Las elecciones en las que la maquinaria entró en jaque

Silla Paisa

Refrigerios y transporte, la imagen viva de las maquinarias un día de elecciones.

Los comicios locales de 2019 serán recordados como los que, en varias regiones, rompieron el molde y evidenciaron que puede abrirse paso una nueva dinámica en la democracia electoral que no sea la del billete.

Las elecciones locales de 2019 en Colombia serán recordadas como las que, en varias regiones y de distintas maneras, rompieron el molde y dejaron claro que una nueva realidad política puede estar abriéndose paso en el país.

Aunque algunos análisis y comentarios en redes destacan como los grandes perdedores a quienes -paradójicamente- fueron los mayores electores de las presidenciales del año pasado: los senadores Álvaro Uribe y Gustavo Petro, y eso tiene de cierto, los resultados que desafiaron pronósticos son sobre todo un mensaje de rechazo contra las maquinarias.

Eso porque, salvo casos específicos, en general ni Uribe ni Petro han sido grandes electores en lo local y, en cambio, las que suelen definir estos comicios son las estructuras clientelistas y muchas veces compradoras de votos de los políticos tradicionales, que esta vez resultaron golpeadas, o al menos tocadas, en varias ciudades capitales y municipios.

Además, si bien Uribe es el jefe del partido del Gobierno y el padrino del presidente Iván Duque, hace cuatro años el presidente Juan Manuel Santos tampoco fue un factor determinante en la contienda regional (su partido La U sí, pero por sus caciques).

Aunque, en cualquier caso, la maquinaria ganó casi todas las gobernaciones, se trata de un cansancio con la política tradicional que ya se había manifestado en las cuatro elecciones que hubo en 2018, es decir, viene in crescendo; y la pregunta que cabe ahora es si esos políticos entenderán el mensaje y cómo más se va a manifestar el cambio.

Algunos consultados dicen que sí. “Si no cambiamos, desaparecemos”, nos dijo fuera de micrófonos un congresista de grupo tradicional de Bolívar. Y ese es más o menos el sentir del resto.

Los hitos: ganadores inesperados y el señor blanco

Los hitos que rompieron el molde en estas elecciones tienen botones para la muestra en todas las regiones.

Los más sonados mediáticamente por impactantes: el, hasta hace apenas un año, desconocido abogado William Dau (firmas) derrotando al candidato de los clanes parapolíticos y corruptos que han mandado en Cartagena los últimos 10 años, a punta de mover en redes sociales su discurso anticorrupción.

Los 110 mil votos con los que el empresario de 64 años Jairo Yáñez (verde), quien ni siquiera tenía aval asegurado al arrancar la carrera, le ganó en Cúcuta a la carta del otrora aparentemente indestronable exalcalde Ramiro Suárez, quien pese a estar condenado por homicidio ha tenido esa Alcaldía de botín.

El fracaso del senador y superpoderoso cacique del Eje Cafetero Mario Castaño al inesperadamente perder la Alcaldía de Manizales por mano de Carlos Mario Marín (verde), quien buscó el voto de opinión de los jóvenes montado en busetas (aunque, en rigor, también recibió el apoyo por los laditos del exsenador de La U Mauricio Lizcano) y venció así al aspirante de Castaño y de la actual Administración, Jorge Hernán Mesa.

O los triunfos del líder social Víctor Vidal (Polo y Colombia Humana) en Buenaventura y del excombatiente de las Farc, el primero en llegar a una Alcaldía tras los Acuerdos de Paz, Guillermo Torres (Colombia Humana y UP) en Turbaco, Bolívar. Ambos sobre los candidatos de las maquinarias.

Incluso, uno podría mencionar una victoria que no es victoria, por significativa: la del mototaxista Adolfo Ordóñez (ASI) que, con cero estructura y sin un peso, sacó casi 35 mil votos y quedó tercero a la Alcaldía de Sincelejo, apenas 4 puntos porcentuales por debajo del exsenador aliado de los poderosos Char Mario Fernández, quien quedó de segundo y era el mandatario casi cantado.

