Carta a Bill Gates, a propósito de su libro "Cómo evitar un desastre climático"

Html

feed_mit_image_Climate_final.web_.H-s2.jpeg

"Me encantaría que un segundo tomo de su obra abordara el problema de la falta de cooperación internacional, la justicia climática y la protección de nuestros bosques".

Respetado señor Gates,

Me gustó mucho su libro. Me gustó especialmente que está escrito para "dummies" como yo, luego pude aprender. Ya decía su coterráneo y competencia Steve Jobs —parece que parafraseando a Da Vinci— que "la sencillez es la mayor sofisticación". Además, adhiero a su aproximación optimista sobre la posibilidad de alcanzar la meta de neutralidad para 2050 y así evitar el apocalipsis que nunca predijo la biblia —aquel que no es causado por Abaddón: rayos, abismos y monstros de siete cabezas al ritmo de trompetas—, sino por la misma mano del hombre y su consumismo violento.   

“No se trata de un optimismo iluso; ya cumplimos con 2 de las 3 condiciones. En primer lugar (…) tenemos empeño. En segundo lugar, nos fijamos metas cada vez más ambiciosas (…). Sólo nos falta una tercera condición: un plan preciso para alcanzar dichas metas”. (Loc. 230 de 4102)

Ahora bien, debo admitir que no tengo una base sólida para ser optimista y me atrevo a decir que usted tampoco. El evidente fracaso de las metas globales de reducción de emisiones para 2020 y la muy alta probabilidad de que tampoco se alcancen dichas metas para 2030, entre otras razones, me hacen pensar que nuestro optimismo está fundamentado mayormente en el deseo que en acciones concretas y reales de Estados, corporaciones y personas. Creo que nuestro optimismo —como dirían en su idioma— es puro "wishfull thinking".

Volviendo al libro, le agradezco profundamente que en los 9 capítulos que lo componen usted hace una exposición transversal y esquemática —con una estructura típica de trabajo de investigación— sobre varios de los aspectos más importantes que se deben tener en cuenta para evitar el desastre climático que está a la puerta de la esquina, sino en acción: 

  • En el capítulo 1, "¿Por qué cero?", profundiza sobre la necesidad de alcanzar las cero emisiones y los efectos del cambio climático. Plantea el objetivo.
  • En el capítulo 2, "La mala noticia", analiza los desafíos para lograr la meta de neutralidad para 2050. Plantea los problemas que deben ser resueltos para llegar al objetivo.
  • En el capítulo 3, "Cómo mantener una conversación razonada sobre cambio climático", describe —debo decirlo de nuevo— con una sencillez envidiable las preguntas clave sobre el cambio climático y los proyectos relacionados con este, así como la digestión de estadísticas. Plantea un lenguaje para entender el desarrollo de las propuestas para llegar al objetivo.
  • En los capítulos de 4 al 8 —que usted encierra como "La buena noticia"— propone desarrollos y avances tecnológicos para llegar a cero emisiones a través de innovación en la producción de energía eléctrica ("4. Cómo nos conectamos"), la construcción ("5. Cómo fabricamos las cosas"), la agricultura ("6. Cómo cultivamos y criamos"), el transporte ("7. Cómo nos desplazamos") y la regulación de la temperatura artificial ("8. Cómo calentamos y enfriamos"). Plantea soluciones tecnicocientíficas para llegar al objetivo.  
  • En el capítulo 9, "Adaptarnos a un mundo más caluroso", llama la atención sobre la necesidad de adaptación a los efectos del cambio climático que ya son inexorables —como el deterioro a la salud y malnutrición en zonas vulnerables—. Plantea las limitaciones del alcance de las soluciones tecnicocientíficas para llegar al objetivo.
  • En los capítulos del 10 al 12 —que usted arropa bajo el título "Medidas que podemos tomar ahora"— desarrolla unos principios de política pública de cambio climático ("10. Por qué son importantes las políticas gubernamentales"), sugiere la implementación de regulación sobre estándares, incentivos y gasto público dirigida a la disminución de emisiones ("11. Un plan para para llegar a cero") y, finalmente, formula actividades que están dentro del alcance de las personas comunes y corrientes para contribuir en la lucha contra el calentamiento global ("12. Lo que cada uno puede hacer"). Plantea mecanismos para implementar las soluciones técnicocientíficas a través de la colaboración de los actores involucrados.

