Así pintan las elecciones cuya campaña arranca formalmente esta semana. El cansancio con la política tradicional se enfrenta al pragmatismo y a la falta de liderazgos alternativos locales.
Las elecciones en las que la maquinaria iba a entrar en jaque (pero ya no)
Foto tomada por La Silla Caribe de los típicos refrigerios y el transporte que ponen las maquinarias a sus votantes el día de elecciones para asegurar esos apoyos.
Con la inscripción de candidatos cerrada, y aún a la espera del periodo de modificaciones, esta semana arranca formalmente la campaña de las elecciones de octubre, en las que se rearmará el tablero del poder local.
Por la fuerza de algunos sectores alternativos y el cansancio con la política tradicional, evidenciados ambos en las cuatro elecciones del año pasado, más otros astros alineados, estaban llamadas a ser las regionales en las que las maquinarias que definen estos comicios a peso de clientela iban a entrar en una suerte de jaque que pondría en duda su supervivencia en el futuro.
Sin embargo, debido a la falta de liderazgos y desacuerdos de los alternativos para armar candidaturas sólidas en algunas zonas, y a que el uribismo que antes criticaba a los gamonales terminó aliado con ellos, serán las regionales en las que triunfará el pragmatismo y esas estructuras clásicas no saldrán tocadas en general.
La expectativa
Varios astros se alinearon en el último año y generaron una expectativa respecto al futuro de las maquinarias del país, que no significa que éstas vayan a desaparecer en corto tiempo, pero sí que las condiciones están dadas para que se cocine un eventual cambio en la política electoral.
Como lo hemos contado en múltiples historias y en nuestro libro El Dulce poder, las maquinarias son las estructuras no oficiales sobre las cuales los políticos tradicionales cimentan sus elecciones y reelecciones para acceder al poder. Están sostenidas principalmente por las redes clientelares de favores y amiguistos que estos políticos suelen armar. Muchas acuden a la práctica de la compra de los votos.
El primero son los resultados y movidas de las cuatro elecciones que se realizaron en Colombia en 2018 y que evidenciaron, en distintas medidas, que la gente en general está cansada de la manera tradicional clientelista de hacer política y que otras opciones tienen oportunidad real:
- Las altas votaciones, en las legislativas de marzo, de figuras que no cimentan sus apoyos en redes clientelares, como el verde Antanas Mockus o la llamada lista de “la decencia” que jalonó el entonces candidato presidencial Gustavo Petro y logró poner cuatro senadores. (Aunque, de todas maneras en esos comicios los políticos tradicionales fueron los que obtuvieron las amplias mayorías).
- La debacle en la primera vuelta presidencial de mayo del exvicepresidente Germán Vargas Lleras, pese a contar prácticamente con todos los caciques del país que hacía cuatro años habían determinado el triunfo de la reelección santista.
- La entrada por la puerta de atrás de muchos de esos caciques a la campaña del hoy presidente Iván Duque para la segunda vuelta en junio, porque Duque no quería arriesgarse tomándose la foto con ellos. Y los históricos ocho millones de votos de la izquierda en esa ocasión.
- Y, por último, la votación sin precedentes de la Consulta Anticorrupción de agosto que, aunque no logró el umbral, sin buses ni refrigerios sacó más apoyos que cualquier presidente elegido en el país y envió un contundente mensaje de rechazo a la clase política cuestionada.
El segundo astro que se alineó es la captura, también sin precedentes, en junio de 2018 de la en ese momento congresista conservadora Aída Merlano por supuestamente liderar una red criminal de compra y venta de votos en el Atlántico.
Como la compra de votos es una verdad tan conocida, pero nunca antes se había capturado a un congresista en ejercicio por esos hechos, al descrédito se sumó desde entonces la sensación de riesgo y de que en cualquier momento les puede pasar a ellos entre algunos políticos que se sostienen con esas prácticas.
Luego, con la posesión de Duque en agosto, llegó el tercer astro a alinearse contra las maquinarias en forma de política antimermelada.
Como hemos contado porque así nos lo han confirmado varios congresistas, el Presidente hasta ahora ha cumplido con su decisión de no buscar garantizar apoyos en el Congreso entregando cupos indicativos -el nombre técnico de la mermelada, que son partidas del presupuesto nacional cuya inversión en región es decidida informalmente por políticos que a veces usan una parte para financiarse-.
Ese asunto, confirmado además por el hecho de que Duque efectivamente no ha contado hasta ahora con aplanadora en el Legislativo, ha mermado el flujo de caja para estas locales en las maquinarias más grandes, las que por mover más billete no sólo usan la contratación local, sino la nacional.
“Las (elecciones) de Congreso implicaron una inversión muy grande, así que sí, sí se ha sentido lo de los cupos y seguramente se va a ver en que en algunos lados las campañas este año van a mover menos plata”, le dijo al respecto a La Silla Caribe un político importante que milita en el clan Char de Barranquilla, el grupo regional que más congresistas logró sacar el año pasado.
La misma fuente mencionó también la adopción en un decreto presidencial de marzo de 2019 de los pliegos tipo, que busca blindar las licitaciones para obras de infraestructura en transporte, como otro de los temas que hoy tiene pensando a las maquinarias que, como contamos en nuestro libro El Dulce poder, se alimentan de los recursos públicos.
“¿De dónde sale la plata para esto?, de la contratación, y lo que vemos es que la cosa ahí se va a poner cada vez más complicada, cada vez va a ser más difícil sostener esto, sin contar que lo de Aída (Merlano) tiene a más de uno pensando dos veces antes de organizar su tema de los votos”, confirmó a condición de no ser citado.
