidió que ya no daba abasto, pero al día siguiente dejaron un perro “más muerto que vivo” en su puerta y, claro, lo recogió. 

El porqué del abandono

Al principio de la pandemia se disparó el abandono debido al miedo de que los animales transmitieran el virus.

“Era terrible, tú encontrabas hasta perros de raza en la calle”, dice Diana Carolina González, directora y cofundadora de la Fundación Casa de Lobos, que se dedica a rescatar, refugiar y rehabilitar perros en estado de maltrato o abandono. 

Sin embargo, a través de un esfuerzo conjunto entre animalistas, fundaciones, instituciones públicas y medios de comunicación se logró hacer una buena labor educativa y el abandono por este motivo cesó. 

Pero el abandono por otros motivos siguió creciendo, principalmente por las dificultades económicas que trajo la pandemia. 

Tanto González como Sabina Ramírez, de la Fundación Animal Voices, que hace misiones de educación y esterilización de animales, cuentan que muchos dueños de mascotas llamaban a las fundaciones diciendo que se habían quedado sin trabajo, que su pareja se había quedado sin trabajo, que por favor les recibieran el perro, el gato. 

“No tienen ellos para comer, mucho menos para alimentar un perro, y el animal también genera otros gastos, como es la veterinaria”, dice la directora de Casa de Lobos. 

Conscientes de que el animal es el primer gasto que recortan, en Animal Voices empezaron a visitar las casas que exhibían trapos rojos en señal de que estaban pasando hambre y les ofrecían alimento para sus animales para así evitar que los abandonaran. En algunos casos, funcionaba.

Solo que las dificultades económicas han hecho que la gente también cambie de vivienda, ya sea porque no pueden seguir pagando el arriendo o porque deciden irse a la casa de sus papás o de otros familiares para no tener que asumir ese gasto. Estas mudanzas son un momento crítico para el abandono de animales. 

“Cuando aumenta esta movilidad de vivienda, los gatos y perros quedan atrás”, recalca Andrea Echeverri, de la Fundación Gatos y Blues, una fundación dedicada al rescate, rehabilitación y entrega en adopción de gatos abandonados. 

A esto se suma que los programas y jornadas de esterilización se redujeron en gran medida por las restricciones de movilidad y las cuestiones de bioseguridad. Ramírez y González explican que, como resultado, en Bogotá y sus alrededores hubo una reproducción desbordada que luego no se pudo controlar. 

En Cundinamarca, por ejemplo, solo hasta septiembre de 2020 la Gobernación había encontrado 12.430 mascotas abandonadas.

Ramírez explica que esto resulta muy preocupante porque el aumento de animales callejeros trae consigo mayores índices de maltrato, dado que la gente se molesta cuando los animales escarban en las basuras o hacen sus necesidades al frente de sus casas o negocios y buscan ahuyentarlos de manera violenta.

La opción que le ha quedado a los rescatistas es costear las esterilizaciones por su cuenta, como le ha tocado hacer a Rocío, aunque el costo no es menor: el procedimiento es de 50 mil pesos para un gato y 90 mil para un perro, como mínimo. “Esos son precios bajos que me deja el veterinario, y aparte me las fía”, dice; confiesa que ya le debe al veterinario “esta vida y la otra”. 

Lo paradójico es que la pandemia no solo ha llevado a que muchas personas abandonen sus mascotas: muchos también han adoptado un animal en sus casas.

El apoyo que muchos necesitaban

“Simba me ayudó a volver a levantarme de la cama”, dice Mariana Solarte, una psicóloga bogotana, sobre el gato que adoptó durante la pandemia. 

Mariana tuvo Covid en abril y estuvo muy sintomática, con mucho cansancio y fatiga. Ella es inmunosuprimida, y salir a la calle y ver gente empezaron a generarle mucha ansiedad por el miedo que le daba volver a contagiarse. 

