Los Tori: el nuevo poder de Colombia

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Luis David Rincón, Tori, presidente de la junta de acción comunal de Ca?o Indio.

En la lógica de desconcentrar el poder de las élites, hay personajes en las regiones que se volverán protagonistas en las zonas donde se priorizará la ejecución de los acuerdos. La Silla estuvo dos días en Caño Indio en el Catatumbo con el presidente de la junta de acción comunal.

 

Esa era una noche importante para el país. El Presidente Santos estaba a punto de anunciar el acuerdo final entre el Gobierno y las Farc, y mientras muchos esperaban la alocución, en medio de la Colombia olvidada, a la que nadie entra en su sano juicio con el riesgo de que le coja la noche a menos de que viva allá, íbamos Tori y yo, rumbo hacia Caño Indio.

Tori es el presidente de la junta de acción comunal de Caño Indio, la vereda del Catatumbo en Tibú, Norte de Santander, en la que por seis meses se concentrarán varios frentes de las Farc para desmovilizarse.

Este joven de 29 años, que ha sobrevivido a la guerra, será uno de los nuevos protagonistas del poder en Colombia si en octubre gana el Sí en el plebiscito y los acuerdos de la Habana no quedan en letra muerta.

“El día que nos empezaron a matar”

“¿Quiere que le diga el día en que nos empezaron a matar? Yo sí se lo voy a decir, eso fue el 29 de mayo de 1999”.

Tori empezó a contar su historia. Íbamos en la vía a La Gabarra, a cuatro horas de Cúcuta. Las ráfagas de viento contra la cara mitigaban el calor cuando me señaló un punto en la carretera. En ese punto fue la primera vez que se encontró con la guerra de frente. Tenía 14 años.

Cuenta que ese día venía de Vetas (una vereda cercana a Caño Indio) con su hermano Darío, 4 o 5 años mayor que él. Iban en un carro con otras personas cuando unos uniformados orillaron el carro y les pidieron bajarse. Dijeron que eran de las Autodefensas Unidas de Colombia.

“A los que éramos menores de edad nos separaron y nos hicieron caminar, uno lo que escuchaba eran gritos y tiros a lo lejos”, recuerda Tori. “A los que tenían coca los mataban de una. Yo tenía 700 mil pesos porque me habían pagado por los jornales que había hecho raspando coca (quitándole la hoja a la mata) y eso me lo robaron”.

Antes de la coca, Tori jornaleaba todo el día sembrando o arriando ganado y le pagaban solo 2.500 pesos. Raspando ganaba hasta 14 mil pesos el jornal. “Eso era mucha plata pa’ uno” dice.

A Tori le tocó recoger los muertos ese día y solo luego lo dejaron ir. Su hermano también se había salvado y de ahí se fueron caminando hasta cuando pasó un señor en un carro y los acercó al pueblo.

Ese día en el que Tori perdió la plata de su jornal, y le tocó recoger cuerpos, quedó grabado como el de la primera masacre de paramilitares en el Catatumbo.

Sucedió en la vía a La Gabarra cuando las Autodefensas montaron un retén y mataron indiscriminadamente a campesinos de la zona, en señal de su intención de quedarse con el control de la producción de coca, que en ese entonces estaba en manos de las Farc y el ELN.

Según los reportes oficiales hubo cinco muertos; según los relatos de testigos, varias decenas.

Más adelante, Tori se detuvo. Me mostró un muro que fue levantado sobre la vía por la Asociación de Campesinos del Catatumbo, Ascamcat, -a la que él pertenece- en memoria de las víctimas de esa masacre.

“La memoria trae al presente a los que ya no están, los hace regresar del olvido”, dice el mural.

Tori

El nombre de Tori es Luis David Rincón. Nació en Sardinata, municipio del Catatumbo, es el quinto de siete hermanos y el único de ellos que tiene un papá diferente. Le debe su apodo a una novela venezolana en la que uno de los personajes se parecía mucho a él.

Tori solo estudió hasta segundo de primaria, y cuando tenía ocho años se fue a trabajar en el campo. Allá se ganó sus primeros jornales y se hizo fama de buen trabajador. Primero estuvo en Sardinata y luego fue pasando por varias veredas hasta que cuando tenía 13 años llegó a Vetas en Tibú y empezó a raspar a coca.