Otro político, excongresista de Sucre, se refirió en general al asunto del rechazo a la clase política así: “Uno ya no le puede echar embustes a la gente; la gente, sobre todo los jóvenes, y con todo esto de las redes, ya forman su propia opinión”.
Así es que algunos políticos sienten que algo puede estar comenzando a cambiar en la dinámica de la política electoral en Colombia.
Sabiendo eso, no sorprende enterarse, por ejemplo, de que hace unas semanas una empresa de asesoría estratégica que ha asesorado a grandes políticos regionales estuvo en Sucre dictando un seminario a aspirantes de pueblos de ese departamento, en donde pocas veces la dirigencia municipal había manifestado algún interés en su imagen o comunicaciones.
O que en Santander varios clanes se hayan demorado en armar sus candidaturas buscando gente que más o menos generara algo de opinión y, puntualmente, Claudia Lucero López, candidata a la Alcaldía de Bucaramanga reconocida por coordinar líderes barriales y mover maquinaria presionando contratistas, esté intentando mostrarse como una candidata independiente en su discurso.
(Aunque, por supuesto, ese no es un sentimiento general. Evidencia de ello es la cantidad de herederos que están lanzando de frente las casas lideradas por cuestionados y las abundantes alianzas ‘todo vale’, que han venido registrando las sillas regionales).
“Estas parecen ser unas elecciones desafiantes para la clase política tradicional”, resume el analista Héctor Riveros, “podría decirse que ésta se juega su suerte. La pregunta es si los sectores alternativos tendrán capacidad para morderles espacios de poder”.
A juzgar por lo que se vio en el periodo previo al cierre de inscripciones, parece que no mucho.
La realidad
Pese a que algunos ahí andan preocupados y el escenario podría estar dado, las maquinarias no entrarán en jaque en estas regionales.
Los sectores alternativos que demostraron peso el año pasado están teniendo problemas para establecer proyectos electorales fuertes y conjuntos incluso en los departamentos y ciudades en donde hace cuatro años habían ganado espacios de poder.
Además, en algunas regiones al poder de las estructuras tradicionales se ha sumado el uribismo, que al igual que los alternativos no en todas partes ha podido consolidar candidaturas propias y ha terminado aliado con los gamonales que tanto criticó en el Gobierno pasado de Juan Manuel Santos.
La primera evidencia de lo de los proyectos conjuntos alternativos es Bogotá, con la salvedad que se trata de una ciudad que ha demostrado que la Alcaldía no la determinan las maquinarias sino la opinión.
Allí la Colombia Humana de Petro no se sumó a la candidatura de la exsenadora Claudia López, sino que decidió irse con el concejal Hollman Morris, lo que podría dividir algunos votos de la izquierda entre ellos (a última hora, la exalcaldesa Clara López decidió inscribirse pero para el Concejo, invocando justamente el asunto de la unión).
Similar a lo que pasa para la Gobernación de Antioquia, en donde la carta del excandidato presidencial y exgobernador Sergio Fajardo (Iván Mauricio Pérez) no recibió el aval de sus aliados verdes, que decidieron respaldar oficialmente más bien al también exgobernador liberal Aníbal Gaviria, quien además de la de su partido van con las maquinarias de La U y Cambio Radical.
Y entre los ejemplos de empresas electorales alternativas débiles por falta de liderazgos se cuentan Bucaramanga y Nariño, en donde los alternativos ganaron hace cuatro años, pero hoy los grupos de esos respectivos mandatarios (el alcalde Rodolfo Hernández y el gobernador Camilo Romero) no lograron consolidar candidaturas para reemplazarlos y tienen a las maquinarias listas enfrente para retornar.
También Atlántico, en donde Petro, aunque no tiene poder local, les ganó a los Char en las presidenciales, pero ahora no pudo encontrar un candidato a la Gobernación distinto a su hijo Nicolás, de quien los mismos petristas de Barranquilla dicen que no tiene ningún tipo de trabajo político en el departamento.
Para mayor comodidad, además las maquinarias en algunas regiones van con el Centro Democrático del expresidente Álvaro Uribe, quien tiene voto de opinión, pero lidera un partido cuyos congresistas han sabido capitalizar burocracia en el primer año de Iván Duque y también tienen redes clientelares, como lo hemos contado.
Por ejemplo, las maquinarias exsantistas y el uribismo van juntos y en aplanadora por las gobernaciones de Córdoba, Atlántico y Magdalena en el Caribe. Aunque en ninguno de los tres casos se trata de candidatos propios uribistas, sino adoptados de los políticos tradicionales.
En este punto hay que decir que resulta paradójico que los dos mayores electores del país en las presidenciales del año pasado: Petro (que sacó ocho millones de votos) y Uribe (que puso a Duque) hayan demostrado estos meses tener tantos inconvenientes para apostar por el poder local.
(Eso con excepciones, como Putumayo y Popayán, en donde las cartas petristas pintan ganadoras. O la uribista Antioquia con los candidatos propios del Centro Democrático a la Gobernación y Alcaldía capital).
En general, las circunstancias ratifican que la dinámica de las regionales sigue siendo muy distinta a la de las elecciones a Presidencia, en las que pesa más la opinión.
Pese a su descrédito y exposición, las estructuras de la política tradicional parecen seguir moviéndose localmente sin incomodidades o amenazas definitivas.
Aunque, aún faltan tres meses de agua de campaña corriendo bajo el puente y a la historia de estas elecciones le faltan muchas páginas.
Por ahora, los caciques seguirán siendo el rey.