Colombia puede aprovechar el turismo como vehículo para blindar la paz y mecanismo para apalancar las causas de líderes sociales y defensores de derechos humanos.
El turismo como fuerza para la paz
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El turismo en Colombia debe ser mucho más que una industria que aporta al crecimiento económico y a la generación de empleo. Un modelo de turismo eficiente y que responda a los intereses del país debe ser forjado de forma concienzuda, de modo que además de cumplir con la obvia necesidad de ser sostenible ambientalmente, aporte al blindaje de la paz, apalanque procesos de transformación social en los territorios e incorpore a las comunidades respetando sus historias de vida y sus dinámicas propias.
Acertadamente el gobierno, inversionistas privados y muchos ciudadanos han identificado en el turismo un vehículo dinamizador de la economía. No en vano este sector ya es el segundo generador de divisas después del petróleo y las estadísticas a toda luz resultan alentadoras. Según el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, entre 2010 y 2017 los turistas internacionales que llegaron a Colombia pasaron de 2.000.000 a algo más de 6.500.000, lo que implica un crecimiento del 150% para ese período. El sector turismo en Colombia creció 28% en 2017, mientras que en el mundo lo hizo en promedio a 7%.
El apetito que existe en el exterior por venir a Colombia es un indicador significativo que se puede atribuir a la percepción de un país en plena transformación y más seguro. “Una Colombia más grande”, en proceso de ampliar sus fronteras y que se está reencontrando con sus territorios y sus gentes. La discusión pública se ha centrado en la necesaria creación de infraestructura, en el desarrollo de estrategias de segmentación de nichos, y por fortuna en el debate sobre la importancia de distribuir los dividendos del turismo con cierto nivel de equidad entre distintos proveedores con miras a no caer en el modelo de los “todo incluido”.
Los elementos arriba señalados hacen parte de un andamiaje imprescindible para responder a la creciente demanda, y se enmarca en la lógica de cómo la paz ha habilitado el crecimiento de la industria turística. Sin embargo, en Colombia tenemos pendiente desarrollar un debate más amplio y profundo desde el punto de vista de cómo el turismo aporta a la paz y al bienestar colectivo. La respuesta no se limita a los evidentes réditos en términos de crecimiento económico y creación de empleos de calidad. Acá se plantea una discusión sobre cómo el modelo de turismo que se adopte en el país debe incorporar el propósito manifiesto de servir a la construcción de paz.
El crecimiento de la industria turística en Colombia es una buena noticia en sí misma para la paz, en tanto la experiencia internacional destaca que ésta demanda unas condiciones de seguridad y un contexto de estabilidad. Según el World Travel & Tourism Council los países que desarrollan un turismo abierto y sostenible tienden a ser más pacíficos, entre otras razones porque es un sector que en la medida que crece adquiere mayor capacidad de abogar y presionar por políticas que garanticen la disminución de conflictividades.
En consecuencia se debe celebrar y procurar dar continuidad al esfuerzo que está realizando el actual Gobierno Nacional, en cabeza del Ministerio de Comercio, Industria y Comercio, por estructurar una estrategia denominada Turismo, Paz y Convivencia. Esta prioriza 132 municipios y traza el objetivo de “desarrollar territorios para el turismo, suscitando la construcción del tejido social y una cultura alrededor del turismo y la paz, que permita cadenas de valor y mejorar la calidad de vida de las comunidades anfitrionas a través de prácticas responsables y sostenibles”. Dicho proyecto apunta a poner el foco sobre la generación de confianza con las comunidades, el restablecimiento de derechos y su involucramiento como eje del desarrollo de los territorios.
Estos planteamientos son de la mayor relevancia. El turismo es una oportunidad que permite que las comunidades víctimas del conflicto armado tengan una alternativa económica rentable para rehacer sus proyectos de vida, así como convertirse en mecanismo para construir memoria, servir como canal para la catarsis y contribuir a la pedagogía para la no repetición. No obstante, el diseño de estas experiencias debe ser cuidadoso, en tanto existe una línea muy delgada con la revictimización y la banalización, lo que se ha denominado turismo negro, el cual no tiene en cuenta la contextualización, ni permite preparar a los visitantes para la adecuada comprensión e interacción con sus anfitriones.
Una queja que empieza a ser recurrente entre comunidades afectadas por el conflicto, localizadas en zonas al margen de los circuitos tradicionales de turismo y que recientemente han empezado a ver incrementos en los números de visitantes, se relaciona con el trato asimétrico e inapropiado que reciben por parte de nuevos actores externos que llegan a ofrecer tours sin ningún tipo de diálogo o consentimiento de las comunidades receptoras. En este sentido, resulta valioso revisar esquemas de trabajo más respetuosos de los contextos en los que existe interés de operar, partan de relaciones colaborativas que involucren en igualdad de condiciones a las comunidades locales y que reconozcan no solo su propiedad del territorio sino además su conocimiento de las dinámicas e historia del mismo.
Si en el exterior Colombia empieza a brillar como un destino interesante, entre otras razones, a causa del atractivo de las transformaciones en marcha, resulta sugestivo traer al centro de la narrativa del turismo a los líderes sociales que están detrás de los cambios que tienen lugar a lo largo y ancho del país. Cualquiera que haya tenido la oportunidad de recorrer Colombia y acercarse a las distintas comunidades, bien sabe que este país es un lugar fértil en historias asombrosas de héroes que silenciosamente protegen y transforman sus comunidades.
Las más recientes tendencias entre los turistas internacionales apuntan al creciente interés por experiencias transformadoras, de crecimiento personal, que permitan entablar diálogos significativos y aportar al bienestar de otros. Este tipo de vivencias, que se han catalogado como turismo fénix, demandan nuevos y diversos destinos donde existan oportunidades de aprendizaje y de acercamiento a las comunidades, sus historias y personas inspiradoras. El boom turístico que atraviesa Colombia puede convertirse en mucho más que divisas, bien aprovechada esta aproximación a las nuevas formas de viajar, se puede convertir en una poderosa fuente de apoyo y reconocimiento de las capacidades de las comunidades y de sus líderes sociales.
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