Allí estuvo hasta el día de la masacre de La Gabarra y no volvió sino hasta varios años después.

En el intermedio raspó coca en el corregimiento Las Mercedes, en Sardinata, hasta los 18 años, cuando en vísperas de Navidad, los paras irrumpieron en la finca de su patrón y se lo llevaron junto a otros jornaleros.

“Durante el tiempo que nos tuvieron todos los días nos decían, mañana sí los matamos. El día en el que se acababa la comida, dejaban salir a tres de nosotros y si los que iban a comprarla no volvían, nos mataban. A mí me daba susto quedarme”, recordó.

A los 19 años Tori volvió a Vetas y empezó a trabajar, primero como jornalero y luego como raspachín. Tres años más tarde y ya en Caño Indio conoció a la mamá de sus dos hijos, de quien se separó hace algunos meses. Él dice que fue por su trabajo.

“Es que con lo de la junta a uno le toca estar moviéndose para todos lados, estar pendiente de todo. Mire, cuando estoy sin señal y llego a un lugar donde sí coge tengo hasta 180 llamadas perdidas”.

Desde que era un niño a Tori le llamó la atención ser un líder comunal. Su primer cargo en una junta fue en Sardinata cuando tenía 15 años. Allí le delegaron el comité de deportes, luego fue el tesorero de Palmeras, una de las veredas contiguas a Caño Indio, y hace dos años se convirtió en el presidente de la junta de acción comunal de esa última vereda.

“A mí siempre me ha gustado, me parece bueno poder ayudar. Pero a uno le dan nervios, cuando uno no sabe, no crea”, diría después.

En las entrañas de Caño Indio

Entrar en la selva del Catatumbo en la noche en medio de una trocha da miedo por tres razones: la primera porque el camino tiene tanto monte que en cualquier momento uno se puede caer; la segunda, porque ahí manda la guerrilla, y la tercera, porque es la misma selva la que se está cruzando.

Del Mirador -punto de la vía a La Gabarra en el que está el desvío hacia Caño Indio- en adelante, ya sin brisa, los zancudos abundan y casi todo era penumbra. Solo se veía con claridad lo que la luz de la moto iluminaba.

Aunque las zonas de concentración no debían estar cerca a la frontera ni tener cultivos ilícitos, Caño Indio - ubicado a casi cinco horas de Cúcuta- está a una hora y media en carretera destapada del paso hacia Venezuela y tiene cultivos de coca. Todos viven de ella.

Aunque en la cabecera municipal de Tibú se teme que, yendo tras la coca, el ELN y el EPL empiecen a tomar los espacios que van a dejar las Farc apenas se concentren, y de hecho el avance de esos grupos se ha empezado a sentir (en el municipio van 28 asesinatos en lo corrido del año y varios se los han atribuído a esos dos grupos), en Caño Indio dicen que a su territorio no van llegar.

“Esos son acuerdos que ellos (los grupos armados) tienen, nadie pasa para el lado del otro”, explicó Tori.

Tori paró en El Puerto que es una casa hecha de tabla, al igual que todas las 53 de Caño Indio. La diferencia es que el dueño tiene una tienda, planta de energía y un televisor.

Los habitantes de Caño Indio llegan allá a cargar sus celulares y se reúnen para ver películas o para hablar de lo que está pasando en la vereda.

Esa noche, Tori habló sobre los indígenas Barí con otros dos campesinos y se enteró de que lo habían ido a buscar.

“Voy a hablar con la directiva (de la junta), ahí decimos todo lo que pensamos y luego vamos a hablar con los Barí, para ver qué pasa. Nosotros también somos indios, y queremos saber qué pasa, porque lo importante es que se aclare lo que está pasando”, dijo.

Aunque hacía poco el anuncio de Juan Manuel Santos sobre el acuerdo final se había transmitido, nadie habló sobre eso. En Caño Indio a nadie le trasnochó el anuncio.

“Si usted me pregunta si quieren paz. Sí, todos queremos paz. Ahora estamos esperando es a que se cumpla todo, porque usted ya va a ver todas las necesidades de Caño Indio”, dijo.

Vivir en Caño Indio

Caño Indio ha sido dominado por las Farc en las últimas tres décadas; esa guerrilla solo perdió el control de la zona del 99 al 2004 cuando los paramilitares se la tomaron.

