La pregunta propuesta por el plebiscito de este 2 de octubre a cada uno de los votantes colombianos no es una cuestión de opiniones, gustos o preferencias. La decisión de votar por el “Sí” o por el “No” es esencialmente, una decisión moral. Qué nos dice la psicología sobre este tipo de decisiones?
El plebiscito como decisión moral
¿Podemos perdonar a las FARC por todo el daño causado? ¿Son justas las penas propuestas en el acuerdo de paz? ¿Hasta donde podemos ceder en el nombre de la paz?
Psicólogos, antropólogos, y por supuesto, filósofos, se han preocupado por estudiar el razonamiento moral humano, o el proceso por el cual las personas juzgamos lo qué está bien y lo qué está mal, qué se debe hacer, qué no, y bajo qué circunstancias. Mi trabajo con adolescentes que viven en áreas que han sufrido el conflicto armado me ha llevado a estudiar los mecanismos por los cuales ellos piensan la violencia y la paz. Es interesante darse cuenta que muchas de las razones que ellos expresan para estar a favor o en contra del proceso de paz reflejan en gran medida las tensiones que existen en la esfera pública del país con respecto al tema.
La decisión moral que demanda el plebiscito es especialmente compleja si consideramos que los seres humanos estamos programados evolutivamente para reaccionar con rechazo e indignación cuando somos testigos del daño infringido de manera intencional. Es esta poderosa intuición moral la que nos lleva a rechazar el daño hecho por las FARC durante los años de guerra. Sin embargo, nuestros juicios morales están también influenciados por las inferencias que hacemos con respecto a la intencionalidad del agresor. Por ejemplo, nuestro juicio moral con respecto al daño infringido por un guerrillero cambiará si consideramos la culpabilidad de un guerrillero que se unió a la guerra por decisión propia y que cree en la validez de la guerra versus la de uno que fue reclutado de niño de manera forzosa. El juicio diferencial se mantiene incluso si consideramos que ambos hicieron el mismo daño, por ejemplo, cuando ambos han desplazado a una familia. Los seres humanos somos muy hábiles para buscar estos matices y lo hacemos casi sin darnos cuenta. Buscamos establecer el nivel de intencionalidad con la cual actúa el agresor y modificamos nuestras evaluaciones de acuerdo a la intencionalidad que atribuimos en cada caso. Por supuesto, existen diversos sesgos de atribución que pueden complicar este proceso, pero el resultado siempre será que estas evaluaciones nos llevan a determinar el tipo e intensidad del castigo que creemos que merece el agresor.
Esto es importante porque cuando de justicia se trata, el sentido común nos lleva a pensar que un castigo es justo cuando el transgresor “recibe lo que se merece”. Es decir, la mayoría pensamos la justicia en términos de justicia retributiva. Tanto los del “Sí” como los del “No” deben negociar con ellos mismos el impulso de “darle a las FARC lo que se merecen”, lo cual no es una tarea fácil. Decirle “Sí” a la paz con las FARC obliga a poner a un lado lo que todos sabemos; que hicieron mucho daño sabiendo lo que estaban haciendo.
Sin embargo, ¿quiere decir esto que votar “Sí” es ir contra nuestra naturaleza, el sentido común, o los principios éticos? De ninguna manera. El razonamiento moral es mucho más complejo que las intuiciones morales. Las personas tenemos un razonamiento moral reflexivo de lo que está bien y de lo que está mal, el cual es inseparable de las circunstancias específicas y de los significados de las situaciones en cada contexto.
Y es tal vez aquí, donde el proceso de decisión con respecto al voto en el plebiscito puede convertirse en un acto de construcción de paz. Cada votante está llamado a considerar seriamente los dilemas morales a los que nos enfrenta el fin de la guerra y a reconocer, aunque sea manera momentánea, la realidad desde la perspectiva del otro, ya sea aquel que vive la guerra de manera directa o el de aquel que no piensa como yo. Este reconocimiento del otro ha sido algo difícil de hacer históricamente en Colombia, pero es completamente necesario si se toma en serio el proyecto de construcción de paz en el país.
Dos de los argumentos más importantes para estar a favor de los acuerdos de paz que escucho de los adolescentes con los que trabajo son los siguientes: El primero es la razón pragmática – “El acuerdo de paz no será la solución a la violencia, quedan problemas por resolver. Pero 0 muertos por las FARC es mejor que 1 muerto, y eso nomás [sic], ya es un avance”. Esta razón, la cual es también muy citada por muchos colombianos, se deriva de un razonamiento moral orientado a los resultados y es el producto de una aproximación a la realidad que está definida por la experiencia. Es decir, haber vivido la guerra de cerca permite considerar cosas más allá de la aplicación sin excepción del principio moral de la justicia retributiva. Esto está reflejado en las voces de muchos grupos de victimas en el país, que se han pronunciado a favor del “Sí”. Por otro lado, es cierto que también hay víctimas que no están de acuerdo con el proceso de paz pues no pueden perdonar a las FARC el sufrimiento infringido. Esto es absolutamente respetable. Sin embargo es importante notar que el no poder perdonar no constituye necesariamente un llamado a un castigo más severo para los agresores, sino que resalta la insuficiencia de (cualquier) castigo; ningún castigo podría, por ejemplo, devolverles a sus seres queridos.
El segundo de los argumentos a favor del “Sí” en mi trabajo viene desde la perspectiva única de quienes saben tener muchos años por delante. Muchos de los adolescentes con quienes he hablado ven el proceso de paz como una apuesta a futuro, a su futuro. Si bien algunos consideran que sus opciones de vida “son las mismas con o sin proceso de paz” muchos otros consideran que la paz tendrá impactos concretos en sus vidas, desde el cese del reclutamiento forzado hasta la existencia de más oportunidades de educación, de trabajo y de una vida con menos violencia. En este sentido, éstos adolescentes describen un ideal de país donde las personas aprenden a escucharse, donde las ideas se debaten y donde los desacuerdos se solucionan con argumentos y no con balas. Este ideal de país, de hacerse creíble y alcanzable, tendrá una fuerza transformadora en como las generaciones futuras pensarán y construirán a Colombia.
El plebiscito del 2 de octubre es un llamado a considerar la inmensa complejidad del final de la guerra y a tomar decisiones que determinarán no solo nuestro futuro inmediato sino el de las próximas generaciones de colombianos. Después de tantos años de guerra, finalmente le llegó el momento a cada colombiano de construir paz.
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