Acuéstese ciclista, levántese bici-usuario(a)
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En Bucaramanga ocurre un fenómeno curioso que a lo mejor no es exclusivo de esta comarca. Se trata del síndrome del ciclista recreativo. Un síndrome que tiene su origen en las hordas y hordas de pedalistas que se ven todos los días recorriendo las rutas más populares en los alrededores de la capital santandereana, pero que no se reflejan en la cantidad de viajes urbanos en bicicleta.
La vía al Alto de los Padres, cualquier día de la semana en horas de la mañana, parece la ciclovía dominical de una gran ciudad. Por los lados de Acapulco reportan que, a veces, los buses no pueden circular. Rumbo al Aeropuerto, ni hablar. La fiebre por el ciclismo crece cada día más en esta urbe y los vendedores de bicicletas lo celebran a rabiar.
Pero es un fenómeno curioso, porque esa masa ciclista no se refleja en la cotidianidad de las calles bumanguesas y sus nuevas y controversiales ciclorrutas. No es que no exista gente que pedalee; la hay de sobra. Lo que escasea son personas que usen la bicicleta como medio de transporte en el día a día.
Y no estoy sugiriendo que quien nunca ha tenido experiencia sobre las bielas de buenas a primeras se baje del carro (o de la moto) y arranque a pedalear en medio del tráfico. No. Sería muy irresponsable. Más bien se invita a quien es ciclista experimentado a que encuentre en su deporte favorito también su modo de transporte.
Los escépticos a la ciclo-inclusión no hacen sino quejarse en redes sociales publicando una foto de las aún no inauguradas y vacías ciclorrutas al lado de la leyenda: “¿y dónde están los ciclistas?”.
En parte tienen razón. Como ya he explicado anteriormente, ganar nuevos usuarios de la ciclorruta es un proceso que lleva tiempo: estamos hablando de meses, incluso años.
Dicho de otra manera, la ciclo-infraestructura que se construye hoy está pensada en el mañana. Es decir, si fuera por el 5 por ciento que, según el observatorio ciudadano Bucaramanga Cómo Vamos (Septiembre, 2019), usa la bicicleta como medio de transporte, las ciclorrutas serían inviables; no habría estudio de mercadeo que soportara su construcción.
Pero como hacer vías ciclistas no obedece al marketing, y se ha tornado en una decisión política impopular que en la mayoría de casos es vista como una afrenta al uso del carro particular (y la moto), y no como una medida que a la larga beneficia a toda la ciudadanía e inclusive a aquellos que por alguna razón no pueden prescindir del auto, de inmediato aparece la lluvia de críticas desde diversos sectores de la sociedad.
Empezando por el ciudadano de a pie que en medio de su desubique compró una cicla pensando en hacer deporte, inspirado, quizás, por los triunfos de Nairo o Mariana –eso está muy bien– pero que nunca la vio como una opción “real” de transporte. Es ese mismo ciudadano que monta la bicicleta en su vehículo automotor para llegar al punto de encuentro, hacer su ruta, y vuelve a motorizarse para devolverse a casa. ¿Le han visto?
Y terminando con algunos dirigentes de turno que se subieron a la cicla pero se bajaron de la movilidad sostenible, de la Nueva Agenda Urbana, de la Guía de ciclo-infraestructura para ciudades colombianas, o simplemente ignoran los preceptos asociados a la nueva normalidad donde la bicicleta es reina.
¿Pero de dónde viene el escepticismo, desdén o miedo de pedalear en la ciudad? He elaborado una lista de posibles causas. Las principales son estas:
Primero, porque no hay (suficientes) ciclorrutas. Pero es que ya son 20 kilómetros, de más de 500 de las vías totales de Bucaramanga. ¡Nada! Pero había que iniciar con algo.
Segundo, por el miedo a sudar, esa condición tan natural pero socialmente tan poco bien vista. Se cree que usar la cicla en la ciudad equivale a llegar al destino ‘juagado’ en sudor. Y no es así. Si se asume el recorrido diario como una contrarreloj individual, o se cree que será como correr una etapa de 200 kilómetros de una gran vuelta, no sudar sería ilógico.
Tampoco es que el sol sea inclemente en las horas donde se esperan los viajes casa-trabajo-casa o que todas las calles de la ciudad sean premios de montaña. No. Es cuestión de utilizar la relación adecuada que permita llevar un ritmo eficiente pero tranquilo, sin pasar por alto que el ciclismo es un ejercicio físico, y que cuando se hace ejercicio físico generalmente se suda. Es algo natural. ¿Cuál es el problema? Solo una sociedad enferma le tiene miedo a lo natural.
Tercero, porque en cierto imaginario colectivo aún sobrevive la idea de que ir en bicicleta por la ciudad es de pobres, marginales o de ciudadanos de segunda categoría. El auto particular (cuya mutación actual son las SUV’s) como “símbolo de estatus” es una idea que fue colonizada exitosamente en muchas mentes bajo la premisa de “casa, carro y beca” como ideal de vida. El auto se catapultó como una realización a pequeña escala y a distancia del “sueño americano” promovido en los años 50 del siglo pasado. La industria automotriz lo celebró (y lo sigue celebrando) a rabiar.
No menos cierto es que usar la bicicleta favorece la igualdad social. Da igual que se vaya en una cicla de 20 millones o de 200 mil pesos: se ocupa el mismo espacio, se va a la misma altura de la calzada, se circula por las mismas vías, se respira el mismo aire. Eso es democratizar la calle. Sea rico o pobre, usted va en cicla y pedalea por la ciudad, nada más importa.
Y cuarto, porque no hay cultura de respeto hacia el ciclista por parte de los motoristas en las vías, lo cual es medianamente cierto aunque hay que reconocer que se ha avanzado un poco.
Pero lo que ignora la mayoría es que esa cultura se va generando a medida que el número de bici-usuarios va creciendo. En los Países Bajos o Dinamarca no esperaron a que “la cultura” existiera para empezar a crear ciclorrutas. Ambas, cultura e infraestructura, se fueron generando a la par. Empezaron por allá en los años 70, hoy día son referentes mundiales.
"Ah, pero, es que no somos holandeses ni daneses”, dirán algunos. La cultura del automóvil y del desarrollo urbano en torno a él no son ideas endémicas de estas tierras, y sin embargo, nos las vendieron y las compramos dichosos. Y todavía hay quienes las defienden como su propia vida.
Surge entonces la pregunta: ¿Bucaramanga podrá avanzar en la cultura de la bicicleta o nos quedaremos dando vueltas en el ciclo banal de la disputa política y el desconocimiento del otro?
Como dijera el gran Egan Bernal, el camino pondrá a cada quien en su lugar.
Nota explicatoria del título de la columna: en la Semana de la bicicleta del año 2012 celebrada en Bogotá, el docente, filósofo y ex-ciclista profesional José Pablo Rodríguez Samacá hizo una presentación de su proyecto de grado "Montar en bicicleta", un satisfactor de necesidades axiológicas basado en los trabajos del premio nobel de economía Manfred Max Neef y su tesis sobre el desarrollo a escala humana. En esa presentación José Pablo explicó, según su punto de vista, las acepciones para "ciclista" y "bici-usuario", dejando claro que para el primero su relación con la bicicleta obedece más a una cuestión laboral, a una profesionalización del deporte, mientras que para el segundo es una relación guiada más por la ocasión. En todo caso, un tercer término surgió y es el de "montador de bicicleta" para referirse a alguien que tiene una relación más estrecha, profunda y de pertenencia, pero que, para no complicar más la cosa, sencillamente se deja sobre el tintero en el presente escrito.
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