Allí se mueve el frente 33 de las Farc y  están las columnas móviles Antonia Santos y Resistencia del Catatumbo, y aunque todos los campesinos de la vereda saben que la guerrilla los está vigilando, nadie habla sobre el tema. Tampoco le temen.

Dicen que la guerrilla “es bien” con ellos y que aunque las Farc dominan la zona, los campesinos tienen voz y voto.

¿Qué tan libre es esa voz y ese voto? Es difícil saberlo con estar allí solo un par de días .Los campesinos de Caño Indio son lo que se llamaría “su base social”, que simpatiza con ellos no por su ideología de izquierda, sino porque sienten que una de las peleas de las Farc está ligada a mejores condiciones para los campesinos como ellos.

“Todo se habla, cuando uno habla no hay problemas. Ellos saben quién entra y quién sale, pero por lo demás ellos no aparecen casi nunca. A uno le toca estar pendiente de todo lo que pasa, pero la mayoría de veces la comunidad es la que tiene que estar de acuerdo”,  explicó Tori.  

Cuando le pregunto a Tori sobre la relación de Ascamcat con las Farc, que siempre se menciona en los medios bogotanos, Tori dice que no hay tal relación, que ellos eran campesinos.

“No a todo el mundo le gusta Ascamcat”, dice. “Yo no veo problema con eso, hay otras organizaciones. Lo importante es trabajar juntos”.

Nos volvimos a montar en la moto, pero esta vez entre los matorrales, en medio de la selva. Diez minutos después llegamos al rancho en el que íbamos a pasar la noche.

El rancho era humilde, ordenado y limpio. Las tejas de zinc, las paredes de tabla y el piso de tierra.

- ¿Usted qué piensa del Presidente Santos?, le pregunté.

- Yo creo que en medio de todo, ha sido un Presidente que ha aportado. Pero también ha dicho unas cosas... como lo del Bronx. Él no sabe nada de lo que hemos sufrido acá y nos fue a decir consumidores de drogas cuando aquí lo que hacemos es trabajar para poder sobrevivir.

Esa noche también habló de la votación del plebiscito. Tori contó que va por el sí, y según dice él, todos los habitantes de la vereda también, pero también dijo que no tiene claro dónde tiene que votar, porque en las elecciones del año pasado inscribió su cédula en Tibú y el Consejo Nacional Electoral se la revocó.

“Ahora dizque aparezco en un municipio del Cesar. Yo no sé cómo voy a hacer para votar ese día. Hay que esperar a ver qué dicen de la votación, porque así es muy arrecho”, me dijo antes de dormir.

- Si quiero ir al baño ¿qué hago?, le pregunté.

Con una mano señaló todas las tierras a su alrededor y dijo - escoja-.

- ¿Y el agua para bañarme?

- Ahí hay un pote grande con agua, puede sacarla de allí.

El agua para todo en Caño Indio viene de un riachuelo que tiene el mismo nombre de la vereda. No hay un grifo para sacarla.

Ser líder del Catatumbo

Tori se volvió líder comunal en el Catatumbo en el paro de 2013. “Yo estuve 52 días allá (los que duró el paro). Con 480 personas peleando por lo nuestro”, dice orgulloso

Ocho meses antes de que ese paro arrancara, fue que Tori se unió a Ascamcat, la asociación de campesinos que lo lideró. Ese paro fue el mismo que Santos dijo que no existía, que logró paralizar al país y que puso al Catatumbo sobre el mapa.

“A nosotros (los de la vereda) Ascamcat nos preguntó si queríamos ir a protestar y a exigirle al gobierno que cumpliera y muchos dijeron que sí. A algunos ni les importó y no salieron de sus casas. Yo me fui al frente. A uno le daban nervios muchas veces, pero no podíamos permitir que erradicaran todos los cultivos de coca, de qué vamos a vivir”, recordó Tori.

Y continuó: “Nosotros no estamos en contra de la erradicación, pero eso tiene que ser gradual... Es que como dicen en mi tierra ¡Plata en mano, culo en tierra!”.

Al final de esos 52 días los campesinos del Catatumbo, liderados, entre otros, por Tori, llegaron a acuerdos en la Mesa de Interlocución y Acuerdos, MIA. Dice que a hoy, tres años después, la mayoría de lo pactado no se ha cumplido.

