Cuatro consecuencias graves de perder el bosque

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Las imágenes de los parches pelados en medio de la selva, cada vez más frecuentes, son devastadoras. Más allá de la pérdida del paisaje, sin embargo, hay muchas formas de entender la gravedad de la pérdida del bosque en Colombia.

Tumbar árboles es mucho más que eso: tiene impactos en la biodiversidad, el agua, el cambio climático, la consolidación de la paz y hasta lo que significa para nosotros ser colombianos. Estas son cuatro consecuencias graves de la pérdida de nuestro bosques.

Perder la biodiversidad

La principal causa de la pérdida de hábitat en Colombia es la deforestación. Perder un árbol del bosque tropical implica afectar por lo menos a 50 insectos, aves, mamíferos y microorganismos que se relacionan con éste. En una hectárea hay alrededor de 14 mil árboles. Ahora multipliquemos eso por las 191.159 hectáreas de bosque que se deforestaron el año pasado. Eso quiere decir que solo en 2018 afectamos 133.811.300.000 millones de relaciones de dependencia entre especies.

Y esto tiene un impacto en Colombia donde nos acostumbramos a sentirnos orgullosos de ser biodiversos, quizás sin tener muy claro qué significa serlo. Somos el país del mundo con la mayor variedad de aves y orquídeas, el segundo en riqueza de plantas, anfibios, mariposas y peces de agua dulce. Tenemos el tercer puesto en número de especies de palmas y reptiles, y el cuarto en diversidad de mamíferos.

Que se hayan logrado conservar hasta ahora muchas especies de flora y fauna es resultado, por una parte, de políticas de Estado que crearon los parques nacionales y los resguardos indígenas. Por otra parte, son también resultado de un centralismo que ha concentrado la degradación de los bosques en la región Caribe y Andina y en las márgenes del Río Magdalena y de un conflicto armado que mantuvo en “la periferia” más de la mitad de territorio nacional, incluyendo regiones como la Serranía de San Lucas y el Área de Manejo especial de La Macarena.

Pero pesar de nuestra ventaja biodiversa, es aún poco lo que sabemos sobre nuestros recursos naturales. Lo cierto es que es posible que estemos perdiendo muchos de ellos sin siquiera ponerles nombre. 

El Instituto de investigación Alexander von Humboldt está en proceso de elaborar la sexta evaluación nacional de biodiversidad. En este documento se pretende comunicar no solo qué especies componen nuestros ecosistemas, sino cuáles y de qué tipo son las amenazas que sobre estos se ciernen, además de poner en términos comprensibles las contribuciones que la biodiversidad le genera al país. 

El Humboldt admite que, aunque ha habido avances significativos en el estado del conocimiento de nuestras especies, sigue habiendo un gran rezago en investigación, específicamente en algunos grupos taxonómicos y en importantes áreas geográficas. 

Un ejemplo alarmante es el grupo de los invertebrados: se estima que de alrededor de 300 mil tan solo conocemos entre 10 o 20 por ciento. Y todo lo que conocemos, y todavía estamos por entender, se va de un tajo con la deforestación. 

 

Los bosques y el agua

No muchos se acuerdan de los detalles de la versión del ciclo del agua que aprendieron en el colegio, pero todos sabemos que hay alguna relación entre los árboles, el agua y el aire.

En resumen, la transpiración vegetal y la evaporación son dos componentes principales en el ciclo hidrológico. La cobertura vegetal es clave para ambas. Al transpirar, los bosques liberan grandes cantidades de vapor de agua que transporta el viento y se convierten en lluvia unos kilómetros más adelante. 

La cantidad y los patrones de la lluvia cambian con la cantidad de bosque. En la Amazonía, por ejemplo, cerca del 50 al 80 por ciento de la humedad contribuye a la precipitación dentro del ecosistema y su deforestación afecta directamente el ciclo del agua que se ha mantenido por miles de años.

La tala de bosque también repercute en los caudales de agua y en la frecuencia de inundaciones. Los árboles tienen una función clave en el control del flujo del agua: en su presencia los suelos retienen más líquido. Tumbar la vegetación hace que el suelo retenga menos agua y que los caudales sean mayores cuando llueve. 

Pero lo anterior no significa que aumente la disponibilidad del agua:  la deforestación genera caudales extremos de forma eventual; pero los caudales promedios (y “estables”) se ven diezmados por el efecto sobre la evaporación y baja retención de humedad en el suelo. Por otro lado, tener mayores flujos de agua tiene efectos directos en las inundaciones: el agua no se retiene y aumentan las áreas susceptibles a inundaciones.

