Cali: la bomba que detonó el 21N

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Un análisis de cómo la jornada del 21 de noviembre dejó en evidencia profundas e históricas conflictividades de tipo social y cultural en Cali, y qué elementos entran en juego para entender los retos en seguridad y convivencia de la ciudad.

Cali y Bogotá fueron las únicas ciudades de Colombia que tuvieron que establecer un toque de queda después de la jornada del 21 de noviembre. El último toque de queda que se implementó en Cali data del 2012, y fue una medida de mitigación parcial en tres comunas del oriente de la ciudad exclusivamente dirigida a menores de edad. Después de la aplicación de un toque de queda total desde las 7:00 pm del jueves, la ciudad estuvo atravesada por un profundo pánico colectivo, zozobra e incertidumbre por la situación de orden público. Vale la pena revisar qué sucedió (y continúa sucediendo).

Las marchas del Paro Nacional del 21 de noviembre generaron una alta expectativa tanto por parte de la ciudadanía participante y no participante, como por parte de los gobiernos centrales, locales y regionales. Se esperaban multitudinarias manifestaciones que en efecto tuvieron lugar, pero al mismo tiempo se reforzaron y planificaron con antelación fuertes esquemas de seguridad de cara a posibles alteraciones del orden público.

No obstante, Cali se vio obligada a decretar un toque de queda y militarizar completamente la ciudad para contener la situación. Esto se generó por la acumulación de múltiples factores tanto históricos como como coyunturales, atravesados por elementos sociales y culturales, así como por aspectos muy contemporáneos como el acceso a redes sociales y la rápida difusión de contenidos virales en medio de la población. Este es uno de los mayores desafíos que enfrenta (por segunda vez) el alcalde electo de la ciudad.

El punto de quiebre: la contención en la mañana

Mientras las demás marchas transcurrían pacíficamente, a muy tempranas horas de la mañana ya se caldeaban los ánimos. Primero se registró en redes sociales un video de encapuchados vandalizando una cámara de fotomultas. Después (aún en la mañana) se registró otro video de la multitud tumbando un semáforo sobre la Cra 100 con Cll 16. Luego (cerca del medio día) se registró una asonada multitudinaria a una panadería, también un video de dos policías huyendo de las piedras en Ulpiano Lloreda, y un video de tres policías apedreados en plena vía del centro de Cali empezando la tarde. Mucho del contenido que se viralizó rápidamente en redes enviaba un mensaje funesto: hay dificultades en la contención de los disturbios.

Video: encapuchados vandalizan cámara de fotomultas

En este punto la ciudad ya estaba sumida en múltiples focos de desorden público y de decretó el toque de queda. A las 19h:00, al tiempo que Policía y Ejército llenaban las calles, los grupos comunitarios de vecinos ya empezaban a saturarse de alertas y la población empezó a armarse por su cuenta buscando protección.

Las alarmas se encendieron en múltiples zonas residenciales como Valle del Lili, Bochalema y Ciudad 2000 entre otros, y entonces la ciudad colapsó en denuncias, requerimientos a la policía, mensajes repetidos que parecían casos diferentes y videos en redes mostrando la angustia colectiva. Esa noche Cali no durmió y en la mente de muchos de nosotros hacía mucho tiempo no se vivía algo similar.

El tema de violencia en Cali no es nuevo, pero su abordaje tampoco ha sido lo suficientemente efectivo. Hechos como los del 21N sólo ponen en evidencia que requerimos como sociedad entender mejor este flagelo, para entonces atacar sus raíces de manera contundente.

Algunos factores que incidieron (e inciden) en las expresiones de violencia en Cali.

1. Herencia de cultura ilegal y pasado violento. La historia todavía pasa factura de la presencia de dos de los carteles de drogas más grandes de la historia de Colombia como lo fueron el cartel de Cali y el del Valle. Una vez disueltos, sus estructuras de base quedaron dispersas y entrenadas y permearon las zonas más vulnerables de la ciudad en su población más joven. Hoy tenemos en Cali múltiples organizaciones criminales que están atomizadas, mantienen lazos con grupos armados regionales y su estructura y composición no favorece la “disciplina criminal”, lo cual las hace menos organizadas pero más violentas. 