(El ganador en Sincelejo fue Andrés Gómez, ficha de la actual Administración y del cuestionado Yahir Acuña).

Y el voto en blanco, que también habló duro en estas regionales distintas.

Por ejemplo, en las pujas por la Alcaldía de Barranquilla y la Gobernación del Valle, dos carreras ganadas desde antes que se abrieran las urnas por la fuerza de las dos maquinarias regionales más poderosas del país: la del clan Char y la de la baronesa y gobernadora Dilian Francisca Toro, respectivamente, que llevaban cada una su candidato.

Lo inesperado de esos triunfos sabidos fue que en ambos casos el voto en blanco quedó en segundo lugar. Es decir: lo segundo que querían los electores de ese día era que ninguna de las caras del tarjetón llegara al poder, incluyendo, obvio, las de las cartas de esos superpoderosos.

Aún más significativo lo que sucedió en Bolívar con la votación a Gobernador:

Ese cargo quedó en manos del clan que lidera el exsenador condenado por sus relaciones con los paramilitares, Vicente Blel Saad, en cabeza de su hijo Vicentico Blel Scaf.

En todo departamento, el voto en blanco ocupó el segundo lugar.

Y en la capital, Cartagena, que puso poco menos de la mitad del total de los votos válidos, quedó de primero (con el 39,5 por ciento de los apoyos Vs. el 33,2 por ciento del gobernador electo Blel).

Eso significa que, así el voto en blanco no haya alcanzado la mayoría absoluta que exige la ley para que se repitan las elecciones, el cuestionado clan Blel, que ese mismo día perdió la Alcaldía cartagenera frente al abogado William Dau, arrancará cuatrienio en el poder departamental con ese contundente mensaje de rechazo ciudadano.

Un mensaje parecido al que le mandaron los ciudadanos en Cundinamarca al gobernador electo Nicolás García, el del continuismo y las maquinarias, pues allá también quedó de segundo el voto en blanco. 

También, en Bogotá (que confirmó su voto libre), Medellín (que ratificó que Uribe no pone su Alcalde), Bucaramanga (que le votó al que dijo su exalcalde, el independiente Rodolfo Hernández) y Sucre (en donde el cuestionado Yahir Acuña volvió a perder la Gobernación), se cuentan gestos ciudadanos contra las maquinarias que se habían visto ya en elecciones locales pasadas.

(Hacia atrás, había habido triunfos puntuales importantes sobre la clase política tradicional, como los del hoy condenado político de izquierda Bernardo ‘el Cura’ Hoyos en Barranquilla en el 92 y la independiente Judith Pinedo ‘Maríamulata’ en Cartagena en 2008). 

El rechazo a esas estructuras, no obstante, no comenzó a evidenciarse como algo más generalizado sino hasta las cuatro elecciones que hubo el año pasado en Colombia.

Primero, las legislativas de marzo en las que, aunque las maquinarias obtuvieron amplias mayorías, otras figuras que no cimentan sus apoyos en redes clientelares, como Antanas Mockus o los de la lista “de la decencia” de Petro, alcanzaron altas votaciones.

Luego, la primera vuelta presidencial en mayo en la que ocurrió la derrota del hasta entonces “candidato a derrotar” Germán Vargas Lleras, quien iba respaldado por casi todas las maquinarias del país, incluyendo varias de cuestionados.

Después, la segunda vuelta un mes más tarde, cuando algunas de las maquinarias de Vargas terminaron entrando por la puerta de atrás a la campaña de Duque, quien no quiso arriesgarse tomándose foto con ellos; y la izquierda con Petro alcanzó históricos ocho millones de votos.

Y, por último, la Consulta Anticorrupción en agosto que, pese a no haber pasado el umbral que necesitaba, sin buses ni refrigerios obtuvo más votos que cualquier presidente elegido en el país.

