Asustarse es cuestión de método: el contagio del 21/22N en Cali y Bogotá
meme22n2.jpg
A estas alturas está claro: el jueves 21 y viernes 22 de noviembre se vivió un pánico colectivo en Cali y Bogotá. Con un libreto similar, ambas ciudades entraron en un peligroso estado de zozobra por cuenta de una mezcla de noticias, rumores y mentiras, que se transmitieron como un virus por sistemas de mensajería y redes sociales.
¿Cuál fue la relación entre lo que pasó ‘offline’ y el debate desordenado en internet? ¿Por qué tuvo tanto impacto el voz a voz en Whatsapp? ¿Qué tanta coordinación hubo en estos episodios? En Linterna Verde revisamos tuits, cadenas de Whatsapp y noticias para intentar responder estas preguntas.
Desde que a comienzos de noviembre se anunció el paro nacional del 21, el gobierno de Iván Duque promovió una estrategia muy clara para enfrentarlo. Las manifestaciones –argumentaban la Presidencia y el Centro Democrático– hacían parte de una agenda internacional de desestabilización; estarían infiltradas por extranjeros y desembocarían en vandalismo. El mensaje quedó claramente plasmado en las piezas de comunicación previas al paro: marchar era restar.
. |
|
Como ya es ampliamente conocido, de manera paralela a las marchas del jueves 21 hubo actos de vandalismo y saqueo en el país, pero sobre todo en Bogotá y Cali. En la capital, la Plaza de Bolívar terminó evacuada por el Esmad al final de la tarde, mientras en localidades como Suba y Kennedy hubo enfrentamientos, daños a estaciones de Transmilenio y robos en almacenes. La foto era similar en el centro de Cali, en varias estaciones del Mío y en algunas zonas comerciales.
En medio de ese complejo escenario, a las tres de la tarde la Alcaldía de Cali decretó el toque de queda. La medida buscaba controlar la inseguridad en la ciudad, pero también era la declaración de un estado de riesgo. Un día después pasaría lo mismo en Bogotá: inicialmente se decretó en algunas localidades, pero poco después se extendió a toda la ciudad. Era la primera vez que estos sucedía en ambas capitales desde la década de los setenta.
‘Nosotros’ versus el ‘otro’
Más allá de las diferencias en tiempo, modo y lugar, lo que pasó en Cali y Bogotá fue muy similar. Las protestas, el vandalismo y los saqueos desembocaron en la declaratoria de una emergencia oficial. A ese presente, que las autoridades enmarcaron indistintamente como un problema de orden público, se sumaba la indignación de los manifestantes, para quienes el toque de queda fue una forma de silenciar la protesta. Había paranoia, miedo e incertidumbre.
Con el paso de las horas –el jueves en Cali y el viernes en Bogotá–, las calles se fueron desocupando y la gente se refugió en sus casas por cuenta del toque de queda. El espacio público era tierra de nadie; el hogar, el único lugar seguro. En ese contexto de fragilidad y sensación de riesgo, la desinformación se regó como pólvora en Whatsapp: el vandalismo que habíamos visto por televisión llegaría directamente a la sala de la casa.
|
A pesar de la inverosimilitud de algunos de estos mensajes, la amenaza que presentaban era contundente: se conectaba con los hechos del día, sucedía en un estado de orden público excepcional y alimentaba el miedo a otras comunidades y sectores de la ciudad. Como explicó La Silla Pacífico, en el caso de Cali la desigualdad social y el miedo a los pobres definieron al ‘otro’. En Bogotá, aparecieron agresiones a los venezolanos (ver aquí análisis detallado). El contagio no era el resultado de la ignorancia sino del prejuicio, como se ha analizado en otros países en casos de rumores difundidos por Whatsapp.
La narrativa que vimos en adelante fue bastante clara: había vándalos recorriendo las calles y metiéndose en conjuntos y unidades; la Policía no estaba; los vecinos tenían que organizarse y defenderse solos. La amenaza se concretaba, tal vez no en primera persona, pero sí en alguien cercano: le pasó a mi primo, lo vio mi vecino, lo reportó un colega.
|
Varias de las las cadenas de Whatsapp que identificamos contenían instrucciones que, en efecto, la gente empezó a cumplir al pie de la letra: había que ponerse camisetas blancas para diferenciarse de los malos; armarse de palos, varillas e incluso armas, y hacer turnos con los vecinos hasta entrada la madrugada. La aparente calma era realmente la antesala de un ataque.
|
El testimonio en primera persona de propios y extraños genera un contagio emocional y refuerza la convicción de que se enfrenta una amenaza. Como explica Damon Centola, el valor de la conducta se incrementa a medida que otras persona la adoptan, con lo cual aumentan también la credibilidad y la legitimidad del hecho. Esto explica en parte que en Bogotá las lecciones de Cali de la noche anterior hubieran pasado de largo: la convicción y el pensamiento grupal funcionaron inconscientemente como anticuerpos; simplemente no digerimos esta información.
|
|
|
La difusión social vino acompañada de un aislamiento físico que se proyectó también en las comunidades digitales. Es decir: la amenaza externa, que se refuerza y retroalimenta por rumores que vienen de afuera, convirtió las unidades o conjuntos residenciales, y los grupos digitales donde se reúnen –las redes cercanas–, en islas.