 

En este punto usted se preguntará para qué le escribo imaginariamente. Debe haber alguna razón distinta a la descripción de un libro que usted conoce mejor que nadie y adicional a las felicitaciones y agradecimientos que con seguridad usted recibe a diario. Pues bien, la razón principal es llamar su atención sobre la importancia que debería tener tratar de ponerse en los zapatos de una persona del hemisferio sur al escribir un bestseller sobre el cambio climático.

En efecto, le escribo desde Colombia y como colombiano su aproximación me parece inocente (naif) al mejor estilo del hemisferio norte. Además, al ignorar la posición del hemisferio sur, opino que está siendo injusto en sus apreciaciones.

En este sentido, me parece que su libro plantea soluciones desde el punto de vista regulatorio —aquel que sí conozco bien—, que no son novedosas ni allá en Estados Unidos ni acá en Colombia. Todo el mundo que esté involucrado con los temas de transición energética en Colombia sabe de la importancia de la regulación de los estándares en la producción, de la electricidad limpia o de combustibles verdes, así como de la importancia del mercado de bonos de carbono, las garantías de crédito o los incentivos arancelarios y tributarios para promover la incorporación de tecnologías verdes, entre otras medidas.

Espero que no me malentienda, pues esto no quiere decir que su libro no me haya parecido fascinante ni que su lectura les vendría muy bien a distintos sectores en mi país. De hecho —además de valorar el gran esfuerzo descriptivo— resalto de su libro la invitación a coordinar mercados, políticas públicas, sociedad civil y tecnologías para alcanzar las metas de disminución de emisiones.

Tal vez si corporaciones y sociedad civil leyeran sus líneas, los activistas estarían más familiarizados de lo que están con aspectos tecnicoeconómicos del cambio climático y los gerentes de empresas mucho más familiarizados de lo que están con los problemas socioambientales y de derechos humanos del cambio climático. Y, después del conocimiento más amplio del problema, ojalá siguiera entre dichos actores el diálogo y la acción conjunta.

Perdón por resaltar la ignorancia de corporaciones y la sociedad civil sobre estos temas y el deseo —tal vez, de nuevo, "wishfull thinking"— de una visión comprensiva por parte de ambos, pero necesitaba desahogarme al respecto. Vuelvo a la inocencia e injusticia de su libro desde mi posición como colombiano.  

El problema para avanzar en el cambio climático desde acá va mucho más allá de asuntos científico-técnicos y de políticas de incentivos- Hay problemas de violencia, de injusticia, de cultivos ilícitos, de acaparamiento de tierras, de caja, de corrupción, hay un déficit de las finanzas públicas, sociales y de subdesarrollo que hacen muy difícil adoptar las guías generales que usted propone para evitar el cambio climático. En este sentido veo que el plan para enfrentar el problema que usted plantea es una generalización que ignora los problemas del hemisferio sur —la mitad del globo terráqueo, valga anotar—.

Por momentos me emocioné leyendo apartes de su libro, pensando que iba a desarrollar lo relacionado con el calentamiento global en un contexto de equidad y la necesidad de cooperación, de forma tal que incorporara la posición de Estados como Colombia:

“Es una cruel injusticia que, pese a que los pobres del mundo no están haciendo prácticamente nada para causar el cambio climático, son quienes más padecerán sus efectos (…) la enorme desigualdad entre ricos y pobres se agravará todavía más (…)”. (Loc. 2540 de 4102)

“Existe otro obstáculo para alcanzar un consenso sobre el clima: la consabida cooperación internacional (…)La retirada de Estados Unidos del Acuerdo de París de 2015 (…) sólo demuestra que mantener los pactos internacionales resulta tan difícil como alcanzarlos”. (Loc. 742 de 4102)

Sin embargo, su libro omite profundizar en la visión del cambio climático desde un país pobre. Muestra de ello es que en el capítulo dedicado a las barreras de la lucha contra el cambio climático (capítulo 2 "La mala noticia") y en los capítulos dedicados al plan estratégico (10 y 12, "Medidas que podemos tomar ahora") usted no resalta la insuficiencia de recursos de cooperación internacional remitidos de países industrializados a países en vías de desarrollo. Sencillamente se limita a señalar la importancia de llegar a consensos en el plano internacional y a esbozar la dificultad de la cooperación entre líneas perdidas en su texto, pero nunca como ideas o retos principales.