Los cambios en regímenes de lluvia y los caudales de agua superficial son graves en cualquier país, pero en Colombia son de particular importancia por nuestra dependencia energética del agua que depende en un 70 por ciento de las hidroeléctricas.Cuando se declaran fenómenos del Niño y los flujos de agua disminuyen, las centrales hidroeléctricas generan menos del 35 por ciento de la energía del país.

 

Bosques y cambio climático

El reino vegetal juega un papel fundamental en la regulación del clima. Al hacer fotosíntesis, las plantas capturan gases como el dióxido de carbono y el ozono mientras que liberan oxígeno. Los árboles tienen una mayor capacidad para secuestrar carbono que las plantas más pequeñas y aunque varios factores determinan qué árboles y de qué tamaño y edad son más efectivos, la evidencia de que bosques húmedos ancestrales como el amazónico son definitivos en la regulación del clima de todo el planeta, no solamente de su región específica.

Según el Observatorio Planetario de la NASA, diariamente la humanidad está emitiendo más de 110 millones de toneladas de Gases de Efecto Invernadero (GEI) a la atmósfera. Esos gases quedan capturados en la atmósfera, creando una capa que retiene el calor y la radiación y que ha hecho que se caliente cada vez más el planeta.

Los últimos cinco años han sido los más calientes jamás registrados y la tendencia continúa mientras se generan más emisiones, especialmente de dióxido de carbono (CO2). Entre más calor, más rápido se evapora el agua del suelo y de los océanos, lo que trae fuertes e intensas sequías y mayor humedad atmosférica que resultan en fenómenos climáticos más intensos y frecuentes incluyendo tormentas tropicales, huracanes y aguaceros que ya están ocurriendo de manera sistemática.  

Pese a los Acuerdos de París y a los esfuerzos de muchos actores en el escenario global, los cierto es que la emisión de gases invernadero como resultado de la actividad humana aún no disminuye. En este momento en el que deberíamos estar multiplicando nuestras coberturas vegetales, perder bosque, y particularmente bosques amazónicos con enorme capacidad de secuestrar carbono, es un error fatídico para el futuro de la humanidad , y en particular para las poblaciones locales.

 

La paz y el bosque

Según la información más reciente publicada por el Ideam, el 45 por ciento de la deforestación en el país ocurre de manera concentrada en siete de los 170 municipios que hacen parte de los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (Pdet).

Para poner este número en contexto, en tan solo siete municipios se deforestó en 2017 un área equivalente a 99 mil hectáreas de bosque amazónico, es decir 1,3 veces el área total de la ciudad de Nueva York.

Esta estadística contradice las proyecciones hechas en 2016 por el DNP en el ejercicio llamado dividendos ambientales de la paz que asumían que la paz traería consigo un crecimiento económico sostenible a los municipios Pdet. 

Se calculó los dividendos ambientales de la paz en $1,2 billones de pesos anuales “por costos evitados en recuperación de hectáreas deforestadas”. No obstante, la paz no trajo consigo un freno a la deforestación sino todo lo contrario, un acelerador que aumentó el fenómeno en un 23 por ciento en 2017.

Mientras tanto, como lo demuestran las estadísticas y el testimonio de campesinos en las zonas Pdet, la deforestación se presenta como una oportunidad económica que es cada vez más lucrativa. 

Según Mayra Manchola, experta ambiental de San Vicente del Caguán, se pagan entre $500 mil y $1 millón de pesos por hectárea deforestada. Así se pone en evidencia que la deforestación no es primordialmente una actividad de subsistencia campesina, sino una empresa criminal organizada que busca la titulación de tierras a través del “mejoramiento de tierras” para el enriquecimiento de grandes latifundistas. Como lo repite Brigitte Baptiste, directora del Instituto Humboldt, “se cortan los árboles y las vaquitas solo se ponen para que cuiden lo que de verdad vale: la tierra”.

La deforestación es el resultado directo de la complejidad de implementar los acuerdos de La Habana de manera integral. Romper con las estructuras de poder semi-feudales de esas regiones para generar economías lícitas es una promesa cuyo cumplimiento es imprescindible pero complejo y que, en todo caso, no se soluciona con visitas periódicas de funcionarios que viven en Bogotá. 

Mientras decenas de contratistas y consultores (rara vez funcionarios) se trasladan periódicamente a los municipios Pdet a hablarle a los campesinos de la importancia del bosque, para ellos aún no se han materializado las oportunidades económicas de los dividendos ambientales de la paz. En cada taller se repite la misma consigna: si nos dan la plata que se gastan en viáticos nos queda más fácil cuidar el bosque. 

Del trabajo de tumbar bosque que mantiene al colono y al campesino en la pobreza, unos pocos grandes acaparadores de tierra siguen reforzando las estructuras de poder que causaron el conflicto armado en un principio.

*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.

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