Desmontando el mito de las ciclorrutas: el caso Bucaramanga

Silla Paisa

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En Bucaramanga es tiempo de hacer un cambio, ahora es el momento. Vale la pena ahondar en la cuestión de en qué lugar queremos vivir por los próximos cinco, diez o cincuenta años.

En pleno 2019, la quinta ciudad de Colombia solo cuenta con 2,6 kilómetros de ciclorrutas de conectividad. Es superada, de lejos, por otras ciudades intermedias como Montería que cuenta con 40 e Ibagué con 56.  

En estos días, cuando en la capital santandereana se vislumbra la posibilidad de aumentar la cifra a 20 Km de vías exclusivas para ciclistas, de inmediato surgen las críticas y los detractores del proyecto, como es apenas lógico, entre ellos algunos comerciantes azuzados por un sector de la dirigencia política: estamos en época electoral.   

La discusión parece anacrónica, y hasta increíble si se quiere, en tiempos en los que en el mundo entero se habla de movilidad sostenible, energías renovables, pacificación de las vías y cicloinclusión. Los países en vías de desarrollo se están subiendo a la bicicleta masivamente con resultados muy positivos y ampliamente documentados.

Pero analicemos las excusas que presentan, y que históricamente han presentado, los opositores cuando de movilidad sostenible se habla, aquí y en otras latitudes. La discusión no es nueva ni lo será. Desmontemos pues algunos mitos que se han tejido sobre las ciclorrutas:

 

1. “La bicicleta afecta el comercio”

Si esto fuera verdad, los comerciantes holandeses y daneses estarían quebrados, el Times Square no sería una de las transformaciones urbanísticas más importantes que ha tenido Nueva York. O, para nombrar un caso más cercano, Palmira en el Valle del Cauca, quizá el municipio donde más ciclas por habitante hay en Colombia, estaría quebrado.

Pacificar las vías trae sus bondades; rediseñar el espacio público para el disfrute de peatones y ciclistas promueve el buen comercio. Después de todo, lo hemos repetido innumerables veces, los carros no son los que compran, las personas sí. El Pasaje del Comercio, en el centro de Bucaramanga, tal vez dé algunas luces sobre ello.

2. “La ciudad no tiene vías para las bicicletas”

Por lo general, esta frase va seguida de “lo que necesitamos son más vías para los carros”. Está demostrado, y de esto son (pésimo) ejemplo algunas ciudades de Estados Unidos, que al construir más vías para los carros, estos aumentarán, demandando a su vez más vías, generando así un bucle de caos e insostenibilidad.

Las vías ya están, no hay necesidad de construir más. Es solo cuestión de rediseñar las existentes y que el imperante auto particular, a la larga el causante de todos los estragos, ceda un poco de su espacio a los ciclistas.

3. “Nadie usa las ciclorrutas” 

Esto es parcialmente cierto cuando las vías ciclísticas no conectan los puntos clave de la ciudad. El mejor ejemplo es la ciclorruta de apenas 400 metros en el barrio San Miguel, que los niños del sector han sabido utilizar muy bien para su recreación.

El inagotable principio danés de diseño de cicloinfraestructura “construye y ellos vendrán” aplica en todos los casos. Y para que los ciclistas vengan, para que las ciudades ganen nuevos bici-usuarios, es necesario construir una completa red de ciclorrutas. Es decir, debe existir conectividad. La red actual de 17,4 Km que se propone para Bucaramanga cuenta, además, con esta importante característica.

Insinuar que la bicicleta no ha tenido acogida en ‘La ciudad de los parques’ porque los únicos 2,6 kilómetros de ciclorruta que de momento existen no lucen a toda hora atiborrados de ciclistas, como algunos pretenden, es como afirmar que el Hisgaura quedó bien hecho aún sin estar en funcionamiento.

Y así sucesivamente van y vienen las excusas cimentadas en el temor que produce el cambio, porque indiscutiblemente el cambio de paradigma del transporte produce temores, su transición de las energías fósiles a las limpias.

Pero el temor es entendible. Lo que no, es la obcecación de permanecer aferrados al vetusto modelo autocentrista que condena las ciudades a la destrucción. A la final, las sociedades que no se adaptan a los grandes cambios que demanda la historia están condenadas a desaparecer.

En Bucaramanga es tiempo de hacer un cambio, ahora es el momento. Vale la pena ahondar en la cuestión de en qué lugar queremos vivir por los próximos cinco, diez o cincuenta años. Que la otrora ‘Ciudad Bonita’ lo siga siendo está todavía en nuestras manos.

*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.

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