Luego, en agosto, adoptó a Simba, y el cambio en su vida fue inmediato: “Me ha ayudado mucho a controlar la ansiedad, duerme conmigo, se la pasa todo el día conmigo. Desde que llegó ha sido la alegría de la casa”. 

Las cuatro fundaciones que contactó La Silla coinciden en que se vio un aumento notorio de las adopciones durante el último año. 

En Casa de Lobos dieron 28 perros en adopción, cuando lo normal eran cinco al año. En la Fundación O.R.C.A., de Medellín, por primera vez en varios años de funcionamiento dieron en adopción a todos los animales que acogían: “Tuvimos cuatro camadas, cada una de ocho animales, y no dieron un brinco”, nos contó Marcela Díaz, directora. 

Aunque varias de nuestras fuentes coinciden en que parte de la demanda en el caso de los perros se debía a que presentaban una posibilidad de salir de la casa durante la cuarentena estricta (pasear a los perros era una de las excepciones), también encontraron que los animales se convirtieron en un apoyo importante para mucha gente en los meses de encierro.

Cuando empezó el aislamiento, Juliana Fitzgerald, periodista oriunda de Cali, había salido hace poco de un episodio depresivo, y la cuarentena trajo de nuevo a la superficie sentimientos de ansiedad y tristeza. En medio de esto, decidió adoptar un perro y encontró un cachorro de una camada que estaban dando en adopción. 

“Como no podíamos salir por ella, Panchita llegó en una moto como un domicilio más”, nos dijo Juliana. Cuenta que desde entonces cuidar a Pancha y mostrarle el mundo la hizo olvidarse de la pandemia. “Tú te despiertas y dices, ‘no puedo creer que sigamos en esto, no puedo ir a trabajar, no puedo salir a hacer nada’, pero ahora Pancha es una razón para levantarme de la cama”. Y es que Pancha a las 6 de la mañana se lanza a la cama a pedir un paseo, cuenta Juliana entre risas.

Lo mismo le sucedió a Sofía Jiménez, estudiante de derecho y literatura. La cuarentena fue difícil: estaba afectando su salud mental y, a pesar de que vivía con sus papás, se sentía muy sola en la casa. Un día vio en Facebook que alguien había encontrado unos gatitos abandonados en un parqueadero, y ese mismo día adoptó uno de ellos. 

“Cuando llegué había un gatito que era del tamaño de la palma de mi mano. Así llegó Clementina”, dice Sofía. 

Para darle calor la metía dentro de una canasta de pan llena de medias, y era tan pequeña que tuvo que darle leche con gotero por unos días. Dice que desde el principio tuvieron una conexión muy fuerte: “Todo el día estábamos juntas, teníamos una rutina, me acompañaba en todo. Uno no se imagina, pero la soledad sí se desbarata cuando uno tiene estos animalitos”. 

Sin embargo, no todas las adopciones tienen un final feliz.

La importancia de la manada

Sabina Ramírez explica que el fervor de las adopciones se convierte en un problema cuando la gente adopta desde el desconocimiento: “Seguimos sin entender que los animales son una vida que implica un gasto enorme de energía, tiempo y dinero, una vida que va a depender de nosotros: si yo no le doy comida, el perro no come”. 

Por eso, ahora que ya han pasado los primeros meses desde que varias personas decidieron adoptar en la pandemia, están empezando los abandonos de nuevo. 

Solo que estos abandonos son particularmente dramáticos para el animal porque cuando una mascota llega a un hogar interpreta que llegó a una manada, y las manadas siempre están juntas. Cuando su manada los abandona, a ellos les pasa lo mismo que a nosotros cuando tenemos una pérdida afectiva. 

“Se les parte el corazón”, dice Ramírez. 

Esta historia hace parte de la Sala de redacción ciudadana, un espacio en el que personas de La Silla Llena y los periodistas de La Silla Vacía trabajamos juntos.

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