Precisamente, esas cuatro jornadas electorales, sumadas a la condena por compra de votos de la prófuga excongresista Aída Merlano y a la política antimermelada (cupos indicativos) de Duque, que mermó el flujo de caja para algunas maquinarias grandes; hacían intuir que en las locales de este año la política tradicional de las transacciones no iba a funcionar igual.

Aunque, por otro lado, la falta de liderazgos fuertes y los desacuerdos que se evidenciaron entre los sectores alternativos en la época de inscripción de candidaturas también le bajaban a esa expectativa, como lo dijimos en La Silla.

Finalmente, los ciudadanos mandaron su mensaje.

Pero, ¿qué mensaje exactamente oyeron los políticos?

¿O cambian o los cambian?

“Quedó claro en muchas regiones que hay un hastío desatado sobre quienes todavía pretenden seguir eligiéndose sobre la base del recurso económico… se probó que hay formas distintas de ganarse el favor ciudadano… la lección que estamos dispuestos a recoger en Barranquilla es que hay que pensar en escuelas de pensamiento, de formación y de liderazgo”.

Eso le dijo el representante César Lorduy, del grupo de los Char, a La Silla respecto a esta historia.

“De todas formas muchas maquinarias ganaron, cada vez la ciudadanía demuestra ser más libre para votar a cargos uninominales, pero no pasa así a corporaciones y aún no es un mensaje general ni responde a una sola dinámica… igual, hay que responder y sintonizarse con lo que pide la gente”, agregó por su lado el senador valluno de Cambio Radical Carlos Motoa, quien tiene su grupo propio.

Mientras, un político tradicional del Huila comentó: “Fue muy contundente el mensaje, el que no lo entienda está condenado a perder”. Y un congresista, también tradicional, de Bolívar, por su parte remató: “Es que los políticos a veces nos elegimos y nos olvidamos de la gente, y todo lo que toca hacer para mantenernos… si no cambiamos, desaparecemos”.

También podrían reforzarse. O, al menos, encontrar oxígeno si los que llegan de formas diferentes no responden a las expectativas.

Y ese será el gran desafío en los lugares en donde se dieron los hitos de estas regionales, como opina el director de Ciencia Política de la Universidad del Norte y especialista en gobernabilidad local, Ángel Tuirán.

“Hay que recordar que los tradicionales no perdieron en general sus mayorías en los concejos y asambleas que harán contrapeso a muchas de estas administraciones. Las malas ejecuciones pueden servir para que vuelvan a ser opción de poder”.

Para Tuirán, además de la indignación, las votaciones libres en centros urbanos grandes encuentran explicación en la mayor oferta pública en educación y salud, que ayuda a que mucha gente no sienta la necesidad ni el deseo de vender el voto.

O, como lo explicó un Senador barranquillero fuera de micrófono: “Yo hoy tengo fijo el voto de mi chofer, pero el de su hijo, que está terminando ingeniería y piensa otras cosas, con ese no puedo contar”.

No es poco lo que ganaron esos políticos tradicionales el pasado domingo. Casi todos los gobernadores. En departamentos como La Guajira y en el sur del país no fueron tocados para nada (en Putumayo sorprendió la alta votación del candidato del petrismo y sectores sociales como los cocaleros, Andrés Cancimance, quien no ganó). 

Y en algunos casos hasta salieron fortalecidos, como pasó con el senador conservador Laureano ‘el Gato volador’ Acuña, a quien en el Atlántico se refieren como “el mejor comprador de votos del departamento” y cuyo grupo se quedó con la importante Alcaldía de Soledad, en medio de ruidos de presunto fraude.

Eso sí: la noticia nueva de los comicios es que salieron advertidos. Entraron en una suerte de jaque. Así lo muestran varios resultados. Podríamos estar comenzando a caminar como país hacia una posible nueva dinámica de la democracia electoral local, en la que en las regiones pese el voto libre de transacciones. 

La aún en mora reforma política contenida en los Acuerdos de Paz de La Habana podría impulsar el proceso. 

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