La omisión sobre un análisis profundo de nuestra mitad del mundo, en relación con el cambio climático, lo conduce a pasar por alto dos conceptos básicos y ligados: la justicia climática y las responsabilidades comunes pero diferenciadas. Estos dos conceptos —el primero éticofilosófico y el segundo legal— están incorporados en el marco legal internacional de cambio climático.  

La justicia climática y las responsabilidades comunes pero diferenciadas suponen que aquel que haya contribuido en mayor proporción con el calentamiento global debe contribuir en mayor proporción con la lucha contra el cambio climático. Es decir, si Estados Unidos de América, Gran Bretaña y países análogos se han desarrollado en una proporción considerable gracias a que han trasladado los efectos nocivos de su industrialización al resto del mundo, son estos quienes tienen la responsabilidad principal de tratar de volver las cosas al estado anterior. Son estos países los principales responsables de lograr la meta de evitar que el incremento de la temperatura media global del planeta supere los 2ºC respecto a los niveles preindustriales.  

Esta perspectiva de la justicia climática y las responsabilidades comunes pero diferenciadas coincide con el hecho de que aquellos que han contribuido en mayor proporción al calentamiento global son los países del hemisferio norte, cuya capacidad económica es muy superior a la de los países en vías de desarrollo. Luego este concepto de justicia también podría entenderse como que aquel Estado que tiene la posibilidad de sufragar la lucha contra el cambio climático debe hacerlo.

¡La verdad es que la Comunidad Internacional nos está fallando! ¡Los países industrializados nos están fallando!

¿Cómo superar este problema de relaciones y política internacional? ¿Cómo lograr que los países industrializados cumplan con su parte? ¿Cómo lograr que cooperen con países menos desarrollados? La verdad, es difícil vislumbrar un futuro brillante en este sentido. Valga solo ver el comportamiento de la comunidad internacional frente a las pruebas y vacunas del covid. Primero se vacunan ellos —los industrializados— y nos botan las migajas a nosotros —los subdesarrollados—, mientras nuestros países se sumergen en la miseria con pocas esperanzas de recuperarse económicamente en el corto o mediano plazo. Una profundización de la desigualdad.  

En este escenario tan difícil para los países en vías de desarrollo y ante la falta de cooperación internacional significativa, ¿cómo puede exigirse que aquellos disminuyan sus emisiones de la forma que usted lo plantea? ¿Cómo puede exigírseles dejar de recibir rentas por la explotación de recursos naturales no renovables que generan emisiones? ¿Cómo puede exigírseles no usar sus propios recursos naturales para autoabastecerse de forma barata? La falta de reflexión acerca de estas preguntas se evidencia en su libro cuando usted hace afirmaciones como esta:

“Si el único indicador es reducir antes de 2030, resultará tentador intentar sustituir las centrales eléctricas de carbón por otras de gas; al fin y al cabo, eso reduciría las emisiones de dióxido de carbono. Sin embargo, todas las centrales de gas construidas de aquí a 2030 continuarían operativas en 2050 (…), y las centrales de gas natural también emiten gases de efecto invernadero. Lograríamos el objetivo de reducir antes de 2030, pero tendríamos pocas posibilidades de llegar a cero”.  (Loc. 680 de 40102)

Resulta que Colombia tiene un gran potencial para la producción de gas natural. Además, el país tiene una matriz energética significativamente limpia en comparación con países desarrollados y otros en vía de desarrollo. Mientras el total de emisiones GEI en el Mundo es 41 mil millones de toneladas de CO2eq al año, las emisiones GEI de Colombia son 236.97 millones de toneladas de CO2eq al año. Esta cifra equivale a un 0.57 por ciento del total de las emisiones GEI globales. En este contexto, es injusto proponer que Colombia debe renunciar a disminuir emisiones a través de la explotación de gas con el argumento de que, si bien sirve para el año 2030, no sirve para el año 2050. 