Esto hace poco probable que los hechos violentos del 21N estuvieran coordinados por una sola cabeza, y puede que hayan sido más generados por la exposición de integrantes de bandas y pandillas pequeñas al contenido viral que enviaba un mensaje de poca contención de los disturbios, sumado al efecto de seguridad de la masa, y las dificultades de la identificación. Esto les dio la confianza para salir a las calles.

2. Masiva tenencia de armas legales e ilegales. Solamente en Cali entre el 1 de enero y el 24 de abril de 2019 se habían decomisado 333 armas ilegales y en el Valle unas 618 armas incautadas, con el segundo lugar en mayores incautaciones de armas después de Cundinamarca, Bogotá incluida (El País, 2019). Los videos de vecinos y policías armados con escopetas y pistolas y ciudadanos dando tiros disuasivos al aire muestra que el legado de ser una de las ciudades más violentas de Colombia envía otro mensaje muy fuerte en términos del instinto de supervivencia: "si el Estado no me protege, lo hago yo". Esto muestra que la ciudadanía está dispuesta a defenderse a un alto costo civil. 

Video: Vecinos se arman con pistolas y escopetas para defenderse de vándalos

Durante la jornada fueron comunes los audios de whatsapp incitando a las personas a armarse y a organizarse porque la policía no daría abasto. Estos mensajes muy fácilmente encuentran aceptación y generan movilización en Cali. Esto se refuerza después de que en el mismo año se han dado otros hechos que han desbordado la capacidad de contención de la fuerza pública local, como la del pasado 31 de octubre que registró múltiples movilizaciones de individuos disfrazados a lo largo de toda la ciudad.

Noticia: Caravanas de disfraces y desorden público en Cali 31 de octubre 2019.

3. Facilidad de uso del recurso de la violencia para resolver conflictos de orden civil y comunitario. El 16,9% de los delitos registrados en Fiscalía (SPOA) durante 2018 en el Valle del Cauca estuvieron relacionados con lesiones personales, frente a un 16,8% relacionado con hurtos. Por su parte, Cali ocupó el 2° lugar en denuncias por lesiones personales en toda Colombia con el 7%, después de Bogotá (19%). Así mismo, Cali concentra el 57% de los casos de este tipo de delito en el Valle del Cauca, seguido por Palmira con el 7%.  

Esto refleja que Cali es una de las ciudades de Colombia donde más fácilmente se accede al recurso de la violencia para tramitar los conflictos civiles. Aún en términos de homicidios, de los 1.170 homicidios que se cometieron durante 2018 en Cali, el 13% estuvieron asociados a riñas, la segunda causa con más casos después del tráfico de estupefacientes (43%). Nos enfrentamos entonces a una cultura con relativas facilidades para usar la violencia en el trámite de conflictos y que durante la jornada mostró una viralización importante de este comportamiento.

4. Rupturas sociales importantes y desigualdad. En Cali prevalece una ruptura de clases importante que no sólo es real en términos socio-económicos sino también discursivos y que representa un recurso a menudo capitalizado en procesos políticos. La constante es que la ciudad se ha dividido históricamente entre grupos poblacionales de élite y otros de menores condiciones socioeconómicas y persisten marcadas desigualdades en el entorno urbano.

Durante la jornada se escucharon audios de procedencia desconocida incitando a saquear las casas y los bienes de los “ricos” en los sectores donde habitan, tratando de legitimar con un discurso “robinhoodesco” las acciones delictivas para “quitarle a los ricos y llevar el aguinaldo a la mamá, la licuadora para la abuela, el estrén para los hermanos y el televisor para la cucha”. Fuera de las desigualdades estructurales, estos discursos de clase son de los elementos que más empañan los esfuerzos por reconciliar a la ciudad consigno misma y no deben seguir capitalizándose política y socialmente sino de manera propositiva.

5. Débil arraigo y sentido de pertenencia en algunos sectores. El 36,5% de la población de Cali es migrante, y de estas personas, el 16% proviene del departamento del Cauca, 12% de Nariño, 2% del Chocó y el 33% de otros municipios del Valle (Propacífico con datos de la EECV Cali 2012 - 2013), lo cual muestra que Cali es una ciudad de migrantes y esto es la base de su riqueza multicultural. Sin embargo, la ciudad enfrenta el constante desafío de generar un arraigo fuerte y un sentido de pertenencia sólido para toda la población que la habita, incluso para los locales.

