La calle se reactiva con menos fuerza que el 21N, pero más radical contra la Policía

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El rasgo distintivo fue la protesta contra el abuso policial.

La primera gran movilización nacional en las calles, en medio de la pandemia y tras la violencia del 9 de septiembre, demostró mucha menos fuerza que el 21N pero más indignación contra la Policía. 

Las marchas arrancaron ayer por la mañana y duraron hasta entrada la noche, en varias ciudades del país. 

A diferencia de las protestas del 9 de septiembre, convocadas a través de redes y sin una cabeza visible, la movilización de ayer fue organizada por el mismo Comité del Paro que promovió las multitudinarias marchas del 21 de noviembre que obligaron al gobierno de Iván Duque a abrir una Conversación Nacional (que arrojó muy pocos resultados) y al Establecimiento a enfrentar la realidad de un profundo descontento social.

A finales del año pasado parecía que el país estaba a punto de una inflexión, pero el Covid cambió la agenda del gobierno y de los colombianos de un día para otro. Las calles se vaciaron.

Después de seis meses de encierro, y tras la brutal reacción de la policía a las protestas y el vandalismo que desató el video en el que quedó registrado el asesinato de Javier Ordóñez mientras estaba detenido, había mucha expectativa y temor sobre lo que podía suceder ayer.

 

Al final, aunque miles de personas -sobre todo jóvenes- salieron a marchar en todo el país, la movilización fue significativamente más pequeña que las del año pasado.

La Silla la cubrió en Bogotá, Cali, Medellín, Barranquilla y Neiva (vea aquí nuestro cubrimiento en vivo) y a partir de las decenas de entrevistas que realizó en la calle, a organizadores y ciudadanos comunes que marcharon, encontró dos explicaciones que, según ellos, pesaron para que no saliera más gente: el miedo a contagiarse y el miedo a la reacción de la Policía tras haber visto los vídeos de agentes disparando de frente a los que protestaban el 9 de septiembre.

Sin embargo, ayer en Bogotá, la Policía prácticamente no se vio al principio de la marcha. En el 21N y las marchas posteriores, generalmente los agentes se paraban a un costado; en la marcha de los estudiantes que salieron de la Universidad Nacional hacia la Plaza de Bolívar, por ejemplo, toda la policía estuvo atrás, Esmad incluido, sin que ellos la vieran directamente. 

Los estudiantes hicieron sus propias reivindicaciones, que pueden resumirse en Matrícula Cero, no al abuso policial y renta básica, la nueva bandera pospandemia. 

Un paquete de reivindicaciones independiente y diferente al de las centrales obreras, que desde el Comité del Paro convocaron a sus afiliados a marchar por reformas como la regulación de la cotización por menos del mínimo, el préstamo a Avianca y la huelga en el Cerrejón. 

Las centrales obreras no buscaron coordinar con los otros promotores de la marcha y armaron la suya. No sumaron agendas, a diferencia de las del año pasado.

Los sindicalistas, desde un inicio, optaron por ir a la sede del Ministerio de Trabajo, que queda a 10 kilómetros de la plaza de Bolívar donde iban a converger las de los estudiantes. Además, optaron por un tipo de manifestación que hasta ahora el resto del movimiento social no adopta: la caravana en carros, motos y bicicletas. Su invitación fue a marchar con protocolos de bioseguridad para evitar propagar el virus, algo que los jóvenes no adoptaron ni les exigió la alcaldesa de Bogotá, quien no hace mucho había criticado el llamado a salir a protestar por la detención de Álvaro Uribe y también la convocatoria de Gustavo Petro a marchar por el asesinato de Javier Ordóñez. Muchos jóvenes no llevaban tapabocas, a pesar de que está comprobado que gritar aumenta el riesgo del contagio, incluso al aire libre.

 

 

Pero quizás lo más significativo de esta movilización nacional fue la protesta contra la violencia policial, un tema que no formó inicialmente parte de la agenda del 21N y solo se hizo visible el año pasado tras la muerte de Dilan Cruz, por parte de un agente del Esmad que disparó un proyectil bean bag (que tiene balines metálicos) para disipar la protesta en la que participaba el joven.

En esta movilización, en cambio, el rechazo a la Policía hacía parte de la esencia. Era el hilo conductor, después de que el 9 de septiembre murieron 13 jóvenes que formaban parte de las protestas o que estaban cerca por balas de verdad, muy probablemente disparadas por los policías tras ser sus CAIS vandalizados a piedra y fuego.

Las arengas, pero sobre todo los insultos contra los policías, fueron más fuertes y generalizados que el año pasado.

En Medellín, en la avenida Oriental, algunos manifestantes arrojaron un objeto encendido a una de las ventanas de la estación de Policía y en ese punto el Esmad dispersó la marcha.

En Bogotá, en las manifestaciones del Parque Nacional, el 1 de Mayo y el parque de los Hippies, donde hubo muchos colectivos artísticos animando con música la jornada, el mensaje era uno solo: manifestarse en contra del abuso policial, y general, de la Fuerza Pública. 

En la Plaza de Bolívar las arengas contra la Policía escalaron en una pedrea contra el Esmad.  Del equipo de Diálogo y Convivencia de la Alcaldía nos dijeron que la gota que rebasó el vaso fue el ataque de vándalos a una sede del banco Caja Social, que quedó destruida. En ese momento, intervino el Esmad con gases lacrimógenos y aturdidoras que dispersaron la manifestación en la icónica plaza antes de que se llenara.  Los indígenas, por ejemplo, que siempre son esperados y muy bien recibidos, nunca pudieron llegar a la Plaza.

 

Como fue usual en algunas manifestaciones del año pasado y comienzos de este, los enfrentamientos con el Esmad los terminaron protagonizando sobre todo vándalos puros que buscan deliberadamente chocar contra la Policía, como lo atestiguó La Silla el año pasado. Esta vez tampoco faltaron quienes, valientemente, se pararon entre ambas partes a pedir manifestaciones sin violencia.

 

Tanto la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, como el ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo hicieron una evaluación positiva de la movilizaciones. No hubo muertos, el vandalismo estuvo más controlado, ni el ELN ni las disidencias de Iván Márquez se “tomaron” esta vez Bogotá como según el gobierno (sin mostrar aún pruebas de ello) lo hicieron hace dos semanas, y salvo algunos incidentes, la jornada fue pacífica.

En las redes, en cambio, la polarización alrededor de la marcha, de la alcaldesa, del gobierno y de la policía estuvo al rojo vivo, siguiendo las líneas del guión que comienza a marcar las narrativas que desde la derecha y la izquierda se posicionan para el 2022.

 

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