El instinto de supervivencia rompió cualquier burbuja política o religiosa de quienes compartían ese espacio; el ‘otro’ ya no estaba definido en el espectro ideológico. En esa situación extrema, los vecinos eran una micro-red de estrecha confianza unidos en la defensa de su territorio.
|
|
Tanto en Cali como en Bogotá los reportes de vandalismo, las cadenas de mensajes y los llamados a la acción, entraron en las redes sociales en la noche, cuando ya era evidente un estado de contagio entre la ciudadanía. En Twitter la conversación alrededor del tema despegó hacia las siete de la noche y se decantó cerca de la medianoche.
|
|
|
|
Algunos de quienes vivimos lo que pasó en Bogotá la noche del viernes 22 experimentamos una sensación de adicción y desamparo. Hacia las 10 PM las transmisiones de los noticieros terminaron, las voces oficiales dejaron de emitir reportes y muchas fuentes confiables apagaron el celular. Twitter se convirtió entonces en un territorio libre para la especulación y la desinformación, aunado al deseo de la gente de querer saber algo más.
La académica norteamericana Natasha Dow Schüll compara la adicción a las redes sociales con los casinos. Después de un tiempo de uso, el individuo entra en la ‘zona de la máquina’, un flujo agotador de la acción y la atención del que no se puede salir fácilmente y donde la autonomía tiende a perderse. Presos de todo tipo de emociones, muchos de los que tuiteaban y compartían estaban abstraídos en el ciclo de la red social.
¿Hubo una acción coordinada?
El hecho de que en Bogotá haya pasado lo mismo que en Cali indica que posiblemente hubo algún tipo de coordinación para incitar el miedo y la zozobra. Hay varios elementos claros: audios idénticos en versión masculina y femenina, videos reciclados que se usaron como prueba del vandalismo en ambas ciudades, y testigos que, en efecto, fueron intimidados por el mismo ‘modus operandi’ de individuos que pasaban por los conjuntos.
Sin embargo, si este plan ocurrió se desarrolló sobre todo en las horas previas a la crisis de la noche y a través de Whatsapp. En la conversación que monitoreamos en Twitter no se evidencia una clara coordinación. Tampoco detectamos acciones conjuntas de ‘bots’ o cuentas tipo ‘call center’.
Revisamos cerca de 70 mil tuits entre las 3 PM y la medianoche del viernes 22 donde se hicieron denuncias ciudadanas o actos de vandalismo, y encontramos que el 91% de las cuentas solo produjeron un tuit. Del 9% restante, solo 28 cuentas tienen más de cinco tuits. Es decir, no hubo una producción masiva de tuits desde nodos concentrados.
De manera complementaria, analizamos las primeras denuncias en Twitter sobre vandalismo en Bogotá, temprano en la tarde del viernes 22, en zonas como Molinos, Chicalá, Suba y Parques de Bosa. Lo que encontramos fue una actividad orgánica de cuentas que querían alertar a las autoridades o a los medios de comunicación.
|
|
Tampoco encontramos asidero en las denuncias que se hicieron en Twitter. El viernes en la noche, por ejemplo, Gustavo Petro denunció la existencia de cuentas falsas que estarían sembrando el pánico. Poco después las influenciadoras Calle y Poché –cuyo canal de Youtube tiene más de siete millones de seguidores– le explicaron al Senador que se trataba de su comunidad de fans (conocidos como ‘catchers’), que había compartido el mismo mensaje en respuesta a un llamado de apoyo. En efecto, al analizarlas desde varios protocolos de detección de cuentas falsas, no lo son.
|
|
Más allá de lo que pudo pasar en las horas previas a la crisis y en la conversación de Whatsapp que no podemos observar, lo que hubo en Twitter en Cali y Bogotá fue una mezcla de amplificación irreflexiva, miedo orgánico y oportunismo.
Líderes políticos y de opinión de orillas distintas contribuyeron a propagar el mismo miedo: el jueves Gustavo Petro invitaba a la comunidad a organizarse, y un día después era María Fernanda Cabal la que advertía de los planes de saqueo y hacía un llamado similar. En otros casos, periodistas como María Jimena Duzán cuestionaron la utilidad del toque de queda frente a lo que parecía una ciudad acorralada.
Mientras el vandalismo había sido encuadrado siempre como un efecto colateral de las manifestaciones, en algún punto de la noche algunos youtubers e influenciadores empezaron a hablar de una supuesta conspiración de la "fuerza pública" para propagar pánico y vender seguridad. Ahora el ‘otro’ era también la Policía o el Estado.
Sobre las 11 de la noche del viernes el alcalde Enrique Peñalosa hizo un llamado a la calma, pero también habló de una “campaña orquestada para crear terror”. Su afirmación quedó como un gran interrogante. La desconfianza y la especulación se mezclaron con la vergüenza de haber entrado tan fácilmente en pánico.
El 21N y 22N en Cali y Bogotá ya hacen parte de la historia de ambas ciudades, como el mismo cacerolazo que se tomó el país. Para muchos de nosotros, fue una noche delirante que aún no entendemos. Y si bien quedan muchas dudas, algo está claro: en condiciones extremas, y en medio de un ambiente de desconfianza y susceptibilidad, el pánico es viral y el miedo es el verdadero influenciador.
*Este artículo se escribió en equipo con @CarlosCortes. Linterna Verde investigó este tema en el marco de La Sala de Democracia Digital, un proyecto en alianza con la FGV DAPP de Brasil con el objetivo de monitorear y analizar conversaciones digitales.
Este espacio es posible gracias a
Historias relacionadas
*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.