Tori también estuvo en mayo del año pasado en la toma de la Guardia Campesina del Catatumbo a la Defensoría del Pueblo en Bogotá para reclamar por el incumplimiento de los acuerdos de la MIA.

Incluso, tras esa manifestación, terminó en la oficina del Presidente Santos junto a otros líderes de esa región pidiendo que el Gobierno cumpliera con los acuerdos. “Nada ha pasado aún”, dice.

“Yo he ido aprendiendo a ser líder, pero uno al principio se asusta por no tener los mismos estudios, o por no encontrar las palabras adecuadas. Uno busca entre lo que sabe y sale con la misma palabra de siempre”, dijo Tori.

Él además de ser presidente de la Junta de Caño Indio, también lidera a los presidentes de junta de las veredas de Palmeras - Mirador, Progreso 2 y Chiquinquirá. Entre todas suman 160 familias.

El clamor

Moverse en Caño Indio es avanzar literalmente dentro la selva. Los caminos los han abierto los mismos campesinos con sus machetes y pagando en el mejor de los casos bulldozers por hora con plata que han recogido en bazares.

“Si ni siquiera dieron para la escuela, imagínese usted todo lo que tenemos que hacer aquí para arreglar la vereda”, dijo Tori.

Ese día Tori visitó cinco casas, todas iguales, con paredes de tabla, tejas de zinc y pisos de tierra, y todas con las mismas historias. Son de campesinos que han sido desplazados y que viven de la siembra de coca, porque no tienen nada más para sostenerse.

“Uno sabe que la paz no va a llegar ya, este es solo un paso. Esto hasta ahora empieza. Ojalá que esta vez nos cumplan, porque la paz empieza por casa”, dijo una campesina, que consultaba a Tori con la mirada antes de opinar.

Más allá de la desmovilización de las Farc, lo que significa para la gente de Caño Indio ser una zona de concentración es la inversión que creen que va a llegar.

Según los anuncios hechos por los delegados de la comisión de verificación del Gobierno, a esa vereda por fin le va a llegar luz y también se va a construir un acueducto. Los campesinos esperan que todo empiece a cambiar, porque la inversión que llegaría sería concertada con ellos, y ellos serían los primeros contratados para hacer las obras que se emprenderán.

Precisamente éste es uno de los grandes cambios que traería el Acuerdo de Paz: toda la idea del enfoque de “paz territorial” de la negociación con las Farc es que la democracia se va a construir “de abajo hacia arriba”, como lo ha explicado varias veces Sergio Jaramillo, el Comisionado de Paz.

En esa lógica de desconcentrar el poder de las élites, Tori será el encargado de hacer que la llegada del Estado a esa vereda beneficie a las 53 familias que viven allá, coordinar la entrega de empleos, de mejoramientos de vivienda y de la construcción de la vía.

“Aquí lo que uno quiere es el beneficio para todos. Hay que mirar que si llega la luz les llegue a todas las casas, que todo lo que pase sea para todos, por eso yo necesito tener todo bien organizado, con los nombres, con las casas, para atender todos los problemas”, explicó sobre sus tareas.

Sin embargo, en Caño Indio tienen miedo de que el Estado solo llegue para suplir las necesidades de los campamentos de las Farc.

“Lo que no nos puede pasar es que después de los seis meses de la concentración todo siga igual. A todos nos tiene que llegar agua y luz. También hay que pensar en la vía porque sin eso no podremos cultivar otros productos”, dijo Tori después de salir de esa casa. Él conoce bien los acuerdos, porque Ascamcat les ha hecho la pedagogía.

De camino Tori resolvió todos los problemas de los habitantes de Caño Indio en cada una de las casas. Habló del contrato del profesor de la escuela y de su continuidad, de unas canecas que se perdieron y de cómo atrapar a los culpables, de los Barí, y hasta de tres nuevas familias que viven en otra vereda pero podrían inscribirse en la vereda de Caño Indio, eso para que cuando llegue la inversión, todas la reciban.

De regreso habló de las Farc: “A mí no me parece emocionante ver a un guerrillero, ni a un militar. Yo creo que el día verdaderamente histórico será el que Santos y Timochenko lleguen a Caño Indio”.

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