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Porque el dolor de la tortura nos dice algo de nosotros mismos, no aguanta bandos ni justificaciones. La Comisión no la tiene tampoco. Estamos a un lado, sí, el lado de los colores de la vida. La alternativa pasa por ejercer el arco iris.

 

El Grito de Munch, el famoso cuadro del pintor noruego que expresa la desesperación en silencio, se parece estos días a Cali y a tantos otros lugares de Colombia. El expresionismo fue un movimiento artístico que dejaba ver lo que venía de dentro, y no tanto la realidad que refleja, que impresiona o se representa. Sus formas no reproducen ni difuminan, van como un mensaje certero. A veces distorsionando, los trazos agudos, otros ondulantes, lo dicen todo.

Cuando ves las imágenes de las pistolas disparando a los jóvenes al lado de la policía, cuando te imaginas todo lo que no se ve de tantas muertes, enfrentamientos, resistencias, detenciones, torturas y hasta desaparecidos. Cuando escuchas los discursos de odio. Cuando los relatos igualan todo. Cuando la narrativa es una versión siempre repetida de lo inevitable. Estos días Colombia se despierta como en la película Atrapado en el tiempo, donde el mismo día se repite en cada siguiente amanecer de forma desesperante aunque sea una comedia. Aquí la tragedia se repite cada nuevo día porque se le aplican las viejas fórmulas de más de lo mismo.

Estas semanas, cuando uno tiene que ponerse a escribir este informe de la Comisión sobre lo que se considera “el pasado”, porque una vez o mil veces sucedió, sabemos que de tantas maneras no lo es.  Porque los mismos recursos, los discursos, las balas o la mentalidad de los golpes y sus justificaciones, se repiten. La indignación no es solo una respuesta en caliente, aunque todo está demasiado vivo como para incluso poder escribir. Necesitamos también la indignación que cala los huesos. En Colombia se repite una y otra vez los discursos de los lados, del blanco y negro, y de los grises. Los terapeutas chilenos que trabajaron con víctimas de la tortura nos enseñaron que no hay neutralidad ética posible, ni siquiera en la terapia. Porque el dolor de la tortura nos dice algo de nosotros mismos, no aguanta bandos ni justificaciones. La Comisión no la tiene tampoco. Estamos a un lado, sí, el lado de los colores de la vida. Creo que los grises de los que tanto hablamos representan grados de lo mismo.  Y la alternativa pasa por ejercer el arco iris.

Las fachadas de las casas duermen en ese silencio. El grito atrapado en el tiempo, necesita un poder que escuche. La democracia no es un estado, sino un ensayo permanente. O se ejerce, o también es un fracaso. José Saramago decía que cuando muriera quería que en su epitafio dijera algo que le acompañó toda su vida: aquí yace un hombre indignado.

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Paz

*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.

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