Gráfico 1. Procedencia de la migración en Cali. 

Fuente: Propacífico con datos de la Encuesta de Empleo y Condiciones de Vida Cali 2012 - 2013

Esto incide en el nivel de sanción social que obtienen los individuos al cometer actos vandálicos que van en contra de los bienes ajenos privados o públicos. Esto bajo el supuesto que con un sentido de pertenencia fuerte, es más probable que quien presencie actos en contra de su ciudad estará en condiciones de sancionar socialmente sin temor a presentar una “queja solitaria”. Pero generar sentido de pertenencia no es tarea fácil, la ciudad viene invirtiendo importantes esfuerzos y esto aún está en construcción.

El ingrediente final: la oportunidad.

Un caldo de cultivo como este sólo precisa de una oportunidad para manifestarse de forma masiva. La concentración de la atención de la fuerza pública sobre los manifestantes pacíficos de las marchas del 21N quizás desvió los recursos y entorpeció, por lo menos en las primeras horas del desorden, la respuesta institucional y la contención de los disturbios y vandalismos.

En sólo un día todos estos elementos tuvieron una salida que se manifestó tanto en vándalos como en vecinos armados, y reinó la zozobra mientras la fuerza pública restablecía el control. Las acciones violentas de la mañana del 21N, la prudencia policial para contenerlas y su rápida difusión por las redes sociales también fueron la antesala de todo lo que ocurrió durante la tarde y noche en múltiples puntos de la ciudad, pues la percepción de contención era relativamente baja para todos los espectadores delincuentes y no delincuentes.

Esto envió un incentivo perverso para individuos y grupos que un par de horas después empezaron a generar mayores estragos en locales comerciales del centro, oriente de cali, panaderías y demás. Los videos de policías acorralados por jóvenes a punta de piedra reforzaban el mensaje de debilidad institucional y cuando la fuerza pública quiso mostrar sus músculos, fue demasiado tarde. Dicho sea de paso que desde las autoridades se percibió un esfuerzo importante por tomar buenas decisiones en medio de un ambiente de profunda imprevisibilidad y caos.

Reflexiones finales

En conclusión, las marchas del 21N en Cali mostraron una clara distinción entre la protesta social legítima y la delincuencia y el vandalismo. Nos llena de satisfacción y tranquilidad saber que cada vez somos más los interesados por el bienestar de esta ciudad y que como sociedad hemos aprendido gradualmente a protestar ganando legitimidad y apoyo por parte de la ciudadanía en general. No obstante, los desmanes y violencia de la jornada fueron “un mosco en un jugo de lulo”.

Algunas consideraciones pasan por reflexionar sobre los elementos que estallaron ayer y cómo la ciudad debe aprovechar este momento para entrar en un profundo estado de autocrítica constructiva, en el que sea consciente de la facilidad con la que opta por la violencia y el nivel de degradación social que se está permitiendo en algunos sectores de la ciudad.

El tratamiento es complejo e involucra incluso temas de estructura familiar, cultura de valores, desincentivos de tipo social, moral, jurídico y comunitario para el uso de la violencia y múltiples factores más allá de lo operativo y estratégico. Preocupa que la ciudanía pueda estar sumida en los próximos años en una confrontación interna zanjada por las rupturas sociales que ya padecemos; también el ejercicio político de las pasadas elecciones capitalizó múltiples rupturas y discursos de clase que en Cali son taquilleros pero le hacen un profundo daño a la convivencia y el orden público. Preocupa también que producto de una lectura simplista de los hechos, la población opte por aumentar el porte de armas en defensa propia.

El trabajo que hay por hacer es monumental; el reto del nuevo alcalde de Cali será liderar la reconciliación y acercar a la ciudadanía sobre las rupturas y fragmentaciones sociales que vivimos actualmente. Será articular de manera efectiva instituciones públicas, privadas y académicas en torno a generar estrategias de seguridad integrales, mientras nosotros como ciudadanía enfrentamos el reto y la oportunidad de construir una nueva narrativa que baje nuestros niveles de violencia y nos una como sociedad. 

(Al cierre de esta nota se empezaba a implementar el toque de queda en Bogotá por alteraciones de orden público, lo cual esperamos que tenga un descenlace aceptable para todos como sociedad y no cobre las vidas de ningún colombiano). 

 

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*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.

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