Y es que póngase en los zapatos de Colombia: es un país pobre, es un país vulnerable al cambio climático, no ha contribuido significativamente al calentamiento global y no se ha lucrado del calentamiento global. Entonces, ¿por qué debe pagar el precio que deberían pagar los países industrializados? Obligar a Colombia renunciar a la explotación de gas sería lo contrario a la justicia climática y al principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas.

En cambio —fíjese usted— que la deforestación es la causa número uno de emisiones de carbono en Colombia: 59 millones de toneladas CO2eq corresponden a este rubro y no estoy contando las 21 millones de toneladas CO2eq que corresponden a emisiones de CH4 por fermentación entérica (en ganadería) ni las 19 millones de toneladas CO2eq que corresponden a emisiones de N2O por gestión de tierras agrícolas.  Mientras las emisiones asociadas al sector de minas y energía representan el 14 % de las emisiones colombianas, la gestión de tierras forestales y el sector agropecuario —sumados— constituyen el 55 % de las emisiones en el país.

Partiendo de estas cifras, no le parecería a usted más justo climáticamente —en lugar de proponer cortar la explotación de gas natural en Colombia— enfocarse en prevenir la deforestación y en desarrollar una explotación agrícola más eficiente ambientalmente. Además, teniendo en cuenta que Colombia presta enormes servicios ambientales al mundo, al tener como sistema de absorción de dióxido de carbono la enorme selva amazónica y otros bosques tropicales, ¿no le parecería justo que la cooperación internacional se enfocara en mantener estos bosques como una preocupación común de la humanidad?

Yo sé que usted no está en desacuerdo con enfocar la cooperación hacia la deforestación, pero extraño de su libro que no se hubiera hecho el esfuerzo por incentivar —de forma vehemente— la protección de nuestros bosques amazónicos como estrategia de justicia climática y así evitar el desastre ambiental. Simplemente lo menciona al margen.

“(…) necesitamos soluciones políticas y económicas, como ofrecer incentivos a los países para que conserven sus bosques, instaurar normas para proteger ciertas zonas y garantizar que las comunidades rurales cuenten con distintas opciones de subsistencia y no se vean obligadas a explotar recursos naturales solo para sobrevivir”. (Loc. 1977 de 4102)

“A medida que el mundo come más carne, la deforestación en Latinoamérica se acelera. Que aumente el número de hamburguesas en cualquier parte implica que disminuya el número de árboles por allí”. (Loc. 1963 de 4102)

La expresión real de equidad, de justicia climática y de responsabilidades comunes pero diferenciadas sería que aquellos países industrializados, que se han lucrado gracias al calentamiento global, en lugar de sugerir una transformación radical de nuestra matriz energética —que es notablemente limpia— se esforzaran por compensarnos por el servicio ambiental que nuestros bosques representan; pagarnos por protegerlos y restaurar nuestros ecosistemas.

Espero que se tome a bien mis palabras. Me encantaría que un segundo tomo de su obra abordara el problema de la falta de cooperación internacional, la justicia climática y la protección de nuestros bosques, pues sin estos elementos su “plan preciso para alcanzar dichas metas” de neutralidad está destinado al fracaso —estos tal vez sean temas más difíciles de resolver que aquellos relacionados con incentivos, barreras y tecnología—.  Me quedo con una frase sencilla de su libro para que reflexione al respecto:

“Quienes más hemos contribuido a este problema tenemos la obligación de ayudar al resto del planeta a sobrevivir a él. Se lo debemos”. (Loc. 2748 de 4102)

Va un saludo desde Colombia,

Tomás Restrepo

*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.

Compartir
0
Preloader
  • Amigo
  • Lector
  • Usuario

Cargando...

Preloader
  • Los periodistas están prendiendo sus computadores
  • Micrófonos encendidos
  • Estamos cargando últimas noticias