La sociedad colombiana se ha adaptado a la violencia que contra ella se ejerce, absorbiéndola e integrándola a sus estructuras, pasando de este modo a ser una variable activa de su ordenamiento social.
La violencia como medio idóneo
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Foto: Santiago Mesa Rico
La violencia en Colombia ha sido vista como un medio idóneo para la obtención de fines políticos y ha sido una constante en la historia colombiana.
En el contexto colombiano, la violencia no solo presenta variables políticas, sino también de tipo económico, social y agrario, fundamentales para comprender la totalidad del proceso violento en dicho país.
Entre los cientistas sociales se han instalado dos visiones que buscan dar una explicación al fenómeno de la violencia en Colombia.
Por un lado, están los que sostienen que en Colombia existe una cultura de la violencia o una tradición de continuidad histórica de la violencia.
Esta visión se basaría, entre otros aspectos, en la libertad con la que operan los violentos, una especie de garantía tácita en cuanto a la impunidad ante el uso ilegal de la violencia.
De ahí, que para ciertos casos, un gran porcentaje de la población colombiana considere el uso de la violencia como algo efectivo, natural y lógico. En este caso, el problema no es la falta de leyes o de normas, sino la omisión consciente que por distintos motivos los ciudadanos hacen de ellas.
Esto conduce a una aplicación de justicia por cuenta propia, lo que provoca una interminable secuencia de hechos violentos. Esta situación es propia de situaciones de anomia social, entendida como un estado de la sociedad causado por la ausencia o falta de una sólida estructura normativa (obligatoria y legítima), debida a la fragilidad del Estado y las instituciones que conforman su rama judicial.
En la otra orilla se encuentran los que consideran la violencia como un hecho o fenómeno discontinuo en la historia de Colombia.
Esta corriente plantea que cada fenómeno de violencia debe ser analizado por separado. Apoyándose en fuentes estadísticas, estos cientistas sociales distinguen entre los que se podrían denominar ‘montañas de violencia’ y ‘valles de violencia’. Afirmando que entre 1902 y 1946 no se presentaron conflictos relevantes cuya resolución hiciera uso de la violencia, y lo mismo sucede en 1958 con la instalación del Frente Nacional.
En síntesis, estos autores sostienen que la violencia en Colombia no puede ser considerada como un problema endémico o permanente y plantean la búsqueda de sus causas en hechos concretos, es decir, en sus distintas raíces.
Al revisar la historia reciente de Colombia, en especial desde mediados del siglo XX hasta la actualidad, se puede apreciar claramente que distintas visiones y tipos de violencia se entrecruzan constantemente, repeliéndose en unos casos (estatal/contraestatal), conviviendo en otros (estatal/paraestatal), y mutando y en algunos casos generando nuevas violencias (narcotráfico, narcoestatal, narcoparamilitar, narcoguerrillera).
Así, pues, la violencia política en Colombia puede ser evaluada tanto en sentido genérico como en cuanto dimensión de las relaciones interpersonales y de las estructuras sociales.
En este sentido, la fuerza se utiliza como un medio para transformar, corregir o mantener determinado tipo de relaciones sociales y productivas, y se aplica en diferentes esferas: interpersonal, local, regional y estructural (Estado).
En Colombia, la violencia política no desaparece sino que se adapta continuamente a nuevas modalidades, vinculándose a las estructuras socioeconómicas del país.
La profunda interconexión que existe entre los partidos tradicionales y el Estado, y su capacidad de supervivencia junto a la continuidad de sectores autoritarios, hacen que se configure una estructura de poder con poca o mínima tolerancia a cualquier señal de alteración del orden social.
Así, la democracia colombiana se presenta como principesca y endogámica, configurando la ilusión de un Estado de derecho sin democracia. Hasta inicios de los años 90, el bipartidismo fue el aglutinador ideológico de la nacionalidad colombiana. Al carecer de una relativa nación articulada, el bipartidismo suplió ese papel.
En Colombia, los altos niveles de violencia con fines políticos están lejos de desintegrar o fracturar profundamente la estabilidad social o institucional, ya que la sociedad en general ha logrado soportar la violencia en niveles superiores a los aceptados en contextos sociales europeos, normalmente pacíficos. La sociedad colombiana se ha adaptado a la violencia que contra ella se ejerce, absorbiéndola e integrándola a sus estructuras, pasando de este modo a ser una variable activa de su ordenamiento social.
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